Monday, October 3, 2011

Oír sin acento


ABC. Sábado, 1 de octubre de 2011 

Oír sin acento
Francisco A. Marcos Marín

Artur Mas, presidente de la Generalitat de Cataluña, tiene opiniones innovadoras de interés para los lingüistas. Según su criterio, parece que hay acentos buenos y acentos malos, a los buenos se los entiende y a los malos no.  Dicho así, quizás no sea tan innovador, es una aplicación lingüística del maniqueísmo. El Sr. Mas sabe perfectamente que todos tenemos acento, la manera de hablar de cada uno lo identifica como sus huellas dactilares. El acento catalán, por ejemplo, ha servido de apoyo cómico en multitud de obras teatrales, cítese “La venganza de don Mendo”, entre otras. El español es lengua de muchos acentos, porque se expresa en muchas variantes. El catalán, aunque menos, por su menor extensión, también los tiene y el Sr. Mas lo sabe igualmente. A lo mejor es el acento lo que hace que ciertos políticos catalanes no entiendan a los jueces que han decretado los derechos de los padres a elegir la lengua de instrucción de sus hijos en Cataluña.
Para los que defendimos el bilingüismo en Cataluña a finales de los sesenta, cuando era un pelín más complicado, lo que estamos viendo es triste: no sólo se sumerge a un niño en una lengua que no es la suya, sino que además se desprecia a los menos afortunados que hablan con un acento discriminado. A la burla se suma el menosprecio, a eso no se había llegado hasta ahora. Lo que el Sr. Mas no oye bien (y quizás no quiera escuchar) es el rumor de los desarraigados. Lo oirá cuando llegue a clamor.  De todos modos, para un lingüista, lo más destacable es un descubrimiento del Sr. Mas que puede clasificarse de “zetaperil”: sabíamos que se habla con acento, lo que no sabíamos es que algunos también oyen con acento. ¡Qué cosas!

Francisco A. Marcos Marín es catedrático de Lingüística en la Universidad de Tejas San Antonio.

Thursday, June 9, 2011

La unidad de la lengua española

Sábado, 04 de Junio de 2011 17:54   
La unidad de la lengua española
Francisco Marcos Marín

