Friday, November 30, 2012

Romano Bilenchi y Jorge Guillén


Romano Bilenchi: La Fuente


De "Le Stagioni" en Una città.



Il raconto "Le Stagioni" di Romano Bilenchi apparve sul quotidiano fiorentino La Nazione del 3 novembre 1957, e fu poi ristampato nelle raccolte Una città e altri racconti (Galatina, 1958) e Siccità e altri racconti (Milano, 1977).


La piscina era al principio di una vallata e aveva accanto una fonte, alta a tre archi, dove, durante l'estate, le donne dei quartieri vicini lavavano i panni; ogni tanto, un cavallo rompeva le file serrate e rumorose delle donne, si accostava timoroso alla fonte e beveva adagio dopo avere a lungo fissato l'acqua che si rinnovava schiarendosi lentamente. I cavalli giungevano anche a copie, nitrivano con serpentini scatti di giogia e si mordevano sul collo. Le donne, allora, si riposavano; qualcuna accarezzava un cavallo che subito protendeva il muso verso di lei. Poi i cavalli se ne andavano per la strada alta di polvere soffice e bianca urtandosi e mordendosi ancora sul collo e sui fianchi. Le donne tornavano a lavare chi più indolente chi più spedita di prima. Rimanevo a guardare le donne e i cavalli e quando i cavalli erano scomparsi dietro la grande curva della strada entravo nella piscina.

Jorge Guillén, "Variaciones", en Homenaje,


De Aire nuestro, Milano, All'Insegna del Pesce d'Oro, 1968.



      A la fuente, gran fuente de tres arcos,
      Venían a lavar su ropa blanca
      Las mujeres de aquellos barrios próximos.
      Un caballo surgió, que ya rompía
  5   Las apretadas filas rumorosas,
      Temeroso acercándose a la fuente.
      Y bebió poco a poco de aquel agua
      Que había contemplado con sosiego.
      El agua, renovada, se aclaraba
 10   Lentamente. Después, otros caballos
      Vinieron en parejas, y relinchos
      Con serpentinos trémolos de gozo
      Sonaban, y en los cuellos se mordían.
      A ratos descansaban las mujeres.
 15   Alguna acariciaba algún caballo
      Que hacia ella tendía ya el hocico.
      Y, por fin, los caballos se marcharon
      -Bajo la polvareda blanda y blanca
      Del camino, más alto con el polvo-
 20   Siempre en solaz, rozándose y mordiéndose
      Todavía los cuellos, los ijares.
      Las lavanderas a lavar tornaron,
      Quien indolente, quien más expedita.
      Yo miraba caballos y mujeres.

 En la fuente de aquel valle,
 Alta fuente de tres arcos,
 Lavaban su ropa blanca,
 Bajo el sol de aquel verano
 Ruidoso de las afueras,
 Mujeres de aquellos barrios.
 Irrumpiendo entre las filas
 Femeninas un caballo
 Temeroso hasta la fuente
 Se llegaba y muy despacio
 Bebía, no sin haber
 Algún tiempo contemplado
 La transparencia mayor
 O menor del agua. Varios
 Caballos venían juntos,
 Relinchaban retozando,
 En el cuello se mordían
 Mientras hacia alguna mano
 Se tendía algún hocico,
 Pronto a ser acariciado.
 Y juntos, al fin se fueron
 Por el camino, más alto
 De polvo blanco, mordiéndose
 Con amor cuellos y flancos.

Caballo sediento
Se acerca a una fuente,
Frescura consiente
La tarde sin viento.

Agua contemplada
Se bebe con gozo.
Como una algarada
Resuena el retozo.

Fuente, mujerío,
Agua, ropa, voces
Que no cesan, goces
Solares de estío.

El agua no sacia.
Un cuello se inclina
-Más caballos- hacia
Caricia vecina.

Con la polvareda
Blanca del camino
Se va el grupo equino.
La hermosura queda.

Friday, November 2, 2012

Tarzán cumple cien años



estoy columpiándome sobre una rama, a veinte metros de altura. En el claro, a mis pies, la tribu de antropoides se afana en su principal ocupación: alimentarse. Admiro su brillante pelaje y los músculos poderosos bajo él. Miro con cierta repugnancia mi cuerpo blanco y lampiño, que no se puede comparar a esa fastuosa cubierta animal. El sol está casi en su cenit y la luz, tamizada por las hojas, brilla en tornasoles húmedos. No siento calor, ni humedad, ni miedo, tengo ocho años y soy el gran cazador blanco, el señor de África. Uno de mis peludos compañeros se acerca demasiado bamboleándose y lo alejo con un gruñido. Tarzán quiere estar solo, mientras el mediodía de la selva pasa lentamente por su vida.


