Formación territorial de los EUA |
Un diccionario enciclopédico proporcionará una
definición de los Estados Unidos de América de un tenor parecido a éste: “República
norteamericana con costas en el Atlántico y el Pacífico, compuesta por
cincuenta estados, cuarenta y ocho de ellos contiguos en Norteamérica, más
Alaska en el noroeste de ese continente, las Islas Hawai en el Océano Pacífico
y varios territorios isleños en el Caribe y el Pacífico. Logró su independencia
en 1776.” Y podrá añadir, como sinónimos: EEUU, EUA, US, U.S., USA, U.S.A.
Julio Camba (1884-1962) |
De hecho, la creación de un gentilicio, como
ya trató con humor Julio Camba, ha sido siempre un problema: americanos son
todos en el continente, norteamericanos son también los canadienses (si
los mexicanos son centro americanos), estadounidenses es aplicable
también a los ciudadanos de los Estados Unidos Mexicanos, o de los Estados
Unidos del Brasil, entre otros. Usanos no deja de ser una propuesta
irónica. Gringos es una palabra española del siglo XVIII, recogida en el tomo II del Diccionario
Castellano de Esteban de Terceros y Pando en 1767: “gringos llaman en
Málaga a los extranjeros, que tienen cierta especie de acento, que los priva de
una locución fácil y natural castellana; y en Madrid dan el mismo, y por la misma
causa con particularidad a los Irlandeses”. Pero ni se aplica exclusivamente a
los norteamericanos ni es un gentilicio. Sería una deformación de griego,
como “lengua ininteligible”, igual que hoy se dice “esto para mí es chino” (en
alemán, curiosamente, para que nadie se agrande: das kommt Spanisch mir
vor).
Territorios de la Nueva España hoy parte de los EUA |
Ese mismo diccionario enciclopédico seguirá
explicando que las colonias que se independizaron lo hicieron de Gran Bretaña y
señalará como los dos momentos fundamentales de su historia la Guerra Civil, en
el siglo XIX, y la Gran Depresión, en el siglo XX. No recordará que más de la
mitad del territorio norteamericano nunca fue colonia británica, sino francesa
y, sobre todo, parte del virreinato de la Nueva España, que se independizó como
México y que perdió más de la mitad de su territorio original, cedido a los
Estados Unidos de Norteamérica por el tratado de Guadalupe Hidalgo (2 de
febrero de 1848): unos dos millones trescientos mil km2, el
equivalente de la superficie conjunta de Portugal, España, Francia, el Reino
Unido, Alemania, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Hungría, Suiza, Croacia e Italia. Se reparten entre los estados de
California, Nevada, Utah, Arizona, Nuevo México, Tejas, y parte de Colorado y
Wyoming.
San Antonio, TX |
Sólo los hispanos que viven en los Estados
Unidos y que se mueven en las esferas de decisión saben lo que realmente cuesta
hacer que los anglos admitan de manera natural (no por reflexión intelectual o
convencimiento político) cosas tan, reitérese, naturales como que antes del
primer alcalde anglo de San Antonio, Tejas (y se podrían poner aquí cientos de
nombres de lugares) hubo otros muchos alcaldes, igualmente legítimos, durante
más de cien años en muchos casos; pero que no eran anglos, sino hispanos o,
mejor, españoles de Ultramar. Los territorios cedidos en el Tratado habían
formado parte del México independiente durante menos de treinta años, en muchos
casos de modo nominal, y antes fueron parte de los reinos de España (nunca
colonias, como se dice, también por influjo anglo) durante doscientos.
Es indiscutible que en los EUA se realiza un
enorme esfuerzo para recuperar la Herencia Histórica, Historical Heritage; pero la necesidad
de que se haga ese esfuerzo consciente delata que no forma parte de la
comprensión espontánea que la población tiene de su propio pasado. Hay, cómo
no, movimientos intelectuales y sociales hispanos, más o menos
reivindicatorios, algunos mucho, a la espera de la emergencia de Aztlán, la
tierra perdida; pero la masa social vive al margen de ellos. Hay frases
acuñadas que ilustran esta actitud: “no somos inmigrantes en esta tierra, somos
migrantes en nuestra propia tierra”; mas no pasan de gestos que, para pervivir,
han de contar con el apoyo de una sociedad que se mueve, en las esferas de
decisión, dentro de las pautas de una tradición anglosajona, si bien está
compuesta por personas de múltiples orígenes. Ni que decir tiene que esperar la
reconquista mexicana de los territorios virreinales que hoy forman parte de los
EUA es, para la mayoría de los habitantes hispanos de esos estados, como
mínimo, un sueño, en el peor de los casos una pesadilla.
