Localización de elementos comparados |
En un
cuaderno anterior se presentó el euskera de la Península Ibérica como lengua
post-romana y no prerromana. En síntesis, muy escueta, habría ocurrido lo
siguiente: la lengua vasca es una lengua pre-indoeuropea que estaba en uso
desde la Edad de Bronce (antes de 1200 a JC) en su territorio de procedencia.
Este territorio era relativamente amplio y se situaba al norte de los Pirineos.
A principios del siglo VI se había producido ya un desplazamiento de parte de
esa población hacia el área de Pamplona, de donde se extendió hacia Vitoria y,
desde allí, hacia el norte y el sur. Los préstamos de las hablas romances se
presentan en todos los dialectos, lo que indica que se produjeron en el período
medieval, a partir del siglo VI, y que el proceso de diferenciación dialectal
del vascuence fue posterior. Abaitua y Unzueta, en 2011, lo presentaron así: “El
proceso de expansión es relativamente corto, acotable entre los siglos VI al
XII, y en el que pueden concurrir diferentes dinámicas y acontecimientos que
propiciaran movimientos de población (y de su lengua asociada); no debiéndose a
un solo motivo histórico. Hechos como el repliegue visigodo a las tierras
peninsulares tras la derrota de Vouillé (507), que tuvo que suponer el traslado
de otros contingentes humanos asociados; las incursiones merovingias, francas y
visigodas; la acción de la Iglesia; los levantamientos vascones, el origen y
consolidación del reino de Pamplona; las políticas de repoblación medieval y
otras fueron probablemente la causa múltiple del desplazamiento”. Añadí a esta observación la nota de que es posible
que, en 711, el rey visigodo Rodrigo estuviera luchando en el área de Pamplona
contra estos nuevos pobladores, o contra los francos que los empujaban, cuando se
produjo la conquista musulmana. En todo caso, los bereberes, hablantes de
variedades del latín africano o afrorrománico, que se instalaron en la zona de
la Bureba a partir del siglo VIII, se encontraron con el avance hacia el sur de
esta emigración euskérica, lo que tuvo consecuencias mayores de lo supuesto
hasta ahora en el romance de la zona y, por ende, en los orígenes del
español.
DNA, ácido desoxirribonucleico |
Lo anterior, que supone un cambio grande en lo
que se sabía o suponía del euskera, como lengua, debe ponerse en relación con
las aportaciones de la biología y la genética. Estos nuevos estudios se basan
en el ADN nuclear y no sólo en el de la herencia materna, el mitocondrial, en
el que se basaron los primeros trabajos sobre genes, pueblos y lenguas. Se
diferencian también en que no se orientan a la relación entre genes y lenguas,
sino a la continuidad de poblaciones en el mismo territorio.
Un grupo de investigadores de los yacimientos
de Atapuerca, en Burgos, analizó en el año 2015 los datos de la secuencia del
primer genoma de ocho restos humanos, fechados entre 5.500 y 3.500 años antes del
presente, excavados en la Cueva de El Portalón en la Sierra de Atapuerca y
publicaron los resultados en 2015, además de ofrecerlos al público oralmente (https://www.youtube.com/watch?v=ZNNEPYqa1_0).
Se ha defendido que el mayor cambio producido
en la historia humana fue la transición desde el modelo de
cazadores-recolectores del Paleolítico al modelo de agricultores-ganaderos o
granjeros, que se fue desarrollando a lo largo del Neolítico y culminó en la
Edad de los Metales. Se inició unos once mil años antes del presente, en el
Oriente Medio, de donde se extendió hacia el oeste y el norte, por Europa. No
todo estaba tan claro en el estudio de ese proceso, porque, en el extremo
occidental del continente europeo, en Iberia, no se conseguía encontrar una
explicación de sus efectos sobre la población prehistórica y su relación con la
población moderna. El estudio genético de los restos humanos de esa parte del
yacimiento de Atapuerca muestra que esos seres humanos procedían de un mismo
conjunto genético. Habría así un primer conjunto de genes ancestrales compartidos
por los individuos de El Portalón y los primeros granjeros en otras partes de
Europa. El modo de trabajar la tierra, según estos hallazgos, parece haber sido
el mismo y haber sido llevado por un mismo grupo genético durante un proceso
migratorio. Los individuos de El Portalón vivieron en el período Calcolítico,
es decir, en la transición de la piedra al bronce. Lo más llamativo es que, a
diferencia de lo que sucedió con los granjeros tempranos del centro y norte de
Europa, los de El Portalón se mezclaron con los cazadores-recolectores que
habitaban el suroeste del continente. Esta mezcla no se produjo sólo o
principalmente en el momento de la llegada de los granjeros, sino que se
incrementó durante los dos mil años siguientes.
Los individuos de El Portalón se relacionan
genéticamente con los vascos actuales, lo que sugiere una continuidad de una
relación establecida con los inmigrantes agrícolas del Neolítico. Dejan de
estar relacionados con un resto aislado del Mesolítico y pasan a la historia de
las migraciones agrícolas. Originalmente, habrían llegado a los valles altos
del Ebro unas poblaciones agrícolas, cuyo núcleo inmediatamente anterior se
sitúa genéticamente en la isla de Cerdeña. Esas poblaciones comparten elementos
genéticos con los otros granjeros que se extendieron por Europa, de lo que se
diferencian porque incorporan una genética distinta, la de los
cazadores-recolectores que encontraron cuando llegaron a Iberia. Trabajar sobre
el ADN nuclear permite también determinar que la mezcla se produjo con
individuos de ambos sexos, es decir, que no se trata de que la población
descendiera de hombres granjeros inmigrantes y mujeres cazadoras-recolectoras
residentes en ese territorio, sino de una mezcla real de ambos grupos. Hay que
tener en cuenta también que las poblaciones de granjeros eran más numerosas que
las de cazadores recolectores, porque la agricultura permite una mayor
concentración de habitantes en un área.
