Tuesday, July 30, 2019

Joaquín Rodrigo y el cancionero judeoespañol


Existe en el mundo una idea falsa de que España y la Inquisición fueron las grandes perseguidoras de los judíos. No hay tal. Ya en 1218 Enrique III de Inglaterra les había obligado a llevar una etiqueta distintiva, decreto reforzado en 1253 en el Statute of Jewry. La primera gran expulsión de los judíos en la Edad Media fue ordenada por otro rey inglés, Eduardo, el 18 de julio de 1290. Los sheriffs de todos los condados ingleses recibieron la orden de que todos los judíos tenían que estar expulsados antes del día de Todos los Santos, el primero de noviembre de ese año. Este edicto permaneció en vigor hasta 1657, cuando Oliver Cromwell autorizó el regreso a Inglaterra de los judíos. El mito de los judíos como asesinos de niños también tuvo su origen en Inglaterra. En el siglo XV Francia, el Archiducado de Austria y los Ducados de Milán y de Parma promulgaron sus respectivos edictos de expulsión, seguidos en 1492 por el de Castilla y Aragón (todavía no se puede hablar exactamente de España, porque Navarra no estaba incorporada) y el de Portugal en 1497. No sólo los reinos cristianos los expulsaron, también lo hicieron Túnez y Orán, y a los cristianos hay que añadir Lituania, Provenza y Baviera.
La expulsión de la Península Ibérica tuvo una extraordinaria repercusión social y cultural, dentro y fuera de España. Dentro porque, como señaló acertadamente Américo Castro en España en su historia: «El modelo para la estructuración colectiva no fue ni el visigodo, ni el francés, ni el inglés, en los cuales la dimensión política predominaba sobre la religiosa. La base de la nación fue la circunstancia de haber nacido la persona dentro de la casta religiosa a la que pertenecía cada uno de los tres grupos de creyentes». Fuera de España la repercusión se produjo porque el nombre de Sefarad quedó unido a un grupo específico de judíos, los judeoespañoles o sefardíes, de lengua española y ambiente cultural románico, por lo que también son llamados ladinos, es decir, “latinos”. Estos ladinos están diferenciados de los askenazíes, hablantes de yiddish, una variedad del alemán y de ambiente cultural germánico.
Los sefardíes se extendieron por el Mediterráneo, especialmente por las áreas del entonces vasto imperio otomano y mantuvieron su variante lingüística de finales del siglo XV, con mezclas del hebreo y de otras lenguas, eslavas en Yugoslavia, griego en la Hélade, otomanas como el turco o románicas como el francés y el rumano, y también del árabe, con un grupo específico magrebí, la haketía. Desde 2018 el judeoespañol está integrado en la Asociación de Academias de la Lengua Española, con una academia propia en Israel. A partir del siglo XIX la Alliance Israélite Universelle ejerció una gran influencia lingüística y cultural, especialmente educativa, sobre las comunidades sefardíes, reflejada en la lengua, por los galicismos y en la literatura, por su influencia en el desarrollo de un tipo de teatro.
El gran músico español Joaquín Rodrigo nació en Sagunto en 1901 y falleció en Madrid en 1999. Estaba vinculado por su matrimonio al mundo judeoespañol, que recreó en varias canciones, con la colaboración de su esposa Victoria Kamhi, quien era sefardí. Ya en 1951 el maestro había armonizado dos canciones sefardíes para coro mixto: Malato era el hijo del rey y El rey que muncho madruga, una canción de caza, aparentemente, que es en realidad de castigo a la adúltera. Al homenaje a Mair José Bernadete, publicado en 1965, había contribuido con la partitura de Triste Estaba el Ray David, un texto que también armonizó para coro mixto a capella. En ese mismo año de 1965 hay que añadir Cuatro canciones sefardíes, que forman un grupo diferenciado y están compuestas para piano (Respóndemos, Una pastora yo amí, Nani, Nani y Morena me llaman). Las cuatro canciones se presentaron en el Ateneo de Madrid por la soprano operística venezolana Fedora Alemán y el pianista madrileño Miguel Zanetti el 18 de noviembre de 1965. La dedicación del Maestro a la expresión poética sefardí muestra un interés y una actividad que se mantuvo a lo largo de los años. Otro aspecto del interés por el tema judío, aunque no sefardí en este caso, es el representado por los Tres himnos de los neófitos de Qumrán, todos ellos estrenados en el marco de la Semana de Música Religiosa de Cuenca, el primero en 1965 y los otros dos en 1975.
