Saturday, May 16, 2015

Un mito etnolingüístico: la palabra moro

La mitología sobre las lenguas se ofrece en una amplia variedad de formas, en todas las cuales hay un componente que muchos hablantes perciben como mágico y que condiciona comportamientos. En una entrega anterior se analizó el mito biologicista, la consideración de las lenguas como seres vivos. El ejemplo de hoy sigue otra línea biológica, la de la etnia, la asociación de pueblos y lenguas con caracteres supuestamente perennes e inmutables, los cuales pueden servir y han servido de justificación para intervenir sobre los hablantes.  
Africa romana
El marco geográfico de esta nota es norteafricano: abarca desde Libia hacia el oeste hasta el Atlas, en el Sur de Marruecos, y, desde allí al norte, al-Andalus y, luego, España. El objeto lingüístico será un término que tiene continuidad en las dos orillas del Estrecho desde hace unos tres mil años: el que sirve para designar a los habitantes del Noroeste de África desde entonces y quizás desde mucho antes, siempre teniendo en cuenta su evolución formal.
En el norte de África, las lenguas afroasiáticas del grupo camita, llamadas líbico y beréber, son las que han dejado los testimonios más antiguos. El líbico era posiblemente la lengua hablada por los invasores de Egipto rechazados en 1227 a.J.C.  Está atestiguado en inscripciones y desarrolló un alfabeto propio, con una variante oriental y otra occidental, que llegó hasta las Islas Canarias. Esas lenguas afroasiáticas incluyen grupos que se designan según los nombres de los hijos de Noé: Cam y Sem. Las lenguas camitas fueron las propiamente norteafricanas e incluyen también el egipcio antiguo. Las lenguas semitas son originariamente las del Oriente Medio, Mesopotamia, Arabia y Etiopía. Desde la primera mitad del siglo IX a. JC se sabe que se hablaban también lenguas semitas (el fenicio-púnico) en el occidente de África septentrional, luego se sumaron el hebreo y, especialmente, el árabe, lengua mayoritaria hoy en el territorio. El término tradicional en español, como en latín o en griego, para designar a los habitantes de esa región es moros. Es un término que ha sufrido un proceso de degradación semántica que hace que sea rechazado, injustificamente, por muchos hablantes. Ese rechazo tiene una base sociológica, de asociación con un modelo de sociedad que, progresivamente, se ha ido considerando inferior. Sin embargo no hay nada en el vocablo en sí que autorice esa interpretación peyorativa, que, como tantas veces, se apoya en la ignorancia de la historia y significado de la palabra.
 Un etnólogo prusiano, Max Quedenfeldt, en1888, basado en la Geografía de Strabon y la Historia Natural de Gayo Plinio Segundo, llamado “el Viejo”, precisó que el nombre Mauri era el que se daban a sí mismos los nativos y lo relacionó con la forma semítica Ma'urim, emparentada con el árabe el-garbaua, con el significado de ‘gente del oeste’, es decir, el mismo sentido que tiene hoy el nombre árabe del territorio, al-Magrib, ‘el Occidente’. Strabon, realmente, lo que dice es que los griegos los llamaban Maurousioi y los romanos Mauroi, mientras que Plinio habla de Maurorum, “a los que muchos llamaron Maurusios”. Otro investigador alemán, Max Wagner, en 1936, a partir de Quedenfeldt, relacionó el étimo semítico con el hebreo mauharim (מוחרים), “los occidentales”. La explicación más aceptable es que la forma semítica que dio origen a este gentilicio tuvo que llegar del fenicio-púnico; pero también pudiera pensarse en la posibilidad de una raíz afroasiática previa, común a las hablas líbico-bereberes y las semíticas. De los acusativos Mauru(m sg. y Mauros pl. derivan, respectivamente, moro moros. Los términos son, por lo tanto, en principio, gentilicios que no tienen ningún componente negativo y que, a la vista de su posición en la historia del español, estaban totalmente establecidos en 711, cuando se produjo la conquista musulmana, con un ejército que estaba, en buena medida, compuesto de moros, lo que hace pensar que así se llamaron a sí mismos esos Mauri que habían conquistado Hispania. Tras la conquista y la islamización el término pasó a referirse a los musulmanes, en general, especialmente los andalusíes y los antiguos Mauri, los norteafricanos,  Un examen léxico histórico más detenido de la palabra moro y derivados podría contribuir a aclarar nuevos aspectos de esta interacción entre el significado gentilicio originario y el religioso posterior, poco o nada explorada hasta ahora desde el punto de vista lingüístico románico. Valga como muestra meramente cuantitativa que, hasta 1492, en la gran base de datos léxicos del español histórico de la Real Academia, CORDE, se recogen 5690 ejemplos de moro, mora, moras, que pueden ser polisémicos, y nada menos que 18362 de moros, en unos ochocientos documentos. 