Wednesday, June 29, 2016

Consecuencias lingüísticas del Brexit



La palabra en sí ya es un baciyelmo lingüístico, formado con Br de Britain o British y el latinismo exit, que en latín es una tercera persona verbal y significa ‘sale’ y en inglés un sustantivo que significa ‘salida’. También juega con el fonosimbolismo gracias a la fácil relación de [brek-] con break 'romper'. Ha pasado rápidamente a nombre común y, como se demuestra en la última imagen, a nombre propio. Este autor ha vivido el brexit en Londres, en Queen Mary College, y ha podido acceder de primera mano a los diarios ingleses de los dos días siguientes y los dominicales correspondientes. Todo ello en un ambiente universitario en el que ni profesores ni, mucho menos, alumnos, daban crédito a lo que estaban viviendo.
Las preocupaciones generales reflejadas por unos y otros eran en primer lugar económicas, con la pérdida de valor de la libra frente al dólar y el encarecimiento de las  vacaciones, en  segundo lugar sanitarias, cómo se financiará la atención médica de los centenares de miles de británicos en el exterior y, en relación con ello, en qué situación quedarán esas personas, que han proyectado sus vidas y las de sus familias como ciudadanos de la Unión Europea. Los estudiantes y profesores se inquietaban también, naturalmente, por el futuro de los proyectos de investigación y la previsible pérdida de financiación europea y por los programas Erasmus, ese magnífico invento español que tanto ha contribuido a la unidad anímica de los jóvenes europeos y a que más del 60% de los jóvenes británicos votaran por seguir en la Unión. Y, si de muestra basta un botón, recuérdese que el nieto del "reverendo" Ian Paisley, la bestia parda del unionismo norirlandés, a pesar de haber  hecho campaña por la salida, como parlamentario del DUP, ha pedido un pasaporte de la República de Irlanda, al que, como todos los nacidos en la isla, tiene derecho. Su recomendación ha provocado tal demanda, que ha llevado a la paralización de ese servicio en Dublín, por exceso de peticiones.
Muerte de Harold en Hastings (14 de octubre de 1066)
Una de las primeras consecuencias de este divorcio es la cuestión lingüística, que ya ha suscitado, entre otros, un artículo en The Wall Steet Journal: ¿qué va a pasar con el inglés en las instituciones europeas? El inglés que, como se sabe, es el resultado de mil años de intentar hablar francés (en suelo británico a partir de 1066), es una lengua internacional de primer orden, lengua del comercio y de las ciencias físicas y naturales, lengua vehicular de la Unión Europea, que se basa en la simplicidad de su morfología (y no de su gramática, de compleja sintaxis, ni en su fonética, muy alejada de las lenguas del Mediterráneo). Puede decirse que ese nivel internacional se debe a los Estados Unidos; pero no sería ni cierto ni justo. Millones de hablantes de inglés, desde Canadá a Nueva Zelanda, pasando por el Pakistán y la India, o Suráfrica, heredaron esa lengua del Imperio Británico. Los Estados Unidos heredaron, además, la responsabilidad histórica del Imperio e hicieron suyas las viejas fronteras británicas del Afganistán y el Iraq o la cuestión palestina; pero eso es otra historia. De un modo y otro, la lengua ha seguido ese movimiento histórico y lo ha ampliado, extraordinariamente, en las instituciones europeas, con 1750 lingüistas, 600 auxiliares y 600 traductores de plantilla y 3000 intérpretes contratados.
De hecho, aunque la lengua más hablada en la UE es el alemán, como primera o como segunda, y así se aprecia en el mapa, el idioma que se ha impuesto como lengua vehicular, mal llamada franca, es el inglés, hablado por un 38% de los europeos como segunda lengua. Lo de mal llamada es porque, en realidad, una lingua franca es una mezcla de lenguas en la que una suele predominar, pero no en exclusiva. La mayor carga admninistrativa de la UE es la lingüística, con una constante y creciente necesidad de traductores e intérpretes. En la traducción, el texto básico suele ser el inglés, generalmente redactado por quien no lo tiene como lengua materna, lo que ha dado lugar a un euro-inglés, peculiar. En la interpretación, en ciertas lenguas, se parte de la interpretación al inglés y no del discurso en la lengua original. Por eso el que el martes 28 de junio de 2016 el discurso al Parlamento Europeo del Presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, se hiciera en alemán y francés, sin el acompañamiento hasta entonces habitual del inglés, ha roto una tradición y adquiere un fuerte valor simbólico.
