Monday, October 12, 2015

Expresiones lingüísticas de los mitos étnicos

Mi maestro Alonso Zamora Vicente decía que: "En España tenemos el mismo número de tontos que en los demás países; pero la diferencia es que nosotros los enseñamos". Ese mostrar a los tontos, efectivamente, parece un rasgo hispánico común, del que otras culturas, más hipócritas -o más prudentes- se abstienen. La concentración de estulticia suele alcanzar cotas máximas en torno al doce de octubre, porque la ignorancia es muy atrevida y porque nada hay más apropiado que un tonto para ensalzar a otro.
En el mundo hispánico, que presume de no ser racista (dime de qué presumes...) se practican diversos tipos de racismo, incluido, naturalmente, el lingüístico. Se fundamenta en "el hecho diferencial". No es exclusivo de los españoles, lo practicaban los romanos con los acentos de los provincianos, de Italia, Hispania o África, lo practicaron los árabes de Alandalús y el Magreb contra los bereberes y lo practica, en mi país adoptivo, los Estados Unidos de América, casi todo el mundo. El hecho diferencial, por lo tanto, no es diferencial, sino bastante común. Ya se sabe, nihil nouum sub sole, que se puede traducir como 'la tontería es universal' rindiendo homenaje, con variación, a un célebre verso de la versión paródica de El Danubio Azul: El Duero es Marrón.
La expresión lingüística del hecho diferencial puede ser incluso metalingüística. Hace años pude señalar en una nota en el diario español ABC cómo el señor Mas no sólo hablaba con acento, sino que incluso oía con acento, lo cual es realmente notable y contradice lo que sabíamos de la Fonética.
El proceso lingüístico se apoya en una selección léxica que quisiera ser cuidadosa; pero que, al ser generalmente obra de tontos, no suele pasar de estúpida. En la vieja piel de toro (quizás sólo los de cierta edad seguimos llamándola así), la expresión lingüística del hecho diferencial se basa en la mitificación, por ignorancia, de una etapa histórica.
Antolín Faraldo tiene su busto,
para que las palomas hagan su gusto. (Copla popular)
Como ya ha habido ocasión de referirse a mitos como el del vascuence como lengua prerromana o al de los apellidos vascos, entre otros, parece oportuno ir ahora a otras regiones españolas, empezando por el noroeste, Galicia. El hecho diferencial gallego se expresa adscribiéndose a la etnia celta y también a la etnia sueva. El caso es ser distinto de los demás habitantes de la sufrida Península Ibérica, cueste lo que cueste. Es dudoso que los celtas fueran los primeros pobladores de ese Finisterre, porque la Península recibió ya inmigrantes antes de los indoeuropeos (los celtas son indoeuropeos, lingüísticamente cercanos a los itálicos, de manera que hay semejanzas entre el celta antiguo y el latín). Además, se quiera o no, los análisis de ADN, tan mitificados ellos mismos, no son nada diferenciales. Los celtas, además, los pobres, siempre pierden, contra César, contra los anglosajones, contra los ingleses, o contra el Atleti. Por eso hay que buscar una identificación etnolingüística más fuerte. Nada mejor que un pueblo bien bárbaro, un invasor germánico, ario además, y aparecen los suevos. Cuando se produjo la exaltación de los suevos se ignoraba que la fecha de entrada de estos en la Gallaecia (411) era muy anterior a la de los vascófonos en Navarra y País Vasco. Si se hubiera sabido, la reivindicación hubiera alcanzado cotas incendarias. Con todo, basta un botón. En su libro sobre El reino suevo (411-585), Pablo de la Cruz Díaz Martínez recoge una proclama del 15 de abril de 1846, redactada por el periodista Antolín Faraldo Asorey, en la que, entre otras perlas, se encuentran las siguientes:
El rey suevo Teodomiro. Nótese la continuidad del gesto
del dedo en el de cierto general gallego del siglo XX.
"Despertando el poderoso sentimiento de provincialismo, y encaminando a un solo fin todos los talentos y todos los esfuerzos, llegará a conquistar Galicia la influencia de que es merecedora, colocándose en el alto lugar a que está llamado el antiguo reino de los suevos".
Quizás convenga recordar que, originariamente, los suevos ocuparon la zona interior de la Lusitania romana, mientras que una de las dos ramas de los vándalos, los asdingos, fueron los que recibieron las tierras de la costa gallega; pero la exactitud histórica no es la principal preocupación del nacionalismo. Lo que cuenta, como se ha visto, es "el poderoso sentimiento de provincialismo". Pero sigamos con los suevos, cuya capital, por cierto, estaba en Braga, hoy en Portugal: "los estudios sobre la índole y las costumbres de la actual sociedad gallega revelan aún ese tipo providencial, distintivo de nuestros compatriotas e impreso por los habitantes e instituciones suevas, que aún no han borrado los siglos".
El provincialismo providencial no es exclusivo de ninguna parte o provincia. Es compartido por cuantos buscan una justificación a su pretendida superioridad sobre el resto. Muchos ejemplos siguen a las muestras aducidas; mas parece preferible pasar a otra región.
