Thursday, December 16, 2021
Feliz Navidad
Saturday, December 4, 2021
El calco semántico y las perspectivas de análisis.
El 21 de octubre de 2021 en el marco del sexagésimo aniversario de Filología Hispánica en la Universidad de Sofía, Bulgaria, tuvo lugar una mesa redonda dedicada al centenario del nacimiento del profesor Eugenio Coseriu.
Los organizadores me hucieron el honor de invitarme para presentar la comunicación cuya grabación se ofrece en este cuaderno de bitácora.
El texto completo se publicará en un volumen conmemorativo. En la presentación oral se ofrecieron las líneas generales de la investigación.
Friday, September 10, 2021
El racismo se desliza en la ignorancia
Estoy leyendo en los últimos días una serie de trabajos sobre la persecución lingüística a la que estamos sometidos y ahora se presenta este nuevo caso. Sé que al escribir sobre él me expongo a que se me acuse de cualquier cosa, porque siempre puede haber algo que no guste a alguien y ahora parece que lo que priva es la presunción de culpabilidad y no la de inocencia.
Ha levantado un revuelo farisaico el comentario fuera de programa y a micrófono abierto, por descuido, de una periodista española, Lorena, en la presentación de Eduardo Camavinga, el nuevo jugador del real Madrid, natural de Angola (África). La joven periodista comentó sin darle mayor importancia: "Este tío es más negro que el traje, ¿eh?". Como tengo mis dudas sobre los derechos de imagen y no quiero complicaciones, me limitaré a poner el enlace: https://as.com/tikitakas/2021/09/10/portada/1631283613_172565.html?m1=cG9ydGFkYV9wb3J0YWRh&m2=QUNUVUFMSURBRA%3D%3D&m3=MTI%3D&m4=bm9ybWFs&m5=MjE%3D&m1=cG9ydGFkYV9wb3J0YWRh&m2=QUNUVUFMSURBRA%3D%3D&m3=MTM%3D&m4=bm9ybWFs&m5=MjE%3D
RTVE se apresuró, sin juicio ni defensa, a publicar un comunicado en el que dijo: "RTVE pide disculpas al deportista aludido y lamenta y condena profundamente estos comentarios denigrantes".
La periodista no tuvo más remedio que defenderse del sucesivo aluvión de ataques, disculpándose y tratando de explicar lo que para cualquier lingüista debería ser evidente: que su comentario no tenía ninguna intención de molestar ni de atacar (lo de "denigrar" lo veremos en un momento, porque tiene más miga de lo que parece).
Si contamos mis años de estudio universitario llevo en el mundo de la lingüística unos sesenta años. Espero que ni mis peores enemigos puedan decir que en ese tiempo no he aprendido nada. Algo sé, supongo y ese algo me dice que el comentario de esta profesional de los medios de comunicación es absolutamente inocente. Lo hacen desafortunado las circunstancias en que vivimos. Incluso, poniéndome a las patas de los caballos, diría que se puede tomar como un elogio. Recordemos el black is beautiful de mis años jóvenes. Parece que entonces las cosas se tomaban de otra manera.
Sunday, June 13, 2021
Saturday, March 20, 2021
Al sur de Jerusalén: sacrificios, tumbas, textos
Al salir de la ciudad antigua de Jerusalén por la puerta de Jaffa, se llega inmediatamente a una carretera de circunvalación y a un parque que ya está situado sobre el cauce del arroyo, Gei Ben Hinnom, el Valle de los hijos de Hinnom. El nombre procede de la designación de una familia no semítica. El clan de Hinnom fue anterior al período del Primer Templo, unos mil años a. JC. El valle era entonces un lugar de abominación. Más adelante Gei Ben Hinnom pasó a ser Ge Hinnom (Valle de Hinnom), Gehenna en español o inglés y Gehennem en árabe y hebreo. En el imaginario popular sería el paso hacia el infierno.
Pero ese camino del
infierno es hoy en su parte superior una especie de paraíso burgués: buenas
casas, un parque, un gran teatro musical al aire libre, entre otros servicios.
Poco a poco, a medida que el cauce se hunde entre terraplenes rocosos y sustenta
estrechos campos de olivos, camino a Jerusalén Este y la aldea árabe de Silwan,
se une al Cedrón en su valle y se convierte en esa tierra de nadie urbana entre
árabes y judíos. Esa zona ofrece la maravillosa vista de Jerusalén desde el sur
y en ella parece haberse detenido el tiempo, entre los árabes que no pueden y
los judíos que no se atreven.
