Monday, July 25, 2016

Al-Andalus y España. Acercamiento.



D. Américo en su casa de la calle del Segre, Madrid, 1968
Hace cuarenta y cuatro años, casi a la hora en que se escriben estas líneas, un 25 de julio, día de Santiago, en una conversación con Revista de Occidente, a propósito de una publicación que ahora no recuerdo, me llegó, de golpe, la noticia de la muerte de don Américo Castro. Los años transcurridos no han restado nada a la sensación de dolor y pérdida, quizás al contrario: se echan mucho de menos en el mundo actual figuras de esa talla y esa gallardía. Durante cuatro años, del 68 al 72, aprendí de él directamente, puesto que, para un discípulo de Domínguez Ortiz, Orozco y Lapesa, el aprendizaje indirecto, por lecturas de su obra, era algo familiar desde mi Bachillerato granadino (donde disfruté la enseñanza de los dos primeros en el Padre Suárez) y los años de la Complutense. Durante todos estos años posteriores he tenido la sensación de que lo que Don Américo quería decirnos no era lo que sus corifeos proclamaban ni lo que sus detractores criticaban. Esa conciencia también me impide pretender ser el intérprete correcto de su pensamiento. Evitaré el error de querer meter un mar tan vasto en un recipiente tan chico. Sólo quisiera transmitir hoy algunas ideas sobre cómo veo Al-Andalus, gracias a él y a otros maestros y compañeros, tras más de cincuenta años de estudio y en qué me parece que conviene ser más ecuánime cuando se habla de España, porque “España” no es un término que haya tenido siempre la misma denotación, ni el mismo sentido. Estas ideas no serían las mismas sin esos cuatro años de trabajo constante con Don Américo, porque, como es natural, lo que había extraído de sus lecturas palidecía al contrastarlo con lo que resultaba de sus conversaciones o de sus cartas.
Hispania, siglo VI JC
Si, en beneficio del lector, se procede a  ordenar el contenido cronológicamente, lo primero que habría que registrar es la importancia del concepto de que “los visigodos no eran españoles”. Hoy día, los mayores conocimientos arqueológicos e históricos informan de que, en efecto, hasta después de la derrota de Vouillé a manos de los Francos, en 507, los visigodos no tuvieron ningún interés especial por trasladarse a Hispania. Estaban felizmente instalados en Tolosa (hoy Toulouse) y hasta el 517 no sintieron realmente que debían moverse al sur, si querían mantener su reino y posición. Hasta entonces, habían entrado en la Península Ibérica especialmente como aliados de los romanos, en lo que todavía era un resto del Imperio, habían luchado contra suevos, alanos y, sobre todo, vándalos, a los que expulsaron a África y habían tenido especial cuidado de no instalarse en Tarraco, la capital de la Tarraconense, sino en la mucho más pequeña y secundaria Barcino. Su proyecto de vida, su vividura, en uno de los términos castrianos claves, no era la construcción de “España”, sino el reino de los godos. Conviene retener este concepto, porque será uno de los fundamentales de los cristianos cuando inicien la Reconquista. Cuando se trasladan a Hispania ponen su capital en Toledo y siguen peleando contra los suevos en la Gallaecia y los bizantinos de la Sureste y parte de la Bética. Sólo unificarán el territorio en época de Suintila (624 JC). Es decir, la Hispania visigoda unificada no alcanzó los cien años de edad.
La conversión de Recaredo
A diferencia de los francos, que cambiaron el nombre de la Gallia en Francia y alteraron con su lingua theotisca o germánica la latina, hasta llevarla al francés, los visigodos habían realizado un largo recorrido por el imperio y eran hablantes de latín. Su uso de la lengua gótica, si existía, sería puramente residual, reflejado en topónimos o nombres de lugar y antropónimos o nombres de persona,  y quizás, litúrgico arriano. Porque otra diferencia importante es que los francos eran católicos y los visigodos arrianos, frente a los hispano-romanos, católicos, al menos hasta que en 587, con la conversión del rey Recaredo, se decretó el catolicismo como religión oficial. Estas cuestiones hoy día parecen secundarias para los occidentales; pero no lo eran en una época en la que la religión del rey era la religión del pueblo. Entenderlo así ayudará sin duda a comprender el cambio religioso que se produjo en el siglo VIII.
Mapa genético de Europa
La victoria de los francos tuvo también consecuencias al oeste de los Pirineos: empujaron desde Aquitania a Hispania a un pueblo hablante de euskera o vasco, que en su desplazamiento hacia el sur en el siglo VI invadió la tierra de los vascones y otros pueblos celtíberos, e impuso su lengua, el vasco. Puede dudarse de qué eran étnicamente, estos hablantes de vasco o euskaldunes; pero de lo que no se duda ya seriamente es de que el vascuence o euskera se instaló en la península en el siglo VI JC y no es, por tanto, una lengua prerromana. Estos movimientos de pueblos en el norte provocaron las consiguientes respuestas en Toledo, parece que el último rey visigodo, Rodrigo, se encontraba involucrado en esas acciones cuando se produjo la invasión musulmana.