Cuando las cosas parece que se desvían, surgen
voces como la del profesor de Harvard, Samuel P. Huntington, quien inició su
polémico trabajo, “El reto hispano”, con unas palabras que no dejan lugar a
dudas: “El flujo persistente de inmigrantes hispanos amenaza con dividir los
Estados Unidos en dos pueblos, dos culturas y dos lenguas.” Claro que provocó
duras reacciones dentro y fuera de los Estados Unidos; pero en muchos casos
esas reacciones lo que demostraron es que la posibilidad de argumentar como
Huntington, con argumentos histórico-sociales, existe. Puede considerarse
incluso como una reacción de identidad, posiblemente favorecida por las
numerosas veces en las que los escritores latinos se refieren a un futuro
latino de los Estados Unidos. En ambos lados hay una sensación de amenaza, que
se sobrepone al conocimiento de que las sociedades cambian porque quienes las
componen piensan y actúan de otra manera, según sus necesidades.
En los Estados Unidos de principios del siglo
XX hacía falta mano de obra para las comunicaciones, sobre todo los
ferrocarriles, y para la agricultura. Se envió personal a México para reclutar
esos trabajadores. Cuando, en los años cuarenta, el desarrollo de la
agricultura estacional requirió la presencia de braceros mexicanos se puso en
pie el proyecto llamado precisamente Bracero, que se ocupaba de una inmigración
mexicana organizada. La actitud hacia estos trabajadores era muy diversa de la
actual. Entre Ciudad Juárez y El Paso se tiende el puente de Santa Fe, símbolo
hoy de separación, pero entonces, en cambio, punto de ingreso en los EUA de
obreros mexicanos a los que esperaban atractivas ofertas de trabajo. Los
norteamericanos, por supuesto, no trataban de pagar ninguna supuesta deuda
histórica de la anexión de parte de la Nueva España, tenían trabajo y
necesitaban mano de obra. Los mexicanos necesitaban trabajo y dinero, no iban
de reconquista. El reajuste había sido natural, sin que nadie reinventara una
historia inexistente y sin errores. A principios del siglo XXI los Estados Unidos
son un país muy diverso, muy multilingüe en su periferia social, monoglósico en
su núcleo. La inmigración de hispanohablantes no alcanza la mayoría. Es muy
posible que se compense por la inmigración ilegal y temporal. Porque la
impermeabilidad de la frontera es otro mito. Hay infinidad de procedimientos
por los cuales muchos sin papeles viajan al Sur con cierta regularidad para ver a sus familias.
La otra dimensión que se debe añadir, sin
duda, es la local. En un país tan fuertemente localista, las hablas locales
tienen excepcional importancia. El absurdo invento del spanglish sólo
puede prosperar por esa tendencia, la de que “así se habla aquí, así hablamos
nosotros”, apoyada en los mecanismos de economía cultural que hacen factible la
pervivencia incluso literaria, es decir, la creación de una infracultura del
gueto hispano, en la que quienes mueven los hilos se sienten felices del poder
que ejercen. Lo peor es cuando esta tendencia se ve apoyada por los organismos
oficiales. Por lo que cuentan los alumnos de español de UTSA, la DEA, la
poderosa agencia antidroga, contrata cada año a varios de ellos. La constante
es que cuando alguno habla muy bien el español, automáticamente lo rechazan, lo
que les interesa es gente que hable las variedades de la frontera, alguien que
se sienta fuera de las normas. Ignoran que una persona puede manejar muy bien
diversas variables y que elegir a los más limitados no es elegir a los mejores;
pero obedecen así a una poderosa
tendencia localista.
