Se continúa la
serie dedicada al Clima y la Filología. Puede verse el primer capítulo en https://fmarcosmarin.blogspot.com/2024/07/clima-y-filologia.html
. Se ofrece esta serie con la intención de mostrar una serie de correlaciones
entre fenómenos naturales y hechos humanos con repercusión en la lengua. El
clima, entiéndase bien, afecta al medio ambiente, al entorno en el que se
desenvuelven los humanos y, por ello, puede ser un factor que intervenga en su
comportamiento, que incluye la actuación lingüística. La idea de que las
lenguas del desierto tengan que ser distintas de las de climas húmedos puede
ser errónea; pero lo que es acertado es pensar que el comportamiento de los hablantes que
viven en el desierto y el de los que disponen de lluvias abundantes muestre
diferencias y que se reflejen en las correspondientes actuaciones lingüísticas,
testimoniadas en los textos.
En este capítulo se correlacionará el período cálido (también llamado “anomalía climática”) medieval, tal como se dio en la Península Ibérica, con un fenómeno fonológico y otro literario. El fonológico afecta a la sílaba y a la condición de lengua isoacentual del castellano anterior al siglo XIII. El literario se refiere a un tipo de textos en los que la estructura silábica tiene particular importancia, la epopeya castellana.
El mapa precedente, tomado de Benito Ferrández Gerardo (PresentacionBenito.pdf (histocast.com) muestra los períodos en los que se alcanzó el pico de temperaturas en el
período cálido medieval. Se aprecia claramente que a ese pico no se llegó en
todos los lugares simultáneamente y que, para la Península Ibérica se pueden
señalar tres períodos, dos de ellos, entre 950 y 1100, en el oeste del Portugal
actual y en la Baja Andalucía. El tercero, que cubre la mayor parte del
territorio peninsular, tuvo lugar entre 1150 y 1200. Durante el siglo XI, según
el meteorólogo español Inocencio Font Tullot, ya citado, la calidez fue la
nota dominante y no se registraron inviernos severos, salvo el de 1077 y
el muy lluvioso de 1084- 1085. Las sequías, en cambio, fueron de extrema
gravedad en 1057-1058, 1088 y 1094. El ambiente cálido se mantuvo durante el
siglo XII, en el que fueron pocos los inviernos fríos y tampoco
abundaron los veranos agobiantes. Para nosotros hoy, posiblemente lo más
llamativo es que durante todo este período el clima fue en general predecible.
Ello permitió planificar la siembra y administrar el terreno, algo que conviene
tener en cuenta especialmente en el alto Ebro y el valle del Duero. Se destacan
estas zonas porque fueron las reconquistadas en estos siglos y además el lugar
donde empezaron a hablarse variantes iberorrománicas evolucionadas, o sea, diferenciadas del latín, como el
gallego, el astur-leonés y el castellano. Estos dos últimos dialectos latinos
tendrán mayor relevancia para lo que sigue.
Un clima predecible ayudaba a resolver la preocupación de hacer frente a las necesidades humanas, la principal de las cuales, a la que se destinaba el 90% del esfuerzo, era procurarse alimento. La tranquilidad que proporcionaron las buenas cosechas y un buen aprovechamiento del terreno generaron un incremento de la capacidad económica, con dos efectos adicionales. El primero es que atrajo a cristianos andalusíes (llamados mozárabes por los cristianos de los territorios a los que llegaron, quizás con un sentido irónico-despectivo “el que se las da de árabe sin serlo”, discutible). El segundo es que permitió el avance de los cristianos. Las fechas así lo indican. En el siglo VIII Alfonso I conquistó Zamora (748) y amplió el reino astur con Galicia hacia el noroeste. En el siglo IX hubo una nueva progresión hacia León (856), Oporto (868), Simancas (889); pero en el X fue contenido por la consolidación del califato. Sin embargo, ni siquiera un general tan triunfante como Almanzor (939-1002), que contribuyó en gran medida a detener el avance cristiano con numerosas victorias, incluido el saqueo de Santiago de Compostela en 997, recuperó territorio. Burgos, fundada en 884, en 930 pasó a ser capital del entonces condado de Castilla. En lo que fue inicialmente el reino de Pamplona-Nájera, luego Reino de Navarra, la ciudad de Nájera fue reconquistada en 925. Terminados los terrores apocalípticos del año 1000 y muerto Almanzor en 1002, los habitantes de la Península Ibérica prosiguieron el avance hacia el sur durante el siglo XI y se logró la consolidación de la frontera con la conquista de Toledo (1085) y la de Zaragoza (1118), que aseguraron los límites del Tajo y del Ebro, respectivamente. La conquista de Valencia por el Cid Campeador (1094) no se pudo mantener por la presión de los invasores almorávides. También conviene destacar que durante el largo y fructífero reinado de Alfonso II el Casto (nacido en 760, rey 780-842) se enviaron tres embajadas al rey franco y emperador Carlomagno, la primera en 795. Desde muy temprano, por tanto, se fraguó la relación entre los cristianos peninsulares y el gran rey de los francos.
Cantan de Roldán, cantan de Olivero,
Non de Çorraquín Sancho que
fue buen cavallero.
Cantan de Olivero, cantan de
Roldán,
E non de Çorraquín Sancho que fue buen barragán.