La estructura política, en España por la Reconquista contra los musulmanes y en América por la Conquista, siguió el esquema romano clásico: reparto de tierras, creación de ciudades, un ejército fuerte. Tierra, ciudad, ejército fueron los tres pilares del poder, de la capacidad de mando, que es lo que significa imperio. El español americano era la lengua de los nuevos señores de la tierra, de los que manejaban el comercio y el intercambio en las ciudades y también la lengua de los soldados, la lengua militar. Nótese que no era la lengua religiosa: el latín era universal y las lenguas indígenas fueron las preferidas para la evangelización. Por eso el castellano era minoritario.
La lengua es el vehículo del viaje a lo imaginario. La unidad del español es una unidad como lengua comercial, literaria y cultural, también militar. En América ese vínculo se define dentro de la palabra raza, un concepto mucho más cultural que étnico. La cultura incluye también lo deportivo, con la trascendencia de los deportes de masas. Cuando se ve un partido de futbol de España en alguno de los canales deportivos de los Estados Unidos, destaca el hecho de que los locutores lleven un cuidadoso registro de los logros de los jugadores latinoamericanos y que hablen de uno de los nuestros como una caracterización común a gentes procedentes de muchos países, con fenotipos muy distintos.
La estructura militar quedó separada con la independencia, en la vieja España y en las nuevas naciones; pero siguió teniendo el español como lengua común en cada país. Los dueños de la tierra y los gestores del comercio seguían siendo hispanohablantes. La independencia no fue una revolución campesina, sino de propietarios. Movida por los ideales de la Ilustración, Libertad, Fraternidad y, especialmente, Igualdad, construyó un modelo de educación igual para todos los ciudadanos, en el que se partía de una lengua única. A lo largo del XVIII se había incrementado la presión a favor del español; pero, en el momento de la independencia, no más de un tercio de los hispanoamericanos lo hablaban. Durante el XIX la situación se invirtió y en el XX se consolidó el predominio del español. En ese mismo siglo XX se produjo también un cambio en el poder. Las redes del poder militar, que llevaron a dictaduras que no podían consolidarse, cedieron terreno, progresivamente, a las redes comerciales. La red comercial se basa en la libertad, por lo que se desarrolla mejor en democracia. También se sustenta en el equilibro de la distribución económica, para el cual el uso de la misma lengua es garantía de igualdad. A una red comercial fuerte le interesa una lengua unida, que abarata costos. El cambio de modelo, el paso del centro del poder de lo militar a lo comercial es viejo conocido de la Historia, es, frente al modelo latino de imperio, el modelo griego de emporía, la alianza de centros comerciales, que da origen al término emporio.
Se equivocan los que piensan que, en un modelo de emporio, una parte del mismo se puede beneficiar explotando a las otras. Es contradictorio pensar que España defienda un modelo económico y comercial y que, al mismo tiempo, esté sosteniendo el comercio en español, en su beneficio, con sus instituciones políticas y culturales, como la AECI, el Instituto Cervantes o la Real Academia Española. Ocurre al contrario, es la red comercial la que debe estar interesada en apoyar la cooperación y en sostener a las instituciones garantes de la unidad de la lengua, del mismo modo que la emporía hizo del griego la lengua del Mediterráneo oriental. El comercio se basa en la libertad; pero le conviene la igualdad para el equilibrio de las transacciones y no hay mayor garantía de igualdad que una escuela con una lengua común. En el hemisferio occidental la cuestión se plantea en los viejos términos de Rubén Darío: ¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés? La respuesta está en un emporio comercial en español, con centros en diversos países.
La unidad del español tiene una dimensión americana dominante. Ése es el presente. Las Academias americanas, empezando por la Mexicana y la Argentina, tienen una clara conciencia de ello y no se conforman con el papel de corifeos que se les quiera asignar. La preferencia por los modelos unificados, los estándares del mundo moderno, aparece ya en los fundamentos de la sociedad judeo-cristina. En el libro bíblico de la ley, Levítico, 1:7-9, hay un modo de comportarse, en moral, en ética y en liturgia. Todavía hoy la mayor parte de la gente piensa que hay una manera de hacer las cosas y, por tanto, de hablar bien, frente a otras maneras (plurales) de hacerlo mal. En la estructura de redes comerciales del emporio, también es esperable que haya una competencia por el estándar lingüístico. Quien lo defina lo incorporará a su marca comercial. Se hablará de la marca español de tal o tal sitio como marca de prestigio o desprestigio. Pocas cosas tienen tanta influencia sobre nosotros como la lengua. Es también convincente su papel como medio para ese final que consiste en la riqueza de nuestra vida.
La estructura de los países hispanohablantes como redes comerciales libres, iguales y fraternas cumple con los principios de la Ilustración que llevaron a sus independencias y a su reorganización, con España, en un mundo global. Octavio Paz, en su caracterización de la literatura y el arte mexicanos, señaló una tendencia que conviene tener en cuenta y evitar: el ensimismamiento, ir de lo universal a lo particular. Son cada vez más los grupos sociales que tienden a mirarse el ombligo y, extasiados en su contemplación, se olvidan de que, para empezar, en el origen de nuestra especie, Adán, creado del barro, no pudo tenerlo. La fuerza del mito, en este caso, es que sentirnos hijos del mismo padre o, si se prefiere, partícipes de la misma especie, nos hace valorar más lo que nos pueda mantener unidos.

Publicado en El Frente, Bucaramanga, Colombia. 

Friday, April 29, 2011

Hijo del mestizaje






Jueves, 28 de Abril de 2011 21:30   







Hijo del mestizaje

Por Francisco A. Marcos Marín*
http://fmarcosmarin.blogspot.com/

El poeta chileno Gonzalo Rojas, Premio Cervantes de Literatura 2003, falleció hoy a los 93 años tras permanecer en estado de extrema gravedad durante más de dos meses debido a un accidente cerebrovascular, según ha informado su familia.

El 25 de abril de 2011 las agencias de prensa divulgaban esta noticia, no por esperada menos conmovedora. Los lectores en español perdíamos a otro de nuestros grandes poetas, un hombre que, poco antes de la ceremonia de recepción del premio que se considera el Nobel del español, el año 2004, había declarado en el diario español ABC: “Debo andar con el seso vivo y fresco; creo en la lozanía y no en el asco de la decrepitud”.

