Saturday, February 4, 2017

El devorador de alfombras. La lengua del Tercer Imperio.

Nabucodonosor, el rey babilonio, nos cuenta el libro de Daniel, fue castigado por Yahvé con una locura que lo llevó a comer hierba, tirado en el suelo. En el año diecinueve de su reinado, Nebuzardán, su siervo, vino a Jerusalén. Incendió el templo de Yahvé, el palacio real y todas las casas. Las tropas caldeas demolieron las murallas y deportaron al resto de la población. Quedó una parte de los más pobres del pueblo del país para cultivar las viñas y los campos. La Escritura es particularmente extensa en lo que se refiere a esta destrucción del templo y destierro. La moderna escritura también se ha ocupado externamente de la destrucción de la comunidad judía de Europa Central. Víctor Klemperer, privado de su cátedra universitaria por ser judío y salvado del campo de concentración por estar casado con una aria, fue escribiendo, anotando y recordando cómo la lengua alemana se fue modificando durante la época nazi y cómo los hablantes, poco a poco, fueron introduciendo en su habla cotidiana las expresiones aparentemente corrientes que los dirigentes nacional-socialistas y los voceros de la nueva era iban modificando a través de prensa, radio y propaganda. Todo ello quedó plasmado en un libro, LTI. La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo. La versión española, en traducción de Adan Kovacsics, se publicó en 2001. Recordar ese libro en 2017 puede parecer raro; pero quizás los lectores perciban que los acercamientos al lenguaje pueden ser similares en épocas aparentemente muy diversas.

Hace falta la sensibilidad de un filólogo para percibir lo que escapa al hablante normal, que se pregunta, seguramente, cómo puede dedicarse un extenso volumen a los cambios internos de una lengua de cultura, como el alemán de la primera mitad del siglo XX. Las modificaciones llamativas son siempre las novedades, que no son tantas. Más profundas son las alteraciones de los significados conocidos, que pasan a recubrirse de valores nuevos, que trasmiten una nueva relación con sus referidos. La Patria tiene que ser grande, tiene que estar por encima de todas las demás ("über alles"). Conceptos como el de héroe, se limitan a una particular concepción de heroísmo, que se vincula con un tipo humano especial, rubio, germánico, sobre cuya base se diferencia a los otros, carentes de ese valor, inferiores, judíos, a quienes se impide el acceso a los libros, salvo a los de su propia cultura y, finalmente, se impedirá el acceso a la vida, tras los muros de los campos de concentración..

El signo escrito es diferenciador para Israel, que sabe cómo las formas gráficas pueden transmitir incluso por sus rasgos mismos. En el nuevo Holocausto también las grafías desempeñaron un papel esencial. La forma angulosa de las letras SS (para la que las máquinas de escribir del Reich tenían  una tecla especial) no es casual, corresponde a una de las runas germánicas primitivas, al signo escrito de la victoria (Sieg). Transmite la imagen del rayo, que se encuentra también en otra letra cara a los nazis, la K. Fueron varias las runas utilizadas en una semiología de poder.

