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| Hijo del mestizaje | 
Por Francisco A. Marcos Marín* 
http://fmarcosmarin.blogspot.com/ 
El poeta chileno Gonzalo Rojas, Premio Cervantes de Literatura 2003,  falleció hoy a los 93 años tras permanecer en estado de extrema gravedad  durante más de dos meses debido a un accidente cerebrovascular, según  ha informado su familia. 
El 25 de abril de 2011 las agencias de prensa divulgaban esta noticia,  no por esperada menos conmovedora. Los lectores en español perdíamos a  otro de nuestros grandes poetas, un hombre que, poco antes de la  ceremonia de recepción del premio que se considera el Nobel del español,  el año 2004, había declarado en el diario español ABC: “Debo andar con  el seso vivo y fresco; creo en la lozanía y no en el asco de la  decrepitud”. 
Poeta chileno nacido en Lebú, Arauco, en 1917. Estudió Derecho y  Literatura en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile.  Posteriormente trabajó en el instituto Barros Arana y en las minas de  Atacama, en las que se dedicó a la alfabetización de los trabajadores.  Perteneció al grupo surrealista reunido en torno a la Revista  Mandrágora, 1938 - 1943. Fue profesor de Estética Literaria y Jefe del  Departamento de Castellano en la Universidad de Concepción. Ejerció la  docencia en Utah, (EUA), Alemania y Venezuela. Organizó a partir de 1958  los Congresos de Escritores en Concepción, donde congregó a lo más  selecto de la literatura latinoamericana. Fue diplomático en China y  Cuba. Tuvo numerosos premios. 
Los resúmenes biográficos pueden ser, sin quererlo, extremadamente  crueles. La información plana que acabamos de leer parece decirnos todo  y, en realidad, nos dice bien poco. Poco en el plano biográfico, donde  no nos permite imaginar lo que tuvo que suponer, en la Habana, saberse  perseguido y declarado enemigo de su país por el régimen que había  derrocado al que él representaba y verse condenado al exilio. Nada en el  plano de la escritura. ¿Qué quiere decir un poeta, qué busca, por qué  escribe? Nuestro autor buscaba la justicia con la música de las  palabras. La muerte de su padre en la mina, un accidente de grisú, le  enseñó más que todos los manifiestos. Como él decía, en la miseria del  hombre “está el protoplasma de todo ese tejido, esa urdimbre que he  venido construyendo poco a poco”. El prodigio de la creación consiste,  sin duda, en convertir la miseria en belleza y, para ello, se procede  desde la aproximación a las circunstancias de la vida. 
“La poesía se hace, como decía Goethe, desde una circunstancia que uno  va trasladando, juega con ella y por ahí sale, pues, la palabra que  parece que está viva. Y la aproximación es difícil. Y no es cosa de  teorías ni de nada, porque un niño puede ser un poeta virtualmente y lo  es: en él prevalece la imaginación, que es lo que le podan a uno a corto  plazo. En él prevalece el amor en el sentido grande; en él prevalece la  libertad (los chiquitos son libres) y eso es protoplasma del ejercicio  poético”. 
Rubén Darío decía que él había conocido el horror de la vida y el  éxtasis de la vida. Hacer vivir a las palabras para aproximarse a la  circunstancia humana, entre los dos extremos. Ése es el reto de la  creación poética. Partir del lenguaje, modelarlo, hasta convertir las  palabras en ritmo, llevarlas al límite: “Yo hago poesía hasta un límite y  con un riesgo incluido. Un riesgo de todo”. Su recitado en la entrega  del Premio Cervantes, silbando las palabras, fue un ejercicio de  musicalidad, de poesía que, como dijo en la Residencia de Estudiantes,  hay que escuchar primero, para concretar su “ritmicidad”. Crear desde el  instrumento de la lengua, de una lengua que es capaz de contener  diversas culturas, porque el hombre no se comprende más que desde la  mezcla, en un mensaje que, desde América, tiene profundas resonancias: 
“Yo pienso, por ejemplo, en el predominio fuerte, por las armas  también, de los españoles sobre aquellos países que se llaman América:  ¡Claro que hubo crueldad, pero también hubo una maravilla que se llama  el mestizaje cultural! Yo soy hijo del mestizaje. Yo no podría decir que  mi pensamiento sea un exponente de lo absolutamente aborigen. No es  así. Todos somos mestizos”. 
Con su gorra de marinero, símbolo de su viaje, que lució incluso con el  chaqué en la entrega del gran premio, Gonzalo Rojas sabe ahora la  respuesta a la más profunda de sus preguntas: 
¿Qué se ama cuando se ama? 
¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida  
o la  luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué  
es eso: ¿amor?  ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,  
o este  sol colorado que es mi sangre furiosa 
cuando entro en ella hasta las últimas raíces? 
¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer  
ni hay hombre sino  un solo cuerpo: el tuyo,  
repartido en estrellas de hermosura, en  partículas fugaces  
de eternidad visible? 
Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra  
de ir y venir entre ellas  por las calles, de no poder amar  
trescientas a la vez, porque estoy  condenado siempre a una,  
a esa una, a esa única que me diste en el  viejo paraíso. 
*The University of Texas at San Antonio 
Publicado en El Frente, Bucaramanga, Colombia.  |