Tuesday, December 1, 2020

El español en su historia

El mes de diciembre, especialmente de un año tan duro como el presente, suele invitar a la reflexión. Desde hace más de cincuenta años me ocupo de la historia de las lenguas, en especial de la española castellana. Lo he ido haciendo aprovechando las distintas perspectivas de mis maestros directos, que citaré "por orden de intervención": Emilio Orozco y Antonio Domínguez Ortiz, en el Instituto Padre Suárez de Granada y, ya en la Universidad y después, Elías Terés, Pedro Martínez Montávez, Rafael Lapesa, Dámaso Alonso, Alonso Zamora, Américo Castro, Jacob Malkiel. Fui alumno también de John Lyons en Pisa, de Román Jakobson en Montreal y de Joseph Greenberg en Stanford y mi obra no sería la misma sin el sentimiento de amistad y admiración hacia Federico Corriente, con quien tuve la fortuna de convivir en el Colegio Mayor Pedro Cerbuna de la Universidad de Zaragoza y cuya obra seguí desde entonces puntualmente,  o hacia Emilio Alarcos, que me distinguió con particular afecto, Fernando González Ollé, mano siempre tendida en ayuda, y Charles B. Faulhaber, con quien inicié una colaboración en ADMYTE, el Archivo digital de manuscritos y textos españoles, y una amistad que se mantiene sin fisuras.

He perdido este año a amigos y colegas con quienes tengo deuda de lecturas, conversaciones, hospitalidad y estímulo: Manuel Alvar Ezquerra, Federico Corriente, Richard Kinkade, entre otros que acrecientan ese sentimiento de orfandad con el que vamos despidiendo este 2020 de triste recuerdo.

En este estado de ánimo me llega la sugerencia o reclamo de mi amigo fraterno y maestro de los estudios literarios, Jorge Urrutia, para poner en orden los artículos de este cuaderno de bitácora que puedan ir explicando en qué y cómo ha cambiado mi visión de la historia del español, especialmente de los orígenes de la lengua castellana y, en cierto sentido, de las lenguas iberorrománicas. Para ello voy a copiar, simplemente, sus títulos y enlaces, con una somera clasificación. Espero con ello rendir un servicio a Jorge y a las personas que puedan estar interesadas en comprender algo mejor lo que intento, antes de que consiga plasmarlo en un libro. 

Mi cambio de perspectiva se inició hacia 2012, cuando, en lecturas y conversaciones con otro llorado amigo, Juan Zozaya Stabel-Hansen, percibí con nitidez que para entender lo ocurrido inmediatamente después de 711 había que tener clara la pervivencia del latín y la formación de variantes afrorrománicas en el norte de África, el Africa prouincia de Roma. Eso se sumó a la conclusión arqueológica de que los hablantes de vasco se establecieron en el territorio de los vascones celtíberos, de los que tomaron el nombre, a partir de finales del siglo V d. J.C.. Es decir, el vascuence o euskera no fue una lengua prerromana. La estructura lingüística prerromana de Hispania fue fundamentalmente para-celta, celta e ibera. Es mucho, por tanto, lo que cambia el panorama de investigación.


Una especie de prólogo:

Hombres de un solo libro

Unas páginas de situación general:

A vueltas con la Historia

El mito del vascuence o euskera como lengua prerromana en Hispania

Genética, Lingüística, vascón y vasco

Hispania y Africa romana: lenguas y relaciones en los pre-orígenes del español

Al-Andalus y España. Acercamiento

El español en su historia:

Historia verdadera de los orígenes del español: Desenfoque y mitos.

El español en el entorno de las lenguas hispánicas europeas

El proceso de formación del español

Del castellano al español: Cambios y contactos

La periodización de la historia de la lengua española


Tengo que agradecer las 52756 conexiones realizadas hasta ahora a estas páginas. Ya sé que, incluso si se sumaren las realizadas a los enlaces, comparadas con la de cualquier influencer, son muy pocas y viene bien mantenerse en ese espíritu de humildad, porque uno, en serio, no quiere ser influencer. Trata, simplente, de animar a los compañeros y decir a los jóvenes que queda mucho por hacer.

Muchas gracias, Jorge. Si esta contribución de hoy es útil, va por ti.