Poeta chileno nacido en Lebú, Arauco, en 1917. Estudió Derecho y Literatura en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Posteriormente trabajó en el instituto Barros Arana y en las minas de Atacama, en las que se dedicó a la alfabetización de los trabajadores. Perteneció al grupo surrealista reunido en torno a la Revista Mandrágora, 1938 - 1943. Fue profesor de Estética Literaria y Jefe del Departamento de Castellano en la Universidad de Concepción. Ejerció la docencia en Utah, (EUA), Alemania y Venezuela. Organizó a partir de 1958 los Congresos de Escritores en Concepción, donde congregó a lo más selecto de la literatura latinoamericana. Fue diplomático en China y Cuba. Tuvo numerosos premios.

Los resúmenes biográficos pueden ser, sin quererlo, extremadamente crueles. La información plana que acabamos de leer parece decirnos todo y, en realidad, nos dice bien poco. Poco en el plano biográfico, donde no nos permite imaginar lo que tuvo que suponer, en la Habana, saberse perseguido y declarado enemigo de su país por el régimen que había derrocado al que él representaba y verse condenado al exilio. Nada en el plano de la escritura. ¿Qué quiere decir un poeta, qué busca, por qué escribe? Nuestro autor buscaba la justicia con la música de las palabras. La muerte de su padre en la mina, un accidente de grisú, le enseñó más que todos los manifiestos. Como él decía, en la miseria del hombre “está el protoplasma de todo ese tejido, esa urdimbre que he venido construyendo poco a poco”. El prodigio de la creación consiste, sin duda, en convertir la miseria en belleza y, para ello, se procede desde la aproximación a las circunstancias de la vida.

“La poesía se hace, como decía Goethe, desde una circunstancia que uno va trasladando, juega con ella y por ahí sale, pues, la palabra que parece que está viva. Y la aproximación es difícil. Y no es cosa de teorías ni de nada, porque un niño puede ser un poeta virtualmente y lo es: en él prevalece la imaginación, que es lo que le podan a uno a corto plazo. En él prevalece el amor en el sentido grande; en él prevalece la libertad (los chiquitos son libres) y eso es protoplasma del ejercicio poético”.

Rubén Darío decía que él había conocido el horror de la vida y el éxtasis de la vida. Hacer vivir a las palabras para aproximarse a la circunstancia humana, entre los dos extremos. Ése es el reto de la creación poética. Partir del lenguaje, modelarlo, hasta convertir las palabras en ritmo, llevarlas al límite: “Yo hago poesía hasta un límite y con un riesgo incluido. Un riesgo de todo”. Su recitado en la entrega del Premio Cervantes, silbando las palabras, fue un ejercicio de musicalidad, de poesía que, como dijo en la Residencia de Estudiantes, hay que escuchar primero, para concretar su “ritmicidad”. Crear desde el instrumento de la lengua, de una lengua que es capaz de contener diversas culturas, porque el hombre no se comprende más que desde la mezcla, en un mensaje que, desde América, tiene profundas resonancias:

“Yo pienso, por ejemplo, en el predominio fuerte, por las armas también, de los españoles sobre aquellos países que se llaman América: ¡Claro que hubo crueldad, pero también hubo una maravilla que se llama el mestizaje cultural! Yo soy hijo del mestizaje. Yo no podría decir que mi pensamiento sea un exponente de lo absolutamente aborigen. No es así. Todos somos mestizos”.

Con su gorra de marinero, símbolo de su viaje, que lució incluso con el chaqué en la entrega del gran premio, Gonzalo Rojas sabe ahora la respuesta a la más profunda de sus preguntas:

¿Qué se ama cuando se ama?

¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida 
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué 
es eso: ¿amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes, 
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?

¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer 
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo, 
repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces 
de eternidad visible?

Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra 
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar 
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una, 
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.

*The University of Texas at San Antonio

Publicado en El Frente, Bucaramanga, Colombia.

