con Castidat e con Çiençia podremos nos escusar;
Spíritu de Fortaleza que nos quiera ayudar,
con estas brafuneras la podremos bien matar:
quixotes e cañilleras de santo sacramento,
que Dios fizo en Paraíso Matrimonio e Casamiento.
Originariamente,
como se sabe, quixote era una pieza de protección de los muslos, que en
latín se dice coxa. Se trataba, sin duda, de piezas de malla o
metálicas, como bandas, que cubrían esa zona. Su sustitución por caras cintas
de seda sobre calzas abombadas da lugar a esa típica prenda de vestido que se
aprecia en numerosos retratos del siglo XVI. Esas bandas de seda también aparecen en las mangas, como extensión de su uso. (La onza de seda, 31,103 g,
costaba cien maravedíes a finales del siglo XV, lo mismo que una vara, 0,866 m,
de holanda).
En época de Cervantes era ya una prenda arcaica, un rasgo más del humor cervantino, que llama a su héroe con el nombre de una anticuada pieza del atuendo del caballero andante. El último ejemplo precervantino, de 1590, con ese sentido armamentístico, es de El perfecto capitán, de Diego Álava de Viamont.
Pese a esa antigüedad, la palabra ha sido notablemente parca en derivados, hasta época bastante reciente, cuando se forman a partir de la figura caballeresca y siempre con consideración burlesca, negativa, que se mantiene. En 1614, afirma Quintana en su Cervantes, Villegas llamó quijotista a don Miguel, iniciando la serie. El propio Cervantes la continúa, al utilizar quijotada, en la Segunda Parte, en tono de burla, para referirse a las locuras de su héroe. Para quijotesco es preciso esperar mucho más, y no se puede poner en duda su sentido totalmente peyorativo, si se considera la obra en que aparece, el Arte de putear, de don Nicolás Fernández de Moratín: galantear al modo quijotesco es lo que contrapone el caballero dieciochesco a la facilidad con la que se accede a una mozuela a cambio de unos dineros, entre 1771 y 1777. Diez años después será Tomás de Iriarte (El señorito mimado) quien hable de lances quijotescos, devolviendo el adjetivo a la esfera de la caballería andante.
D. Juan de Austria y la evolución de los quijotes. |
En época de Cervantes era ya una prenda arcaica, un rasgo más del humor cervantino, que llama a su héroe con el nombre de una anticuada pieza del atuendo del caballero andante. El último ejemplo precervantino, de 1590, con ese sentido armamentístico, es de El perfecto capitán, de Diego Álava de Viamont.
Pese a esa antigüedad, la palabra ha sido notablemente parca en derivados, hasta época bastante reciente, cuando se forman a partir de la figura caballeresca y siempre con consideración burlesca, negativa, que se mantiene. En 1614, afirma Quintana en su Cervantes, Villegas llamó quijotista a don Miguel, iniciando la serie. El propio Cervantes la continúa, al utilizar quijotada, en la Segunda Parte, en tono de burla, para referirse a las locuras de su héroe. Para quijotesco es preciso esperar mucho más, y no se puede poner en duda su sentido totalmente peyorativo, si se considera la obra en que aparece, el Arte de putear, de don Nicolás Fernández de Moratín: galantear al modo quijotesco es lo que contrapone el caballero dieciochesco a la facilidad con la que se accede a una mozuela a cambio de unos dineros, entre 1771 y 1777. Diez años después será Tomás de Iriarte (El señorito mimado) quien hable de lances quijotescos, devolviendo el adjetivo a la esfera de la caballería andante.
Sello conmemorativo de Leandro Fernández de Moratín |
Tabla de gimnasia: pololos y blusa blanca. |