Monday, April 18, 2011

Preguntas estelares

Lunes, 18 de Abril de 2011 12:25   


Preguntas estelares
Por Francisco A. Marcos Marín

Vivimos como si lo supiéramos todo. Hemos fabricado respuestas políticamente correctas para las grandes preguntas del hombre y, cuando alguien, insatisfecho, quiere ir más allá, le decimos, como a los niños: “Eso no se pregunta”. Sin embargo, no hay que ser Einstein para darse cuenta de que las cosas son de otra manera.
Nuestro nivel de conocimiento es, a menudo, incompleto e insuficiente. Con su curiosidad habitual, Laura, mi joven amiga bumanguesa, me pregunta si siempre lo que hoy llamamos el Occidente europeo lo ha visto y previsto todo y si su superioridad ética y cultural es tan manifiesta, históricamente, como la tecnológica. Tengo que responderle que no y tengo un buen ejemplo en las estrellas.
Una supernova es una gran explosión de una estrella completa. En un poco más de un año libera tanta energía como el Sol, nuestro Sol, en sus más de diez mil millones de años de existencia. Se trata, por tanto, de una gran luz, muy visible. Es un fenómeno corriente en la historia cósmica, no tanto en el registro humano. La historia escrita del hombre sólo registra media docena.
El 4 de julio de 1054 explotó una estrella. Los restos de esa supernova forman lo que se conoce como Crab Nebula, en la constelación de Taurus. Es un hecho astronómicamente comprobado, seguro. Así pues ¿por qué llama tanto la atención? Como signo del Zodíaco Tauro es una constelación primaveral y así aparece en la literatura: “Era del año la estación florida, en que el mentido robador de Europa, media luna las armas de su frente y el sol todos los rayos de su pelo, luciente honor del cielo, en campos de zafiro pace estrellas” nos dice el gran poeta clásico Luis de Góngora. Es decir: en la primavera, el raptor de Europa, Júpiter, disfrazado de toro, porque Europa se había disfrazado de vaca, para huir de él, brillaba más que las estrellas en el azul del cielo. Así empezaba la Soledad Primera. En la realidad astronómica, Taurus es una constelación invernal. El 4 de julio de 1054 se vería, al amanecer, un poco más arriba de la línea del horizonte, al oriente.
La supernova tuvo que verse, a esa hora, como si fuera un segundo sol, que permaneció, junto a la luna creciente, al salir el Sol auténtico, con las estrellas desvanecidas. Tras una noche de lluvia (era la estación) en el limpísimo cielo norteamericano, tuvo que ser un espectáculo bellísimo e inquietante. Sin embargo, no hay registro de ese fenómeno en los textos latinos occidentales. Nada. Hay alguna referencia en el mundo árabe, más precisiones en los escritos astronómicos de los chinos, por los que sabemos que se fue borrando hasta desaparecer de la vista en la primavera de 1056. Tenemos también varias preciosas representaciones en el arte rupestre de los indios, en Baja California y en el cañón del Chaco, en lo que hoy es Nuevo México, en el suroeste de los Estados Unidos. Aparece como petroglifo, es decir, incisión en la piedra, y como pintura, posiblemente combinada con un petroglifo. Se encuentra fácilmente la reproducción en internet http://deepbluehome.blogspot.com/2011/02/illustrated-crab-nebula-seen-through.html.
¿Por qué los europeos no vieron un fenómeno que, con gran magnitud, fue visible durante quince días y, menos claramente, durante dos años y que se observó y registró en distintos lugares del mundo? Está claro que no por falta de astrónomos: por medievales que fueran, estaban tecnológicamente más avanzados que unos indios en la edad de piedra. Las respuestas dadas son insuficientes: que el cielo estuvo cubierto durante muchos días, que era la época de la separación de la iglesia ortodoxa y la católica y ello concentró la atención universal. A nadie convencen esos argumentos, que parecen excusas y, como tales, sólo satisfacen al que las da. Los europeos simplemente no vieron, porque no quisieron ver. Al menos desde Aristóteles tenemos claro que el conocimiento pasa por los sentidos. Cerrar los ojos comporta que no se percibe. La sabiduría popular nos dice que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.
Muchas veces tenemos la impresión de que quienes tienen las responsabilidades de dirigir nuestras sociedades no quieren ver. Afortunadamente para nuestro mundo, los jóvenes como Laura (como el ciego del Evangelio también) sí quieren. Ya no se dejan llevar por las lecciones de quienes creen saberlo todo y son cada vez más conscientes de que hay que buscar respuestas en distintas fuentes, que es un trabajo duro en el que además se les ponen muchas trampas. También se dan cuenta de que las respuestas, a veces, están en lo que la tecnología no percibe ni explica y, sin embargo, se encuentra en el cielo, a simple vista. Hace falta un tiempo de reflexión que empieza por estar ahí, al amanecer, mirando las estrellas; pero sin quedarse parados.

(Publicado en El Frente de Bucaramanga, Colombia)