Wednesday, November 11, 2020

La periodización de la historia de la lengua española

 

El concepto de periodización parece inherente a los estudios historiográficos, en los cuales se dividen las parcelas cronológicas en distintos sectores, con criterios bien procedentes de acontecimientos o hechos externos, bien rastreables en el objeto mismo. Cuando se analiza la contribución de los investigadores españoles, un rasgo destaca sobre el conjunto: la similitud de las divisiones, sean cuales fueren los criterios, y el entrecruce de argumentos. Es decir, las épocas en que se divide la historia de la lengua española son más o menos las mismas y los autores manejan habitualmente criterios mixtos, por lo cual resulta complejo buscar líneas puras metodológicas. La razón se encuentra en la tradición humanística española, que mantuvo unidas durante mucho tiempo la lengua y la literatura en la enseñanza y que ha producido, en el campo de la historia de la lengua, excelentes investigadores de la historia de la literatura como, por ejemplo, Ramón Menéndez Pidal, Américo Castro, Dámaso Alonso, Rafael Lapesa, Alonso Zamora Vicente, Diego Catalán, Emilio Alarcos o Manuel Alvar.

Cuando se habla de una distribución cronológica basada en acontecimientos externos al objeto de estudio, como la invasión de la Península Ibérica por los árabes y musulmanes, el 711 d.J.C., para fijar un período lingüístico inicial o protorrománico, se usa un criterio externo de periodización. Cuando, por el contrario, se fija la mirada en un proceso del propio objeto, la lengua en este caso, como la desfonologización de la oposición sorda/sonora en el sistema de sibilantes y palatales del castellano del s. XV, transición entre la lengua medieval y la moderna, se utiliza un criterio interno de periodización, un criterio lingüístico, ahora, puesto que se hace historia de la lengua.


La noción de periodización no es, por esta doble vertiente, inofensiva o inocua, sino que deja traslucir una ideología. Si se construye la historia de la lengua con criterios externos, de tipo socio-histórico, se hablará de sociedad feudal, revolución burguesa, sociedad capitalista. Si, en cambio, se elabora con criterios de planificación lingüística se hablará de etapas de reforma y modernización de la lengua, o de reformas oficiales y espontáneas, entre otras posibilidades. Ambos criterios no están necesariamente reñidos: la reforma actual del español contemporáneo puede mostrar una cara distinta en países como Cuba o Nicaragua, o en Colombia y la República Argentina, o en los mismos Estados Unidos, que propugnan modelos distintos de sociedad.

Al hablar de la lengua española castellana, los criterios externos, no lingüísticos, pueden dividirse en tres grupos: históricos, histórico-literarios e histórico-sociales.

El criterio histórico busca la coincidencia de las etapas de la lengua con las grandes etapas establecidas en la periodización de la historia de España: (1) castellano medieval, hasta 1492, fecha de la conquista de Granada y el descubrimiento de América, (2) español de los siglos de oro, desde 1492 hasta 1700, inicio de la guerra de sucesión y fin de la casa de Habsburgo (los Austrias), (3) español moderno, desde 1700 hasta 1898, pérdida de los últimos territorios de ultramar, Cuba y Puerto Rico en América, Filipinas y Marianas en Asia, y (4) español contemporáneo, desde 1898 hasta hoy.

El criterio histórico literario establece las transiciones entre unas y otras épocas según las grandes etapas de la creación artística y los movimientos literarios. De acuerdo con él tendríamos una época medieval, (hasta  Celestina, 1499), renacentista (siglo XVI), barroca (siglo XVII), neoclásica (siglo XVIII), romántica (siglo XIX), realista-naturalista (desde finales del siglo XIX hasta 1970) y post-modernidad (desde  La condición posmoderna, 1970, hasta hoy).

El criterio histórico-social depende de los acontecimientos históricos culturales y no de los guerreros o dinásticos como el histórico recogido anteriormente. El español medieval llegaría hasta el descubrimiento de América (1492); luego vendría el español clásico, es decir, el momento en el que se plasma un ideal de lengua histórico artístico, en los siglos XVI y XVII. Desde el triunfo de la dinastía borbónica (1713), con el influjo francés y la fundación de las Reales Academias, se habla del español neoclásico o de la Ilustración, tras el cual se entra en el español moderno, hasta 1955, del que puede desgajarse, como última etapa, el español contemporáneo, hasta hoy. La popularización de la radio de transistores, precisamente en los años 50, puede marcar el eje temporal cultural de la diferenciación.

