Wednesday, June 20, 2012

El discurso del método

La mesa redonda celebrada el pasado 18 de junio en la UNED, Madrid, dentro del seminario anual del Máster en Lingüística Española, versó sobre el método.
Es una obviedad; pero no puedo por menos de recordar mi primera lectura de je pense, donc je suis. Naturalmente, no entendí nada más que las palabras francesas, las palabras, repito. Luego vi la traducción latina que todos repetimos casi como una letanía: cogito, ergo sum, uno de los cojitos más célebres de nuestra vida.
Más de medio siglo después quizás empiezo a darme cuenta de lo que quería decir Descartes. No se trata ahora de hacer una exégesis de su pensamiento, sino de reflejar, de alguna manera, cuál es la relación entre pensamiento y esencia en uno mismo, es decir, qué piensa cada uno que es o, desde el otro lado, cómo el pensamiento nos ha hecho ser a cada uno.
La necesidad de presentar en público el método propio en la materia científica correspondiente implica adquirir también una conciencia de las propias limitaciones; pero también, recordando al viejo Dumbledore, una reflexión sobre las propias elecciones, que son las que nos definen.
Ser historiador, especialmente si es de una materia como la lengua, que impone historiar muchas cosas, obliga a enfocar el pensamiento de un modo específico, en el que la profundidad temporal es relevante. Uno se da cuenta de que Atila puede ser un personaje más presente en su vida que cualquiera de los famosillos de turno, a los que, sin ir más lejos, desconoce. También se elige, es inevitable, un período preferente por encima de otro. Se puede tardar mucho en incorporar a la propia reflexión que lo contemporáneo también es historia y que precisamente por su inmediatez puede ser una historia más difícil de hacer y, en consecuencia, mucho más atractiva. Pasar del medievalismo a la realidad contemporánea del español en los Estados Unidos de América, por ejemplo, puede ser una muestra de ese desarrollo del ser y el pensamiento.
Interesarse por la dimensión cultural de la historia, desde la Lingüística, es parte del bagaje cultural del filólogo; pero lleva a abrir puertas a terrenos que, de otra manera, serían poco explicables. Así, es mucho más fácil entender que la preocupación por lenguaje y cultura en distintas sociedades lleve a la Etnolingüística y que el paso desde allí a la Arqueología ya es bastante más natural, porque se ha creado un entorno, también humano, propicio.
De esta manera, la reflexión metodológica va desgranando las facetas que han ido construyendo la propia vida y la expresión de ésta. Preocuparse por hacerlo en varias lenguas es inseparable de ese interés por cultura y sociedad que transciende la formación filológica. Quien se ha educado recorriendo el Mediterráneo con Ulises o Eneas, para seguir luego con Breda o Lepanto, sin olvidarse de la Noche Triste o el paso de los Andes, está definitivamente marcado para una aproximación interminable a los otros pueblos, a las otras gentes. Las lenguas son parte inseparable de todo ello.
Para dar una cierta coherencia a todos estos procesos son necesarios los modelos, los patrones, es decir, un cierto formalismo se va constituyendo en parte del ser, es un formalismo esencial, en el que comprender es categorizar. No es sólo eso, claro; pero el mundo como geometría es en sí, o sea esencialmente, bello. La pureza de las líneas permite elevar lo que se encuentra en el interior de esas formas, que en la pura visión empirista desaparecen en una visión amorfa.  De nuevo el lenguaje se nos presenta, ahora mucho más lejano, casi incomprensible, llevándonos cada vez más y cada vez más cerca hacia la última pregunta del ser como existencia: un no sé qué que quedan balbuciendo.