Sobre el lado sur se levanta el cerro en altura, dominado por la iglesia escocesa de San Andrés. El terreno constituye una planicie ondulada que se extiende, con un pequeño desnivel, hasta los terrenos convertidos en parque de la primera estación de ferrocarril: First Station. Esa zona superior domina Jerusalén desde el sur, que es la parte con mejor defensa natural de la ciudad. Por ello la visión desde arriba tiene, en la guerra tradicional, gran importancia estratégica. Se supone que Pompeyo (Josefo, Guerra, 1:141) pudo establecer allí su campamento cuando sitió la ciudad en 63 a. JC. La parte sur de la ciudad, dominada por los partidarios de Aristóbulo y la más fortificada, era el objetivo de los romanos tras la entrega de la parte noroeste por los partidarios de Hircano. Un siglo más tarde, la situación se repitió con el sitio definitivo de la ciudad por los romanos a las órdenes de Tito el año 70 d. JC. (Josefo, Guerra,5:106-135). Es también posible que Tito instalara su propio campamento en esta zona. La defensa más débil de Jerusalén se sitúa en el norte y noroeste, por donde se produjeron los ataques. Durante los cinco meses del asedio es plausible que Tito se estableciera en un lugar que también contara con una defensa natural y esta parte alta del valle cumple esa condición.
Nada tiene de extraño que
se busque la asociación de los destructores del Templo con esta zona del
Hinnom, porque el origen del valle y las asociaciones del nombre tienen un
carácter infernal. Varios elementos históricos y culturales confluyen en esta
visión negativa. El más antiguo y trágico es el que asocia el valle a los
altares construidos en los cuales los reyes de Judá sacrificaban en el fuego a
los primogénitos, al parecer en honor del dios Moloch. Es el lugar llamado
Topheth en la Biblia. Aunque el rey Josías destruyó esos altares, las menciones
en Jeremías, Ezequiel e Isaías hacen suponer que al menos parte de las
prácticas persistieron durante cierto tiempo. En términos antropológicos,
limitar la discusión a fenicios y cartagineses es poco justificable. La
existencia de una deidad de la muerte, a la que se ofrecieron sacrificios
humanos, tiene una amplia extensión y es esencial para entender culturas geográficamente
muy alejadas, como las mesoamericanas, entre otras. En general, estos ritos se
asociaban a las prácticas para propiciar la lluvia. Es un campo que queda
abierto para futuras investigaciones.
El valle quedó marcado por esa parte histórica, cuyo sentido negativo se fue incrementando por costumbres posteriores, los esenios, por ejemplo, como no consideraban correcto que los propios excrementos se mantuvieran dentro de la ciudad, los recogían y los llevaban fuera, depositándolos en este valle, marcado como un lugar no habitable. La pervivencia y consistencia de esas ideas lo mantuvo como un lugar adecuado para los muertos.
Con ese antecedente y la asociación de esta ubicación con los enterramientos de restos de niños sacrificados parece natural que el lugar se convirtiera en un centro de enterramiento, donde se pueden encontrar tumbas del Primer y del Segundo Templo. El actual Centro Menahem Beguin está construido en un punto en el que se encuentran una serie de tumbas, alguna de gran relevancia, como se verá, lo que posiblemente indica que se trataba de un lugar religiosamente marcado.
El ritual judío de enterramiento, especialmente en la época del Primer Templo, requiere tumbas amplias. El cuerpo, envuelto en plantas olorosas o perfumes y en sudarios, se dejaba reposar sobre una plataforma o solio, que en el Segundo Templo estaba dominado por un arco de medio punto o arcosolio. El cadáver se dejaba hasta que sólo quedaran los huesos, que se colocaban en un osario. Entonces podía usarse la tumba de nuevo para un muerto reciente. Este sistema era muy costoso, porque durante meses la tumba no podía utilizarse para nadie más. Por ello van desarrollándose sistemas de tumbas que permiten la colocación de varios cuerpos y de múltiples osarios. El conjunto situado en Ketef Hinnom es por ello particularmente interesante, sobre todo por el descubrimiento de una tumba intacta, la número 24, que ha permitido analizar en detalle el sistema funerario.