Nótese, una vez más, la posibilidad de introducir otras variantes; se podría hablar del español de la sociedad feudal, desde entonces hasta la revolución burguesa, y desde ésta hasta la sociedad neocapitalista, con un excurso para estudiar las posibles diferencias lingüísticas entre los países hispánicos con diferentes regímenes políticos y formas de gobierno. Los análisis sociológicos que permitirían este tratamiento no están igualmente desarrollados para todas las áreas: son suficientes para España, pero no para todo el complejo mundo hispanoamericano.

En lo que se refiere a los criterios internos de la periodización, podrían considerarse los Orígenes del Español. de Ramón Menéndez Pidal como el primer intento científico de dividir la historia de la lengua en períodos según un criterio interno. Se pueden seguir varios tipos de criterios internos, empezando por el de Menéndez Pidal, el documental, al que pueden añadirse el fonemático y el de planificación lingüística.

El criterio documental. se basa en los datos que ofrecen los textos o documentos escritos, al analizarlos lingüísticamente. Se trata, por tanto, de un criterio gráfico. Gracias a él se puede hablar de una etapa de documentación en latín, con más o menos elementos románicos, desde el siglo IX hasta el siglo XIII, dividida en época de orígenes, hasta el s. XI, época de relatinización, en el XI-XII, y época de castellanismo creciente, en los ss. XII-XIII. A partir de h.1250 la documentación real está escrita en castellano, dentro de un sistema gráfico que se llama alfonsí, mantenido en sus rasgos esenciales de manera espontánea hasta fines del siglo XV y, por presión escolar, de modo artificial hasta 1726. Desde 1726 hasta 1817 tenemos textos con un sistema gráfico académico, y desde 1815-17 hasta hoy el sistema gráfico actual, que ha sufrido muy escasas variaciones. Este criterio permite, en consecuencia, fechar los textos de acuerdo con su sistema gráfico: >f-< inicial mantenida hasta 1520, luego >h-< como forma general; >ç< hasta 1726; >-ss-< hasta 1763; >x< con valor de 'jota' (fricativa velar sorda) hasta 1815-17 (con restos en >México, mexicano, Texas, texano< que deben leerse con jota “méjico, tejas”), entre otros ejemplos.

El criterio fonemático se desarrolló a partir de las enseñanzas de Rafael Lapesa en la Universidad Complutense, basadas a su vez en los estudios de Menéndez Pidal y los comentarios de Américo Castro en el primer tercio del siglo XX. Combina aspectos del documental (la dependencia de las grafías, como índices) con criterios funcionales: tesis de A. Martinet y enfoque metodológico de la Fonología Española de E. Alarcos. Este criterio permite establecer cinco períodos: 1) prealfonsí, hasta 1250; 2) alfonsí, con la codificación del escritorio real, por relativa que ésta sea; 3) clásico, desde 1499 hasta 1726; 4) de fijación académica, de 1726 a 1815-17, y 5) contemporáneo, desde esta última fecha, división que refleja la progresiva adecuación de la grafía a los tres sistemas fonológicos: prealfonsí, alfonsí y clásico, que llega hasta hoy con muy leves variantes.


El criterio de
planificación lingüística corresponde a la visión de la historia de la lengua como resultado de una serie de reformas y modernizaciones. Tal vez no sea un criterio puramente interno, puesto que, según él, las reformas lingüísticas se presentan siempre movidas por una voluntad política de acción sobre la lengua; en todo caso, no es tampoco propiamente externo, pues no depende, en su fin, de un objeto que no sea la propia lengua, aunque las fuerzas que actúen no sean lingüísticas. Con este criterio se divide la historia de la lengua española en épocas separadas por cuatro reformas: la alfonsí (h. 1250), la humanística (segunda mitad del s. XV), la académica (1714) y la contemporánea, que se desarrolla sobre todo a partir de 1965.

