Saturday, August 17, 2024

Clima, juglares y epopeya

Se continúa la serie dedicada al Clima y la Filología. Puede verse el primer capítulo en https://fmarcosmarin.blogspot.com/2024/07/clima-y-filologia.html . Se ofrece esta serie con la intención de mostrar una serie de correlaciones entre fenómenos naturales y hechos humanos con repercusión en la lengua. El clima, entiéndase bien, afecta al medio ambiente, al entorno en el que se desenvuelven los humanos y, por ello, puede ser un factor que intervenga en su comportamiento, que incluye la actuación lingüística. La idea de que las lenguas del desierto tengan que ser distintas de las de climas húmedos puede ser errónea; pero lo que es acertado es pensar que el comportamiento de los hablantes que viven en el desierto y el de los que disponen de lluvias abundantes muestre diferencias y que se reflejen en las correspondientes actuaciones lingüísticas, testimoniadas en los textos. 

En este capítulo se correlacionará el período cálido (también llamado “anomalía climática”) medieval, tal como se dio en la Península Ibérica, con un fenómeno fonológico y otro literario. El fonológico afecta a la sílaba y a la condición de lengua isoacentual del castellano anterior al siglo XIII. El literario se refiere a un tipo de textos en los que la estructura silábica tiene particular importancia, la epopeya castellana.

El mapa precedente, tomado de Benito Ferrández Gerardo (PresentacionBenito.pdf (histocast.com) muestra los períodos en los que se alcanzó el pico de temperaturas en el período cálido medieval. Se aprecia claramente que a ese pico no se llegó en todos los lugares simultáneamente y que, para la Península Ibérica se pueden señalar tres períodos, dos de ellos, entre 950 y 1100, en el oeste del Portugal actual y en la Baja Andalucía. El tercero, que cubre la mayor parte del territorio peninsular, tuvo lugar entre 1150 y 1200. Durante el siglo XI, según el meteorólogo español Inocencio Font Tullot, ya citado, la calidez fue la nota dominante y no se registraron inviernos severos, salvo el de 1077 y el muy lluvioso de 1084- 1085. Las sequías, en cambio, fueron de extrema gravedad en 1057-1058, 1088 y 1094. El ambiente cálido se mantuvo durante el siglo XII, en el que fueron pocos los inviernos fríos y tampoco abundaron los veranos agobiantes. Para nosotros hoy, posiblemente lo más llamativo es que durante todo este período el clima fue en general predecible. Ello permitió planificar la siembra y administrar el terreno, algo que conviene tener en cuenta especialmente en el alto Ebro y el valle del Duero. Se destacan estas zonas porque fueron las reconquistadas en estos siglos y además el lugar donde empezaron a hablarse variantes iberorrománicas evolucionadas, o sea, diferenciadas del latín, como el gallego, el astur-leonés y el castellano. Estos dos últimos dialectos latinos tendrán mayor relevancia para lo que sigue.

Un clima predecible ayudaba a resolver la preocupación de hacer frente a las necesidades humanas, la principal de las cuales, a la que se destinaba el 90% del esfuerzo, era procurarse alimento. La tranquilidad que proporcionaron las buenas cosechas y un buen aprovechamiento del terreno generaron un incremento de la capacidad económica, con dos efectos adicionales. El primero es que atrajo a cristianos andalusíes (llamados mozárabes por los cristianos de los territorios a los que llegaron, quizás con un sentido irónico-despectivo “el que se las da de árabe sin serlo”, discutible). El segundo es que permitió el avance de los cristianos. Las fechas así lo indican. En el siglo VIII Alfonso I conquistó Zamora (748) y amplió el reino astur con Galicia hacia el noroeste. En el siglo IX hubo una nueva progresión hacia León (856), Oporto (868), Simancas (889); pero en el X fue contenido por la consolidación del califato. Sin embargo, ni siquiera un general tan triunfante como Almanzor (939-1002), que contribuyó en gran medida a detener el avance cristiano con numerosas victorias, incluido el saqueo de Santiago de Compostela en 997, recuperó territorio. Burgos, fundada en 884, en 930 pasó a ser capital del entonces condado de Castilla. En lo que fue inicialmente el reino de Pamplona-Nájera, luego Reino de Navarra, la ciudad de Nájera fue reconquistada en 925. Terminados los terrores apocalípticos del año 1000 y muerto Almanzor en 1002, los habitantes de la Península Ibérica prosiguieron el avance hacia el sur durante el siglo XI y se logró la consolidación de la frontera con la conquista de Toledo (1085) y la de Zaragoza (1118), que aseguraron los límites del Tajo y del Ebro, respectivamente. La conquista de Valencia por el Cid Campeador (1094) no se pudo mantener por la presión de los invasores almorávides. También conviene destacar que durante el largo y fructífero reinado de Alfonso II el Casto (nacido en 760, rey 780-842) se enviaron tres embajadas al rey franco y emperador Carlomagno, la primera en 795. Desde muy temprano, por tanto, se fraguó la relación entre los cristianos peninsulares y el gran rey de los francos.