La tumba 24 permite obtener el
esquema siguiente:
Se observa en ella la posibilidad de realizar varios enterramientos
simultáneos y además la existencia de un gran espacio donde era posible celebrar
ritos y también almacenar osarios y otros objetos.
La concepción post mortem
de los judíos asociada con este sistema de enterramientos descansa en tres
puntos principales:
a.
La idea de infierno no
parece anterior a la penetración de las ideas zoroastrianas en el siglo V a.
JC.
b.
Antes y después de esa
idea, ha formado parte de la cultura judía la idea de una muerte sin
resurrección, en todo caso con el reconocimiento de la bondad del individuo
bueno y la condena a la nada del malvado.
c.
Los partidarios de una
vida futura, en cambio, situaron en este valle precisamente lo que podría ser
el sentido de Gehenna, una espacie de purgatorio, un lugar de reflexión tras la
muerte sobre la verdad esencial de cada uno, normalmente de once meses,
ampliable a doce en casos de extrema maldad.
Los enterramientos
continúan a lo largo del valle y enlazan con los del valle del Cedrón, en la
confluencia de ambos. En esa zona baja del valle se encuentran tumbas del
Segundo Templo e incluso posteriores, como se aprecia en las imágenes.
Los yacimientos permiten extraer informaciones filológicas para las cuales es preciso tener en cuenta unos pequeños objetos encontrados en la tumba 24. Se trata de dos rollitos de plata con inscripciones en escritura paleo-hebrea. Aunque ha habido mucha discusión sobre su fecha, la opinión mayoritaria y, al parecer, más fundada, se inclina a situarlos entre 650 y 587 a. JC. El mayor mide, enrollado, 27 x 97 mm, mientras que el menor, más deteriorado y fragmentado, mide 11 x 39. Tras desenrollarlos cuidadosamente, se pudieron leer.
Las líneas introductorias de cada tablilla contienen texto contra el mal o
el daño a la persona portadora, lo que les confiere la condición de amuletos,
llevados al cuello como adorno personal y protección simultáneamente. Mientras
que las líneas iniciales varían en cada tablilla, las finales contienen una
cita casi idéntica de la bendición de Aarón. El texto de Números 6: 22-26
según la Biblia de Jerusalén es el siguiente:
Una posible interpretación de la lectura de estos textos es que podría haber existido una versión bíblica, de la Torah, muy anterior a la versión más antigua conocida y que de ella procede este texto. Esta interpretación es posible, pero no imprescindible. La coincidencia de los textos puede entenderse también porque el texto de las tablillas pudiera expresar una fórmula de bendición que luego se reflejó en el texto de Números. En cualquiera de los dos casos, lo interesante desde el punto de vista meramente filológico es la continuidad del texto y su relativa estabilidad, así como su presencia y uso en un texto escrito muy temprano.
Históricamente el valle ofrece una continuidad desde la época cananea hasta la época de los cruzados, con implicaciones que no sólo son históricas, sino, como se ha visto, también filológicas. Vale la pena detenerse en él y considerar Jerusalén desde esta perspectiva, menos habitual.
Monday, February 15, 2021
Juan Ramón Jiménez y la reforma y modernización del español moderno
Desde hace algunos meses, este cuaderno de bitácora acoge exposiciones sobre la historia de la lengua española. En un principio, se trató de páginas sobre lo que podría llamarse los pre-orígenes del castellano y otras lenguas españolas. En enero de 2021 el enfoque se dirigió hacia la historia del español como resultado de varios procesos de reforma y modernización. Puede ser útil presentar algunos ejemplos concretos de acciones o propuestas sobre el uso lingüístico que pudieran considerarse reformistas o modernizadoras.
Por el enorme
cuidado que Juan Ramón Jiménez pone en su actividad literaria, por las muestras
dispersas de su preocupación por el lenguaje, la originalidad de alguna de sus
propuestas y la innegable influencia de su obra en la poesía hispánica del siglo
XX, el estudio de su actitud lingüística promete frutos sazonados, especialmente
en el terreno de las investigaciones sobre reforma y modernización del español,
a las que venimos dedicándonos desde hace tiempo.