Monday, April 18, 2011

Preguntas estelares

Lunes, 18 de Abril de 2011 12:25   


Preguntas estelares
Por Francisco A. Marcos Marín

Vivimos como si lo supiéramos todo. Hemos fabricado respuestas políticamente correctas para las grandes preguntas del hombre y, cuando alguien, insatisfecho, quiere ir más allá, le decimos, como a los niños: “Eso no se pregunta”. Sin embargo, no hay que ser Einstein para darse cuenta de que las cosas son de otra manera.
Nuestro nivel de conocimiento es, a menudo, incompleto e insuficiente. Con su curiosidad habitual, Laura, mi joven amiga bumanguesa, me pregunta si siempre lo que hoy llamamos el Occidente europeo lo ha visto y previsto todo y si su superioridad ética y cultural es tan manifiesta, históricamente, como la tecnológica. Tengo que responderle que no y tengo un buen ejemplo en las estrellas.
Una supernova es una gran explosión de una estrella completa. En un poco más de un año libera tanta energía como el Sol, nuestro Sol, en sus más de diez mil millones de años de existencia. Se trata, por tanto, de una gran luz, muy visible. Es un fenómeno corriente en la historia cósmica, no tanto en el registro humano. La historia escrita del hombre sólo registra media docena.
El 4 de julio de 1054 explotó una estrella. Los restos de esa supernova forman lo que se conoce como Crab Nebula, en la constelación de Taurus. Es un hecho astronómicamente comprobado, seguro. Así pues ¿por qué llama tanto la atención? Como signo del Zodíaco Tauro es una constelación primaveral y así aparece en la literatura: “Era del año la estación florida, en que el mentido robador de Europa, media luna las armas de su frente y el sol todos los rayos de su pelo, luciente honor del cielo, en campos de zafiro pace estrellas” nos dice el gran poeta clásico Luis de Góngora. Es decir: en la primavera, el raptor de Europa, Júpiter, disfrazado de toro, porque Europa se había disfrazado de vaca, para huir de él, brillaba más que las estrellas en el azul del cielo. Así empezaba la Soledad Primera. En la realidad astronómica, Taurus es una constelación invernal. El 4 de julio de 1054 se vería, al amanecer, un poco más arriba de la línea del horizonte, al oriente.
La supernova tuvo que verse, a esa hora, como si fuera un segundo sol, que permaneció, junto a la luna creciente, al salir el Sol auténtico, con las estrellas desvanecidas. Tras una noche de lluvia (era la estación) en el limpísimo cielo norteamericano, tuvo que ser un espectáculo bellísimo e inquietante. Sin embargo, no hay registro de ese fenómeno en los textos latinos occidentales. Nada. Hay alguna referencia en el mundo árabe, más precisiones en los escritos astronómicos de los chinos, por los que sabemos que se fue borrando hasta desaparecer de la vista en la primavera de 1056. Tenemos también varias preciosas representaciones en el arte rupestre de los indios, en Baja California y en el cañón del Chaco, en lo que hoy es Nuevo México, en el suroeste de los Estados Unidos. Aparece como petroglifo, es decir, incisión en la piedra, y como pintura, posiblemente combinada con un petroglifo. Se encuentra fácilmente la reproducción en internet http://deepbluehome.blogspot.com/2011/02/illustrated-crab-nebula-seen-through.html.
¿Por qué los europeos no vieron un fenómeno que, con gran magnitud, fue visible durante quince días y, menos claramente, durante dos años y que se observó y registró en distintos lugares del mundo? Está claro que no por falta de astrónomos: por medievales que fueran, estaban tecnológicamente más avanzados que unos indios en la edad de piedra. Las respuestas dadas son insuficientes: que el cielo estuvo cubierto durante muchos días, que era la época de la separación de la iglesia ortodoxa y la católica y ello concentró la atención universal. A nadie convencen esos argumentos, que parecen excusas y, como tales, sólo satisfacen al que las da. Los europeos simplemente no vieron, porque no quisieron ver. Al menos desde Aristóteles tenemos claro que el conocimiento pasa por los sentidos. Cerrar los ojos comporta que no se percibe. La sabiduría popular nos dice que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.
Muchas veces tenemos la impresión de que quienes tienen las responsabilidades de dirigir nuestras sociedades no quieren ver. Afortunadamente para nuestro mundo, los jóvenes como Laura (como el ciego del Evangelio también) sí quieren. Ya no se dejan llevar por las lecciones de quienes creen saberlo todo y son cada vez más conscientes de que hay que buscar respuestas en distintas fuentes, que es un trabajo duro en el que además se les ponen muchas trampas. También se dan cuenta de que las respuestas, a veces, están en lo que la tecnología no percibe ni explica y, sin embargo, se encuentra en el cielo, a simple vista. Hace falta un tiempo de reflexión que empieza por estar ahí, al amanecer, mirando las estrellas; pero sin quedarse parados.

