Saturday, October 9, 2010

La soledad de los jóvenes

Prendo el computador y en Skype aparece el saludo al mundo de una joven amiga bumanguesa: “me siento sola”. No se piense que es una invitación a rumbear. He traducido el texto, porque el original estaba en alemán, una lengua muy interesante, pero poco rumbera. Se trataba, por tanto de un mensaje para sí misma, un síntoma, no una llamada, en términos técnicos. Mi amiga, a la que llamaremos Laura, que es nombre literario, sentía una frontera entre ella y el mundo, de ahí su soledad.
La soledad de los jóvenes no es novedosa ni desdeñable, los escritores románticos la explotaron con notable éxito y ahí quedaron “Las desventuras del joven Werther”, de Goethe, con suicidio final incluido, que han permanecido como paradigma, como modelo. En la literatura colombiana, como en toda Latinoamérica, el romanticismo hizo furor y, todavía hoy, marca de manera indudable las series televisivas de gran éxito, que los españoles llamamos “culebrones”, intensificando sus orígenes. El ejemplo típico y tópico es, hoy día, “Rosario Tijeras”.
Pero ese síntoma de soledad no es simplemente una manifestación romántica. Nos equivocaríamos si nos redujéramos a ello. En un mundo en el que es muy difícil estar solo, en el que todo está poblado de multitudes, sentirse solo no es raro y, entre los jóvenes, es frecuente, igual o más que antes. Cuando lo expresan, debemos prestar atención, aunque sólo sea porque del presente de la juventud depende el futuro de todos.
Decíamos que el joven tiene hoy una oferta incomparable con cualquier período anterior: espectáculos, actividades, educación. Gran cantidad de ruido. Sin embargo, si consideramos lo que para un gran profesor de ética, Fernando Savater, es el objetivo fundamental, no estamos tan seguros de que tengan o estén en condiciones de construirse una “buena vida”. No se confunda con una “gran vida”. La buena vida se adquiere como consecuencia de una coherencia entre las convicciones y el comportamiento. Quizás lo que esté fallando sean las convicciones, las creencias, no el comportamiento.
He utilizado la palabra convicciones porque no quería ser malinterpretado en el sentido de que voy a ocuparme de la religión en Colombia o en el mundo, de las conversiones o nada parecido. En todo caso y, quizás porque son supervivientes de grandes dificultades, una reciente estancia en Bucaramanga me ha hecho afianzarme en la idea de que los colombianos tienen motivos para creer en sí mismos. Pueden esperar esa buena vida que Savater marcaba como un objetivo esencial y existencial.
Laura no es la única de mis nuevos amigos bumangueses que está en la encrucijada. Hay otros como ella, que proceden de medios en lo que lo habitual era esperar poco de la vida, tener un trabajo estable y modesto, como el de los padres, y cierta tranquilidad sin sobresaltos: sobrevivir. Todos se encuentran de pronto ante horizontes que nunca pensaron, posibilidades de desarrollo que podrán aprovechar: estudiar una carrera universitaria, ejercer una profesión y no un oficio, viajar, estudiar en el extranjero, que su voz tenga más peso en la sociedad colombiana. Se trata de una verdadera revolución de los tiempos, una auténtica revolución liberal, porque es igualitaria y se aleja de la injusticia de la sangre derramada por la locura supuestamente revolucionaria, realmente criminal.
Entre la gente de mi edad es fácil escuchar comentarios viejunos sobre las limitaciones y carencias de los jóvenes. Soy amante y usuario del latín; pero dudo mucho de que haya superioridad en saber latín sobre saber inglés, citar en alemán o manejar con soltura las computadoras y los modernos medios de comunicación. En mi regreso de Bogotá a los Estados Unidos ocupaba la butaca de al lado otra joven colombiana, de Cúcuta, que iba a aprender inglés y a vivir con una familia. En el escaso tiempo transcurrido, su idea del mundo habrá cambiado, ya no verá igual que antes qué es ser norteamericano o colombiano, o del primer mundo o del tercero. Su juicio se habrá hecho independiente, personal, se habrá diferenciado de la idea mostrenca, comunal, de la que participaba antes.
Estos jóvenes que se abren al mundo, que rebasan los límites de su clase, los límites de sus padres, que aceptan nuevas ideas y nuevos modos de vida, tienen razones para sentirse solos. Porque son los primeros muchas veces en exponerse a estas nuevas situaciones y no pueden compartirlas con su entorno, que no llega a comprenderlas, porque no son suyas, no son su experiencia.
Hay un reto social, por tanto, un desafío que los países emergentes deben aceptar, si quieren un desarrollo progresivo, el de facilitar espacios de diálogo a sus jóvenes, espacios que arranquen de la necesidad de estudiar y reflexionar sobre sus nuevas vidas y cómo hacerlas buenas, para ellos y para la sociedad que las hace posibles, con el esfuerzo de todos.
Ante la vida, decía San Pablo, no hay que tener miedo; pero no todos estamos preparados de igual manera para enfrentar las novedades cotidianas. En esta encrucijada educativa, será muy útil que los jóvenes se puedan relacionar con modelos personales y profesionales foráneos, que conozcan otras personas y otras experiencias en otros medios, que se abran a mundos a los que, a veces, viajarán y que, otras veces, conocerán sólo por textos e imágenes. Tampoco moverse de un sitio a otro resulta igual de atractivo para todos, la quietud también puede formar parte de esa buena vida.
El éxito futuro de la sociedad colombiana, por fin en paz, depende del equilibrio interior de quienes vayan a administrar las riquezas materiales y las del conocimiento. Saber abrir vías a la juventud inquieta, aceptar sus niveles de compromiso y facilitarle el diálogo es un requisito esencial de la nueva educación colombiana, de un humanismo que debe aceptar innovaciones en un país cuya contribución histórica ha sido fundamentalmente educativa.