En el siglo X se conjuntan al norte del Duero y en el alto Ebro una serie de circunstancias: la seguridad del clima favorece una cierta tranquilidad económica, con una racionalización de la explotación agrícola y ganadera que tiene apoyo en una serie de monasterios, que también contribuyen a una síntesis cultural que permite el desarrollo de bibliotecas y escritorios. La guerra contra los sarracenos, llamados moros, crea un ambiente épico que da lugar al nacimiento de una épica cantada por los juglares. Los cantares de gesta que definen esta epopeya se refieren a héroes castellanos, como los Infantes de Lara, el conde Garci Fernández o el Cid Campeador; pero también recogen hechos atribuidos a los caballeros de la corte de Carlomagno. Una consecuencia del tema carolingio en la épica castellana puede verse en la Crónica de la repoblación de Ávila, de 1256, cuyo autor testimonia que “cantavan en los corros” esta canción paralelística:

Cantan de Roldán, cantan de Olivero,

Non de Çorraquín Sancho   que fue buen cavallero.

Cantan de Olivero, cantan de Roldán,

 E non de Çorraquín Sancho   que fue buen barragán.

Los abulenses se quejaban de que se prefiriese cantar las hazañas de los caballeros carolingios a las de uno de sus coterráneos, activo en 1158, que se enfrentó él solo a sesenta caballeros moros y rescató a los pastores cristianos que llevaban cautivos. Los nombres de los héroes carolingios se encuentran en la onomástica hispana. Oliverius u Olivarius (para el hijo mayor, si dos hijos tienen esos nombres) y Rodlandus o Rolandus aparecen en documentos desde finales del X hasta principios del XII. Además, en una versión de la Estoria de España de 1270 se cita a Roldán, Reynalte de Montalvan, el conde don Olivero, el conde Terryn d'Ardeña, el conde don Dalbuey, el gascón Angelero, el arçobispo Torpín, don Oger de las Marchas, Salamano de Bretaña. Aparecen también una serie de motivos árabes, como el autoapellido (“yo soy Rui Díaz…”), el nombre de las espadas (también presente en la épica francesa), la presencia de la mujer en el combate o las técnicas adivinatorias ismaelitas, entre otros. Hoy ya nadie duda de la existencia de esta epopeya castellana, aunque la mayoría de sus textos se haya perdido, por ello vale la pena reflexionar sobre qué favoreció su existencia, como producto social, cómo configuró un género, el mester de juglaría, y por qué fue sustituida en el siglo XIII por el mester de clerecía.

Los estudios sobre la épica que ha perdurado en algunos pueblos hasta el siglo XX, como los de Parry y Lord sobre los serbios,  pueden dar una idea de las condiciones en las que estos juglares se movían. También algunos fueros, como el de Madrid (1202), en el que se estipulan las condiciones a las que debía sujetarse todo juglar que llegara a Madrid a caballo a principios del siglo XIII. Poseer un caballo no estaba al alcance de cualquiera, lo que quiere decir que el nivel de ingresos de los juglares épicos en esa época era elevado. Es natural, puesto que cantar esos poemas, generalmente largos, requería un esfuerzo y exigía una técnica que tampoco estaba al alcance de cualquiera. Es cierto que había varios tipos de juglares, pero los de “baja y servil condición”, en palabras del Marqués de Santillana, siglos después, no podían comprar un caballo. Los siglos X, XI y XII ofrecieron unas condiciones climáticas que permitieron el desarrollo de una economía boyante, de la que pudieron beneficiarse ciertos grupos sociales, incluidos estos grandes juglares, que mantuvieron activa una tradición épica especializada. En el siglo XIII cambió drásticamente el clima. Empezó la Pequeña Edad del Hielo y las condiciones económicas de los campesinos empeoraron gravemente. Dada la situación, es natural pensar que dejaron de poder permitirse estos recitados juglarescos. También cambió la estructura lingüística de la sílaba, una lengua isoacentual dio paso a una lengua isosilábica. La lengua de la epopeya, isoacentual, que se movía por esquemas silábico-musicales que se explicarán en otro capítulo de esta serie, dio paso a la lengua del mester de clerecía, una lengua isosilábica, que permitía componer los poemas con sílabas contadas. Aunque los clérigos presumieran de su gran maestría, no era menor la que habían necesitado los juglares para acomodar a un esquema musical exitoso una lengua cuyas sílabas, tónicas o átonas, tenían distinta longitud y que, además, estaba en un proceso de cambio. En el siglo XIII, para los clérigos, átonas y tónicas ya medían lo mismo.