Andalucía, pasando por todas sus riquezas y vicisitudes históricas, discute su gentilicio y nombre de variante lingüística, andaluz, porque eso parece de los hermanos Álvarez Quintero, fácil populismo al servicio del malvado centralista. A su presunto idioma los diferenciales lo llaman arjamí, una palabra árabe que no saben lo que significa, porque, deshaciendo la adaptación fonética peculiar, remontaría a la palabra árabe que se aplica a la lengua extranjera o lo extranjero en general. (Es el étimo de la palabra aljamiado, que significa precisamente eso). La correcta traducción del cartel educativo "er arjamí a la ehcuela" sería, por tanto, 'la lengua extranjera a la escuela'; pero se trataría  de una variante local unificada, un arjamí batua, no se dice cuál, porque no hay una sola variante del andaluz, sino varias, en dos grandes grupos, si se quiere, oriental o granadino y occidental o del Guadalquivir, también llamado hispalense, gracias quizás a que muchos no saben que esa es la designación latina de la ciudad de Sevilla, cuyo nombre moderno es el resultado de un estupendo proceso de adaptación al árabe y luego al castellano: Hispalis > isbalia > isbilia > sbilia >  Sevilla. De todos modos, la visión irónica sobre este arjamí, no es nueva, ya Cervantes habla de Cidi Hamete Benengeli y su obra literaria.
Con sentido común, el entusiasmo suevo de ciertos galleguistas no ha ido acompañado del vandálico por los andaluces diferenciales. Lo de Vandalucía no ha tenido mucho éxito. Lo que se ha preferido ha sido Alandalús. No importa que la palabra tenga una relación con Atlántico o que, si se sigue la propuesta etimológica de Federico Corriente, proceda de una palabra del copto (de Egipto) para designar el occidente. Los andaluces no pueden ser los andalusíes, porque la Reconquista llevó a que se instalaran en ella gentes procedentes de otras regiones, leoneses en el valle bajo del Guadalquivir, la Andalucía real, y aragoneses en el Reino de Granada, como bien estudiaron Manuel Alvar, Diego Catalán o Gregorio Salvador, entre otros. Pero a los diferenciales esas minucias no les importan. La selección lingüística pasa de la ignorancia a lo patético. Se propone una lengua, que no se llama ni siquera andaluz, sino que se le inventa un nombre que significa lo contrario de lo que se pretende, arjamí. Como se ignora, no importa.
Granada, ciudad donde, por cierto, murió Antolín Faraldo, el gallego-suevo, tampoco podía conformarse con un nombre étnico racional y explicable y, en plena fiebre andalusí, elige el nazarí. Parece que los provincialistas providencialistas tienen tendencia a elegir nombres de pueblos derrotados, tal vez los psicólogos puedan explicarlo. Lo peor es que el error histórico demográfico (no quedó un nazarí en Granada tras la marcha de Boabdil y los suyos en enero de 1492), gracias al futbol, se ha generalizado. Los locutores "latinos" de los programas deportivos de los Estados Unidos se han sumado a la herida de los oídos sin sentido histórico aceptando las referencias al equipo granadino como "el equipo nazarí". Afectado por la maldición de la Etnolingüística, el Granada también pierde más que gana, lo que personalmente lamento. Claro que el vecino equipo de Córdoba, al que le va peor, es nada menos que el "equipo califal". La solución, me temo, no será lingüística. Habrá que señalar (¿como hipotética causa providencial?) que no es precisamente muy árabe preparar los pinchos morunos con carne de cerdo, como recordó hace años Serafín Fanjul.
El equipo azteca. Ya no se sacrifica al capitán del
equipo ganador, como en el antiguo juego de pelota.
América se integra en esta selección, aunque quizás haya que buscar en este continente una asociación con la fuerza. Es el caso de azteca, para referirse a los mexicanos, la mayor parte de los cuales no descienden de los aztecas que, en todo caso, fueron los que tiranizaron a sus antepasados, además de haber formado parte de la Historia de México desde época muy reciente y posterior a las grandes civilizaciones. Por esos misterios de la mitificación lingüística, todo mexicano acepta que (sigamos con el fútbol), la selección de México sea "el equipo azteca" y no el maya, otomí y, no se diga, tlaxcalteca. Como en toda América se mantienen estas asociaciones, posiblemente valga la pena volver a los mitos americanos en otro momento. Mezclan indigenismo, criollismo, que ha impuesto su interpretación de la historia, y revolución, "que todo cambie para que todo siga igual", con sus correspondientes expresiones lingüísticas.

Este texto forma parte de la serie dedicada a la Lingüística y sus mitos, que consta ya de:
Mitología de las lenguas en general, el mito biologicista,
Un mito etnolingüístico: la palabra moro,
El latín africano y el mito del beréber irredento,
El mito del vascuence o euskera como lengua prerromana en Hispania,
Un juego, números y el mito vasco de pureza lingüística.
Los apellidos vascos, realidad y mito.

a los que se podrían añadir:

¿Desciende la curva de los estudios de español en los EUA? (sobre algunos mitos del español de los Estados Unidos),
Lingüística y Pragmática,
Etimologías populares,
e incluso

Identidades árabes y musulmanas en la obra de Miguel de Cervantes.