El 711, después de algunas expediciones previas de saqueo, se produjo la entrada de los musulmanes en la Península Ibérica, la conquista y, progresivamente, la islamización de Al-Andalus. Muy poco después se inició el movimiento de oposición cristiana en el norte, con el ideal del reino de los godos, puesto que España < Hispania era un concepto sobre todo geográfico, que ha recibido el nombre tradicional de Reconquista. Los nombres denotan, gusten más o menos a los políticamente correctos o a los profesionales del rencor.
Los contactos entre las provincias romanas del norte de África: Mauretania Tingitana (Tánger, ár. Tingis y norte y centro de Marruecos), Mauretania Caesariensis (Argelia), Numidia (Argelia) y Africa (Túnez) habían sido constantes, especialmente desde finales del s. II a. JC, cuando todos esos territorios pasaron a depender del Imperio Romano y Cartago se fue constituyendo en el gran centro económico y cultural del occidente del Mediterráneo. La breve interrupción del reino vándalo de Cartago (429-534) no supuso una gran alteración lingüística, el latín siguió siendo la lengua de comunicación, enseñanza y cultura. Los bizantinos, que derrotaron a los vándalos en 534 y ocuparon parte del territorio occidental e Hispania, eran también hablantes de latín. Ceuta, de donde partió la invasión del 711, era una ciudad latina. Además del latín se hablaban otras lenguas, como el bereber; pero eso no es óbice para la consideración fundamental de que la lengua de contacto entre los musulmanes que invadieron Hispania el 711 y los hispanorromanos e hispanogodos que vivían en ella tuvo que ser el latín. Un latín ya tardío, con variantes afrorrománicas e iberorrománicas, por supuesto, pero fácilmente comprensible. Los bereberes llevaron este latín hasta la zona de la Bureba, al norte de Burgos, donde se encontraron con la frontera trazada por los invasores euskaldunes al norte y los hispanorromanos musulmanes de Zaragoza, los Banu Qasi, es decir Casii, descendientes del hispanorromano Casius. El único camino que les quedaba era el del oeste, el valle del Duero, y por allí se dirigieron hacia el Atlántico. En ese camino su afrorrománico se fue mezclando con el iberorrománico de sus vecinos del norte, su bereber y el árabe de las generaciones siguientes.
Piratas: fresco de Pompeya
Las expediciones de ayuda o de saqueo entre el norte y el sur del Estrecho de Gibraltar están bien atestiguadas desde épocas anteriores a la presencia romana y mucho más desde ese momento. Los restos epigráficos permiten tener la certeza de que se trataba de un trasiego constante. Es más, Tánger y el norte del Marruecos actual se unieron a la Bética en la administración del tardo Imperio, como una diócesis, es decir, una provincia. Cualquiera que haya cruzado esos escasos quince kms de mar en un día claro, de poniente o ábrego (el viento africano < africum) sabe que puede hacerse casi nadando.
Vat.Lat.12900 S. Pablo a los Gálatas, f. s. IX
Ni la instalación de los musulmanes, ni la unificación política de Al-Andalus, como se denominó, ni la arabización fueron tareas fáciles ni inmediatas. Los bereberes protagonizaron tantas revueltas que, el final, la conquista se completó con contingentes árabes, favorecidos por la instalación de los Omeyas, que habían sido derrotados por los Abasíes en Damasco. Hasta el siglo IX no se produjo una unificación de Al-Andalus suficientemente controlada y uniforme. Ese nuevo estado sólo puede comprenderse dentro de los parámetros del islam. La sociedad sostenida por el emirato y el califato omeya e inmediatamente después por los primeros reinos de Taifas, fue una sociedad musulmana y arabófona, como las de Marruecos, Egipto o Bagdad. En esta sociedad existía una minoría hispano-romana que mantuvo sus hablas latinas, su iberorrománico o romance andalusí, durante cierto tiempo, sobre todo hasta el siglo XI y quizás hasta el XII, como los afrorrománicos mantuvieron sus variantes de latín afrorrománico, en el norte de África. Parte de esa sociedad, en Hispania o África, siguió siendo cristiana, los llamados mozárabes, término confuso; pero eso no hace de esos territorios ni un islam cristianizado ni una España musulmana. Al-Andalus fue Dar-al-Islam, territorio cultural, social, política y económicamente musulmán, en la frontera con unos reinos cristianos cuya aspiración era someterlo y recobrar la tierra, como acabaron haciendo.
En qué medida la relación entre los reinos cristianos del norte, Al-Andalus y el resto de la cristiandad y el islam permitió ciertas fases de convivencia y hubiera podido dar lugar, como don Américo hubiera querido, a una España diferente, en la que no se impusiera finalmente una casta, la cristiana, es algo que queda para otro artículo de este cuaderno. Lo que concluye el de hoy es que Al-Andalus no se puede considerar una continuación, con un barniz árabe y musulmán, de la Hispania romana y gótica. El cambio fue mucho más profundo y, además, afectó también a los reinos y territorios cristianos del norte.