Saturday, February 2, 2013

Paisajes lingüísticos

Al recorrer el estado de Tejas he tenido a veces la percepción muy clara de estar en otro lugar, incluso en otro continente. Al Sureste de San Antonio, por la antigua carretera 281, surgen, en medio del campo, localidades que recuerdan inmediatamente la campiña polaca. Cuando uno se acerca a ellas, sus nombres, como Panna Maria o Czestochowa, confirman esa impresión, que no da lugar a dudas cuando uno ve los letreros en polaco de los comercios o inscripciones bilingües que recuerdan momentos del pasado local.

Panna Maria, TX
 De igual manera se pueden diferenciar ciudades fundadas por los novohispanos o por los anglos o una localidad de origen alemán o checo, o los pueblos de los indios, más al oeste. En el Viejo Continente el paisaje medieval ha sufrido muchas transformaciones, las viejas murallas han dado paso a vías de circunvalación en muchos lugares, sobre las iglesias se construyeron mezquitas y sobre éstas de nuevo iglesias, los cultivos se han transformado, las fuentes se han secado; pero el recuerdo no está marchito, vive y puede reconstruirse, confiriendo así a la lengua una nueva imagen, mucho más viva, la de las gentes que cruzaban sus calles o se reunían en sus plazas y hablaban de las cosas cotidianas en lenguas que para el filólogo estaban enterradas en manuscritos. Los filólogos han prestado una gran atención a los textos, en primer lugar, a la historia, en segundo y, en determinadas ocasiones, al arte. Pocas veces, en cambio, se han planteado la pregunta de cómo se identificaban (aparte de por la toponimia) los lugares donde se hablaban las distintas lenguas, si había unas marcas en el paisaje, agrícola o urbano, que permitieran suponer que en ese lugar se habló en algún momento histórico –que puede ser el presente—una lengua concreta.

Frente al concepto limitado de paisaje lingüístico que se está manejando en la bibliografía reciente y que consiste, básicamente, en registrar la presencia de escritos en lenguas,  variantes o registros diferentes de la lengua usual de la comunidad, vinculados al fenómeno migratorio moderno, hace años que trabajo en otro concepto de paisaje lingüístico. Se trata de una concepción que se sitúa dentro de la consideración que la UNESCO hace del paisaje, desde su reunión de 1962, en tres categorías fundamentales: paisaje original, paisaje transformado (urbano y agrícola) y paisaje deteriorado. Deben incluirse también las categorías de paisaje interior y paisaje exterior.

Panna Maria, TX
¿Qué queda de las lenguas en el paisaje? ¿Cómo hereda el paisaje elementos que testimonian la presencia en él de los hablantes de diversas lenguas, es decir, cómo puede acabar reflejando el paisaje las lenguas que hablan o hablaron los pobladores de una región? En lugares privilegiados en ese sentido, como Tejas (y buena parte de México y otros países latinoamericanos), por la conservación de estructuras locales a lo largo de los años y por el escaso tiempo que ha podido transcurrir para su deterioro, es bastante fácil apreciar esa influencia, que es imprescindible para entender su Historia Lingüística.

Para un lingüista histórico el reto, sin embargo, es encontrar cómo estas influencias pueden rastrearse en épocas pasadas, aunque hayan desaparecido de la estructura paisajística general, al menos aparentemente. La Península Ibérica en la Edad Media es, por su riqueza lingüística y la variedad geográfica, un lugar muy conveniente para estudiar este peculiar aspecto de los contactos entre las lenguas, los hablantes y el planeta. Además, en la construcción del paisaje lingüístico americano, la influencia ibérica es un elemento esencial, tanto en la creación de nuevas estructuras paisajísticas, como la ciudad de Puebla en México o Santa Fe (NM) o San Antonio (TX) en los Estados Unidos, entre otras muchas, como en la transformación de las preexistentes, cual la Ciudad de México.


Misión Espada, TX
Además de las creaciones urbanas, no se olvide, el paisaje se transforma profundamente por las obras públicas fuera de las ciudades, el Camino Real entre México y Tejas, la acequia y acueducto de la misión de San Francisco de la Espada (TX), el sistema de distribución de agua de San Antonio (TX)  o el desagüe de la gran laguna de Huehuetoca en la Nueva España, a la que hubo ocasión de referirse en el blog, a propósito de don José Ramón de Urrutia y de las Casas. Las preguntas posibles son muchas, por ejemplo, limitándonos a dos, si se puede hablar de un "estado latente" del paisaje o cuáles son los elementos manejables para estructurar la visión diacrónica del paisaje lingüístico.