Con la salida del Reino Unido se pierden  unos sesenta millones de hablantes de inglés como primera lengua. Si bien hay que tener en cuenta que otra parte de la población, que tiene otras lenguas como primeras, emplea habitualmente el inglés en la vida diaria. A expensas de lo que ocurra en Escocia e Irlanda del Norte (previsiblemente mucho ruido y pocas nueces), no quedaría ningún país oficialmente anglohablante en la UE, porque Irlanda declaró como lengua oficial el gaélico, la lengua celta tradicional, y Malta el maltés, una auténtica lingua franca con base árabe. Los irlandeses, cuyo turismo se basa en buena parte en la lengua inglesa, se han apresurado a aclarar que están interesados en el mantenimiento del inglés como lengua comunitaria; pero eso no reduce su nueva condición de minoritaria. Irlanda se convertiría, en la práctica, en el destino exclusivo de los millones de jóvenes europeos que, en el marco de los programas de la UE, quieran estudiar en un país anglohablante. Los cambios sociales que se avecinan en la verde Erin pueden ser notables.
Ya se ha indicado que la mayoría de los funcionarios europeos que usan el inglés como lengua de trabajo no lo tienen como lengua materna. Inicialmente, los italianos formaron el gran cuerpo funcionarial. Actualmente hay mayor diversificación, si bien el francés es, quizás, la lengua mayoritaria. ¡Ay, si De Gaulle viviera! Pero las cosas tampoco son como eran en la dulce Francia y parece poco probable que, con parte de Bélgica y de Luxemburgo como aliadas, quiera entrar en una guerra lingüística. Hay otros problemas más acuciantes para los políticos. Puede apuntarse, pero sólo apuntarse, que la solución racional, para un humanista, sería considerar el latín como lengua de unión. A fin de cuentas así funcionaron las cosas hasta, al menos, el siglo XVI y, en algunos sectores, hasta el XVIII y así se hizo, con el hebreo, en Israel. Por favor, que no se conteste con la metáfora biologicista, porque las lenguas ni viven ni mueren, son constructos que se usan o no y los usuarios de latín, como lengua segunda, millones actualmente, han sabido desarrollar un completo vocabulario que adapta la lengua latina a la vida contemporánea en cualquier sociedad, desde los cajeros automáticos al fútbol. Es cuestión de decidirse y aplicar la metodología oportuna. Israel lo hizo en Israel y lo sigue haciendo para la enseñanza del hebreo en el mundo. Imposible no es. Que se quiera o no es otra cosa.
Unos padres mexicanos de Tabasco llaman a su hija Breksit
Del español no cabe ni hablar, millones de españoles, que lo hablan y escriben perfectamente, se opondrían al grito de "el gobierno desprecia nuestra lengua", referido a las lenguas-pijama nacionales, muy cómodas para estar en casa e inservibles si se cruza la puerta. Ni el peso político ni económico de España ni su realidad social dan pie para esa propuesta, lo que deja fuera a la lengua con más hablantes uniformes del mundo. Dadas las circunstancias, queda la pregunta de qué papel corresponderá al alemán en la nueva estructura linguística europea. Desde hace años, el número de publicaciones científicas en alemán ha ido creciendo. En el campo de la Lingüística, en concreto, muchos autores, que antes usaban el francés, usan ahora el alemán (y también el español). En el campo de las ciencias físicas y naturales también se han incrementado las publicaciones en alemán. Tiene fama de lengua difícil; pero no lo es ni más ni menos que cualquier otra de las occidentales y tiene medios de enseñanza y difusión y tradiciones educativas con instituciones potentes. Otra cosa es que políticamente interese. Porque una de las preguntas que los europeos pudieron hacerse en la noche del 23 de junio de 2016 fue: ¿significa esto que Alemania ha ganado la II Guerra Mundial, al menos en Europa?

