Monday, August 1, 2022

Desarrollo y cambio de las lenguas

Es un hecho comprobado que, a lo largo del tiempo, las lenguas cambian. Este proceso, conocido técnicamente como diacronía lingüística, corresponde a lo esperable en un universo donde todo cambia. La vieja discusión entre la primacía del ser (Parménides) o la evidencia del cambio (Heráclito), aquello de que no podemos bañarnos dos veces en el mismo río, porque ya no es el mismo, se puede aplicar a las lenguas. Incluso cuando conservan, miles de años después, el mismo nombre, una breve consideración de las diferencias estructurales nos indica, sin lugar a dudas, que ya no se trata, fuera del nombre, de la misma lengua. Cuando ya han dejado de usarse normalmente (socialmente) en el intercambio diario de los hablantes, la metáfora biologicista se encargaba de darles el nombre de lenguas muertas. Esa metáfora ya se discutió en un cuaderno anterior y un repaso a la realidad de esa supuesta "muerte" deja claro que cualquier parecido con la muerte biológica es exagerado e inexacto. Tómese, por ejemplo, el caso del anglosajón, para no hablar siempre del latín (un muerto que goza de buena salud). Se supone que la derrota de los anglosajones en la batalla de Hastings y el inicio de la conquista normanda en 1066 sentenciaron al anglosajón, que sería sustituido por el inglés, el resultado de esos más de mil años en los que los ingleses intentaron hablar francés. Bromas aparte, está claro que el inglés actual es muy diferente del anglosajón y que generalmente se considera que esta lengua (también llamada Middle English en su última etapa) dejó de ser usada a finales del siglo XV.  Naturalmente, no faltan autores que niegan la muerte de esa lengua, que seguiría "viviendo", transformada en el inglés actual; pero lo cierto es que a partir de finales del siglo XV ya no fue posible conversar en ese idioma, que dejó de ser comprensible. 

¿Qué sentido tiene entonces que un hombre teóricamente de otro ámbito y tiempo lingüístico y cultural eligiera el anglosajón para su epitafio? Se trata de Jorge Luis Borges (1899-1986), el gran autor argentino, en cuya tumba, en el cementerio ginebrino de Plain Palais, se levanta una piedra con su epitafio. En una de las caras de la piedra aparece una cita del poema anglosajón del siglo X, La batalla de Maldon: "…and ne forhtedon na” ('y que no temieran').  Es un testimonio de que la lengua sigue activa en el pensamiento del autor, que la elige para comunicarse más allá. Borges se une a los guerreros representados en esa cara de la piedra y comparte con ellos la marcha sin temor hacia las postrimerías, precisamente mediante el uso de su idioma.  Puede decirse, en cierto sentido, que dialoga entre ellos y nosotros.

Las lenguas pueden aparecer y desaparecer a lo largo de su historia, es decir, los hablantes pueden elegir utilizarlas o no. En esa reutilización pueden introducir nuevos elementos, términos que corresponden a objetos que no existían en períodos anteriores de la historia. La persona que utilice un cajero automático de la Plaza del Vaticano puede elegir hacer las operaciones bancarias en varias lenguas, el latín entre ellas.  La historia de las lenguas no se abrevia, como la vida de las personas, entre dos fechas. No hay límite para la diacronía.

De gran interés en los estudios diacrónicos es lo que sucede cuando se produce un contacto entre hablantes que usan lenguas distintas y una de esas lenguas acaba imponiéndose como la lengua del conjunto. Es algo que ocurre con mucha frecuencia. A veces un número muy pequeño de lenguas se impone sobre un territorio enorme, donde antes de esas lenguas dominadoras se hablaban muchas, de las cuales pueden quedar vestigios mayores o menores. Es el caso de América, donde español, inglés, portugués y francés se reparten la práctica totalidad del territorio y sólo la última de ellas pudiera tener menos hablantes que la primera de las lenguas indoamericanas o pre-europeas. En la historia de España en una época el árabe pasó a ser la lengua dominante en la mayor parte de la Península Ibérica. Estos procesos no se realizan en una o en dos generaciones, hacen falta al menos tres para producir un cambio tan completo. Cuando se inició la independencia de las naciones iberoamericanas, sólo la tercera parte de sus habitantes utilizaba habitualmente la lengua europea correspondiente. La independencia y la aplicación del ideal revolucionario de la igualdad educativa impuso el español, por limitarnos a la más hablada en el continente. Siglos antes, en el caso de Alandalús, no se puede pensar que en 711 la vida cambiara por completo. Ciento cincuenta años después todavía no está nada claro que se hubiera producido la arabización con carácter general y es bastante probable que hasta el siglo XII todavía se usaran restos de la evolución del latín, el romance andalusí, en zonas dominadas por los musulmanes desde hacía, teóricamente, cuatro siglos o más. Cuando en 1492 terminó el dominio político musulmán en la Península Ibérica, muchos miles de personas siguieron hablando árabe hasta que fueron expulsadas a principios del siglo XVII, con mayor o menor grado de bilingüismo. Cervantes proporciona un ejemplo bien conocido, sin ir más lejos.

Los estudiosos del cambio aceptaron pronto el concepto de diglosia, por el cual una variedad de una lengua se imponía como variante culta y otra u otras se restringían a usos menores. Ésa era la teoría originaria, bien aplicada al árabe, como la desarrolló Ferguson. La extensión de esa teoría al ámbito del contacto entre dos lenguas distintas, una de las cuales sería la A o preferida y otra la B o minorizada, planteada por Fishman, resulta más insegura. Parece más interesante seguir planteamientos aplicados  por Federico Corriente al contacto del latín y sus descendientes y el árabe en la Península Ibérica. Lo define como un continuo lingüístico en cuyos extremos estuvieran las variantes cultas usadas por los hablantes de las lenguas en contacto. Así, el grado máximo de dominio lingüístico correspondería a un hablante que fuera capaz de hablar y escribir en árabe y en latín. Esos modelos extremos de conocimiento de latín y de árabe, necesariamente, tuvieron que ser minoritarios. Sería mucho más normal que muchos hablantes pudieran usar formas más dialectales del árabe y del latín, que en este caso serían ya formas pre-románicas, antecesoras de las futuras lenguas románicas, como castellano, gallego-portugués y catalán. Poco a poco el más débil, es decir, el menos usado de los extremos fue desapareciendo y se fortaleció el uso del otro. Los ejemplos son constantes y no hay que reducirse al continuo árabo-latino para ello. Algo similar sucede entre el español y el inglés en los Estados Unidos, donde el recurso a presentaciones diglósicas explica mucho menos que la consideración de un continuo entre un inglés y un español normativos, correctos o cultos, como queramos llamarlos, en cada extremo. Las mezclas intermedias pueden recibir muchos nombres; pero la intención primera es siempre la de hablar al menos una de las dos lenguas cultas que conforman un extremo. Cuando uno de ellos pierde importancia, porque decae su uso social, el otro se refuerza hasta terminar absorbiendo el conjunto y la lengua del extremo debilitado deja de usarse. Un uso adecuado de lo que la diacronía nos enseña contribuye a comprender qué está ocurriendo en la sincronía.