Thursday, October 10, 2024

Han Kang, primer Premio Nobel de Literatura de Corea

Esta autora surcoreana, nacida en 1970 en Gwangju, Corea del Sur e hija de Han Seung-won, novelista, pasó por una infancia de pocos recursos, pero donde obtuvo una educación, en sus propias palabras, “difícil para una niña, pero buena porque estaba rodeada de libros”. La familia se trasladó a Seúl, la capital coreana, en 1979. Por la pobreza de sus padres tuvo que cambiar a menudo de vivienda y de escuela, lo que hizo de los libros su principal amigo y soporte. Estudió en la universidad Yonsei, en Corea. Fue profesora de Literatura Creativa en el Instituto de las Artes de Seúl hasta 2018. Desde pequeña estuvo informada o fue testigo de sangrientos enfrentamientos políticos, que se exponen en sus libros: “enfrenta traumas humanos” se escribe en la justificación del Nobel. Ello propició una noción de los humanos como seres violentos que permanece en su obra, especialmente visible en la novela Actos humanos, pero clara en todo el resto. En su escritura se halla un espacio constante para el dolor, manifestado expresamente en el color del luto, el blanco, título de una colección de relatos novelados. Al español se han traducido, en 2017 La vegetariana (2007), en 2014 Actos humanos (2014), en 2020 Blanco (2016) y en 2023 La clase de griego (2011).


Esa obra no se inició con la novela, sino con la poesía. Quizás esa circunstancia haya influido en la valoración de su escritura como “una prosa intensamente poética”. En 1994 ganó el concurso de novela Seúl Shinmun e inició su carrera como novelista, en 1998, con la novela que se tradujo al inglés como Black Deer. Ha obtenido valiosos premios, como el Manhae de Literatura de Corea, el Malaparte de Italia o el  Man Booker International en 2016, entre otros varios.


Su escritura es también una búsqueda de estructuras, temáticas, icónicas y lingüísticas, en un proceso que puede ser muy lento. Por ejemplo, en una entrevista con Inés Martín Rodrigo en ABC Cultural, en 2017, explicó la evolución que llevó desde un relato de 1997, “El fruto de mi mujer”, hasta La vegetariana, en 2007. En el primer relato un marido coloca en un tiesto una planta que es el resultado de la metamorfosis de su esposa. La cuida con esmero y así se mantiene hasta el otoño. Se seca entonces y el marido tiene que enfrentarse a la duda de si la planta-esposa renacerá en la primavera siguiente. La trama de La vegetariana es mucho más compleja, aunque se trata de una novela de poca extensión, unas doscientas páginas; pero el tema central es la transformación en vegetal de la protagonista, Yeonghye, una madre de familia que comienza por vaciar la nevera de la carne que había en ella y anunciar a su familia que renuncia a los alimentos de origen animal y que termina por no ingerir alimento alguno y convertirse en árbol. El componente social es la rebelión contra la violencia en la sociedad. Formalmente La vegetariana se estructura como una combinación de tres voces y los sueños de la protagonista, que sólo así tiene una presencia paradójicamente activa. La voz de la primera parte es la del marido, que pasa a ser consciente de la existencia de una mujer que hasta entonces simplemente había estado ahí. La segunda parte corresponde al cuñado artista y sus obsesiones, la tercera tiene como protagonista a la hermana mayor, sobrecargada de trabajo y que se encarga de una tienda de cosméticos. Del monólogo a una situación de uso lingüístico pasado, lengua en desaparición, a veces simplemente sustituida por la imágenes, incluida la de la propia metamorfosis.


En Actos humanos la estructura formal es una narración en segunda persona, lo cual puede dejar a veces una leve sensación de desajuste. El fondo es el de mayor dureza externa de su obra, puesto que se trata de la represión sangrienta de la protesta pacífica de unos dos millares de estudiantes y civiles, en favor de la democracia y contra la dictadura militar de Chun Doo-hwan, en la ciudad natal de la autora, Gwangju. Dong-ho, un quinceañero, acude a buscar el cuerpo de su mejor amigo en el depósito de cadáveres instalado en un polideportivo municipal tras la masacre. Para un ser humano normal es imposible comprender una carnicería semejante y expresarla por una sola persona. Por ello intervienen seis personajes que van narrando cómo fueron afectados por la crueldad durante un largo período, cuarenta años. Empieza, como es natural, hablando sobre y desde el cadáver, el espíritu de su joven amigo. Se pasa a continuación a 1985 y la lucha de una editora contra la censura, Desde allí a las torturas padecidas en 1990 y 2002 por dos prisioneros, con minucioso detalle sobre el daño infligido a la mujer, con detallado contenido sexual. El regreso al mundo contemporáneo se hace mediante la madre del niño cuyo cadáver buscaba Dong-ho y culmina con la inclusión en la novela de la propia escritora, que analiza su motivación y participación en la escritura y sus consecuencias.


En La clase de griego una mujer asiste a clases de griego clásico. La razón es la pérdida del habla y la esperanza de recuperarla mediante el aprendizaje de una lengua que ya no se hable. Es una difícil situación creada por la muerte de su madre y la pérdida de la custodia de su hijo de ocho años. Cuando tiene que leer un texto griego en voz alta, en clase, no es capaz. El silencio es el aislamiento y la voz el contacto. Ese contacto puede ser imperfecto, como le sucede al profesor, que ha regresado a Corea después de años en Alemania y que se encuentra con que ya no posee ninguna de las dos lenguas sobre las que construyó su trabajo y su vida. A ello se añade, en el caso del profesor, la progresiva pérdida de la vista. Es ahora la oscuridad la que significa el aislamiento. En su desesperación las voces se intercalan y el lector busca y espera el paso a la palabra para salvarse del silencio y la oscuridad.

Ha sido un triunfo difícil, porque son muchas las transformaciones que provoca su lectura. Tardó en ser admitida en Corea, donde presentaba temas y tratamientos muy ajenos a la cultura dominante y donde el trasfondo político era complicado de aceptar. Fue traducida tarde al inglés, en 2016, sólo un año antes que al español y publicada por un editor británico, no estadounidense, lo cual también es significativo. Ha mantenido con bastante sosiego su actividad en verso y prosa. Recibe ahora un reconocimiento que hace también una llamada a la pregunta constante de qué es el ser humano y a su respuesta desde la voz y la luz.

Me gustaría terminar con una reflexión sobre el trabajo de Sunme Yoon, traductora de La Vegetariana, Actos humanos, Blanco y La clase de griego. Tengo que aclarar que mi ignorancia del coreano sólo me permite trabajar de modo comparativo con versiones a las lenguas que conozco, es decir, una reflexión sobre la traducción comparada. Esta comparación me ha llevado a apreciar la dificultad que tiene verter unos libros que se caracterizan, en parte, por la destrucción del lenguaje, tantas veces subordinado a la imagen, lo icónico o visual, o limitado por las propias peripecias metamórficas de los protagonistas. Esta búsqueda de las transformaciones, que nos lleva entre los modernos a Kafka, naturalmente, tiene ecos indoeuropeos que pasan por el iraní Sadegh Hedayat y El búho ciego (1937) y llegan hasta los clásicos como Ovidio y Platón, cuyo mito de la caverna parece hacer que estos personajes se nos muestren como sombras sobre un fondo de luz imprecisa.