Los análisis genéticos muestran que no hay
relación entre los primitivos cazadores-recolectores de Europa y los europeos
modernos, mientras que los granjeros europeos primitivos, incluidos los de
Iberia, surgieron de un grupo común. Ese grupo migró desde el Oriente Medio
hasta Cerdeña y ofrece una coincidencia genética con los agricultores de
Anatolia y con los sardos.
Fragmentos de obsidiana en sepultura sarda (Terradas) |
Lingüísticamente, hay una primera conclusión
segura, en cualquier caso, la lengua vasca no puede ser la continuación de una
lengua hablada por los cazadores-recolectores del Mesolítico, como se afirmó
durante mucho tiempo, porque los vascos no proceden de ese grupo, sino que son
posteriores a los agricultores-ganaderos que llegaron, como muy pronto, hace
cinco mil quinientos años. La población vasca se relaciona genéticamente con
los granjeros primitivos y no con los cazadores-recolectores, siempre teniendo
en cuenta que hubo mezcla genética entre ambos grupos. La genética predominante
fue la de los agricultores-ganaderos. La Arqueología confirma, por el estudio
de útiles de obsidiana, la relación entre Iberia y Cerdeña en el Neolítico
(Terradas et al. 2014) y la Genética la relación del área vascona, la sarda
y Anatolia.
Otros desarrollos lingüísticos son
especialmente controvertidos, aunque algunos paleontólogos se hayan lanzado
alegremente a interpretaciones lingüísticas tan infundadas como las genéticas que
pudiera proponer un lingüista. Una primera pregunta, por supuesto, es si esos
cazadores recolectores hablaban una lengua relacionable con el proto-sardo, es
decir, la lengua hablada por los habitantes de Cerdeña antes de la llegada de
los romanos y la generalización del latín, del que deriva el sardo, lengua
románica moderna. Aunque la respuesta fuera sí, nada obliga a suponer que esa
lengua común fuera un antecedente del euskera, o que hubiera una relación entre
el proto-euskera y el proto-sardo.
El territorio de esos agricultores, aunque
coincide con gran parte del País Vasco e incluye Burgos, también se extiende a
zonas occidentales del Norte-Centro ibérico donde los datos disponibles indican
que nunca se habló euskera, ni en época prehistórica ni en época histórica. Y
es importante resaltar por ello que en esta investigación se niega
explícitamente la existencia de un “gen vasco”. No hay ningún argumento
genético para separar a los vascos de otras poblaciones de agricultores
primitivos, como han confirmado los estudios genéticos sobre los agricultores
de Anatolia, en la actual Turquía. En su clarificadora intervención final en la
presentación de los hallazgos en el Museo de San Telmo, el 25 de febrero de
2016, Ignacio Arsuaga explicó con claridad que “no se trata de que los vascos
tengamos algo que los demás no tienen, sino que no tenemos algo que los demás
tienen”. En cualquier caso, como reiteró, las diferencias son muy pequeñas y, por
ejemplo, para el caso del componente genético africano en áreas de la Península
Ibérica, se podría explicar por razones históricas y no prehistóricas.
Suponer que se habló una lengua proto-vasca en
un territorio mucho más extenso que el que ocupó mucho después el vasco
histórico, basándose sólo en datos genéticos, es llevar la imaginación muy
lejos. Quizás fuera más exacto hablar de una lengua proto-vascona; pero mucha
gente sigue confundiendo vascón y vasco, igual que confunden mexica y mexicano.
Sin embargo, aunque quizás sería preferible buscar un término que no contuviera
el segmento “vasco”, para evitar confusiones, siempre está en el trasfondo la
pregunta de qué era el ibérico y que relaciones lingüísticas se establecieron
en la Península Ibérica, el Sur de Francia y otras áreas, antes de la llegada
de los indoeuropeos. Genéticamente, los iberos son de origen distinto de estos
agricultores primitivos genéticamente pre-vascones; pero hay que seguir
insistiendo en que la relación entre genes no obliga a defender una relación
entre lenguas que haya sobrevivido a las múltiples vicisitudes históricas. El continente americano es, en buena medida,
una demostración de la incoherencia de esa tesis. Es cierto que es un producto
histórico peculiar; pero quizás lo que lo hace peculiar es que sabemos mucho
sobre lo acontecido en la época histórica, la cual, para algunas
civilizaciones, dotadas de escritura, se remonta a mucho antes de los europeos.
De otros movimientos de pueblos, genes y lenguas, considerados en su
interacción, lo que se sabe es todavía muy poco.
La hipótesis más plausible, desde el punto de
vista del lingüista, a la luz del conjunto de resultados de Arqueología,
Etimología e Historia, sigue siendo que sobre esa base genética se impuso una lengua
de tipo celta, la lengua de los vascones celtíberos, que hubo también una
colonización lingüística latina, más clara en ciertos núcleos, como indican
topónimos como Guetaria < Cetaria [ke’taria] y que la lengua que se hablara
en esos territorios por los llamados vascones, en el siglo VI d JC fue
sustituida por el euskera del que derivan los dialectos modernos, unificados en
el euskera batúa.