La Biblioteca Apostólica Vaticana |
Cuantos hemos
disfrutado de esa oportunidad recordamos la emoción que sentimos cuando tuvimos
en nuestras manos el primer manuscrito y el temor reverencial con el que casi
ni nos atrevíamos a tocarlo. Aunque luego hayan pasado muchos por nuestras manos,
esa relación afectuosa ha pervivido y siempre sentimos un gran placer cuando
volvemos a las bibliotecas que más frecuentamos o cuando entramos en una
biblioteca nueva y nos disponemos a disfrutar de ese paraíso abierto a pocos. Las
técnicas informáticas han contribuido a difundir las imágenes y los contenidos
de los manuscritos y a veces se leen mejor en la pantalla que en el original,
por las múltiples posibilidades del tratamiento de la imagen; pero siempre
parece que nos falta algo, si no tocamos el ejemplar. No sólo nos pasa a los
filólogos, también es normal para cualquier persona que se acerque al libro
con curiosidad y respeto. Los bibliotecarios, a veces, han de ejercitar el
ingenio para quedar bien y salvar el libro. Una gran biblioteca, cuyo nombre no
revelaré, posee una hoja del primer libro impreso, la Biblia de Gutenberg. Entre
la imposibilidad de negar a los visitantes el contacto con ese folio y la
certeza de que cientos de manos encallecidas y desacostumbradas acabarían con
el tesoro en poco tiempo, la solución fue disponer de unos cuantos facsímiles
de esa página, que se hacían pasar por el original y que, por supuesto, no
podían ser detectados por los curiosos. Cuando la hoja facsímil se estropeaba,
se sustituía por otro ejemplar. Y es que la historia del libro está llena de
desgracias y catástrofes: los grandes incendios se han llevado por delante
ejemplares únicos, en Alejandría, en Pompeya, en Roma, en El Escorial, entre
otros muchos lugares. Los cambios de letra y la vejez de los textos han
propiciado que sus hojas se utilizaran para encuadernar o reforzar
encuadernaciones. Las inundaciones (es difícil decidir si es peor el agua que
el fuego) han dejado ejemplares con páginas pegadas, que se destruyen si se
abren. Y, además, el papel químico que se va degradando con el tiempo hace que,
al abrirlos, ciertos libros se conviertan en polvo.
Biblioteca de Leiden |
¿Cómo se pueden
recuperar las hojas de un libro antiguo que forman parte de la encuadernación
de uno posterior? ¿Cómo se puede leer un libro cerrado? ¿Cómo ver el contenido
de un rollo quemado por las cenizas volcánicas del Vesubio en Pompeya o
Herculano y que forma una masa grisácea negruzca? A veces es milagroso que se
hayan conservado tales muestras a todas luces inútiles y que, sin embargo,
ahora podrán ser leídas y dentro de muy poco revelarán todo su contenido y
seguramente nos obligarán a cambiar algo de lo que suponíamos saber sobre un
texto, un autor, una historia o todo un género.
Fragmento bajo el lomo |
Empecemos por lo
que parece más sencillo: al encuadernar un libro se han utilizado con
frecuencia fragmentos y hojas enteras de pergaminos, bien porque estaban
viejos, bien porque estaban escritos en una letra que ya no se leía o
simplemente porque parecían irrelevantes, por haber sido sustituidos por copias
“mejores” tras la invención de la imprenta.
A veces la cubierta de una de esas encuadernaciones se rompe y deja ver
los tesoros ocultos, o hay que repararla y se separan las partes anteriores;
pero hay miles de libros encuadernados que no se pueden ir deshaciendo y
reencuadernando uno a uno para comprobar si en su encuadernación hay fragmentos
anteriores. No sólo se usaban los fragmentos de manuscritos viejos para la
encuadernación, también servían como refuerzo en telas, por ejemplo, en
vestiduras de imágenes religiosas, que necesitan piezas y junturas más
resistentes. El pergamino, a fin de cuentas, es piel. Hay por fin una solución
para recobrar esos fragmentos sin romper la obra en la que se insertan: la espectrometría
por fluorescencia de macro-rayos-X. La técnica se originó para aplicaciones
médicas, como la identificación de lesiones precancerosas actínicas y los
carcinomas de células basales. Un fotosensibilizador se concentra en las
células tumorales, la cámara detecta la brillante fluorescencia roja del tumor
y se aprecia la diferencia entre células sanas y tumorales. El paso siguiente fue aplicar ese
procedimiento utilizando los macro-rayos-X en lugar del fotosensibilizador,
para detectar los distintos productos químicos usados en la pintura de una obra
de arte. Desde ahí se pasó a los manuscritos y, por el momento, la derivación
lleva a la posibilidad de penetrar en el interior de las encuadernaciones y descubrir
qué otros elementos de distintos tipos, texturas y compuestos químicos hay
debajo. Los rayos-X permiten ir separando virtualmente distintas capas, que se
pueden entonces leer por separado, como si fueran hojas sueltas. La cámara, que
se coloca encima de una mesa, puede ser tan cómoda como 50 cm × 25 cm × 25 cm.