(Publicado en El Frente de Bucaramanga, Colombia)

Sunday, April 3, 2011

Hombres de un solo libro

En el año 634 de nuestra era ardió la mayor biblioteca del mundo de entonces, la de Alejandría. El califa Omar, el conquistador musulmán de Egipto, habría ordenado al emir Amr bin Al la destrucción de los libros que no estuvieran de acuerdo con el Alcorán, con este argumento: “Si los escritos de los griegos dicen lo mismo que el Libro Sagrado, son redundantes (y no vale la pena conservarlos); si discrepan, son nocivos y deben destruirse”.
La noticia procede de fuentes musulmanas, tardías, es cierto; pero los argumentos de autores musulmanes modernos no parecen suficientemente fuertes como para anularla. No se trata tampoco de echar las culpas a nadie, sino de señalar qué ocurre cuando el que manda tiene una mentalidad deformada por una información limitada.
            Me he acordado del episodio de Alejandría y su célebre biblioteca porque mi amiga bumanguesa, Laura, lleva unas semanas pidiéndome un comentario sobre la posición de los humanistas ante los peligros de la ciencia y sus aplicaciones.  El detonante, por supuesto, ha sido la catástrofe nuclear del Japón. Laura sabe perfectamente que no puedo abordar la cuestión desde el punto de vista técnico, puesto que no lo soy, y por ello su pregunta tiene, sobre todo, un planteamiento filosófico: ¿qué formación faculta a los gobernantes para resolver con criterio problemas técnicos tan complejos y graves como el que nos ocupa?
            Mis reflexiones me han llevado a percatarme de hasta qué punto los dirigentes de la humanidad han sido y son hombres de un solo libro. Lo mismo me da que se trate de la Biblia, del Alcorán, del Rigveda, de El capital de Carlos Marx o del libro verde de los ecologistas. Los hombres de un solo libro tienen siempre en boca la respuesta que se atribuye al califa y que recibe el nombre de omarismo. Una vez que alguien esgrime el arma única de su verdad, el resto, o coincide, y es superfluo, o discrepa, y es peligroso. El resultado es que, por fas o por nefas, debe destruirse.
            La frase “teme al hombre de un solo libro” pertenece a uno de los grandes filósofos de la historia, Santo Tomás de Aquino (1225-1274), el autor de la Summa Theologica, el gran tratado medieval que ha sido la base del pensamiento occidental durante siglos. Se esperaría, por tanto, que formara parte de esos fundamentos generales, educativos, que han de conformar la mentalidad de todo humanista y que informara la toma de decisiones. No parece que sea así. Cada vez resulta más difícil escapar de la presión de quienes siempre piden la palabra en contra. Seguramente es mucho más fácil exigir a los japoneses que renuncien a las comodidades del mundo moderno, las cuales requieren la energía nuclear, que renunciar a ese modo de vida desde el mullido occidente, que ha provocado el calentamiento global con los combustibles fósiles. Seguramente también hubiera sido más fácil para Santo Tomás limitarse a las lecturas litúrgicas; pero parece que no interpretó la voluntad divina como un acto de sumisión a lo que pueda pasar, sino como una exigencia de que regir el mundo pasa por difíciles ejercicios de estudio, meditación, lectura y escritura. Resulta ahora que Santo Tomás no estaba por la labor de que todo lo que pasa por la falta de preparación de los hombres sea consecuencia de un “Dios lo quiere” que, a su juicio, contradice la esencia misma de lo divino, que tiene una dimensión humana también.
            Claro que Santo Tomás era un teólogo, habrá quien replique, como si el objeto de estudio acreditara o desacreditara a una persona, cuando lo que importa es el esfuerzo coherente por ampliar los caminos del conocimiento. En este sentido, hay figuras que, aunque nos parezcan viejas por los siglos pasados, por las ropas que vestían o porque nos hacemos ideas extrañas y cómodas sobre los tiempos de antaño, resultan sorprendentemente jóvenes cuando se acerca uno a ellas con los ojos abiertos.
            Los jóvenes, como Laura, no parecen muy dispuestos a dejarse engañar por quienes les venden todas las soluciones en unas páginas, mejor si son pocas. La juventud se va ganando su espacio y el respeto al que tiene derecho mediante la difícil tarea de aceptar lo que merece la pena del pasado y rechazar lo que no, seguida de la más difícil de hacer sus propias propuestas. Los argumentos de rechazo hacia las innovaciones que no nos gustan a los de la generación pasada son argumentos viejunos que, por supuesto, sólo nos convencen a los que ya estamos en un peldaño del tiempo que mira más al pasado que al futuro. También es verdad, desde luego, que ni ahora ni nunca han sido todos los jóvenes los que han estado dispuestos a realizar el esfuerzo que la innovación y el cambio requieren.
            El argumento de que el mundo es siempre igual es superficial y radicalmente falso. Hay cosas muy difíciles de cambiar y de mover; pero, si se compara el mundo del califa Omar con el mundo de hoy, incluso en los países musulmanes, más tentados por el libro único, la evolución es evidente. El Japón del desastre ha demostrado muchas cosas: entereza moral, cultura del esfuerzo, sobriedad, capacidad de sacrificio por el grupo; pero también la capacidad de analizar sin aspavientos las consecuencias de las necesidades de la ciencia aplicada. La historia nos prueba que puede haber períodos de retroceso, siempre relativo; pero que, a la larga, se camina hacia soluciones de progreso. Lo que ocurre es que es complicado definir el progreso cuando hay que tener en cuenta distintas lecciones y varios cimientos, cuando se es gente de más de un libro, en suma.
            La verdad no puede encontrarse, ni buscarse, en un libro solo. Ni siquiera esa parte de ella que está al alcance de nuestra capacidad de entender. La vida ha dado una dura lección, a los japoneses especialmente, bastante menos dura a los co-sufridores de despacho, a muchas millas y sin riesgos de tierras o aguas radioactivas. Todos, también los que estamos lejos,   tenemos mucho que aprender de esa dimensión humana que se manifiesta con carácter superlativo y que arranca del hecho de que en ningún escrito está todo explicado.
Francisco A. Marcos-Marín PhD
The University of Texas at San Antonio

