Sunday, January 30, 2022

Lenguas, normas, dominios


La mayoría de los países del mundo son plurilingües. Es natural que lo sean por ello las organizaciones supranacionales como la Unión Europea o la Organización de las Naciones Unidas. En algunos de ellos, como la India, con siete sistemas distintos de escritura, la complejidad de las comunicaciones aumenta. Sin embargo, la voluntad humana de entendimiento lleva a superar estas dificultades mediante el establecimiento de una serie de consensos, mediante una normalización. Este proceso está atestiguado desde muy pronto en la historia.

La idea de que la lengua administrativa tiene que corresponder al dominio político, en el sentido del poder gubernativo, es inexacta. En el siglo IX J.C. los vikingos que invadieron Inglaterra no impusieron el noruego, sino que se adaptaron al anglo-sajón, otra lengua germánica, que a su vez, había desplazado al celta británico en los siglos anteriores. Lo mismo ocurrió cuando los normandos francohablantes derrotaron a los anglosajones en la batalla de Hastings (1066). El intento de imponer el francés fracasó, si bien dejó una honda huella que alteró el viejo sajón. Por eso se dice que el inglés es el resultado de más de mil años de intentar hablar francés.  

Grandes centros de poder, como el imperio persa o el imperio romano de Oriente, por limitarnos a dos ejemplos, han usado como lengua administrativa, en todo o en parte de su dominio, una lengua diferente. El arameo en el primer caso, el latín en el segundo. El latín lo hizo, de modo parcial, en el Occidente del Imperio (Mediterráneo occidental, especialmente en el Norte de África, Baleares, Cerdeña, Sicilia  y Sur de Hispania) mientras que en Oriente se mantuvo en un relativo bilingüismo con el griego bizantino. El ejemplo del arameo (o siriaco clásico, en terminología lingüística más precisa) es paradigmático. Cuando los asirios alcanzaron el dominio del territorio mesopotámico, el 911 a. J.C., para imponer su lengua, el acadio, lengua semítica también, expulsaron a los arameos. El efecto conseguido fue justamente el contrario: los expulsados se distribuyeron por todo el mundo próximo y desarrollaron una lingua franca que se impuso de manera natural en el Oriente Medio y más allá, desde Egipto hasta el Tibet, que acabó consituida y normalizada como la lengua administrativa del imperio persa aqueménida y continuó como lengua de administración y de cultura cristina hasta el siglo VII J.C., cuando comenzó a ser desplazado por el árabe. Todavía hoy el arameo o siriaco sigue siendo la lengua litúrgica de las iglesias sirias, católicas u ortodoxas y lengua hablada de comunidades que han sido duramente castigadas por las guerras y el genocidio de los terroristas del DAESH y que hoy se encuentran desde el Irán hasta Chicago, Los Ángeles o Miami.

Para ser aceptada como lengua internacional, una lengua tiene que estar normalizada, es decir, tiene que haber un consenso entre los hablantes en cuestiones básicas como la representación escrita (la ortografía), las reglas gramaticales o el sistema léxico. Las variaciones fonéticas, el acento, que la gente usa como medio rápido de identificación, son secundarias. Mucha gente se sorprende cuando se le dice que todo hablamos con acento. Lo que sucede es que en el interior de una comunidad se comparte una selección fonética y no se es consciente de cómo esos hablantes son percibidos como extraños por otros. Esa idea de "acento" está en las bases del nacionalismo lingüístico e incluso de la limpieza étnica. Tampoco es nueva. Simplemente hay que recordar el uso de la palabra shibboleth (שִׁבֹּלֶת 'espiga' o quizás 'torrente' en hebreo) en el Libro de los Jueces, 12:6

(12:5) Galaad cortó a Efraím los vados del Jordán y cuando los fugitivos de Efraím decían: «Dejadme pasar», los hombres de Galaad preguntaban: «¿Eres efraimita?» Y si repondía: «No», (12:6) le añadían: «Pues di Shibbóleth (שִׁבֹּלֶת)». Pero él decía: «Sibbóleth (סִבֹּ֗לֶת)» porque no podía pronunciarlo así. Entonces le echaban mano y lo degollaban junto a los vados del Jordán. Perecieron en aquella ocasión 42.000 hombres de Efraím.