Para que no haya dudas de la profunda relación afectiva que mantiene el autor con Alemania y sus instituciones, especialmente la Fundación Alexander von Humboldt, puede leerse este artículo sobre Alejandro de Humboldt, Ernst Harsch y el Libro de Alexandre.

Saturday, June 18, 2016

Don Quijote en la España de la reina Letizia

Amando y FMM recuerdan aquí a otro caballero andante
Amando de Miguel contribuye a este año del Centenario con un libro que resulta interesante por múltiples aspectos: conjuga Sociología, lengua y léxico, lecturas y recuerdos literarios, observación de la realidad española de 2015 y 2016, todo ello desde una visión cómica y satírica, de la que se han eliminado aspectos hirientes: hay ironía, pero no sarcasmo. Al final, como en la obra de Cervantes, el lector duda entre diversos sentimientos. De ese final, de todos modos, se hablará en su lugar.
Si se me autoriza el uso de la primera persona, excepcionalmente en estos cuadernos, quisiera recordar que una larga amistad con Amando me permitió leer el libro en elaboración, mis privilegios de, como él dice, su "lingüista de cabecera", me autorizaron a sugerir alguna revisión y, finalmente, he tenido ocasión de hablar con él del libro y lo que representa en varias ocasiones, ayer, 17 de junio de 2016, sin ir más lejos. Como éste no es un cuaderno de crítica literaria, se pueden conjugar en él las reflexiones de lectura con los ecos de esas conversaciones y con una colaboración que se plasmó en su momento en el libro Se habla español y que, Dios mediante, continuará. Estas líneas resultan así más una invitación a la lectura que un ejercicio de crítica literaria.
En un lugar de la Sagra, de cuyo nombre no puede olvidarse el narrador, pues desciende de una familia establecida allí desde hace siglos, la de Sancho Panza, ocurrió muy recientemente un extraño suceso. En el Hospital Tres Culturas de Toledo se recogió a un indigente de unos sesenta años que dijo llamarse Alonso Quijano.
Resumida la noticia, puede pasarse, sin más dilación, al presente.
El extraño personaje habla un español con ciertas diferencias, que hacen dudar de que sea colombiano, sin que ello se vea del todo claro. Se entiende perfectamente con Sancho Gaona, el descendiente del otro Sancho, catedrático de Lengua y Literatura de Instituto, que lo recoge y lo lleva a Esquivias y, además, es el narrador. Puede llamarse así Don Quijote a uno de los dos personajes centrales, el otro, naturalmente, tiene que ser el nuevo Sancho, cuya mujer, Teresa, como era de esperar, introduce el punto de sensatez oportuno en la historia.
¿Por qué aparece Don Quijote otra vez en España? Es evidente que hay una larga tradición de reminiscencias quijotescas, incluso filmografía con títulos como Don Quijote cabalga de nuevo. Ahora se trata de que, por la intercesión de San Francisco, el sabio Merlín concedió a don Alonso Quijano, estando éste en el lecho de muerte, el privilegio de despertar algunos siglos después, aunque sólo por el plazo de cien días. Se advierte de que no se trata de una resurrección, puesto que no hay coincidencia de lugar y época y, además, se fija un plazo. El lector, como es previsible, queda pendiente de qué va a ocurrir al final de esos cien días y de si se trata de un perturbado o de qué.
FMM es la figura solitaria a la izquierda del lector.
Don Quijote no parece especialmente afectado por el desarrollo tecnológico, aunque rechaza usar el avión. Sus favoritos son Bocinante,  pues así se llama el auto de Sancho, la televisión, que le permite estar al tanto de lo que ocurre en la actualidad, y el AVE. Su mayor desprecio tecnológico va hacia los teléfonos celulares, los llamados en España móviles, oxímoron que denuncia, pues por sí son inmóviles. En realidad, deberían llamarse, en todo caso, movibles. De este modo, Amando de Miguel evita transformar el libro en una historieta de ciencia ficción y puede convertirlo en una novela sociológica, si se me concede usar el término. Hay novela, puesto que Don Quijote puede