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Jacob Malkiel |
Se inicia en este
cuaderno una nueva serie, dedicada al Clima y la Filología. Se ofrece con la
intención de mostrar una serie de correlaciones entre fenómenos naturales y hechos
humanos con repercusión en la lengua. Hoy día se habla constantemente de cambio
climático, de modo que podría dar la impresión de que ese fenómeno no se ha
dado en otras épocas. Me sumo, ciertamente, a la necesidad de cuidar la Tierra
y evitar que el factor humano acabe destruyendo el planeta. Sin embargo, la
Arqueología y la Historia me enseñan que hay otros muchos factores que
intervienen en distintas épocas y que la investigación siempre es positiva.
Como lingüista, reclamo la herencia de mi llorado amigo y querido maestro Jacob
Malkiel y me apoyo, en lo posible, en la causación múltiple. Como historiador
de las religiones citaré el
Libro del Génesis, 21-22: “Al aspirar Yahveh
el calmante aroma [de los sacrificios], dijo en su corazón: ‘Nunca más volveré
a maldecir el suelo por causa del hombre, porque las trazas del corazón humano
son malas desde su niñez, ni volveré a herir a todo ser viviente como lo he
hecho [por el diluvio]. 22. Mientras dure la tierra, sementera y siega, frío y
calor, verano e invierno, día y noche, no cesarán’.”
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Gregorio Salvador |
En 1982 se
publicó Introducción plural a la gramática histórica, un libro en el que
se recogían artículos de investigadores consagrados y de otros jóvenes. El
primer artículo, de Gregorio Salvador, se titulaba “Hipótesis geológica sobre
la evolución de F- > h-“. En él se trataba de “establecer una
vinculación entre un hecho geológico comprobable y un fenómeno controvertido”.
En rápida síntesis digamos que se pretendía correlacionar la evolución de [f] a
[h] en posición inicial (farina > harina) con el tipo de agua, nada
fluorada, de la zona donde se originó supuestamente la evolución. Este tipo de
agua sería el causante de la pérdida temprana de piezas dentarias, a partir de
los 25-30 años. Los hablantes desdentados habrían empezado el proceso con la
evolución de [f] labiodental a [ɸ] bilabial.
Puede adelantarse que la hipótesis no se sostiene para esa época porque los
campesinos medievales, como demuestran los restos arqueológicos, tenían una
esperanza de vida de 27 años. En esas condiciones de la mayor parte de la
población no podía haber un gran número de desdentados. No obstante, lo
atractivo y novedoso de esa ingeniosa propuesta era la relación entre una
situación externa, fijada para mucho tiempo, definida por la Geología, y una
situación interna de la lengua, una alteración de su sistema. Lingüistas como
Pisani, en 1953, o Coseriu, en 1956, señalaron que cabe una correlación entre
la Lingüística y las Ciencias Naturales, siempre que el lingüista se limite a
interpretarla en sus efectos lingüísticos.
Para las personas, la
dependencia del clima es mayor en las sociedades agrarias que en las
industriales. Por eso en la Edad Media la esperanza de vida era tan baja,
porque las exigencias biológicas estaban ligadas a una meteorología que, además,
condicionaba la actividad humana. El 90% del esfuerzo laboral era exigido por
la necesidad de disponer de alimentos durante todo el año. Los restos
arqueológicos humanos nos muestran cuerpos de menos de treinta años destrozados
por la artrosis, el daño a la columna vertebral por llevar cargas enormes y
otras muchas enfermedades que explican la brevedad de aquellas vidas.