Publicado en El Frente, Bucaramanga, Colombia, el sábado 2 de Abril de 2011 

Thursday, February 17, 2011

El marqués de Vargas Llosa


Los lectores saben que el viernes 4 de febrero el Boletín Oficial del Estado, que es el difusor oficial de las leyes del Reino de España, publicó un Real Decreto por el que se le concede el título de Marqués de Vargas Llosa a don Jorge Mario Vargas Llosa, posiblemente el escritor más galardonado de la lengua española.
Mi inquisitiva amiga bumanguesa, Laura, no podía dejar escapar esta oportunidad y me envía una larga serie de preguntas sobre el significado, la arquitectura y la valoración de la obra del insigne autor. En el fondo pregunta el por qué y otros lectores pueden estarse haciendo la misma pregunta. La más fácil de sus cuestiones es si me parece justo, porque la respuesta es afirmativa. Además añado que esos reconocimientos reales siempre me alegran, porque las lenguas son más duraderas que cualquier generación de hombres. La lengua española, por lo tanto, está de enhorabuena. Lo está también en su vasto territorio, porque, como dijo otro premio Nobel, Camilo José Cela, en su respuesta al discurso de ingreso de Vargas Llosa en la Real Academia, se trata de “un español del Perú”.

En ese discurso de ingreso, el 15 de enero de 1996, es donde, a mi juicio, el flamante marqués explicaba mejor lo que pretende con su obra literaria: la creación de un mundo, como todo creador, pero con una arquitectura específica. Lo explicaba además por antífrasis, presentando la obra, el estilo y la creación de un autor totalmente distinto de él; pero que siempre lo atrajo: “sin pensarlo dos veces, elegí a Don José Martínez Ruiz, más conocido como Azorín, por razones que trataré de explicar en un momento”. La explicación es una fascinante contraposición entre la visión del mundo de uno y otro y su plasmación literaria. Es, podría decirse también, la lucha entre el universo de la quietud y el del movimiento.

Un artista, nos dice Vargas Llosa, crea sirviéndose de todo, empezando por sus limitaciones. En las grandes novelas son imprescindibles los demonios del instinto, la fantasía y la locura, porque se trata de sustituir la Creación por la creación literaria, lo que, simbólicamente, es un deicidio. Es un acto de poder, con capacidad para animar una historia y dar vida a sus personajes. Vida, como se verá, es la capacidad de ser feliz o desgraciado. El eje central, también aquí, es la creación del hombre, que tiene que seducir y emocionar. Tiene que cumplir con su papel de daimon, de reto constante de la otra realidad, la de los sentidos.