Tuesday, October 20, 2020

Del castellano al español: Cambios y contactos

Las pizarras visigóticas permiten observar cómo la lengua latina había cambiado. También se aprecia ese cambio en el romance andalusí. En el norte, en territorio cristiano, los monasterios eran centros de cultura que también acogieron a los cristianos andalusíes, los mozárabes, que huían de Al-Andalús, conocían el latín de los escritos y usaban el dialecto románico andalusí, mal llamado 'mozárabe'. En los escritos de los monasterios empezaron a aparecer formas que ya no eran claramente latinas. En la zona de Burgos y la Rioja parece incrementarse esa tendencia. El monasterio riojano de San Millán ofrece en diversos manuscritos ejemplos claros de esa evolución. A finales del siglo IX y principios del siglo X podía hablarse ya de que se estaba utilizando una lengua distinta del latín, una lengua romance, que iría incorporando variantes dialectales y se conformaría como el castellano. En algunos de esos manuscritos los monjes añadieron glosas, notas de distinto tipo, a veces de carácter léxico, escribiendo al margen la palabra o frase equivalente en romance (algunas en vascuence), a veces de carácter gramatical, marcadas con formas del relativo latino.

Las lenguas son constructos mentales, estructuras en la historia. Ni nacen ni mueren, la metáfora biologicista es errónea y produce efectos indeseables. Los hablantes no se acuestan un día hablando latín y amanecen al siguiente hablando romance. Durante un largo tiempo va cambiando su uso de la lengua, sin ser conscientes de que el sistema ya no es el mismo, la estructura ha cambiado y se trata de lenguas distintas. Si una máquina del tiempo llevara a un español actual a mil años antes, no comprendería la lengua hablada, porque los cambios no son sólo fonéticos, son también léxicos y semánticos.

La transición del latín a los romances ibéricos fue un lento proceso caracterizado por el polimorfismo. El mismo texto puede ofrecer diversas variantes de una misma expresión lingüística, no sólo en su grafía, sino también en la morfología o la sintaxis, más cerca o más lejos del latín. El sistema del castellano medieval era tan diferente del español actual que no sería erróneo considerarlo una lengua distinta. Tómese el caso del considerado texto más antiguo castellano, una glosa al margen de un manuscrito de San Millán, por lo que se denomina “glosa emilianense”. Traduce una plegaria latina de este modo:

«Cono aiutorio de nuestro dueno, dueno Christo, dueno Salbatore, qual dueno get ena honore, e qual duenno tienet ela mandatione cono Patre, cono Spiritu Sancto, enos sieculos de losieculos. Faca nos Deus omnipotes tal serbitio fere ke denante ela sua face gaudioso segamus. Amen».

Lo que este texto (posiblemente de finales del siglo X) quiere decir en español, es decir, en la lengua moderna, no es lo que los filólogos suelen (solemos, si se me permite) traducir muy cerca del original (“con la ayuda de nuestro Señor, Don Cristo, Don Salvador, el cual Señor tiene el honor y el cual Señor tiene el poder con el Padre, con el Espíritu Santo en los siglos de los siglos. Háganos Dios Omnipotente hacer tal servicio que delante de Su faz seamos felices. Amén”).

 

Un sentido moderno más exacto sería algo como: “Que Dios omnipotente nos ayude, con nuestro Señor Cristo, el Salvador, honrado y poderoso junto con el Padre y con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos, para que, por nuestras obras, podamos contemplar Su rostro como bienaventurados.” Amen, préstamo del hebreo, sólo varía en que hoy se acentúa. Amén, אמן, alef mem nun, significa “en verdad”, con una muy posible relación etimológica con “fe”, en el sentido de la confianza en un pacto, en este caso entre Dios y Moisés.

El hecho de que pueda haber variantes en la traducción no altera la tesis que se sostiene: la estructura del texto anterior no coincide con la de lo que hoy se llama español. Sería, por tanto, teóricamente coherente decir que se trata de otra lengua y no es exagerado suponer que los filólogos del futuro trazarán la divisoria entre el sistema del español y un sistema anterior, llámese como se llame, con posterioridad a estos textos de la Edad Media.