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Jac. van Ginneken |
La relación del clima con
la historia está consolidada en los estudios históricos, sobre todo aquellos
que incluyan una interpretación económica. En todas las épocas, los
historiadores han dado noticia de meteoros que causaban alteraciones en el
discurrir del tiempo, grandes sequías o inundaciones, temperaturas inusuales,
por calor o por frío, y sus consecuencias. La derrota de Napoleón en Rusia
siempre se explica por el clima ruso, por el durísimo invierno de 1812-13. En
cambio, no se encuentra esa relación en las historias de las lenguas. En ellas
el factor humano, que se considera lingüística externa, tiene menos importancia
que los factores de lingüística interna, como la fonología, la tipología o la
sintaxis o incluso que otro factor externo, la Literatura. Es posible que lo
que ocurra en un momento determinado no tenga una gran influencia en la
historia de una lengua; pero ha llegado la hora de plantearse en qué medida el
clima de períodos más amplios puede tener una correlación con las lenguas
habladas en ese territorio. Gregorio Salvador advierte del riesgo de
interpretaciones no comprobadas, que pueden encontrarse en autores de prestigio
como el profesor de Nimega Jac. van Ginneken. Para este autor las lenguas de
los climas fríos tenían más fonemas cerrados que las de los climas cálidos, en
los que predominaban los fonemas abiertos. Ni el finlandés ni varias lenguas
africanas confirman esta hipótesis. Lo que hay que destacar no son los
resultados concretos en un momento de la investigación, sino la oportunidad que
la apertura a nuevos enfoques científicos brinda a los humanistas.
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I. Font Tullot |
¿Por qué en este momento
vale la pena dedicar horas de estudio a replantearse la relación entre clima e
historia de las lenguas? Posiblemente porque hoy se conocen mucho mejor los
detalles de cada una de estas ciencias y porque otras relaciones entre ciencias
naturales, como la Biología, y ciencias humanas, como la Lingüística, nos han
hecho perder el miedo a intentarlo. Para los estudiosos de la historia de los
romances ibéricos, sus orígenes y consolidación, que se mueven entre el siglo
VIII y el siglo XV, es útil saber que entre los años 701 y 1300 se produjo un
período climático de aumento de la temperatura y cierta estabilidad de lluvia y
calor en el mundo. En la Península Ibérica esa mejoría climática se estableció
dos siglos más tarde que en el centro y norte de Europa. Inocencio Font Tullot,
el meteorólogo español de lectura imprescindible para este período, destacó la
calidez como rasgo más destacable de los siglos XI y XII. Las excepciones
fueron el invierno de 1077, las lluvias de 1084 a 1085, que debilitaron Toledo
y propiciaron su reconquista y las sequías de 1057-1058, 1088 y 1094. Pese a
conservar las buenas temperaturas, en el siglo XII ya se notó un descenso en el
noroeste ibérico en 1110-1111, 1113-1114 y 1133-1134. Al fin del siglo XII, en
torno a 1190, el invierno fue tan frío que se congelaron algunos ríos. Hubo
inundaciones en las dos vertientes hidrológicas. En la atlántica las provocaron
el Miño en 1102, el Tajo en 1138 y 1168 y, también ese último año, el
Guadalquivir. En la vertiente mediterránea se desbordó el Llobregat en 1143 y
en los años 1172-1173 hubo varias inundaciones en diversos territorios del
reino de Aragón. El clima ibérico del siglo XIII muestra un aumento de la
pluviosidad en la vertiente atlántica, que pasó a la mediterránea en el último
tercio del siglo. Ese tercio, en cambio, fue muy seco en Galicia y Cantabria,
cuyas ganaderías padecieron un gran retroceso. Empero, en general, el clima de 1001
a 1300 fue mucho más propicio a las labores agrícolas y al bienestar de los
campesinos que los siglos posteriores a 1300. Lo fue porque habitualmente el
tiempo meteorológico fue predecible. Se pudieron organizar las siembras con un
tercio del terreno para cereales, un tercio para legumbres y un tercio de barbecho, lo que
daba mayor confianza en la recolección y mayor seguridad a la perspectiva
alimentaria. Recuérdese que la seguridad de las cosechas era imprescindible
para los humanos y para la ganadería. El circuito alimentario era totalmente
dependiente de la meteorología de cada año.