decir, varias veces, "Yo sé quién soy" y lo mismo podría decirse de Sancho, y hay además un repaso a modos de ser y, especialmente, modos de hablar de los españoles contemporáneos. Recuérdese que, precisamente en esa capacidad de decir "yo sé quién soy" es en lo que Américo Castro establecía el nacimiento de la novela moderna. Aunque se incluyen, también con visita a Barcelona, como era esperable en el hidalgo, referencias  a la situación política rabiosamente contemporánea, lo verdaderamente interesante son los comentarios sobre la sociedad y su transformación, así como sobre el uso del español, Vuelven temas ampliamente tratados por Amando de Miguel en gran parte de su obra, como el politiqués, pero también los tics seudo-feministas, las hablas de clase y los anglicismos que caracterizan a alguna de ellas o, sencillamente, la deturpación de la lengua por ignorancia de los usuarios y semi-cultismo. Como ocurre frecuentemente en sus escritos, si se quiere decirlo técnicamente, hay más Pragmática que Lingüística, es decir, más preocupación por la relación del usuario con la lengua que por la estructura de esta última.
El libro se sitúa también en la amplia literatura que recoge indirectamente visiones de España de muy diversos autores. Esa visión de la España de principios del siglo XXI, a veces en contraste con la del XVII (los cuatrocientos años que se conmemoran) y a veces en contraposición a épocas más recientes, está llena de un intenso amor patrio, que incluye una perspectiva moderna en la que se reconocerán muchos lectores: "Ya no hay guerras ni pestes, pero son tiempos de muchas necesidades insatisfechas. Encontrará usted no pocas injusticias pero también motivos de satisfacción". Aunque Amando no lo llama así, el Caralibro es el instrumento social que le permite recoger las distintas reacciones de los componentes de la sociedad española. Refleja su propia y amplia experiencia en las redes sociales e implica un análisis sociológico de estas. El resultado es, como hubiera dicho Shakespeare, "una melancolía específicamente mía, compuesta de muchos elementos, extraída de muchos objetos, y además la visión variopinta de mis viajes, la cual, al rumiarla una y otra vez, me envuelve en la ternura más divertida". Por cierto, la novela es también un homenaje a don Guillermo, pues Don Quijote recuerda cómo Shakespeare y Cervantes se conocieron en Valladolid, durante la visita del primero a España, con la embajada inglesa, y que ambos pudieron comunicarse, en latín, claro.
Conviene dejar al curioso lector el placer de adentrarse por estas páginas y reparar en los muchos aspectos que en ellas se esconden o se muestran, pues de todo hay en este juego del tiempo y el espacio. El caballero andante se encontrará con que esta España ofrece mucho que corregir, mucho por rectificar, así como un buen número de menesterosos a los que ayudar. La convivencia de la cristiandad y el islam con la sociedad moderna ocupa, como también ocurría en 1616, un espacio destacado. Y don Quijote sabe distinguir muy bien, como es deseable, entre el enemigo, lo que en su léxico cervantino era "la morisma", y el amigo, el inmigrante que quiere vivir en paz en una sociedad más justa, donde se respeten su religión y sus costumbres.
En la duda entre la realidad y la ficción del caballero andante se llega al capítulo último, en el que se decidirá la interpretación de la novela. Aquí entra de lleno el lector, puesto que a él compete, en exclusiva, determinar qué final prefiere. ¿Fue efectivamente el Ingenioso Hidalgo quien recorrió durante cien días, con su fiel Sancho, los caminos de España o cabe otra explicación? ¿No será que Merlín juega nuevamente con nosotros? Dé cada uno su respuesta.

De libros se habla también en otras páginas de este cuaderno, por ejemplo en estos enlaces: 

De libros perdidos y recobrados: la colección Foulché-Delbosc.
Robar libros en tiempos de herejes.

Y de Cervantes y el islam en:

Identidades árabes y musulmanas en la obra de Miguel de Cervantes.