Espectrroscopio de mano |
La espectroscopia, técnica muy conocida que permite “mirar” a través de
distintas capas de un objeto, es la solución perfecta y cada vez más barata
para leer libros cerrados. Puede haber muchas razones para que un libro no
pueda abrirse y, desde luego, no se abrirá si ello comporta su destrucción;
pero ahora ya no hace falta. La espectroscopia THz (tera-hercios) en el dominio
del tiempo es la solución. Los THz constituyen una banda del espectro espectro-magnético
que se sitúa entre las microondas y los rayos infrarrojos (entre los 100 GHz y
los 30 THz). En los 80 se usó para técnicas de detección y ciertos tipos de
láseres. Un láser ultracorto es el medio que genera el haz electro-magnético. De
usos tan variados como la medición de contenido de vapor de agua en el ambiente
hasta la lectura de libros cerrados, el desarrollo de esta técnica permitirá
recobrar cuanto se ha podido conservar después de inundaciones y otros
desastres cuyo efecto para los libros ha sido la imposibilidad de separar sus
páginas.
Rollo de papiro de Herculano |
Las dos técnicas anteriores son valiosas y tienen un aprovechamiento
inmediato; pero probablemente ninguna es tan llamativa como la que permitirá
dentro de poco leer un rollo carbonizado por un incendio o una erupción
volcánica, siempre, naturalmente, que se haya conservado exactamente como lo
dejaron el fuego o la ceniza. Hace casi dos mil años el volcán Vesubio, en el
golfo de Nápoles, sepultó en cenizas las ciudades de Pompeya y Herculano. La
única biblioteca del mundo antiguo que ha sobrevivido hasta hoy (aunque con sus
textos chamuscados) se encontraba en Herculano y quizás pertenecía a un
patricio romano aficionado a la filosofía epicúrea: Calpurnius Piso Caesoninus,
suegro de Julio César. La tomografía de contraste de fase de rayos-X permite al
equipo del Consejo Nacional de Investigación de Nápoles diferenciar la tinta
negra del negro del papiro quemado por la diferencia en cómo los dos materiales
refractan los rayos-X. Uno de los textos estudiados sigue enrollado, el otro
fue aplastado por la explosión. Lo conseguido hasta ahora puede parecer poco,
si se considera en términos absolutos: letras, palabras; pero la investigación
no parará ahí y el futuro deparará nuevos desarrollos y nuevos descubrimientos.
Nuevos campos se abren al conocimiento filológico.
Una pregunta que hago a mis alumnos, aunque no es invención mía, sino
tomada de alguna parte que ya no recuerdo bien, quizás de un programa educativo
de Holanda, es ¿en qué medida piensa usted que sus estudios y su capacidad le
permitirán hacer algo nuevo en el objeto de su trabajo? Aunque me refiero
especialmente a la Filología, la pregunta lleva a los alumnos a otras
cuestiones sobre cómo se ven en el futuro de la ciencia. Dejan de sentir que
todo está hecho y empiezan a darse cuenta de que todo será nuevo y que son
ellos quienes estarán en ese nuevo modo de entender la realidad.
De libros se habla en otras páginas de este cuaderno, por ejemplo en:
De libros perdidos y recobrados: la colección Foulché-Delbosc
Robar libros en tiempos de herejes
Philip Levine (Detroit, 1928 – Fresno, 2015)
Alejandro de Humboldt, Ernst Harsch y el Libro de AlexandreDe libros se habla en otras páginas de este cuaderno, por ejemplo en:
De libros perdidos y recobrados: la colección Foulché-Delbosc
Robar libros en tiempos de herejes
Philip Levine (Detroit, 1928 – Fresno, 2015)
Identidades árabes y musulmanas en la obra de Miguel de Cervantes