Sunday, April 3, 2011

Hombres de un solo libro

En el año 634 de nuestra era ardió la mayor biblioteca del mundo de entonces, la de Alejandría. El califa Omar, el conquistador musulmán de Egipto, habría ordenado al emir Amr bin Al la destrucción de los libros que no estuvieran de acuerdo con el Alcorán, con este argumento: “Si los escritos de los griegos dicen lo mismo que el Libro Sagrado, son redundantes (y no vale la pena conservarlos); si discrepan, son nocivos y deben destruirse”.
La noticia procede de fuentes musulmanas, tardías, es cierto; pero los argumentos de autores musulmanes modernos no parecen suficientemente fuertes como para anularla. No se trata tampoco de echar las culpas a nadie, sino de señalar qué ocurre cuando el que manda tiene una mentalidad deformada por una información limitada.
            Me he acordado del episodio de Alejandría y su célebre biblioteca porque mi amiga bumanguesa, Laura, lleva unas semanas pidiéndome un comentario sobre la posición de los humanistas ante los peligros de la ciencia y sus aplicaciones.  El detonante, por supuesto, ha sido la catástrofe nuclear del Japón. Laura sabe perfectamente que no puedo abordar la cuestión desde el punto de vista técnico, puesto que no lo soy, y por ello su pregunta tiene, sobre todo, un planteamiento filosófico: ¿qué formación faculta a los gobernantes para resolver con criterio problemas técnicos tan complejos y graves como el que nos ocupa?
            Mis reflexiones me han llevado a percatarme de hasta qué punto los dirigentes de la humanidad han sido y son hombres de un solo libro. Lo mismo me da que se trate de la Biblia, del Alcorán, del Rigveda, de El capital de Carlos Marx o del libro verde de los ecologistas. Los hombres de un solo libro tienen siempre en boca la respuesta que se atribuye al califa y que recibe el nombre de omarismo. Una vez que alguien esgrime el arma única de su verdad, el resto, o coincide, y es superfluo, o discrepa, y es peligroso. El resultado es que, por fas o por nefas, debe destruirse.
            La frase “teme al hombre de un solo libro” pertenece a uno de los grandes filósofos de la historia, Santo Tomás de Aquino (1225-1274), el autor de la Summa Theologica, el gran tratado medieval que ha sido la base del pensamiento occidental durante siglos. Se esperaría, por tanto, que formara parte de esos fundamentos generales, educativos, que han de conformar la mentalidad de todo humanista y que informara la toma de decisiones. No parece que sea así. Cada vez resulta más difícil escapar de la presión de quienes siempre piden la palabra en contra. Seguramente es mucho más fácil exigir a los japoneses que renuncien a las comodidades del mundo moderno, las cuales requieren la energía nuclear, que renunciar a ese modo de vida desde el mullido occidente, que ha provocado el calentamiento global con los combustibles fósiles. Seguramente también hubiera sido más fácil para Santo Tomás limitarse a las lecturas litúrgicas; pero parece que no interpretó la voluntad divina como un acto de sumisión a lo que pueda pasar, sino como una exigencia de que regir el mundo pasa por difíciles ejercicios de estudio, meditación, lectura y escritura. Resulta ahora que Santo Tomás no estaba por la labor de que todo lo que pasa por la falta de preparación de los hombres sea consecuencia de un “Dios lo quiere” que, a su juicio, contradice la esencia misma de lo divino, que tiene una dimensión humana también.
            Claro que Santo Tomás era un teólogo, habrá quien replique, como si el objeto de estudio acreditara o desacreditara a una persona, cuando lo que importa es el esfuerzo coherente por ampliar los caminos del conocimiento. En este sentido, hay figuras que, aunque nos parezcan viejas por los siglos pasados, por las ropas que vestían o porque nos hacemos ideas extrañas y cómodas sobre los tiempos de antaño, resultan sorprendentemente jóvenes cuando se acerca uno a ellas con los ojos abiertos.
            Los jóvenes, como Laura, no parecen muy dispuestos a dejarse engañar por quienes les venden todas las soluciones en unas páginas, mejor si son pocas. La juventud se va ganando su espacio y el respeto al que tiene derecho mediante la difícil tarea de aceptar lo que merece la pena del pasado y rechazar lo que no, seguida de la más difícil de hacer sus propias propuestas. Los argumentos de rechazo hacia las innovaciones que no nos gustan a los de la generación pasada son argumentos viejunos que, por supuesto, sólo nos convencen a los que ya estamos en un peldaño del tiempo que mira más al pasado que al futuro. También es verdad, desde luego, que ni ahora ni nunca han sido todos los jóvenes los que han estado dispuestos a realizar el esfuerzo que la innovación y el cambio requieren.
            El argumento de que el mundo es siempre igual es superficial y radicalmente falso. Hay cosas muy difíciles de cambiar y de mover; pero, si se compara el mundo del califa Omar con el mundo de hoy, incluso en los países musulmanes, más tentados por el libro único, la evolución es evidente. El Japón del desastre ha demostrado muchas cosas: entereza moral, cultura del esfuerzo, sobriedad, capacidad de sacrificio por el grupo; pero también la capacidad de analizar sin aspavientos las consecuencias de las necesidades de la ciencia aplicada. La historia nos prueba que puede haber períodos de retroceso, siempre relativo; pero que, a la larga, se camina hacia soluciones de progreso. Lo que ocurre es que es complicado definir el progreso cuando hay que tener en cuenta distintas lecciones y varios cimientos, cuando se es gente de más de un libro, en suma.
            La verdad no puede encontrarse, ni buscarse, en un libro solo. Ni siquiera esa parte de ella que está al alcance de nuestra capacidad de entender. La vida ha dado una dura lección, a los japoneses especialmente, bastante menos dura a los co-sufridores de despacho, a muchas millas y sin riesgos de tierras o aguas radioactivas. Todos, también los que estamos lejos,   tenemos mucho que aprender de esa dimensión humana que se manifiesta con carácter superlativo y que arranca del hecho de que en ningún escrito está todo explicado.
Francisco A. Marcos-Marín PhD
The University of Texas at San Antonio

Publicado en El Frente, Bucaramanga, Colombia, el sábado 2 de Abril de 2011