Publicado en El Frente, Bucaramanga, Colombia, 9 de octubre de 2010.

Thursday, September 30, 2010

América, la fuerza de los mitos

En el bicentenario del inicio de las independencias americanas el interés por el 12 de octubre tiene que tener necesariamente otra dimensión. Ha transcurrido el suficiente tiempo como para que no se pueda achacar todo lo malo del presente de los países americanos a los tiempos virreinales. Se puede también hacer un análisis ecuánime de qué es realidad y qué es invención en la historia recibida. Un joven y distinguido historiador español, Manuel Lucena Giraldo, desveló en mayo de 2010 en el diario ABC de Madrid la falsedad de afirmaciones que se han venido dando por buenas, como el dominio de la Inquisición y la falta de educación e imprentas o el carácter malvado y avaricioso de los españoles, entre otras. Economistas como Earl J. Hamilton ya habían analizado, en 1929, la delicada cuestión de los metales preciosos americanos y Europa, aunque, sin duda impelido por el espíritu de su época, le costara compaginar su idea de la reinversión en América con la tradicional del expolio de los indios. Los datos de John Munro en 2003 y de los economistas que siguen sus enseñanzas deshacen todavía más la errónea idea del valor incalculable de la riqueza americana supuestamente expoliada.

Su descubrimiento por los occidentales y la conquista y posterior reestructuración religiosa, política y económica del continente americano bajo la forma virreinal implicó un cambio decisivo no sólo para América, sino para Europa y, en última instancia, el mundo en general. Piénsese en que, por primera vez, quedaban demostradas ideas, como el carácter esférico de la Tierra, que podían haber sido consideradas totalmente erróneas pocos años antes. Se transformó el mundo y se transformó también la manera de conocerlo y ordenarlo.

Los conquistadores y su entorno difundieron mitos como la existencia de hombres con cabeza de perro o de mujeres guerreras como las amazonas clásicas. Tomaron elementos de la novela de caballerías para buscar en la Florida la fuente de la eterna juventud o situar un reino mítico en California o los territorios del Noroeste. Todo ello era falso; pero no lo eran plantas extrañas y maravillosas que cambiaron la vida occidental, como el tabaco, la papa, el tomate y tantas otras. La historia no puede rescribirse, si se quiere ser veraz, y no puede desvivirse, si se quiere ser auténtico. No se cambia con leyes, hay que estudiarla, sencillamente.

Hoy está demostrado que la política lingüística americana de la Casa de Austria fue la de tolerancia lingüística y uso para la evangelización de las lenguas amerindias. Cuando llegó la independencia, el porcentaje de hablantes de español en las Indias no llegaba al 30%. Con el ideal de la Ilustración, una lengua y una educación, los revolucionarios liberales impusieron una lengua común, la española, y realizaron en pocos años un proceso a veces completo de eliminación de lenguas indígenas. Otras, como siempre ocurre, habían desaparecido en el proceso histórico de las sucesivas conquistas e imperios, indios y españoles. Si se quiere hablar de “genocidio cultural” hay que dar su parte, grande, al período independiente. Ya se dijo al principio que doscientos años dan para mucho. No en vano la mayoría de los indígenas habían permanecido fieles a la Corona, que protegía por las Leyes de Indias sus tierras comunales. Los araucanos de Chile, nos dice Lucena Giraldo, propusieron en 1813 «formar para la defensa del Rey una muralla de guerreros en cuyos fuertes pechos se embotarían las armas de los revolucionarios». A partir de 1820, las tropas de Bolívar encontraron la mayor resistencia entre los nativos del sur de Colombia y Ecuador. Son hechos.