Hay autores, como Azorín, para quienes todo está quieto, parece inmanente, no se extingue. El novelista del Piura, en cambio, crea desde el amor, el deseo, la pasión, desde el tejido de las relaciones y el enriquecimiento o trastorno de las vidas que en él se originan y que tiene que controlar para mantener su texto dentro de la finalidad de su creación, que es llegar al lector, ser leído, ser atendido, porque su creación tiene que revivir en cada lector. Las leyes de la caducidad y la extinción deben regir ambos mundos, real y ficticio. Por eso Vargas Llosa rechaza lo que llama “monumento al bostezo”, el nouveau roman francés de los años cincuenta y sesenta del siglo XX.

Una narración lograda debe tener una arquitectura ceñida y sólida, son los dos adjetivos que emplea Vargas Llosa. Su mundo debe aparecer en movimiento, con perfiles bien diseñados para sus personajes, cuyas vidas importan hasta la anécdota. Es, como el real, de nuevo, un mundo violento, porque todo se enreda y se trastorna, el capricho impone leyes ajenas al laboratorio. No son violencias gratuitas, sino resultados de los caracteres, es decir, del interior de los personajes y también del exterior, de las presiones sociales, religiosas, políticas que los sujetan. En todo este hervidero hay también lugar para la ternura y la espiritualidad. La originalidad de un escritor, nos dice, está cifrada en  la invención y en su “sensibilidad a la experiencia del mundo”. El gran autor tiene que divertir y entusiasmar, arrastrar al lector, independientemente del tema, el género y hasta las ideas. Sus personas son seres en el tiempo; pero no permanecen en ese tiempo, son irremediablemente temporales, porque su mundo se hace y se deshace, como espejo del universo.

Es espléndida la cariñosa ironía que el novelista dedica al autor que comenta, a la vez que nos apunta la importancia de dar un nombre adecuado y atractivo a esa nueva creación. Nos dice que, en una de sus mejores novelas “Azorín se encargó de desorientar de entrada a su público potencial, titulándola Pueblo (1930). Y, como si no fuera bastante, la subtituló «Novela de los que trabajan y sufren», con lo que probablemente la inmunizó contra toda clase de lectores, presentes o futuros”. De nuevo el lector, de nuevo la visión de la creación como influencia en otras vidas, en las de personajes de la otra Creación, un ejercicio de trascendencia. Mas, no se olvide, lo fundamental del arte, como también decía Picasso, es que se goce, no que se estudie. El placer precede. Por eso tiene un lugar tan destacado la búsqueda de la felicidad, un ideal enciclopedista que se plasmó en un texto tan representativo como la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. Los personajes se mueven en sus novelas sin buscar su sitio, un lugar donde asentarse, se mueven en busca de la felicidad y luchan por ella. Sólo en la legislación educativa se promete que todos tendrán éxito; en vida y novelas, unos triunfan y otros fracasan y ni siquiera el triunfo significa la inmortalidad. El tiempo devora a todos.

Espero, querida Laura, que ahora entiendas mejor a este gran escritor y sepas por qué lo es, es muy emocionante que se haya revelado en un ejercicio de contrastes, en su devoción por otro autor del que se confiesa diferente en todo. Él mismo lo dice: Tal vez la explicación esté en la fatídica ley de atracción de los contrarios.

Publicado en El Frente, Bucaramanga, Colombia, el lunes 7 de febrero de 2011.

Tuesday, January 25, 2011

Viva la Ortografía Hispánica

Viva la Ortografía Hispánica

Por: Francisco A. Marcos Marín

Miembro Correspondiente de las Academias Norteamericana de la Lengua Española y Argentina de Letras