8580 de los ejemplos de moros (casi el 47%) aparecen en la frase moros y cristianos, que significaba lo que hoy se expresa por “todo el mundo”. Así era. El  mundo conocido y con influencia en la vida cotidiana estaba compuesto por moros y cristianos, como grupos de poder.
Kahina
También llama la atención el hecho de que el término que fue adquiriendo un sentido meliorativo, por ennoblecimiento semántico, fue bereber, una palabra en principìo burlesca (como el barbaros del griego), que se mofaba de sus peculiaridades lingüísticas. ¿Qué ha causado ese progresivo envilecimiento, para algunos, del término moro? En primer lugar habría que dar la respuesta antropológica, a partir del mito de la resistencia a la romanización de África. A los Mauri se atribuye la primera resistencia, a los musulmanes la continuidad de la interrupción y a las potencias coloniales la “feliz” restauración de la romanidad. Éste fue el papel de Francia, sobre todo en Argelia, pero también en Túnez y Marruecos. Un investigador francés, Christian Courtois, resumió en un libro célebre la idea generalmente aceptada entonces: el beréber (o sea, el moro) era el responsable del “fracaso” de Roma en África, por (1) su barbarie y perfidia, (2) la permanencia beréber, su inmutabilidad a lo largo de tres mil años, (3) el Iugurta eterno, “raza indomable y nunca sometida”, (4) desde Courtois, el paradigma repetido sin más análisis, el de los dos tipos de moros que, según él, tuvieron el papel decisivo en el fin de la romanización: los montañeses del interior y los nómadas camelleros que culminaron en el siglo VI la migración que habían iniciado tres siglos antes y (5) l’esprit de soff, “una tendencia irresistible a la desunión”.
Yves Modéran
Gracias sobre todo a otro investigador francés, Yves Modéran, se ha desmontado el entramado ficticio sobre el que se sostenía la supuesta desaparición de la latinidad de África, antes de los árabes, por lo que la investigación actual se sitúa ante la cuestión del África romana con una disposición muy distinta y mucho más positiva. A partir del siglo IV, momento de apogeo de la romanización, con el apoyo del cristianismo, la situación tuvo que cambiar. Mauretania y África oriental se opusieron cada vez de manera más precisa y surgieron núcleos moros más o menos independientes con distintas relaciones con el poder bizantino y entre sí. En esta compleja situación, en la segunda mitad del siglo VII, se produjo la llegada de los árabes.
Nicolás Fernández de Moratín
Una segunda respuesta, puramente lingüística, para explicar ese crecimiento de la consideración negativa (y su percepción y consiguiente rechazo por los moros) obedece a una razón de fonosimbolismo, es decir, la asociación de ciertos sonidos con ciertos significados. En español, la cadena de sonidos bisílabos con esquema xÓxO está asociada históricamente (menos hoy) a sentidos negativos, de defecto físico (cojo), mental (loco, bobo), inmadurez (ñoño) y similares. Es una tendencia que empezó a romperse en el siglo XVII, cuando la palabra rojo, antes asociada al diablo y muy poco usada, sustituyó a bermejo y colorado; pero que todavía se percibe hoy. Además es uno de los casos de interpretación peyorativa del masculino, menor en el femenino, donde puede estar ausente (rorro, no hay *rorra) o mayor, pero semánticamente diferente y fuera ya del esquema fonosimbólico (zorro-zorra). Posiblemente no es la respuesta principal a la pregunta sobre por qué moro está sufriendo un proceso de envilecimiento; pero puede contribuir. Nada de ello se observa en la famosa primera quintilla de don Nicolás Fernández de Moratín, tan a propósito para las fiestas que Madrid celebra y que debería servir para recuperar una palabra con tanta tradición y tan cómoda:

Madrid, castillo famoso,
Que al rey moro alivia el miedo,
Arde en fiestas en su coso,
Por ser el natal dichoso
De Alimenón de Toledo.