Hablar de los excesos de una conquista y un cambio total de sistema y rasgarse las vestiduras es tan inútil como si los españoles de hoy se presentasen ante el parlamento italiano para pedirle cuentas de las crueldades romanas y la destrucción de las culturas celta, ibérica o tartesia. Sería ridículo. Así, resulta sorprendente para los españoles el interés obsesivo de muchos americanos por degradar a los que, en último término, son los antepasados de los americanos actuales, los suyos, y no de los europeos. La conquista fue realizada por gentes con vocación de permanencia, que rehicieron sus vidas en los nuevos territorios. Los de ida y vuelta no pasaron de algunos funcionarios y eclesiásticos, que incluso volvían a España para regresar a las Indias a la primera oportunidad. Los marinos, por supuesto, no pertenecían a la crema de la sociedad; pero, a diferencia de Australia, América no se pobló con presidiarios y carne de horca. Los aspirantes pertenecían a clases muy diversas y muchos triunfaron en otras latitudes. El caso más llamativo es el de Miguel de Cervantes, el autor del Quijote, que pretendió repetidas veces venir a América, sin que le fuera concedido nunca el permiso. Si se lo hubieran dado, el ingenioso hidalgo manchego hubiera visto la luz en México, Colombia o el Perú, con lo que ello implica, o, quizás, no se hubiera escrito.

Repasar todos los mitos y falsas ideas respecto a la conquista y el período virreinal exigiría un libro. Para terminar, como poderoso caballero es don Dinero, permítasenos analizar la cuestión del oro y la plata. La idea errónea es que el oro y la plata americanos fueron a parar a España y de ahí a los banqueros de Italia, Holanda y Alemania, para pagar las deudas de las guerras de religión europeas. Lo que falla es, sencillamente la primera premisa: los metales llevados a España, con los métodos de minería de la época constituyen, comparativamente, una pequeña cantidad. Naturalmente, de un argumento económico se esperan cifras. El tesoro enviado a España por los virreinatos y capitanías generales entre 1530 y 1650 equivale a la extracción actual de plata durante 26 meses y de oro durante seis meses. Todo el oro y plata enviados a España desde la conquista hasta 1810 se extrae actualmente en cuatro años de minería de plata y uno de oro.

Además, suponer que esas cantidades, pequeñas hoy, pero significativas en la economía de entonces, sirvieron exclusivamente a intereses europeos es otra idea sin fundamento. España reinvirtió en América muy buena parte del tesoro americano: se crearon ciudades, muchas completamente nuevas, se mantuvo a arquitectos, técnicos, científicos y artistas, se fundaron imprentas y universidades y se importaron bibliotecas, además de ropas, instrumentos y otros objetos necesarios. Se dotó a América de una infraestructura moderna, con obra civil importantísima en la historia y se cambió completamente el significado universal, global, del continente completo. Eso es lo que hay que festejar el 12 de octubre.

Sunday, July 4, 2010

¡Argentinos, a las cosas!


Quiero recordar ahora estas palabras de Ortega para meditar sobre lo que realmente debe doler en este momento: ¿Qué se ha hecho de la Argentina en los últimos sesenta años?
Los últimos veinte son la consecuencia de la tendencia iniciada cuando un país decidió no confiar más en sí mismo y en sus propia capacidad de renovación de estructuras sociales. Se empezó entonces a adorar a dioses falsos y, al mismo tiempo, porque no se perdió la inevitable capacidad crítica, se relativizó esa adoración. Se aprendió a depender de otro que me lo arreglara todo, en vez de aprender a planificar y a seguir una cierta disciplina. Si se podía sujetar con el alambre, bastaba con que aguantase.
He sentido, como cualquiera movido por una pasión argentina, el bochorno público que da a los resultados deportivos su resonancia universal; pero me ha servido para hacerme muchas más preguntas. La mayor parte de los jugadores del seleccionado juega fuera del país: ¿Dónde laburan los mejores médicos, químicos, matemáticos y cerebros argentinos? ¿Por qué los mejores argentinos se van del país del que nunca se van del todo? ¿Por qué los ciudadanos han tirado la toalla y dejan que otros se ocupen de organizar su estructura social, como pretexto para engrosar de manera vergonzosa su patrimonio personal? Ahora hay que buscar los responsables dentro, ya son muchos años de estar solos con las propias responsabilidades y no se pueden buscar fuera (los gringos, los gallegos, los tanos).
Trabajar en las cosas concretas, seguir un orden, buscar a los competentes, promocionarlos y valorar la educación. Todo ello me parece bastante más cerca de Sarmiento o de Mitre que de los que, desde la cueva de Alí Babá, tratan de robar a los argentinos hasta los valores educativos y culturales que dan fundamento a su historia y no dudan en denigrar a las figuras de un pasado ciertamente más glorioso que el presente; pero que no se puede volver a vivir.
¡Argentinos, a fabricarse el futuro!



Saturday, April 17, 2010

Germán de Granda

Download my paper in Spanish about late Professor Germán de Granda and the moments of Spain and Latinamerica he witnessed.

Descárguese mi artículo sobre el profesor Germán de Granda (q.e.p.d.), para repasar su obra y sus circunstancias en España y América.

Download link: www.academia.edu/3808203/Recuerdo_de_German_de_Granda_1932-2008