Panna Maria, TX |
De igual
manera se pueden diferenciar ciudades fundadas por los novohispanos o por los
anglos o una localidad de origen alemán o checo, o los pueblos de los indios,
más al oeste. En el Viejo Continente el paisaje medieval ha sufrido muchas
transformaciones, las viejas murallas han dado paso a vías de circunvalación en
muchos lugares, sobre las iglesias se construyeron mezquitas y sobre éstas de
nuevo iglesias, los cultivos se han transformado, las fuentes se han secado;
pero el recuerdo no está marchito, vive y puede reconstruirse, confiriendo así
a la lengua una nueva imagen, mucho más viva, la de las gentes que cruzaban sus
calles o se reunían en sus plazas y hablaban de las cosas cotidianas en lenguas
que para el filólogo estaban enterradas en manuscritos. Los filólogos han
prestado una gran atención a los textos, en primer lugar, a la historia, en
segundo y, en determinadas ocasiones, al arte. Pocas veces, en cambio, se han
planteado la pregunta de cómo se identificaban (aparte de por la toponimia) los
lugares donde se hablaban las distintas lenguas, si había unas marcas en el
paisaje, agrícola o urbano, que permitieran suponer que en ese lugar se habló
en algún momento histórico –que puede ser el presente—una lengua concreta.
Frente al concepto
limitado de paisaje lingüístico que se está manejando en la bibliografía
reciente y que consiste, básicamente, en registrar la presencia de escritos en
lenguas, variantes o registros
diferentes de la lengua usual de la comunidad, vinculados al fenómeno
migratorio moderno, hace años que trabajo en otro concepto de paisaje
lingüístico. Se trata de una concepción que se sitúa dentro de la consideración
que la UNESCO hace del paisaje, desde su reunión de 1962, en tres categorías
fundamentales: paisaje original, paisaje transformado (urbano y agrícola) y
paisaje deteriorado. Deben incluirse también las categorías de paisaje interior
y paisaje exterior.
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¿Qué queda de las lenguas en el paisaje? ¿Cómo hereda el paisaje elementos que testimonian la presencia en él de los hablantes de
diversas lenguas, es decir, cómo puede acabar reflejando el paisaje las lenguas
que hablan o hablaron los pobladores de una región? En lugares privilegiados en
ese sentido, como Tejas (y buena parte de México y otros países
latinoamericanos), por la conservación de estructuras locales a lo largo de los
años y por el escaso tiempo que ha podido transcurrir para su deterioro, es
bastante fácil apreciar esa influencia, que es imprescindible para entender su
Historia Lingüística.
Para un lingüista histórico el reto, sin embargo, es encontrar cómo estas influencias pueden rastrearse en épocas pasadas, aunque hayan desaparecido de la estructura paisajística general, al menos aparentemente. La Península Ibérica en la Edad Media es, por su riqueza lingüística y la variedad geográfica, un lugar muy conveniente para estudiar este peculiar aspecto de los contactos entre las lenguas, los hablantes y el planeta. Además, en la construcción del paisaje lingüístico americano, la influencia ibérica es un elemento esencial, tanto en la creación de nuevas estructuras paisajísticas, como la ciudad de Puebla en México o Santa Fe (NM) o San Antonio (TX) en los Estados Unidos, entre otras muchas, como en la transformación de las preexistentes, cual la Ciudad de México.
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