En varios
lugares expuso el poeta de Moguer opiniones lingüísticas, incluso aplicadas a
autores célebres de su entorno. El 26 de enero de 1936, por ejemplo, en su artículo
del diario El Sol, de Madrid, titulado “Ramón del Valle-Inclán (Castillo
de Quema)”, comentaba así el empleo de la lengua en el gran estilista gallego:
«Se concentraba en su lengua y cada vez la encontraba así más dilatada, más hermosa. Porque la. lengua propia hay que tratarla como madre y las otras como tías, aunque a veces sea mucho para uno una tía. Pero Val!e-Inclán no tenía tías, ni quería tenerlas. Dilataba su lengua madre hasta lo infinito y pretendía sin duda, extendiéndola, forzándola, inmensándola, que la entendieran todos, aun cuando no la supieran, que tuvieran él y ella virtud bastante para imponer tal categoría, su calidad, el tesoro por cualquier lado imprevisto.»
La reforma de
una lengua supone una acción consciente y deliberada sobre la misma para
adecuarla a las necesidades de su tiempo. El reformador se enfrenta activamente
con la realidad de una lengua concreta, sobre la cual actúa; no sólo es
consciente, es también intencionado y suele ser, por ello, gramático, filólogo
o, en los términos más amplios, teórico del lenguaje con posibilidades de
aplicación práctica o técnica, en su sentido moderno. El reformador es un
legislador que hace política lingüística, plantea la situación y da sus pautas
para. resolver los problemas enunciados.
La modernización
de la lengua, en cambio, es la concreción de esa actuación, el resultado de esa
reforma. El modernizador es el «ejecutor» de la reforma (no se encuentra en el
plano legislativo, sino en el ejecutivo). La diferencia es sustancial, ya que,
naturalmente, los reformadores, en la historia, tratarán de ser modernizadores,
pues toda reforma que no se concreta queda abortada. Los últimos, en cambio, no
han de ser necesariamente reformadores, pueden limitarse a poner en juego
medios que los reformadores les proporcionan.
La reforma anterior a Juan Ramón es la que podría llamarse académica, plasmada entre 1726 y 1739 en el Diccionario de Autoridades y a lo largo del siglo XVIII en la Ortografía y la Gramática. El poeta se sitúa por tanto entre esa reforma académica y la reforma actual, cuya fecha simbólica podría ser 1965, que corresponde a la creación de la Comisión Permanente de Academias, aunque no falten las muestras anteriores de esta preocupación reformadora. Entre reforma y reforma, conviene aclarar, no hay vacíos, sino un espacio que se llena, en primer lugar, con las modernizaciones correspondientes a las directrices reformadoras y, en segundo lugar, con la dialéctica que permite cimentar la reforma siguiente. El proceso es de carácter cíclico y está vinculado al del cambio lingüístico: se trata de la acción directa del hombre y sus instituciones como factor del cambio.
Las preguntas
que pueden hacerse, por tanto, son de varios tipos: si el poeta era sensible, y
en qué medida, a la voluntad modernizadora de la lengua; si se limitaba a una
actitud de modernización o si, con mayor profundidad, se lo podría considerar
entre los adelantados de 1a reforma; si, por último, algunos de sus gestos más
llamativos (como su propuesta ortográfica) pueden interpretarse en este sentido
o si, en cambio, hay otros indicadores más de fiar.
Un texto de 1953,
año significativo de la meditación juanramonina sobre estos asuntos, nos
permite apreciar una coherente actitud del poeta. Se trata de un cuestionario que
le fue sometido por el periodista puertorriqueño Juan Manuel Bertoli Rangel,
que fue publicado con las respuestas del autor español el 1 de febrero de 1953 en La Prensa de Nueva York. Es cierto que vivía todavía inmerso en una corriente crítica
para la cual el fenómeno llamado lengua literaria es algo diferenciado de la lengua
común. Sin embargo, esto no le impedía sentir su actuación sobre el idioma de
dos maneras, instintiva o reflexivamente, y con dos fines, conservar y renovar.
Por último, no se consideraba un verdadero creador lingüístico, como Unamuno, a
quien cita expresamente, lo que podría interpretarse como ausencia de esa
condición de meditación científica sobre la lengua, propia de los reformadores.