The All-Story Magazine October 1912: Tarzan of the Apes, A Romance Of The JungleEl imaginario de África debe casi todo a dos libros dominantes: Las minas del rey Salomón y Tarzán de los monos. Hace cien años, en octubre de 1912, The All-Story, una revista barata, publicó en folletín la primera edición de Tarzan of the Apes. El subtítulo: A Romance of the Jungle, 'una novela de la selva.' Esas revistas, en papel de muy escasa calidad, tuvieron una participación esencial en el desarrollo de la lectura en los Estados Unidos.
Edgar Rice Burroughs (1875-1950) inició con este libro una larga serie de novelas de tema africano, que compaginó con las de tema marciano o venusino, con el personaje de John Carter, otro de los mitos de la juventud de entreguerras (y posterior). Burroughs, por cierto, nunca viajó a África (ni a Marte o Venus, por supuesto); pero su percepción y transmisión de ese continente es inseparable de nuestra vida.
La edición encuadernada, en tela, no se publicaría hasta el 6 de junio de 1914, por "A.C. McClurg" con copyright de "W.F. Hall Printing Co. Chicago".

Muy poco después, en 1918, se realizó la primera versión cinematográfica, muda, dirigida por Scott Sidney. Gordon Griffith fue el primer actor que hizo de Tarzán, un Tarzán muy joven, casi un niño. Griffith tenía diez años. Elmo Lincoln fue, por su parte, el primer actor que representó a Tarzán adulto, al avanzar la historia. En esta primera película el personaje central, representado por Griffith, aparece inicialmente tan desnudo como los monos que le prestan su apellido, hasta que descubre a unos negros que, para bañarse, se quitan el taparrabos, que pasa a ser, desde entonces, uno de los elementos esenciales de la caracterización del personaje.


Aunque la película se aparta bastante del libro en que se basa, no hay que olvidar que Burroughs intervino en el guión, por lo que hay que suponer que los cambios (tan esenciales como que Tarzán no aprenda a leer solo, sino ayudado por un esclavo huido) suponen una reinterpretación del personaje por su autor. En todo caso fue la primera de una exitosa serie que consagró a actores como Johnny Weissmuller, campeón olímpico de natación con el equipo norteamericano, aunque en realidad había nacido en Timisoara, hoy Rumanía y entonces parte del imperio austro-húngaro. Su condición de nadador explica la gran cantidad de minutos en el agua y las luchas con cocodrilos que necesariamente acompañan sus películas. Las versiones cinematográficas de Tarzán abarcan todos los géneros e interpretaciones posibles, tal fue el atractivo de ese mundo que él representa.
"Misteriosa" es el adjetivo que suele acompañar esta imagen de África. El nuevo El Dorado anterior a la primera guerra mundial ofrece, como el primero, vegetación lujuriosa, paisajes vírgenes, animales exóticos, pueblos salvajes de costumbres depravadas, caníbales, y una distinción que ha marcado la visión occidental de sus gentes, la que se establece entre el negro bueno, que quiere ser civilizado, y el negro malo, que mata y devora a otros hombres y que está por detrás de las fieras, que sólo matan -se supone- para comer.
No importa que las fieras maten también para divertirse y que nadie haya matado más que el hombre "civilizado". Para evitar esa reflexión, nada mejor que concentrar la maldad en otro tipo de civilización, la representada por exigencia de la propaganda de la guerra que se desarrollaba a medida que avanzaba la serie de Tarzán: los alemanes, enemigos del imperio británico también en África.
Los buenos tampoco son todos los anglosajones, entre ellos también hay malvados y los malos no son todos los demás. Hay una mayor complejidad que ha permitido que el personaje fuera admirado y asimilado por muchas culturas. Ya se ha dicho que hay negros buenos. Más interesante, quizás, es que, además de los árabes comerciantes de esclavos, que son los tipos más depravados de la serie, junto con algunos alemanes, haya también árabes buenos, honorables y, en consecuencia, honrados en los libros.
Al releer Tarzán, hoy, se es cada vez más consciente de cómo quedaron grabados en nuestra mente algunos estereotipos: "a nadie desprecia tanto el árabe como al hombre demasiado locuaz", por ejemplo. Es a veces un poco inquietante reconocer nuestros prejuicios en la relectura, que en muchos casos trae a la memoria fragmentos que permanecían allí,  absorbidos literalmente. Ahora, de pronto, nos damos cuenta de por qué esperábamos que África fuera de cierto modo o que creyéramos que, en ese continente y esa realidad, sólo nos íbamos a encontrar con los negros y los árabes amigos y que el resto serían enemigos despreciables. El paso de la adolescencia a la madurez, además de un conocimiento mejor y más directo del mundo, ha implicado el trabajo de reconstruir la imagen de África. En el fondo, sin embargo, siempre queda algo que esperamos, que anhelamos, y que procede de las páginas de los libros. Nacimiento y muerte, sol y sangre, amor y odio, elementos de la vida y la literatura, se mezclan en ellas.
Pero yo todavía no sé nada de eso, tengo ocho años, no siento calor, ni humedad, ni miedo y