La relación entre
la Administración y los ciudadanos se realiza, sobre todo, por escrito. Cuando
se aceptaba que la población era en su mayoría analfabeta, existían unos
funcionarios especiales, los pregoneros, encargados de ir leyendo por calles y
plazas las leyes, bandos y ordenanzas de necesario conocimiento y obligado
cumplimiento. No hace tantos años, en el bar del pueblo, siempre había una
persona que se encargaba de leer el periódico en voz alta. El cura, el médico y
el boticario ayudaban al maestro a explicar los términos y vericuetos legales
menos claros, se convertían de alguna manera en traductores a la lengua del “hombre
de la calle”, algo necesario en materia impositiva o en lo
relacionado con el servicio militar obligatorio, especialmente.
En los países de lengua alemana, se da por sabido que existe un
alemán administrativo (Amt Deutsch), que sólo entienden las personas
especializadas, que un Kraftfahrzeug es un Auto, por ejemplo, y así
sucesivamente. En otros, como el mundo árabe, donde se vive una situación en la
que conviven la lengua A o culta, de la escritura y la lengua B o doméstica, que
no se escribe (lo que los lingüistas llaman diglosia), el único modo de salir
de la situación es mediante el aprendizaje de ese modelo de lengua A, que es
además (con detalles en los que no hay que entrar aquí) el del texto religioso
musulmán, el Alcorán.
Como en tantos
otros puntos, los políticos, en lugar de resolver el problema de fondo, la educación y desarrollo personal de los ciudadanos, se han
preocupado de encontrar soluciones que dejen su responsabilidad (la de los
políticos) a salvo. Si el ciudadano no entiende el texto en el que se le dan
instrucciones para votar, pagar los impuestos, ir al médico, usar los
transportes públicos o cómo tomar los medicamentos, etcétera, la solución más
barata es simplificar la lengua en la que todo eso se le dice de manera que –se
supone- le sea fácil entenderlo. Esa decisión no se basa en ningún estudio
científico y comprobado de qué entienden los ciudadanos y cómo se debe escribir
para que todos lo entiendan, sino en una especie de consenso en el cual
cuentan, especialmente, las opiniones de los semicultos, casta a la que suelen
pertenecer los políticos, al menos en su mayoría, así como buena parte de las
personas que consideran que hablar una lengua autoriza a pontificar sobre ella,
sin haber hecho ningún estudio específico. Nadie se subiría a un avión pilotado
por un aficionado sin estudios ni experiencia, ni se dejaría operar por un profesor
de lingüística que no fuera médico (algunos hay); pero todo el mundo se atreve
a interpretar, generalmente mal, las cuestiones lingüísticas y a proponer
soluciones que ni tienen en cuenta la historia de la lengua, ni su estructura
ni nada de lo que los técnicos puedan considerar serio. El pensamiento subyacente
parece ser: “si yo no lo entiendo, no está bien”. Nadie propone algo tan
sencillo como “si no se entiende, explíquese”.