A partir de 1300 el clima
cambió súbitamente y se pasó a la llamada Pequeña Edad del Hielo, en la
que lo distintivo no es sólo la gran caída de las temperaturas anuales medias,
sino la irregularidad de las lluvias y la imposibilidad de predecir el tiempo
meteorológico. Este ambiente se mantuvo hasta 1850. En un mundo dominado por
la actividad agraria, se produjo un grave debilitamiento de la
población en general, con largas hambrunas. Nótese que esta Pequeña Edad del
Hielo fue la época en la que se produjeron la Peste Negra (1347-1353) en la que
murió el 35% de la población europea, la instauración de la dinastía Ming en
China (1368-1644), el fin de la Reconquista (1492), el descubrimiento y
evolución posterior de América (1492-1821), la reforma protestante (1517), la
Independencia de los Estados Unidos (1776), la Revolución Francesa (1789) y la
independencia de las naciones iberoamericanas (1821), entre otros muchos
acontecimientos.
La evolución del clima,
por ejemplo, explica por qué los vikingos no pudieron instalarse en
Norteamérica. Después de 982 empezaron a colonizar la costa sur y oeste de
Groenlandia. El nombre que dieron a ese territorio, que significa “tierra verde”,
era claramente un reclamo y un atractivo para que fueran más europeos nórdicos
para instalarse allí. La temperatura media podía ser hasta cuatro grados
superior a la actual. Durante muchos meses los animales podían vivir a la
intemperie y la temperatura del agua permitía que hubiera mucho bacalao cercano
a la costa. Los análisis de restos humanos certifican que la alimentación en
esta época era en un ochenta por ciento de procedencia terrestre y en un veinte
por ciento marina. Los vikingos, como germanos, no eran partidarios de
mezclarse con la población inuit, esquimal. Cada uno vivió por separado. Estamos
bastantes seguros de que desde Groenlandia llegaron a Terranova y desde allí
muy probablemente al continente, a la península del Labrador. En ese largo
período mantuvieron relaciones marítimas constantes con Islandia y Escandinavia,
porque la estabilidad climática permitía una navegación bastante tranquila y
segura. Cuando ya habían consolidado la colonización del oeste de Groenlandia y
hubieran tenido recursos humanos para instalarse en el continente americano, la
temperatura cambió completamente. Se sucedieron largos inviernos de nieve y
frío, los hielos cerraron el paso marítimo hacia el oeste y el mar dejó de
estar tranquilo y permitir la navegación con Europa. Los colonos de Groenlandia
dejaron de recibir ayuda y mercancía de Islandia y Noruega. El bacalao se
desplazó hacia aguas más cálidas, al sur. El ganado tenía que estar tanto
tiempo en establos invernales que al llegar la tardía primavera tenían que sacar
a las vacas en brazos, porque no podían andar. La dieta pasó a ser de un 80% de
origen marino y tuvieron que aprender de los esquimales a utilizar los recursos
que estos empleaban para sobrevivir, hasta que, lentamente, acabaron
desapareciendo en el siglo XV. En el siglo XVIII se recuperó el contacto y en 1814
pasó a depender de Dinamarca, separada entonces de Noruega. Mas la posibilidad
de una colonización nórdica de Norteamérica había pasado. Ni el Canadá ni los
Estados Unidos hablan una lengua germánica nórdica, por causas climáticas.
En una próxima página de
este cuaderno espero presentar algunas relaciones entre el clima y determinados
acontecimientos que marcan el inicio de las lenguas iberorrománicas, sin
descuidar las lenguas semíticas. Más que de proponer nuevas creencias, se trata
de ofrecer nuevas reflexiones o incluso nuevas presentaciones de reflexiones
anteriores de otros autores. Quienes estén más interesados en esos inicios y en
esas reflexiones quizás se animen a consultar Dominio y lenguas en el Mediterráneo Occidental hasta los inicios del español.