Sólo hay otra comunidad hispana que,
históricamente, haya vivido en el gueto, la judeo-española o sefardí. También
desarrollaron sus variantes locales, con proyección literaria. En la actualidad, el judeo-español o ladino ha sido desplazado por el español general, que es la lengua usada por los sefardíes para las comunicaciones con los restantes hispanohablantes. Porque hay otro tipo de intereses, más fuertes:
una comunidad hispana en los EUA cuya proyección lingüística sea sólo interior,
que no se pueda comunicar en español con el mundo hispánico, por no alcanzarse
la intercomprensión, es una cultura condenada a la diglosia B de Fishman, es
decir, a manejar un código lingüístico insuficiente para la comunicación
superior, reservada al inglés. Se preservan las fronteras, se preserva el
mercado interno, al externo siempre se puede acceder por el otro canal, el del
español normativo, estándar. ¿A quién puede interesar eso? Desde luego, no a los hispanos.
¿Dónde está entonces la posibilidad de acción,
centrados en la lengua? La respuesta es clara: en la escuela, en la educación,
en lo cultural, ampliamente considerado. Nótese, para evitar triunfalismos, que
si bien las cifras de la educación secundaria e incluso primaria crecen, las
tesis doctorales y las últimas etapas de la educación superior no registran
movimientos significativos. Un avance cuantitativo que no vaya acompañado de
uno cualitativo interesa poco. Ninguna ganancia es despreciable; pero el
prestigio es un elemento comercial de mucha importancia y en el comercio de la
lengua es mucho más importante, porque se trata de un intangible. En el terreno cualitativo, las bases del
español en los Estados Unidos son tres, los restos del español virreinal, las
variantes caribeñas (Puerto Rico y Cuba, históricamente) y las hablas
mexicanas, sobre todo de los dialectos del norte. En el terreno cuantitativo,
el español en los Estados Unidos, con su polimorfismo y sus numerosas
variantes, muy lejanas de un spanglish inventado por publicistas
avivados, depende de la actitud de los países hispánicos. Si desde esos países se lograra que esa cantidad se
acompañara de calidad, si se cuidara el español con acento espiritual hispano, independientemente de su realización fonética, ésa sería la línea de futuro. La voz cantante
depende del conjunto de la comunidad hispanohablante, en la que tiene
mucho que decir la España cultural, en el más amplio sentido, es decir, también
industrial, comercial, económica.
Debilidades
|
Amenazas
|
Fortalezas
|
Oportunidades
|
Escaso prestigio del español culturalmente,
en el conjunto de la sociedad norteamericana.
|
Prestigio y valor constantes del inglés como
primera lengua internacional y lengua de las estructuras sociales superiores.
|
Fuerte conciencia de raza hispana.
|
Un mercado interno amplio.
|
Difícil penetración en el mercado interno.
|
Los propios padres de los niños en edad
escolar, que saben lo imprescindible que es dominar la lengua inglesa para
triunfar en la sociedad.
|
Grupos sociales consistentes en las
ciudades.
|
Fuerte presencia del español en la escuela
secundaria.
|
Escaso interés por la cultura, preferencia
por el trabajo inmediato.
|
Las tendencias localistas y los guetos.
|
Gran papel cohesionador de la Iglesia
Católica y buena actitud interconfesional.
|
Necesidad del español en los servicios
públicos.
|
Este texto forma parte de la serie dedicada a la Lingüística y sus mitos, que consta ya de:
Mitología de las lenguas en general, el mito biologicista,
Un mito etnolingüístico: la palabra moro,
El latín africano y el mito del beréber irredento,
El mito del vascuence o euskera como lengua prerromana en Hispania,
Un juego, números y el mito vasco de pureza lingüística.
Los apellidos vascos, realidad y mito.
Expresiones lingüísticas de los mitos étnicos
a los que se podrían añadir:
¿Desciende la curva de los estudios de español en los EUA? (sobre algunos mitos del español de los Estados Unidos),
Consecuencias lingüísticas del "trumpazo",
Lingüística y Pragmática,
Etimologías populares,
e incluso
Identidades árabes y musulmanas en la obra de Miguel de Cervantes.