Esta actividad debe situarse en el ambiente cultural español para reconocer una vez más el valor del magisterio de Menéndez Pidal y la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas. En ese ambiente se impulsó el estudio del mundo sefardí, plasmado en 1922 en el artículo de Américo Castro “Entre los judíos marroquíes. La lengua española de Marruecos”, publicado en la Revista Hispano Africana y continuado por recolectores como Manrique de Lara, cuya colección entregó don Ramón al Maestro Rodrigo para componer estas canciones.
Con Ana Benavides y Cecilia Rodrigo en la BNE
Cuando se habla de canciones sefardíes o de otras manifestaciones literarias, sólo se pretende señalar un matiz, porque por regla general estas canciones aparecen en otras formas culturales hispanas, castellanas, andaluzas, o de los cancioneros de Indias. Puede haber una diferencia en el tratamiento del tema religioso, hay también ciertas preferencias, siempre teniendo en cuenta que dependemos de lo superviviente, que es una pequeña parte; pero la base folclórica, por lo demás, es la misma. En la lengua se aprecian algunas peculiaridades, varias de ellas conservadas en formas rurales o de registros bajos del español más general, otras pueden ser restos arcaizantes o variantes locales, a veces desconocidas en otros sociolectos, simplemente por falta de corpus conservados. Estos textos son un resumen de una rica herencia cultural, además de un testimonio de un profundo intercambio de ideas y sensaciones.
Sobre el aspecto creativo de estas composiciones se conservan unas páginas escritas por el Maestro Rodrigo a propósito de la publicación de la armonización o estilización de dos canciones sefardíes para la revista Sefarad. Explica en ellas que no es fácil armonizar una canción popular, frente a la opinión general. Son canciones que sólo requieren un soporte mínimo, que podía ser simplemente de voz.
La polifonía hará que el mundo musical occidental y el oriental se separen porque en occidente la música se oye (no se escucha) de una manera distinta a como se oye en oriente. Rodrigo se pregunta “¿Cómo uncir el corcel de la canción popular al carro de la polifonía?” y responde que la solución está en dar preferencia a la atmósfera sobre la escritura, es decir, que hay que recrear en su clima, en su mundo, lo cual es más fácil con apoyo instrumental. Si no se hace así, se enjaula la canción de manera egoísta.
Gerardo Diego, en unas notas manuscritas, apuntó que Rodrigo supo aprovechar la música de los cancioneros de Narváez, Vásquez o Fuenllana. Deja a salvo la línea esencial y encuentra una atmósfera nueva, a la vez antigua y moderna. Usa la misma palabra que Rodrigo, atmósfera. Y habla también de sabor y de inspiración. El primero proviene del origen de la canción, al segundo lo llama inspiración rodrigada.
El trabajo de Joaquín Rodrigo sobre los textos sefardíes, específicamente, entre los folclóricos, sigue una intención o propuesta que lleva a un doble corolario. En primer lugar, hay que reconocer que va más allá del mero conservacionismo o la actitud folclorista o etnológica, por otro lado, útil y loable: estas piezas musicales no se presentan como piezas de museo. En segundo lugar, cabe añadir que el proceso del que se hace partícipes a estas letras medievales es un proceso de creación, se las sitúa en el mundo creativo de la música contemporánea del maestro, no de la contemporánea de los textos. No se intenta una vestidura anacrónica. Con el Maestro Joaquín Rodrigo y el Maestro Gerardo Diego puede concluirse, por tanto, que estos textos y la música que los revive son posibles, en su unidad, gracias a que se ha sabido mantener una atmósfera.