Pese a ello, Juan Ramón Jiménez no fue, a nuestro juicio, un mero modernizador, sino que se acercó bastante a la actitud reformadora. Tres libros hay en la biblioteca de Moguer que se relacionan con el problema de la reforma y modernización del español: el de John B. Trend sobre Alfonso X, de 1926; la edición de J. Moreno Villa del Diálogo de la Lengua, de Juan de Valdés, de 1919 y el sumamente curioso de Ventura García Calderón, de 1935, antecedente claro de la reforma contemporánea. Este último libro suscitó interesantes reacciones en España (de Américo Castro, por ejemplo); pero el ejemplar de Moguer (número 1.233) no parecía haber leído nadie antes de que lo fotografiáramos in situ, en diciembre de 1980.
Tras todos
estos presupuestos, se puede dar un paso más concreto al conocer la base real sobre
la que su sistema ortográfico se monta. En 1953 se publicó en la revista Universidad
de Puerto Rico su artículo titulado “Mis ideas ortográficas”. Lo resume
sencillamente diciendo: “se me pide que explique por qué escribo yo con jota
las palabras en ge, gi; por qué suprimo las b, las p, etc., en palabras como
oscuro, setiembre, etc.; por qué uso s en vez de x en palabras como escelentísimo,
etc.”
Continúa diciendo que “El diccionario que yo usé siempre y sigo usando es el Diccionario enciclopédico de la lengua española, con todas las voces, frases, refranes y locuciones usadas en España y las Américas españolas, en el lenguaje común antiguo y moderno; las de ciencias, artes y oficios; las notables de historia, biografía y todas las particulares de las provincias españolas y americanas, por una sociedad de personas especiales en las letras, las ciencias y las artes, los señores don Augusto Ulloa, Félix Guerrero Vidal, [siguen diez autores más, nueve revisores; pero falta el nombre de Eduardo Chao como revisor]. Y ordenado por don Nemesio Fernández Cuesta. En él están escritas, como yo las escribo, todas las palabras que yo escribo como en él están escritas. Este diccionario era de uno de mis abuelos y en él encuentro siempre todo lo que no encuentro en ningún otro diccionario enciclopédico. Siempre ha viajado conmigo y lo uso como libro de cabecera.”
El texto
continúa con referencia a libros leídos en ediciones que tampoco usaban el
sistema que se impuso en el Diccionario académico de 1817, tras la
reforma de 1815. Es evidente que esa lista, reproducción imperfecta de la
portada del diccionario, como lo que la sigue, es una humorada del poeta. Su
parodia del argumento de autoridad, sin embargo, es lo que ha permitido, a la
postre, localizar la fuente: el Diccionario se editó en dos tomos en
1853 en la “Biblioteca Ilustrada de Gaspar y Roig”.
Sin embargo, como advirtió Isabel Paraíso en su libro de 1976, Juan Ramón no usó esa ortografía desde su infancia, sino desde el umbral de su segunda época, en 1916. En todo caso, ya en 1853, los autores del Diccionario ilustrado se habían propuesto una reforma porque, como dicen en su prólogo, “Después de la exactitud de las definiciones, nada importa tanto en un diccionario como su ortografía. Nosotros hubiéramos querido poder adoptar una reforma general, propuesta en nuestros días, y a la cual caminamos sin duda, que haría nuestro idioma el más sencillo y lójico de todos los europeos de esta parte”. También en el mismo prólogo se aclaraba la necesidad práctica de que el diccionario no desconcertase al lector (provocando que éste se abstuviese de comprarlo). Esa necesidad llevó a sus autores a reducir mucho su ambicioso proyecto reformista o, mejor, su adhesión a los proyectos reformistas que reprochaban a la Academia no llegar al límite (como si una grafía fonémica fuera la única solución y la mejor). Por eso mantienen la h, como hará Juan Ramón; pero mantienen la g para ge, gi en posición inicial o la -z final. No coinciden plenamente con la solución juanramoniana.
El poeta no fue
plenamente coherente con su propuesta ortográfica, por razones de público en
algún caso (por ejemplo, ediciones para niños, que ofrecen ortografías
variables) o por motivos tipográficos. Tampoco era su obligación. Lo destacable
de su postura es que permite situarlo en el movimiento de reformas incipientes
que se reforzó tras 1965 y que sigue suscitando discusiones en los congresos
académicos. Vivió ya una atmósfera de reforma, si bien no es posible
considerarlo un reformador en sentido pleno. Sentía con claridad algunos de los
problemas que afectan al español de hoy y que más enérgicamente requieren la
actividad reformadora.
Artículos relacionados en este Cuaderno:
Los procesos de reforma y modernización de la lengua española.
