Wednesday, January 29, 2014

Quijote: historia de una palabra.

La palabra quijote es una forma de notable antigüedad en español. El primer registro conocido la sitúa en el siglo XIV, en el Libro de buen amor de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita. Llama la atención que la primera mención documentada de los quijotes aparezca en sus versos contra los pecados capitales:

Manuscrito del Libro de buen amor
Ligeramente podremos la Loxuria refrenar:
con Castidat e con Çiençia podremos nos escusar;
Spíritu de Fortaleza que nos quiera ayudar,
con estas brafuneras la podremos bien matar:
quixotes e cañilleras de santo sacramento,
que Dios fizo en Paraíso Matrimonio e Casamiento.

Originariamente, como se sabe, quixote era una pieza de protección de los muslos, que en latín se dice coxa. Se trataba, sin duda, de piezas de malla o metálicas, como bandas, que cubrían esa zona. Su sustitución por caras cintas de seda sobre calzas abombadas da lugar a esa típica prenda de vestido que se aprecia en numerosos retratos del siglo XVI. Esas bandas de seda también aparecen en las mangas, como extensión de su uso. (La onza de seda, 31,103 g, costaba cien maravedíes a finales del siglo XV, lo mismo que una vara, 0,866 m, de holanda).
D. Juan de Austria y la
evolución de los quijotes.

En época de Cervantes era ya una prenda arcaica, un rasgo más del humor cervantino, que llama a su héroe con el nombre de una anticuada pieza del atuendo del caballero andante. El último ejemplo precervantino, de 1590, con ese sentido armamentístico, es de El perfecto capitán, de Diego Álava de Viamont.

Pese a esa antigüedad, la palabra ha sido notablemente parca en derivados, hasta época bastante reciente, cuando se forman a partir de la figura caballeresca y siempre con consideración burlesca, negativa, que se mantiene. En 1614, afirma Quintana en su Cervantes, Villegas llamó quijotista a don Miguel, iniciando la serie. El propio Cervantes la continúa, al utilizar quijotada, en la Segunda Parte, en tono de burla, para referirse a las locuras de su héroe. Para quijotesco es preciso esperar mucho más, y no se puede poner en duda su sentido totalmente peyorativo, si se considera la obra en que aparece, el Arte de putear, de don Nicolás Fernández de Moratín: galantear al modo quijotesco es lo que contrapone el caballero dieciochesco a la facilidad con la que se accede a una mozuela a cambio de unos dineros, entre 1771 y 1777. Diez años después será Tomás de Iriarte (El señorito mimado) quien hable de lances quijotescos, devolviendo el adjetivo a la esfera de la caballería andante.
Sello conmemorativo
de Leandro Fernández de Moratín
Otro Moratín, el hijo, Leandro, parece ser el introductor de la palabra quijotismo, también peyorativa, en carta de 1792, en la que critica las comedias representadas entonces, por su “relaxación de costumbres, ideas falsas de honor, quixotismo, osadía, desemvoltura, inobediencia a los magistrados, desprecio de las leyes y de la suprema autoridad”: el conjunto indica claramente lo que su autor interpretaba de don Quijote. Blanco White, en los Diálogos argelinos de 1813, la lleva a otra esfera al hablar del quijotismo eclesiástico, en su crítica del celibato. Notable pervivencia de la relación de quijotes y sexto mandamiento.

Tabla de gimnasia: pololos y blusa blanca.
La historia de las palabras y las cosas tiene sus ironías. Hace pocos años se puso de moda un tipo de pollera (mejor que falda) femenina inspirada –renuncio a entender la moda del bello sexo- en una prenda deportiva. La prenda "inspiradora" (evolucionada a partir de la protección del muslo del caballero andante) la habían padecido muchas jóvenes de la posguerra española en sus manifestaciones gimnásticas: los llamados pololos. Basados en una prenda íntima, heredera a su vez de las calzas, fueron reinventados por la Sección Femenina del Movimiento como un poderoso antídoto contra la lujuria, recuperando el uso que a la prenda del caballero había dado don Juan Ruiz en su Libro, seis siglos antes. Los pololos de azul mahón resistieron desde los 40 a los 60 avanzados del pasado siglo. Menos mal que las damas de la Sección Femenina no fueron conscientes de que podían haberlos llamado quijotes.