Saturday, September 19, 2020

El proceso de formación del español

En el siglo I el latín era una lengua establecida y común en la Península Ibérica. Fueron de origen hispano maestros de Retórica como Marco Porcio Latrón, con quien estudió en Roma el gran poeta Ovidio, Marco Anneo Séneca (“el Viejo”) o Marco Fabio Quintiliano y autores como Lucio Anneo Séneca, Marco Anneo Lucano o Marco Valerio Marcial. Tres emperadores de Roma fueron originarios de Hispania: Marco Ulpio Trajano (s. I - II), Publio Aelio Adriano (s. II) y Flavio Teodosio el Grande (s. IV), el último emperador que gobernó unidos los imperios romanos de Oriente y Occidente. Estos nombres ejemplifican una completa integración en la cultura de Roma. La Península Ibérica se unificó lingüísticamente con una firme base latina y se organizó administrativamente dentro de los patrones romanos. A partir del año 297 el noroeste de África, la Mauretania Tingitana, con capital en Tánger, pasó a formar parte de la estructura administrativa de Hispania. Esta área había estado siempre en estrecho contacto con la provincia meridional hispánica, la Bética. Dos ciudades de esta zona mauritana, Ceuta y Melilla, siguen siendo españolas, tras diversos cambios a lo largo de su historia.

A principios del siglo V se produjeron graves alteraciones en el imperio romano por las invasiones de los bárbaros, nombre que agrupa a germanos y tribus de otras procedencias, que se vieron favorecidos por las luchas por el poder en Roma y la falta de dirección del ejército romano. El año 411, invitados por un autodenominado emperador, sublevado en Hispania, los suevos, vándalos (ambos germanos) y alanos (iranios) entraron en la Península Ibérica. Estos pueblos estaban muy latinizados tras una larga permanencia en los límites del Imperio. Los suevos se establecieron en el Noroeste, en las actuales Galicia, Norte de Portugal y parte occidental de León y crearon un reino que duró hasta el año 585. Se estima que la zona del reino suevo estuvo poblada por unos 30 000 suevos y unos 700 000 hispanorromanos. La suerte de vándalos y alanos fue distinta de la de los suevos. No llegaron a establecerse en Hispania y, tras ser derrotados por los visigodos, a quienes había pedido ayuda Roma, pasaron a África. En este continente conquistaron Cartago y crearon un reino vándalo (429 – 534). Esa área africana estaba muy romanizada. Existen testimonios fehacientes de que los vándalos hablaban latín.

La suerte de los vándalos estuvo ligada a la de bizantinos y visigodos. Los bizantinos habían conquistado Ceuta el 534, luego ocuparon las islas Baleares y a partir de 552 desembarcaron en la Península y ocuparon el oriente de la Bética, donde permanecieron hasta 626. Después continuaron en Ceuta y las Baleares. La lengua administrativa de los bizantinos en occidente era el latín.


Los visigodos no tuvieron una presencia constante en Hispania hasta muy tarde. El año 410 habían entrado en la península itálica y saqueado Roma. Después se establecieron en la Galia (actual Francia), en la zona sur, la más romanizada (lat. Provincia, fr. Provence). Entraron varias veces en Hispania, a partir del 415, como federados de los romanos. Desde el 427 sus intervenciones en la península ibérica fueron constantes. Derrotaron a los vándalos, establecieron un centro administrativo y militar en Barcelona y no en Tarragona, la capital romana de la Tarraconense. Finalmente, derrotados por los francos en Vouillé, cerca de Poitiers, el 507, conservaron sólo la Narbonense en el actual territorio francés y trasladaron la capital a Toledo, durante el reinado de Atanagildo (555-567). Derrotaron a suevos y bizantinos y unificaron la Península Ibérica a partir del año 626. Los visigodos también hablaban latín y el latín fue la lengua de la administración pública y eclesiástica. Sin embargo, unos documentos excepcionales, las pizarras visigóticas, escritos de distinto carácter en ese material barato, permiten apreciar que el latín usado corrientemente en Hispania ya ofrecía bastantes diferencias con el latín de épocas anteriores. La separación del latín hispano y el latín imperial o clásico, había comenzado. Aunque el latín fuera la lengua de comunicación y administración de los pueblos germanos invasores, transmitieron también algunas palabras germánicas, que habían conservado, como guerra, ganar, rico, blanco y, sobre todo, influyeron en el sistema onomástico. Los romanos tenían un sistema pobre, basado en los numerales: el primer hijo se llamaba Primus, el segundo Secundus o Secundinus y así hasta Decius o Decimus. Los germanos introdujeron muchos nombres variados, como Carlos, Elvira, Enrique, Francisco, Rodrigo.