Los hablantes fueron conformando el nuevo sistema del castellano en un territorio de contacto lingüístico, entre hispanorromanos, afrorrománicos y vascos. Por eso algunos estudiosos lo consideran una lengua vascorrománica. Aunque al principio tuviera, como el catalán o el italiano, siete vocales, muy pronto diptongó las e, o abiertas y fue pasando al sistema actual de cinco, a, e, i, o, u. El sistema de cinco vocales es muy común en las lenguas del mundo. El español coincide con el vascuence, pero también con el celta y con el ibérico. La f- inicial latina se aspiró y se perdió, quizás porque no existía en vascuence; pero la correspondiente bilabial sorda inicial [p] también se había perdido en celta.

En el léxico hay notables influencias del vascuence. La “mano pecadora” es la izquierda, un vasquismo, mientras que la palabra latina original, siniestro, se especializó en el sentido moral. Diestra, en cambio, continúa el dextra del latín. Mio Cid reza al “Señor que estás en lo alto”, que es precisamente lo que significa la palabra vascuence para Dios, Jaungoikoa. Su hombre de total confianza es Minaya, “mi hermano”, un híbrido románico (mi) – vascuence (anaya).

Esos contactos se ampliaron a lo largo de la Edad Media y épocas siguientes. En primer lugar, con los otros romances peninsulares. En toda la Iberorromania se desarrollaron tres grandes variantes del latín, de este a oeste, la catalana, la castellana y la portuguesa. Esta última, en términos históricos, especialmente para la Edad Media, suele denominarse gallego-portuguesa. Junto a ellas existieron otras dos líneas que quedaron truncadas, aunque hayan mantenido formas dialectales hasta hoy. En el este se sitúa el aragonés, entre el catalán y el castellano. En el oeste se encuentra el astur-leonés, entre el castellano y el gallego. Habría que incluir otras variedades iberorrománicas como el navarro o el riojano, entre Aragón y Castilla. Estos dialectos latinos tienen interés para la conformación de la lengua que luego sería el español. Es fácil percibir que los hablantes estaban distribuidos en un territorio mucho más amplio que el que servía de base a los primeros castellanohablantes. La consecuencia inmediata es que, desde muy pronto, el castellano se fue extendiendo a esos hablantes que estaban en las márgenes de su territorio. Es un fenómeno interesantísimo, porque Castilla no era entonces el territorio política o económicamente predominante. Lo irá siendo y ese factor añadirá otro prestigio al castellano; pero, desde sus pobres orígenes, hubo algo en la nueva lengua que facilitó la integración de las otras variantes. El castellano fue integrador, podía mantener su propia evolución desde el latín o respetar el grupo latino. Por ejemplo, la palabra latina pluuia, testimonia la evolución castellana de pl- > ʎ (ll) en lluvia. Pero se aceptaron otras soluciones del grupo latino pl- inicial de pluvia, como la occidental chubasco, con [tʃ], o se mantuvo el grupo latino, como en pluvial. Plorar podía alternar con llorar, el polimorfismo era un rasgo constitutivo de la nueva lengua. Lo mismo ocurría con los préstamos, las palabras que le llegaban de otras lenguas.


Las alternancias de guerra y paz con los musulmanes andalusíes ampliaron los contactos. En el solar hispano, la casa era un mundo árabe, en su vocabulario, desde el zaguán a la azotea, pasando por las alcobas, tabiques, alféizares y ajimeces, las alfombras, alcatifas, almohadas que la adornaban o los albañiles que la construían. Pero el jardín era una palabra francesa, como el fraile o la monja del monasterio vecino, o el nombre de los habitantes del sur de los Pirineos, español, que no se aplicó en principio a los castellanos, sino a los aragoneses y catalanes. Y, aunque la Academia lo da como de origen incierto, es posible que el nombre de un postre tan español como el turrón sea un catalanismo, porque el dulce que correspondía a esa factura se designaba en el castellano medieval mediante el arabismo alajú. Una nota para los defensores de las esencias eternas: el nombre de la flor española por antonomasia, el clavel, es un catalanismo. También lo son cantimplora, capicúa y convite, sin salir de la letra c, como también lo es el nombre de las antiguas pesetas. El catalán, además, sirvió también de paso para la llegada de provenzalismos (como burdel), más próximos, o italianismos (artesano, balance, escandallo, esquife, faena, forajido, lustre, motejar, como nos enseñó Germán Colón).

