Al salir de la ciudad antigua de Jerusalén por la puerta de Jaffa, se llega inmediatamente a una carretera de circunvalación y a un parque que ya está situado sobre el cauce del arroyo, Gei Ben Hinnom, el Valle de los hijos de Hinnom. El nombre procede de la designación de una familia no semítica. El clan de Hinnom fue anterior al período del Primer Templo, unos mil años a. JC. El valle era entonces un lugar de abominación. Más adelante Gei Ben Hinnom pasó a ser Ge Hinnom (Valle de Hinnom), Gehenna en español o inglés y Gehennem en árabe y hebreo. En el imaginario popular sería el paso hacia el infierno.
Pero ese camino del
infierno es hoy en su parte superior una especie de paraíso burgués: buenas
casas, un parque, un gran teatro musical al aire libre, entre otros servicios.
Poco a poco, a medida que el cauce se hunde entre terraplenes rocosos y sustenta
estrechos campos de olivos, camino a Jerusalén Este y la aldea árabe de Silwan,
se une al Cedrón en su valle y se convierte en esa tierra de nadie urbana entre
árabes y judíos. Esa zona ofrece la maravillosa vista de Jerusalén desde el sur
y en ella parece haberse detenido el tiempo, entre los árabes que no pueden y
los judíos que no se atreven.
Sobre el lado sur se levanta el cerro en altura, dominado por la iglesia escocesa de San Andrés. El terreno constituye una planicie ondulada que se extiende, con un pequeño desnivel, hasta los terrenos convertidos en parque de la primera estación de ferrocarril: First Station. Esa zona superior domina Jerusalén desde el sur, que es la parte con mejor defensa natural de la ciudad. Por ello la visión desde arriba tiene, en la guerra tradicional, gran importancia estratégica. Se supone que Pompeyo (Josefo, Guerra, 1:141) pudo establecer allí su campamento cuando sitió la ciudad en 63 a. JC. La parte sur de la ciudad, dominada por los partidarios de Aristóbulo y la más fortificada, era el objetivo de los romanos tras la entrega de la parte noroeste por los partidarios de Hircano. Un siglo más tarde, la situación se repitió con el sitio definitivo de la ciudad por los romanos a las órdenes de Tito el año 70 d. JC. (Josefo, Guerra,5:106-135). Es también posible que Tito instalara su propio campamento en esta zona. La defensa más débil de Jerusalén se sitúa en el norte y noroeste, por donde se produjeron los ataques. Durante los cinco meses del asedio es plausible que Tito se estableciera en un lugar que también contara con una defensa natural y esta parte alta del valle cumple esa condición.
Nada tiene de extraño que
se busque la asociación de los destructores del Templo con esta zona del
Hinnom, porque el origen del valle y las asociaciones del nombre tienen un
carácter infernal. Varios elementos históricos y culturales confluyen en esta
visión negativa. El más antiguo y trágico es el que asocia el valle a los
altares construidos en los cuales los reyes de Judá sacrificaban en el fuego a
los primogénitos, al parecer en honor del dios Moloch. Es el lugar llamado
Topheth en la Biblia. Aunque el rey Josías destruyó esos altares, las menciones
en Jeremías, Ezequiel e Isaías hacen suponer que al menos parte de las
prácticas persistieron durante cierto tiempo. En términos antropológicos,
limitar la discusión a fenicios y cartagineses es poco justificable. La
existencia de una deidad de la muerte, a la que se ofrecieron sacrificios
humanos, tiene una amplia extensión y es esencial para entender culturas geográficamente
muy alejadas, como las mesoamericanas, entre otras. En general, estos ritos se
asociaban a las prácticas para propiciar la lluvia. Es un campo que queda
abierto para futuras investigaciones.
El valle quedó marcado por esa parte histórica, cuyo sentido negativo se fue incrementando por costumbres posteriores, los esenios, por ejemplo, como no consideraban correcto que los propios excrementos se mantuvieran dentro de la ciudad, los recogían y los llevaban fuera, depositándolos en este valle, marcado como un lugar no habitable. La pervivencia y consistencia de esas ideas lo mantuvo como un lugar adecuado para los muertos.