Mi joven amiga bumanguesa, Laura, vuelve a escribir para saber qué pasa con la Ortografía, con mayúscula,es decir, el libro de la Academia, y la ortografía, con minúscula, o sea como todos escribimos cuando lo hacemos “sin faltas”.
Tengo que tranquilizarla: las Academias americanas han neutralizado el intento de la Española para imponer unos mínimos cambios que no solucionaban nada y abrían la caja de los truenos. Todo se ha hecho, como cabía esperar, de guante blanco y entre sonrisas. Se ha aprobado la nueva edición de la Ortografía. Es lo que dice el acta final. Hasta ahí, nada. Hay que mirar, como siempre, la letra pequeña, no del acta, sino de las intenciones.
La Ortografía no es precisamente muy sexy. Algo raro tenía que haber pasado para que algo tan poco popular levantase en pocos días tan gran polvareda. Lo primero que llamó la atención, sin duda, fue el tamaño: no sería sexy, en efecto; pero era “un cuerpazo”, ochocientas páginas. Un cambio enorme, si se piensa que la primera apareció entre los prólogos del primer diccionario, el de Autoridades (1726-1739), y la
segunda, ya en librito independiente, en 1741, con poquitas páginas, hasta la de 1999, con VIII (nómina, índice y prólogo) + 55.
Lo que verán los lectores es diferente de lo que se suponía que se iba a aceptar. Básicamente, nada nuevo.
Una serie de opciones que son más o menos lo mismo de 1999: pueden acentuarse sólo cuando equivale a solamente o el pronombre reflexivo sí, al igual que el adverbio afirmativo y distintos de la conjunción condicional si. Puede elegirse entre ve corta y be larga o entre uve y be. La ye puede seguir siendo la y griega y, para los muchos que ignoraban que ch y ll no son letras independientes, recordémosles que ya hace años que se reordenaron en el diccionario, de acuerdo al uso internacional, dentro de la c y dentro de la l. Dígase para consuelo de conocidos y preocupados amantes de la ortografía, que pensaban que sus apellidos desaparecían, caso de Chávez; pero no, sigue, sólo que en la c.
Para ese viaje, amiga Laura, no necesitábamos esas pesadas alforjas, que no interesan al público y que, sin duda encarecerán el precio de un libro que, sólo en México, puede vender fácilmente más de un millón de ejemplares y entre ciento cincuenta mil y doscientos mil en Colombia. Nada que objetar en ese sentido a una ayuda muy necesaria para las sufridas finanzas de las Academias. Se perdona el subterfugio.
Lo ocurrido es mucho más significativo en otros aspectos. El acuerdo no se ha firmado en Madrid, sino en Guadalajara, México, primer país hispanohablante y además defensor de la frontera más complicada de la lengua española actual, la de los Estados Unidos. El Dr. José Moreno de Alba merece un reconocimiento público por su labor, paciente y generalmente oscura. La oposición al borrador inaceptable de la Ortografía fue dirigida, al menos de cara al público, por la Academia Argentina, cuyo Presidente, el Dr. Pedro Luis Barcia no ahorró esfuerzos, ni siquiera metáforas, para aludir a lo que consideró excesos de la Española y su Director.
Es posible, Laura, dígase con cuidado, que sólo quienes llevamos toda la vida trabajando por la lengua hispana alcancemos a ver la dimensión abierta por este cambio. Las Academias parecen moverse muy despacio; sin embargo, si se mira lo conseguido, el mantenimiento de la unidad de una lengua hablada por muchos millones en un tercio del mundo, sus resultados son excelentes. Y es que, a la larga, en la Historia de la Humanidad, siempre se avanza, los retrocesos son momentáneos y aparentes.
El eje del español está en América. Es verdad que no hay un español latinoamericano diferente del europeo
un argentino puede compartir cosas con España y no con México, un mexicano o un colombiano igual. En otras, colombianos y peruanos irán juntos y se diferenciarán de chilenos y cubanos. No importa, cualquier hispanohablante que pueda leer un diario puede leerlo, se publique en Puerto Rico, Bucaramanga, Laredo, Córdoba o Barcelona, siempre que esté en español. Algunas palabras (igual que las viñetas humorísticas con los políticos locales) no le serán familiares; pero no le impedirán la comprensión. Ahora hace falta un nuevo esfuerzo para lograr una nueva síntesis. Podría ser que se usara la grafía de s por quienes no pronuncian la zeta del centro y norte de España (tampoco de toda ella). Estas diferencias se aceptan en lenguas mucho más complejas ortográficamente, como el inglés, en los sufijos –ise / -ize, en Gran Bretaña y los Estados Unidos, respectivamente. Que quien duda pueda escribir s acabaría con muchas zetas antietimológicas que aparecen en América por lo que se llama “el fetichismo de la letra”, porque poner una zeta parece implicar (erróneamente) un cierto pedigrí.
Poco a poco. Tras este primer triunfo, modesto, pero profundo, ha llegado la hora de proponer una auténtica ortografía hispánica: no una concesión, sino una realidad propia, bien ganada tras dar a la lengua española buena parte de su brillo y su esplendor culturales, literarios y, en ese gran mercado, económicos.

Publicado en El Frente, Bucaramanga, Colombia, el miércoles 1 de Diciembre de 2010 y de nuevo el sábado 18 de Diciembre de 2010