La Lengua del Tercer Imperio (LTI) recurre a toda la oferta de la Lingüística para cambiar las relaciones entre los signos y sus referidos, sin que los hablantes lleguen a ser conscientes. La grafía es el primero y en él la K, el rayo, tiene un lugar predominante. Como abreviatura aparece en formas como Knif!, por Kommt nicht in Frage (imposible) o, más fuerte, Kakfif!, por Kommt auf keinen Fall in Frage (totalmente imposible). Me recuerda mi colega Nancy Mémbrez que la triple K correspondía al eslogan destinado a las mujeres, para retrotraerlas al ámbito doméstico: Kinder, Küche, Kirche ('niños, cocina, iglesia'), tendencia característica de regímenes pre-dictatoriales, aunque la última palabra tropezó pronto con el inconveniente de la oposición de las iglesias al régimen nazi. Se extiende para la germanización de los nombres propios, Christa pasa a escribirse Krista. Éstos y las abreviaturas inciden en la representación de lo solemne, que da vía a la pasión y de ahí al fanatismo, cuyo significado se deforma convenientemente. Esta deformación del significado, que abunda en hipérboles y llega hasta el oxímoron, otra característica de regímenes dictatoriales, está bien documentada, La realidad se oculta tras la apariencia interesada de la realidad o lo que se define o redefine como tal. Goebbels, en 1944, llegó a hablar de “un fanatismo feroz”. Es el resultado de la creación de un lenguaje específico, que se apoya en la frecuencia, elevada a reiteración. Más que de un lenguaje innovador, se trata del incremento y la interacción sobre lo existente: “grande, histórico, singular, eterno” son palabras corrientes, pero se reiteran de tal modo que se cargan de un sentido propio del Imperio, alteran el modo de percibir la realidad. Se amontonan los tópicos, se multiplican en los anuncios de acontecimientos familiares, lo personal y lo representativo del Führer (guía), como institución, confluyen: lo referido al guía y su círculo se confunde con lo referido al Estado, que toma el sentido que el poder quiere, "lo del Estado" toma un valor sustitutivo de "lo religioso". En cualquiera de las grandes ceremonias típicas de estos regímenes se aprecia el valor de su liturgia propia.

El lenguaje de la creencia se intensifica a partir de esta disposición fanática: “Yo creo en Hitler. No, Dios no lo abandonará. Yo creo en Hitler”. Se trata de una profesión de fe. Pese al combate contra el catolicismo, la influencia del lenguaje católico en la LTI es muy clara a veces y, a través de ella, como una inevitable paradoja cultural, el eco bíblico. El Führer aparece como un nuevo Moisés: “¡Él nos ha conducido de vuelta a casa!”. La base de estas construcciones es la amplificación del discurso, que tiende a ser, por necesidad, comprensible para todos, más popular, cruzando la frontera hacia la demagogia o la seducción. Mas la seguridad en sí mismo, la armonía con uno mismo y su comunidad, que Klemperer ve en el Duce, no se aprecia en los espasmos hitlerianos, en sus distorsiones, en sus latigazos. Con todo, hasta se citan testimonios de judíos que confiesan un influjo tremendo de su oratoria: “Nadie puede resistírsele. Yo tampoco. No hay manera de resistírsele”.

Así se fue sembrando la semilla lingüística que trató de justificar todo, la ambición, la victoria, la injusticia, el Holocausto. Pero el nuevo destructor de la comunidad judía, hasta dimensiones terribles que Klemperer retrata, a la vez que ofrece un panorama de degradación social, también sufría de ataques que se acercaban a la locura: en sus accesos de ira mordía pañuelos, almohadas, los flecos de las alfombras, por lo que las gentes sencillas que tenían acceso a estos paroxismos lo llamaron “el devorador de alfombras”: se arrojaba al suelo y mordía, como Nabucodonosor. 


4:33 Daniel AT Hebreo: Westminster Leningrad Codex
בַּהּ־שַׁעֲתָ֗א מִלְּתָא֮ סָ֣פַת עַל־נְבוּכַדְנֶצַּר֒ וּמִן־אֲנָשָׁ֣א טְרִ֔יד וְעִשְׂבָּ֤א כְתֹורִין֙ יֵאכֻ֔ל וּמִטַּ֥ל שְׁמַיָּ֖א גִּשְׁמֵ֣הּ יִצְטַבַּ֑ע עַ֣ד דִּ֥י שַׂעְרֵ֛הּ כְּנִשְׁרִ֥ין רְבָ֖ה וְטִפְרֹ֥והִי כְצִפְּרִֽין׃


En esa hora se cumplió la palabra en Nabucodonosor y fue separado de los hombres y comió hierba como los bueyes y su cuerpo se humedeció con el rocío del cielo hasta que le crecieron los cabellos como [plumas de] águila y las uñas como [garras de] ave.