El dominio lingüístico, es decir, el poder de una lengua en un territorio, en el que se hace lengua dominante, está muchas veces ligado al dominio geográfico, o sea, al nombre del territorio donde esa nueva lengua se habla. Los hablantes de euskera o euskaldunes se establecieron desde finales del siglo V J.C. en el territorio que antes ocupaba un pueblo céltico, los vascones, que quizás fueran ya hablantes de latín. Esos euskaldunes impusieron su lengua; pero se pasaron a llamar vascos o vascones y su lengua pasó a llamarse también vasco, vascuence o (menos usado hoy) vascón. Es lo que se conoce como la euskerización tardía de las que fueron luego las provincias vascas y parte de Navarra, concepto que se basa en conclusiones arqueológicas y en los grandes topónimos y que hemos presentado ya en otras hojas de esta bitácora. Es un proceso que se da en otras lenguas y otros lugares. Los hablantes de español de México, llamados novohispanos en el período del virreinato, pasaron a llamarse mexicanos, tomando el nombre de una de las tribus indígenas, los mexicas. La mayoría de los mexicanos actuales no desciende de los mexicas y sus antepasados sufrieron mucho bajo su poder; pero todo mexicano se siente orgulloso de serlo y el español es la lengua común. La república latinoamericana que ha tenido una mayor tentación de cambiar el nombre de español o castellano por el adjetivo de esa república ha sido la Argentina y habrá que ocuparse en otra ocasión del idioma argentino. No es el uso general, a veces es simplemente humorístico, sin mayor transcendencia.

Lo anterior puede pasar a tener relación con el dominio político. La derecha norteamericana que ataca a los latinos al grito de Speak American! está usando un nuevo nombre para su lengua, que es para la mayoría English. Lo hace para imponer un concepto de predominio étnico y político. Un dominio distinto del concepto de lengua, vinculado a una nueva circunstancia histórica. Pero bien pudiera ocurrir que esa nueva denominación fuera ganando terreno y acabara siendo aceptada, convirtiéndose en norma.Y es que muy distinto del original es hoy el dominio del término "nación". En un principio significaba simplemente 'lugar de nacimiento', En el siglo XV Juan de Mena podía referirse a un grupo de personas como "gallegos de nación", que equivale al actual "nacidos en Galicia". Hoy en día el término nación tiene más que ver con el territorio que se habita que con el territorio en que se nace y se restringe todavía más cuando se limita por una lengua común que, en caso de no ser única de ese territorio, se procura imponer para hacerla corresponder con el dominio político. 

Un caso notable es el de los vascos. Aunque todavía haya resistencia al hecho de que el vascuence se impuso a partir de finales del siglo V d. J.C. y no es por ello una lengua prerromana, están muy extendidas en España dos ideas contrapuestas. Una es la nacionalista vasca, que reclama un estado-nación, basado, aparentemente, en la antigüedad supuesta y en la lengua normalizada o 'unificada', euskera batua, a pesar de que no sea mayoritaria y, realmente, en el dominio político. La otra puede llegar a ser, paradójicamente, aunque no lo sea para todos y no para este autor, la nacionalista española. Se basa en la creencia extendida e injustificada de que los vascos son los restos de los primeros pobladores de "España" y por lo tanto son los que mejor representan unas supuestas "esencias patrias". Esto generó tradicionalmente un movimiento de simpatía hacia todo lo vasco, todavía constante a pesar del daño hecho por el terrorismo etarra. Dos manifestaciones de este movimiento pueden ser la deportiva y la musical. En el plano deportivo muchos españoles tenemos como segundo o tercer equipo (si no es el primero) al Athletic (de Bilbao, aclaro para el lector no español). En el plano musical remito a la foto, en la que queda patente que el que puede considerarse himno vasco popular, el Gernikako arbola 'el árbol de Guernica', fue compuesto e interpretado por primera vez en Madrid, donde se honra a su autor. No se incluye la gastronomía, porque no hay discusión sobre la aceptación de la cocina vasca. Gracias, Jorge.