El Camino de Santiago y la facilidad de comunicación causaron que muchos peregrinos no regresaran a sus lugares de origen. Algunos de ellos eran personas cultas que siguieron en Castilla como notarios o escribanos. Introdujeron sus rasgos franceses o provenzales en textos jurídicos, como el Fuero de Avilés o literarios, como el Auto de los Reyes Magos. A partir del siglo XI la influencia francesa fue mucho más clara. Se puede ver su influencia en dos aspectos relevantes.  Por un lado en el cambio de rito de la iglesia católica, que abandonó el rito visigodo o mozárabe . Por otro, en el cambio de letra de los escritos. La escritura visigótica fue sustituida por la carolina. A medio plazo, eso causó que muchos manuscritos se fueran perdiendo. Ramón Menéndez Pidal y Rafael Lapesa apuntaron a influencia francesa, concomitante con una tendencia interna, en la pérdida de la vocal final o apócope. La apócope se extendió entre los siglos XII y XIV. Influyó en alteraciones del sistema pronominal átono, como el leísmo, pues lo, acusativo, y le, dativo, confluyeron en -l: dixol era tanto díjolo ‘lo dijo’ como díjole, ‘le dijo’.

La estrecha interacción con Italia o con los Países Bajos también tuvo influencia en el medioevo y después. Desde muy pronto existió una gran relación con Inglaterra, a la que se exportaba la lana que constituía una gran riqueza castellana. Al parecer los anglicismos más antiguos son los nombres de los puntos cardinales, quizás a través del francés, donde se documentan ya en el siglo XII: norte, sur/d, (l)este, oeste. Desde canoa, que parece ser la palabra americana que se introdujo antes en español, hasta chévere, las antiguas Indias han suministrado muchos indigenismos, algunos locales, otros muchos de pleno uso en la lengua cotidiana: chocolate, tomate, aguacate, cacao, petate, tabaco, tapioca, loro. A partir del siglo XVI la expansión del español por el mundo, en el que gran parte de Europa era de dominio español, igual que parte del norte de África o de Asia (Filipinas, Marianas) o las Indias, hizo de él una lengua internacional.  La lista de indoamericanismos introducidos en las lenguas europeas, incluido el latín, desde el español, a través de las traducciones de obras de botánica médica a esta lengua, el italiano y el francés, incluye, sin ser exhaustiva, junto a las palabras del vocabulario común, general o regional, términos como aiotochtli, ají (axí), anime, copal, copalcahuiel, guayaca(ta)n, guayaquil, mechoacan, molle (del Perú), ocoçol, picielt (nombre indio de la planta renombrada tabaco por los españoles), quimbaya (raíz), tacama(ha)c(h)a, toçot-guebit o xelocopal(l)i. Junto al procedimiento del préstamo se dan otros mecanismos, como el que retraduce las interpretaciones españolas equiparándolas a veces a plantas conocidas por los botánicos clásicos. Junto a cataputia o cherua se usa higo del infierno, que se traduce a otras lenguas, como el italiano fico dell’inferno. El nombre en la lengua de traducción puede ser sencilla equivalencia, adaptación o retraducción de la traducción española. Otras veces es normal que aparezca también el término indoamericano originario: liquidambar, ocozab.

El castellano medieval resultaría, para un hablante de español actual, mucho más parecido al portugués de Brasil que a su español moderno: contaba con una abundante cantidad de sonidos palatales y sibilantes, africados y fricativos, sordos y sonoros. Todo ello se redujo a partir de finales del siglo XV, sobre todo en Andalucía, Canarias y América, donde sólo quedan el sonido sibilante [s] ([kása] para casa y para caza), las palatales [tʃ] mucho, [y] cayó, en algunas regiones también [ʎ] calló. En castellano medieval no existía el sonido jota [x] actual de caja, resultado de la neutralización de dos fonemas palatales medievales: [ʃ] dixo, [ʒ] fijo ‘hijo’, consolidado entre los siglos XVI y XVII, según las regiones.