Friday, January 8, 2021
Los procesos de reforma y modernización de la lengua española
El español es una lengua que, a lo largo de su historia, ha sufrido varias y grandes reformas, a pesar de la aparente continuidad de sus recursos y del espejismo que causa su grafía (casi) fonológica, que es resultado de esas reformas. Alguna de las mismas coincide con una de las grandes etapas de la formación del español, lo cual no tiene nada de extraño. Es natural que los momentos de mayor preocupación por la lengua se manifiesten tanto teórica como prácticamente: en la voluntad del cambio y en la realización del mismo, respectivamente, sin confundir la evolución de la lengua, un proceso natural, con la reforma de la misma, resultado de una acción programada.
El español ha sido reformado, intencionalmente, en cuatro grandes momentos o periodos: en el siglo XIII con el Rey Alfonso X el Sabio; en el siglo XVI, con el triunfo cesáreo de la idea de lengua vulgar imperial y universal; en el siglo XVIII, con la creación de la Real Academia Española (1713), la publicación del Diccionario de Autoridades (1726-39) y el intento relativamente fracasado de enciclopedismo y racionalismo de Luzán, Jovellanos o Feijoo, y en el siglo XX, especialmente desde 1965, con la renovación de las instituciones académicas con la creación de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) o la imprescindible preocupación generalizada por la adaptación de tecnicismos, vital para la cohesión del mundo hispanohablante y por ello relacionada, aunque sea parcialmente, con el viejo tema de la pureza lingüística y con el más moderno de la norma hispánica, explícito desde los trabajos de Ángel Rosenblat a partir de 1967. El problema de los tecnicismos repercute en la actividad de instituciones especiales, tal la Comisión de Vocabulario Técnico de las Academias, resultado del III Congreso de Academias (Bogotá, 1960, resolución XX), para resolver problemas ya planteados por Marañón en Madrid, en 1956 (II Congreso), la Comisión Permanente de la Asociación de Academias de la Lengua Española, o en el sector público: Oficina Internacional de Información y Observación del Español, OFINES, en el Instituto de Cultura Hispánica, de tan importante labor y tradición, englobado después en el Instituto de Cooperación Iberoamericana y, por último, en el sector privado, con los comités para la corrección de la lengua de la publicidad o empresas especificas preocupadas por un léxico particular, desde muy pronto, como prueba el diccionario de términos computacionales de I.B.M. (1972), las grandes agencias de noticias y los diarios españoles y latinoamericanos con sus “libros de estilo”. A ello hay que sumar la intención de coordinar la enseñanza de la cultura española y las lenguas de España en el exterior, con el Instituto Cervantes, que se une a la valoración de la lengua como activo económico.
Puede resumirse, por tanto, la consideración histórica, diciendo que en el español hay, a lo largo del tiempo, una costumbre de reforma, en cierto modo periódica: cada dos o tres siglos la lengua sufre una modernización suficientemente profunda como para marcar una diferencia entre el periodo anterior y el siguiente, si bien, de modo en cierto sentido paradójico, la última gran reforma especifica parece ser la del XVIII, mientras que la voluntad de reforma del siglo XX, probablemente por las dificultades históricas internas, puede ser algo nacido a partir de la segunda guerra mundial, hacia 1950, y concretado, por ahora, en realizaciones esporádicas, aunque no sin importancia. Podría pensarse por ello en una situación paralela, si bien intrínsecamente muy distinta, a la del siglo XVI en relación con el XIII; en efecto, en los siglos XIII y XVIII se formularon lo que se podría llamar «reglamentaciones específicas de la reforma»: el propio rey Alfonso, en el primer caso, intervino directamente en la misma y señaló de puño y letra (él por sí se) los reflejos en los textos de sus directrices fundamentales, mientras que Felipe V no estuvo lejos, en el segundo, de la acción de la Real Academia Española, cuyas sanciones aceptó, hasta el punto de hacer su ortografía obligatoria en la imprenta, su diccionario oficial -hasta hoy valido como referencia en los tribunales de justicia, por ejemplo-- y su gramática texto normativo y obligatorio en la escuela. Así, las reformas del XIII y del XVIII son institucionales, de la escuela real, el escritorio alfonsí, o la célebre Escuela de Traductores de Toledo, en el