El 711 comenzó un período que alteró durante ocho siglos la vida hispanorromana y cuyo final en 1492, supuso el inicio de la España moderna y del español como lengua diferente del castellano medieval. En ese año un ejército de musulmanes, compuesto fundamentalmente por bereberes norteafricanos, inició la conquista de la Península Ibérica, que ocuparon casi por completo en muy pocos años. Partieron de Ceuta, ciudad bizantina de expresión latina y muchos de ellos eran hablantes de latín o bilingües latín-bereber en grado diverso. Ese latín norteafricano o afrorrománico no podía ser muy diferente de las hablas hispanorromanas y ello hubo de facilitar la intercomunicación y la conquista. Los primeros conquistadores no podían tener todavía un conocimiento generalizado del árabe, porque la mayoría no lo tenía como lengua materna ni como lengua habitual. Cuando aumentó el número de invasores arabófonos y se extendió esta lengua por el norte de África, también en la zona musulmana hispánica, Al-Andalús, se fue imponiendo el árabe como lengua de comunicación y cultura. Se formó un continuo lingüístico en uno de cuyos extremos estaba el latín y en el otro el árabe culto. Entre ambos estaban los dialectos andalusíes, el romance andalusí en el lado del latín y el árabe andalusí en el del árabe. El lado latino fue debilitándose y en el siglo XII las hablas románicas andalusíes habían desaparecido.

Cuando los árabes iniciaron su proceso de conquista, los bereberes, con su contingente de hablantes de afrorrománico, se desplazaron hacia el norte y llegaron a la zona de la Bureba, en el norte de Burgos. Allí se encontraban los vascos, que se habían establecido en Hispania en el siglo VI y les cerraban el paso hacia el norte. Tampoco pudieron dirigirse hacia el este, donde se había instalado en el poder una familia hispanorromana, los Casii, convertida al islam, los Banu Qasi. No les quedó otro camino que dirigirse al oeste por el valle del Duero. En esa zona entre el País Vasco, Burgos y la Rioja coincidieron durante un tiempo los vascos más o menos romanizados, los hispanorromanos y los bereberes afrorrománicos. Es el pequeño rincón en el que surgirá el castellano, que evolucionará con claras diferencias frente a los otros romances peninsulares y que se caracterizará por la facilidad de sus hablantes para incorporar distintos materiales lingüísticos, de orígenes varios. 

Una de las líneas musulmanas del inicio de la conquista había avanzado hacia el centro-oeste. Cuando hubo cruzado el Duero, continuó hacia el norte. El año 718 un noble visigodo, Pelayo, los derrotó en Covadonga, Asturias, e inició la Reconquista de Hispania. 

El árabe y su cultura tuvieron una enorme influencia en el desarrollo de las lenguas hispanorrománicas, especialmente del castellano. El año 711 se inició la conquista de Hispania, el año 750 los abasíes derrocaron el califato omeya y trasladaron la capital de Damasco a Bagdad. Un miembro de la familia Omeya, Abderrahmán I “el exiliado”, se estableció en Al-Andalús y fundó el emirato omeya que, en 929, Abderrahmán III “el victorioso” convirtió en califato. Los omeyas atrajeron a España a varios grupos arabófonos, entre los que merece destacarse a los yemeníes, cuyo influjo en el árabe andalusí está bien estudiado.

A lo largo de ocho siglos, el árabe y las lenguas románicas, especialmente el castellano, coincidieron en períodos que alternaron guerra y paz, alianzas y enfrentamientos y que permitieron que surgiera la idea moderna de España. A esa situación sociolingüística especial debe sumarse la presencia de los judíos y la lengua hebrea. Había judíos en Hispania ya en la época imperial y, durante la Edad Media, tuvieron posiciones de mucha importancia tanto en los reinos cristianos como en los musulmanes. Cuando los musulmanes fueron derrotados en Granada en 1492, el castellano había evolucionado y se había formado como lengua española. Esa fue la lengua que los castellanos llevaron a América, África y Asia. Los judíos sefardíes, tras su expulsión en 1492, la extendieron por el Mediterráneo musulmán, de Marruecos al imperio turco y se conserva como judeoespañol o ladino (‘latino’). Raro es el día, en Jerusalén, hoy, en el que no oigo o leo algo dicho o escrito en ladino.