Con ese antecedente y la asociación de esta ubicación con los enterramientos de restos de niños sacrificados parece natural que el lugar se convirtiera en un centro de enterramiento, donde se pueden encontrar tumbas del Primer y del Segundo Templo. El actual Centro Menahem Beguin está construido en un punto en el que se encuentran una serie de tumbas, alguna de gran relevancia, como se verá, lo que posiblemente indica que se trataba de un lugar religiosamente marcado.
El ritual judío de enterramiento, especialmente en la época del Primer Templo, requiere tumbas amplias. El cuerpo, envuelto en plantas olorosas o perfumes y en sudarios, se dejaba reposar sobre una plataforma o solio, que en el Segundo Templo estaba dominado por un arco de medio punto o arcosolio. El cadáver se dejaba hasta que sólo quedaran los huesos, que se colocaban en un osario. Entonces podía usarse la tumba de nuevo para un muerto reciente. Este sistema era muy costoso, porque durante meses la tumba no podía utilizarse para nadie más. Por ello van desarrollándose sistemas de tumbas que permiten la colocación de varios cuerpos y de múltiples osarios. El conjunto situado en Ketef Hinnom es por ello particularmente interesante, sobre todo por el descubrimiento de una tumba intacta, la número 24, que ha permitido analizar en detalle el sistema funerario.
La tumba 24 permite obtener el
esquema siguiente:
Se observa en ella la posibilidad de realizar varios enterramientos
simultáneos y además la existencia de un gran espacio donde era posible celebrar
ritos y también almacenar osarios y otros objetos.
La concepción post mortem
de los judíos asociada con este sistema de enterramientos descansa en tres
puntos principales:
a.
La idea de infierno no
parece anterior a la penetración de las ideas zoroastrianas en el siglo V a.
JC.
b.
Antes y después de esa
idea, ha formado parte de la cultura judía la idea de una muerte sin
resurrección, en todo caso con el reconocimiento de la bondad del individuo
bueno y la condena a la nada del malvado.
c.
Los partidarios de una
vida futura, en cambio, situaron en este valle precisamente lo que podría ser
el sentido de Gehenna, una espacie de purgatorio, un lugar de reflexión tras la
muerte sobre la verdad esencial de cada uno, normalmente de once meses,
ampliable a doce en casos de extrema maldad.
Los enterramientos
continúan a lo largo del valle y enlazan con los del valle del Cedrón, en la
confluencia de ambos. En esa zona baja del valle se encuentran tumbas del
Segundo Templo e incluso posteriores, como se aprecia en las imágenes.
Los yacimientos permiten extraer informaciones filológicas para las cuales es preciso tener en cuenta unos pequeños objetos encontrados en la tumba 24. Se trata de dos rollitos de plata con inscripciones en escritura paleo-hebrea. Aunque ha habido mucha discusión sobre su fecha, la opinión mayoritaria y, al parecer, más fundada, se inclina a situarlos entre 650 y 587 a. JC. El mayor mide, enrollado, 27 x 97 mm, mientras que el menor, más deteriorado y fragmentado, mide 11 x 39. Tras desenrollarlos cuidadosamente, se pudieron leer.
Las líneas introductorias de cada tablilla contienen texto contra el mal o
el daño a la persona portadora, lo que les confiere la condición de amuletos,
llevados al cuello como adorno personal y protección simultáneamente. Mientras
que las líneas iniciales varían en cada tablilla, las finales contienen una
cita casi idéntica de la bendición de Aarón. El texto de Números 6: 22-26
según la Biblia de Jerusalén es el siguiente:
Una posible interpretación de la lectura de estos textos es que podría haber existido una versión bíblica, de la Torah, muy anterior a la versión más antigua conocida y que de ella procede este texto. Esta interpretación es posible, pero no imprescindible. La coincidencia de los textos puede entenderse también porque el texto de las tablillas pudiera expresar una fórmula de bendición que luego se reflejó en el texto de Números. En cualquiera de los dos casos, lo interesante desde el punto de vista meramente filológico es la continuidad del texto y su relativa estabilidad, así como su presencia y uso en un texto escrito muy temprano.
Históricamente el valle ofrece una continuidad desde la época cananea hasta la época de los cruzados, con implicaciones que no sólo son históricas, sino, como se ha visto, también filológicas. Vale la pena detenerse en él y considerar Jerusalén desde esta perspectiva, menos habitual.