La cosa se complica además, en un mundo tan dependiente del inglés, con las traducciones o adaptaciones de los términos en ese idioma. Esa jerga mostrenca que se supone al alcance de cualquiera y en la que se recomienda escribir al ciudadano se llama en inglés, plain language. El inglés, como se sabe, es el resultado de más de mil años de intentar hablar francés y en pocos lugares se ve con tanta claridad como en esa frase (o sintagma). Language es una palabra latina, a través del francés, como demuestra su terminación en –age (fr. langage) y plain es otro latinismo, procede del latín planum, igualmente introducido a través del francés, lengua que los normandos llevaron a Inglaterra tras la conquista posterior a la batalla de Hastings (14 de octubre de 1066), con el limitado éxito que la historia del inglés muestra. Ese plain, como se ha dicho, procede de planum, de donde el español obtiene dos soluciones, el préstamo latino directo, plano, y la evolución regular del grupo PL- inicial latino, llano, lo mismo que ocurre, por ejemplo, en plenum, pleno y lleno. En el año 1942, en su Historia de la lengua española, el maestro Rafael Lapesa utilizó tres veces habla llana para referirse a la “regida por el juicio prudente”. En 1589, Juan de Pineda, en sus Dialogos familiares de la agricultura cristiana, había usado lenguaje llano, que también usó entre 1604 y 1621 Bartolomé Jiménez Patón, en su Elocuencia española en arte. Esa expresión se recoge en autores del siglo XIX como José María de Pereda o Pérez Galdós, en España, o Fernández y Medina y Carlos Federico Mora en América, a los que se puede unir Marco Fidel Suárez en 1911, siempre referida a la forma sencilla e inteligible de hablar el español. También Lapesa usa esa frase, como otros muchos autores. Expresión llana también está atestiguada en el siglo XIX. No hay ejemplos de habla plana o lenguaje plano, como era de esperar. Lenguaje llano, en ese sentido preciso de comprensible o inteligible, es frecuente en la prensa de España y América en el siglo XX.
Hubiera sido en
consecuencia muy fácil que los políticos, a la hora de asignar un término a
esta nueva exigencia de la lengua administrativa, recurrieran a una consulta a
la historia y la tradición lingüísticas; pero eso es pasarse de optimistas. Es
posible incluso que a alguno de esos famosos indocumentados se le ocurriera que
traducir plain language por lenguaje llano o habla llana era un anglicismo (la
ignorancia es muy atrevida). El resultado es que, en lugar de emplear la forma
existente, tradicional y difundida en todo el territorio del español, han ido
contribuyendo a la ceremonia de la confusión con soluciones que son, sin duda,
mucho menos precisas. Lenguaje
ordinario, por ejemplo, es ambiguo, puesto que se puede usar también para referirse
al uso de capas sociales del nivel sociolingüístico inferior. Lenguaje claro es
la otra forma, que se va imponiendo incluso en países, como México, que tienen
en otras ocasiones un mayor cuidado y que en este caso han caído víctimas de la
ignorancia y la prepotencia.
Porque claro y
llano no son equiparables ni igualmente precisos para expresar el concepto que
se pretende, es decir, el lenguaje sencillo, comprensible, cercano al ciudadano
contribuyente. Sea el ejemplo x=4, y=3 => x + y = 7. Es un ejemplo
perfectamente claro; pero los lectores pueden hacer la prueba y comprobar cómo
resulta de asequible en su entorno, puesto que, sin duda, ellos lo entendieron
inmediatamente. En cualquier caso, en lenguaje llano, la fórmula sería: “si equis vale cuatro y ye vale tres, entonces equis
más ye vale siete”. Obviamente, en los distintos países los hablantes leerán y
como ye o como y griega o simplemente y; pero eso no cambia la inmediata
comprensión del texto, es decir, su llaneza, sólo cambia la expresión.
Una observación
como la anterior puede aclarar que los sentidos de llano y claro son diferentes
y que llano, por su origen, su etimología latina, tiene una correspondencia
perfecta con el inglés plain, como derivados que son ambos del latín planum. No
resuelve, sin embargo, la cuestión principal: cómo se determina el español
llano en el que se deben escribir leyes, instrucciones y normas para que todos
las entiendan. Para ello, guste o no guste a los políticos y a quienes aceptan
soluciones basadas en sus escasos e incompletos conocimientos de la lengua, es
preciso realizar investigaciones lingüísticas, partir de corpus que registren
los usos y de técnicas de determinación de comprensión de los textos. Es una
labor compleja que, seguramente, sería mucho más fácil si, en lugar de prestar
atención a la suficiencia lingüística de cada uno, se prestara a la educación. ¿Cuánto
es aceptable reducir lenguas de cultura como el español o el inglés, con un
amplísimo léxico y una tradición de escritura valiosa? ¿Realmente se puede
pensar que la solución es limitar los escritos administrativos a trescientas
palabras o a novecientas o a mil? Porque ése es el caudal léxico de los
olvidados.