Saturday, September 19, 2020

El proceso de formación del español

En el siglo I el latín era una lengua establecida y común en la Península Ibérica. Fueron de origen hispano maestros de Retórica como Marco Porcio Latrón, con quien estudió en Roma el gran poeta Ovidio, Marco Anneo Séneca (“el Viejo”) o Marco Fabio Quintiliano y autores como Lucio Anneo Séneca, Marco Anneo Lucano o Marco Valerio Marcial. Tres emperadores de Roma fueron originarios de Hispania: Marco Ulpio Trajano (s. I - II), Publio Aelio Adriano (s. II) y Flavio Teodosio el Grande (s. IV), el último emperador que gobernó unidos los imperios romanos de Oriente y Occidente. Estos nombres ejemplifican una completa integración en la cultura de Roma. La Península Ibérica se unificó lingüísticamente con una firme base latina y se organizó administrativamente dentro de los patrones romanos. A partir del año 297 el noroeste de África, la Mauretania Tingitana, con capital en Tánger, pasó a formar parte de la estructura administrativa de Hispania. Esta área había estado siempre en estrecho contacto con la provincia meridional hispánica, la Bética. Dos ciudades de esta zona mauritana, Ceuta y Melilla, siguen siendo españolas, tras diversos cambios a lo largo de su historia.

A principios del siglo V se produjeron graves alteraciones en el imperio romano por las invasiones de los bárbaros, nombre que agrupa a germanos y tribus de otras procedencias, que se vieron favorecidos por las luchas por el poder en Roma y la falta de dirección del ejército romano. El año 411, invitados por un autodenominado emperador, sublevado en Hispania, los suevos, vándalos (ambos germanos) y alanos (iranios) entraron en la Península Ibérica. Estos pueblos estaban muy latinizados tras una larga permanencia en los límites del Imperio. Los suevos se establecieron en el Noroeste, en las actuales Galicia, Norte de Portugal y parte occidental de León y crearon un reino que duró hasta el año 585. Se estima que la zona del reino suevo estuvo poblada por unos 30 000 suevos y unos 700 000 hispanorromanos. La suerte de vándalos y alanos fue distinta de la de los suevos. No llegaron a establecerse en Hispania y, tras ser derrotados por los visigodos, a quienes había pedido ayuda Roma, pasaron a África. En este continente conquistaron Cartago y crearon un reino vándalo (429 – 534). Esa área africana estaba muy romanizada. Existen testimonios fehacientes de que los vándalos hablaban latín.

La suerte de los vándalos estuvo ligada a la de bizantinos y visigodos. Los bizantinos habían conquistado Ceuta el 534, luego ocuparon las islas Baleares y a partir de 552 desembarcaron en la Península y ocuparon el oriente de la Bética, donde permanecieron hasta 626. Después continuaron en Ceuta y las Baleares. La lengua administrativa de los bizantinos en occidente era el latín.


Los visigodos no tuvieron una presencia constante en Hispania hasta muy tarde. El año 410 habían entrado en la península itálica y saqueado Roma. Después se establecieron en la Galia (actual Francia), en la zona sur, la más romanizada (lat. Provincia, fr. Provence). Entraron varias veces en Hispania, a partir del 415, como federados de los romanos. Desde el 427 sus intervenciones en la península ibérica fueron constantes. Derrotaron a los vándalos, establecieron un centro administrativo y militar en Barcelona y no en Tarragona, la capital romana de la Tarraconense. Finalmente, derrotados por los francos en Vouillé, cerca de Poitiers, el 507, conservaron sólo la Narbonense en el actual territorio francés y trasladaron la capital a Toledo, durante el reinado de Atanagildo (555-567). Derrotaron a suevos y bizantinos y unificaron la Península Ibérica a partir del año 626. Los visigodos también hablaban latín y el latín fue la lengua de la administración pública y eclesiástica. Sin embargo, unos documentos excepcionales, las pizarras visigóticas, escritos de distinto carácter en ese material barato, permiten apreciar que el latín usado corrientemente en Hispania ya ofrecía bastantes diferencias con el latín de épocas anteriores. La separación del latín hispano y el latín imperial o clásico, había comenzado. Aunque el latín fuera la lengua de comunicación y administración de los pueblos germanos invasores, transmitieron también algunas palabras germánicas, que habían conservado, como guerra, ganar, rico, blanco y, sobre todo, influyeron en el sistema onomástico. Los romanos tenían un sistema pobre, basado en los numerales: el primer hijo se llamaba Primus, el segundo Secundus o Secundinus y así hasta Decius o Decimus. Los germanos introdujeron muchos nombres variados, como Carlos, Elvira, Enrique, Francisco, Rodrigo.