primer caso, y de la Real Academia Española, en el segundo. La mentalidad reformista del XVI arrancó, en cambio, de la comprensión de la cultura humanística como objeto de la norma de la escuela. La preocupación colectiva se plasmó en obras individuales, desde Nebrija a Pedro Simón Abril o Luis Vives. Los intentos individuales de reforma llegaron a diferentes resultados; pero, en general, el individuo no triunfa. De ellos son testimonio obras como la Ortografia Kastellana, nueva y perfeta de Gonzalo Correas (Salamanca, 1630), epígono tardío de la idea renovadora del XVI, que se prolongó en los movimientos barrocos del XVII. Culteranismo y conceptismo fueron fundamentales para la ampliación del léxico culto. En los siglos XIX y XX fracasaron igualmente los intentos reformistas, iniciados de manera individual por reformas como la ortográfica de Andres Bello y después la de Juan Ramon Jimenez, mucho más modestas que la de Correas. Tampoco han logrado mejor suerte -dicho sea de paso-- iniciativas colectivas aisladas, como la propuesta de la academia cubana, en 1960, al III Congreso de Academias, para simplificar la ortografía, dejada en suspenso, o la de Filipinas, en 1964 en el IV Congreso, sobre el empleo de símbolos fonéticos, aceptada sólo como solución didáctica in extremis y con serias advertencias. Estos intentos vanos de individuos o grupos aislados no impiden que, en cambio, la colectividad imponga sus normas, y fruto de ello es el paso del castellano medieval al español clásico, o el desarrollo del español actual, con su exuberante floración literaria en el siglo XX.
El carácter colectivo de la preocupación por la lengua y su reforma hace que los escritores y científicos estén en pleno centro de los movimientos señalados. A ello, en el caso del español, cabe sumar la acción de los que podrían llamarse «políticos» u «hombres de estado». En las cuatro reformas ha habido motivos por los cuales el Estado ha sido una o parte de las causas de la reforma: en el siglo XIII porque quien la impulsa es el propio rey, literato y científico, centro de estas actividades, receptor, adaptador y transmisor de la vital influencia árabe en Europa; en el siglo XVI porque el leit-motiv es la lengua como compañera del Imperio, lo cual se vincula a la misión transcendente de difundir el mensaje cristiano en las tierras americanas recientemente descubiertas. Todo esto se une a una floración literaria excelente (el Siglo de Oro) y, políticamente, se sitúa en la organización de la Corona por el Emperador y su hijo Felipe II. En el siglo XVIII, aunque hubiera oposición entre las fuerzas actuantes, no cabe olvidar que el rey es el primer respaldo de la Academia, a la que pertenecen notables políticos, literatos o científicos al mismo tiempo. También hay que tener en cuenta que, dentro y fuera de la Academia, la influencia enciclopedista y racionalista, vinculada a los aires franceses de los Borbones, dio una orientación distinta a la vida intelectual española, relegando lo correspondiente a la dinastía anterior, de los Austrias y tratando de introducir criterios y modos ajenos a la tradición cultural española.
La reforma del siglo XVIII, que es una reforma técnica fundamental, fue obra, principalmente, de la Real Academia Española, en la que se hizo abundante acopio de conocimientos lingüísticos. Recuérdense igualmente la postura abierta de Jovellanos o el empeño depurador del léxico del padre Feijoo, abriendo también la puerta a las innovaciones necesarias. La Academia reformó la Ortografía en 1726, 1741, 1763 y, finalmente, 1815, que es la que, con pequeñas modificaciones, rige hoy; reformó el estudio gramatical con su Gramática, cuya cuarta edición, de 1796, se mantuvo en lo fundamental hasta 1918-20 y elaboró el excelente Diccionario de Autoridades (6 vols., 1726-39) en un tiempo récord.
Sin embargo, no cabe duda de que en el planteamiento del siglo XX primaron los aspectos técnicos, de lo que son buena muestra los trabajos de académicos como Rafael Lapesa, Manuel Seco o Ignacio Bosque, los diccionarios técnicos o específicos de préstamos lingüísticos y otras obras, como la recuperación del patrimonio lexicográfico por Manuel Alvar Ezquerra. Oficialmente, es la Comisión Permanente de las Academias, desde 1965, la que ha ido levantando acta de la evolución y reforma de la lengua, sin que haya institución encargada de la guía coercitiva del idioma, pues este concepto normativo no parece tener fuerza, en esta época, para las grandes lenguas de cultura.