Efectivamente,
si limitamos el contexto a los Estados Unidos de América, también se puede elegir una solución que haga realidad situaciones lingüísticas como la siguiente, que dejo en su versión original, con alguna
corrección de la ortografía, si bien el seseo es imprescindible. Se supone que,
para un mexicano, al menos, es un texto claro; pero quizás para nadie sea un texto en español
llano (ni, en la versión inglesa del español, un texto en plain language):
Un mexicano
estaba en una esquina queriendo cruzar la calle en Estados Unidos, del otro
lado un matrimonio también quería atravesar la vialidad. En eso pasa un carro
muy rápido y con la llanta pisa una piedra. La piedra salta y le pega al marido
en la cabeza. El señor se desmaya y la señora, histérica, trata de despertarlo
sin éxito.
En eso llega un
policía y como el mexicano era testigo de los eventos, el oficial lo abordó y
le preguntó:
-
- Did you see what happened
here?
-
- Yes, contestó.
-
- Name? Dijo el policía, sacando al mismo tiempo una
libreta para apuntar todos los detalles.
El hombre contestó
en inglés, idioma aprendido con un curso relámpago y un diccionario de primaria:
-
- My name is “Almost-can-see Fountains
Dove-houses” (Casimiro Fuentes Palomares)
El oficial observó
al testigo algo confundido:
-
- What happened here?
Preguntó el policía
Y el señor contestó:
- I was stop there. (Yo estaba parado ahí). The car came made the mother. (El
carro iba hecho la madre). The wheel gave a mega-gay to the stone. (La llanta
le dio un putazo a la piedra).
The stone flew made the mother. (La piedra voló hecha la madre). And hit
the man in the one hundred. (Y le pegó al señor en la sien). The woman put a
very kitchen helper shout in the heaven. (La mujer puso un grito bastante pinche en el cielo). And the woman
said: old, old, old… do not suck. (Viejo, viejo, viejo,… no mames). Up! Up! Don’t
whistle yourself, big goat! (¡Levántate, levántate! ¡No te chifles, cabrón!).
And the bull never came back in yes again. (Y el buey nunca volvió en sí otra
vez).
Todo destanteado el policía le preguntó:
- - And where is the car?
A lo que el
mexicano contestó:
- - It peeled rooster! (Peló
gallo).
Este texto forma parte de la serie dedicada a la Lingüística y sus mitos, que consta ya de:
Mitología de las lenguas en general, el mito biologicista,
Un mito etnolingüístico: la palabra moro,
El latín africano y el mito del beréber irredento,
El mito del vascuence o euskera como lengua prerromana en Hispania,
Un juego, números y el mito vasco de pureza lingüística.
Los apellidos vascos, realidad y mito.
Expresiones lingüísticas de los mitos étnicos
Algunas realidades del español de los Estados Unidos de América y el mito del spanglish.
Mitología de las lenguas en general, el mito biologicista,
Un mito etnolingüístico: la palabra moro,
El latín africano y el mito del beréber irredento,
El mito del vascuence o euskera como lengua prerromana en Hispania,
Un juego, números y el mito vasco de pureza lingüística.
Los apellidos vascos, realidad y mito.
Expresiones lingüísticas de los mitos étnicos
Algunas realidades del español de los Estados Unidos de América y el mito del spanglish.
a los que se podrían añadir:
¿Desciende la curva de los estudios de español en los EUA? (sobre algunos mitos del español de los Estados Unidos),
Lingüística y Pragmática,
Etimologías populares,
e incluso
Identidades árabes y musulmanas en la obra de Miguel de Cervantes.
¿Desciende la curva de los estudios de español en los EUA? (sobre algunos mitos del español de los Estados Unidos),
Lingüística y Pragmática,
Etimologías populares,
e incluso
Identidades árabes y musulmanas en la obra de Miguel de Cervantes.