El 711 comenzó un período que alteró durante ocho siglos la vida hispanorromana y cuyo final en 1492, supuso el inicio de la España moderna y del español como lengua diferente del castellano medieval. En ese año un ejército de musulmanes, compuesto fundamentalmente por bereberes norteafricanos, inició la conquista de la Península Ibérica, que ocuparon casi por completo en muy pocos años. Partieron de Ceuta, ciudad bizantina de expresión latina y muchos de ellos eran hablantes de latín o bilingües latín-bereber en grado diverso. Ese latín norteafricano o afrorrománico no podía ser muy diferente de las hablas hispanorromanas y ello hubo de facilitar la intercomunicación y la conquista. Los primeros conquistadores no podían tener todavía un conocimiento generalizado del árabe, porque la mayoría no lo tenía como lengua materna ni como lengua habitual. Cuando aumentó el número de invasores arabófonos y se extendió esta lengua por el norte de África, también en la zona musulmana hispánica, Al-Andalús, se fue imponiendo el árabe como lengua de comunicación y cultura. Se formó un continuo lingüístico en uno de cuyos extremos estaba el latín y en el otro el árabe culto. Entre ambos estaban los dialectos andalusíes, el romance andalusí en el lado del latín y el árabe andalusí en el del árabe. El lado latino fue debilitándose y en el siglo XII las hablas románicas andalusíes habían desaparecido.

Cuando los árabes iniciaron su proceso de conquista, los bereberes, con su contingente de hablantes de afrorrománico, se desplazaron hacia el norte y llegaron a la zona de la Bureba, en el norte de Burgos. Allí se encontraban los vascos, que se habían establecido en Hispania en el siglo VI y les cerraban el paso hacia el norte. Tampoco pudieron dirigirse hacia el este, donde se había instalado en el poder una familia hispanorromana, los Casii, convertida al islam, los Banu Qasi. No les quedó otro camino que dirigirse al oeste por el valle del Duero. En esa zona entre el País Vasco, Burgos y la Rioja coincidieron durante un tiempo los vascos más o menos romanizados, los hispanorromanos y los bereberes afrorrománicos. Es el pequeño rincón en el que surgirá el castellano, que evolucionará con claras diferencias frente a los otros romances peninsulares y que se caracterizará por la facilidad de sus hablantes para incorporar distintos materiales lingüísticos, de orígenes varios. 

Una de las líneas musulmanas del inicio de la conquista había avanzado hacia el centro-oeste. Cuando hubo cruzado el Duero, continuó hacia el norte. El año 718 un noble visigodo, Pelayo, los derrotó en Covadonga, Asturias, e inició la Reconquista de Hispania. 

El árabe y su cultura tuvieron una enorme influencia en el desarrollo de las lenguas hispanorrománicas, especialmente del castellano. El año 711 se inició la conquista de Hispania, el año 750 los abasíes derrocaron el califato omeya y trasladaron la capital de Damasco a Bagdad. Un miembro de la familia Omeya, Abderrahmán I “el exiliado”, se estableció en Al-Andalús y fundó el emirato omeya que, en 929, Abderrahmán III “el victorioso” convirtió en califato. Los omeyas atrajeron a España a varios grupos arabófonos, entre los que merece destacarse a los yemeníes, cuyo influjo en el árabe andalusí está bien estudiado.

A lo largo de ocho siglos, el árabe y las lenguas románicas, especialmente el castellano, coincidieron en períodos que alternaron guerra y paz, alianzas y enfrentamientos y que permitieron que surgiera la idea moderna de España. A esa situación sociolingüística especial debe sumarse la presencia de los judíos y la lengua hebrea. Había judíos en Hispania ya en la época imperial y, durante la Edad Media, tuvieron posiciones de mucha importancia tanto en los reinos cristianos como en los musulmanes. Cuando los musulmanes fueron derrotados en Granada en 1492, el castellano había evolucionado y se había formado como lengua española. Esa fue la lengua que los castellanos llevaron a América, África y Asia. Los judíos sefardíes, tras su expulsión en 1492, la extendieron por el Mediterráneo musulmán, de Marruecos al imperio turco y se conserva como judeoespañol o ladino (‘latino’). Raro es el día, en Jerusalén, hoy, en el que no oigo o leo algo dicho o escrito en ladino.