Wednesday, October 23, 2024

Clima, sílaba y mester

 Se continúa la serie dedicada al Clima y la Filología. Puede verse el primer capítulo en https://fmarcosmarin.blogspot.com/2024/07/clima-y-filologia.html y el segundo en https://fmarcosmarin.blogspot.com/2024/08/. Se ofrece esta serie con la intención de mostrar una serie de correlaciones entre fenómenos naturales y hechos humanos con repercusión en la lengua. Repercusión no es causa. El clima, entiéndase bien, afecta al medio ambiente, al entorno en el que se desenvuelven los humanos y, por ello, puede ser un factor que intervenga en su comportamiento, que incluye la actuación lingüística. La idea de que las lenguas del desierto tengan que ser distintas de las de climas húmedos puede ser errónea; pero lo que es acertado es pensar que el comportamiento de los hablantes que viven en el desierto y el de los que disponen de lluvias abundantes muestre diferencias y que se reflejen en las correspondientes actuaciones lingüísticas, testimoniadas en los textos. La serie se interrumpió por el cuaderno del 10 de octubre, dedicado a la escritora surcoreana Han Kang y su Premio Nobel, interrupción justificada por la inmediatez de la noticia.

Terminó el cuaderno de bitácora de tema climático anterior (publicado el 17 de agosto), centrado en el período cálido (también llamado “anomalía climática”) medieval, tal como se dio en la Península Ibérica, con un fenómeno fonológico y otro literario. El fonológico afecta a la sílaba y a la condición de lengua isoacentual del castellano anterior al siglo XIII. El literario se refiere a un tipo de textos en los que la estructura silábica tiene particular importancia, la epopeya castellana. En esta tercera bitácora se tocará el inicio de un nuevo período climático, la Pequeña Edad del Hielo y otro tipo de texto también caracterizado por su estructura silábica, la poesía “erudita” del mester de clerecía.

Concluíamos el texto del 17 de agosto refiriéndonos al cambio climático que se produjo en los primeros años del siglo XIII y que consistió en el paso del Período Cálido Medieval a la Pequeña Edad del Hielo, que duró hasta mediados del siglo XIX. En ese período se consolidó el cambio del carácter isoacentual del castellano medieval al carácter moderno isosilábico, con su correspondiente reflejo en la métrica, en la medida de los versos. Como es natural, el clima no causa el cambio fonológico, es una circunstancia ambiental que hay que tener en cuenta, como otras, para entender cómo y dónde se desenvolvía la población hablante, porque ésa sí fue -y es- afectada por el medio climático. En la Edad Media, cuando la alimentación de personas y ganado dependía del clima, su importancia era quizás mayor que hoy. En nuestros días, de todos modos, el clima afecta a centenares de millones de seres humanos en esa primera necesidad vital, la de comer y criar a sus animales.

Hay un modo sencillo de diferenciar una lengua moderna isoacentual, como el inglés actual, de una lengua moderna isosilábica, como el español actual. Tomo el ejemplo de mi colega en la Universidad de Tejas en San Antonio, Whitney Chapell. En una lengua isosilábica las sílabas, lleven o no acento, tienen una duración similar. Si se lee normalmente una oración como la española La ciruela roja, frutita sabrosa y se aplaude rítmicamente, doce aplausos corresponderán a las doce sílabas del texto. En una lengua isoacentual sólo las sílabas acentuadas, las tónicas, tienen una duración similar, la de las inacentuadas o átonas es menor y diferente entre ellas.  Si pedimos a un hablante nativo de inglés que lea Red plums are a flavorful fruit, que tiene ocho sílabas, y aplauda rítmicamente, no escucharemos más de cinco aplausos.

Podemos hablar ahora de una serie de correlaciones. Los cantares de gesta, que constituyen el mester de juglaría, así como otras piezas que formen parte de ese mester u ‘oficio’, están formados por versos que tienen distinto número de sílabas y se escriben, en sus versiones originales, en un momento climático que corresponde al Período Cálido Medieval. En esa ápoca el castellano medieval era una lengua isoacentual, sus vocales acentuadas tenían una duración similar, mientras que las inacentuadas, las átonas, tenían duraciones distintas. Por esa razón las vocales átonas están afectadas por muchos más cambios que las tónicas en la evolución del latín a las lenguas romances, como el castellano y sus dialectos e incluso pueden perderse. Piénsese en los cambios de oculum > ojo,  ille exitum > andaluz el lejío, o en el helenismo latino horologium, francés horloge, español reloj, entre otros muchos. A principios del siglo XIII, cuando se inicia la Pequeña Edad del Hielo, los cambios causados por las diferencias entre vocales átonas y tónicas se consolidan y el castellano pasa a ser una lengua isosilábica, la duración de una sílaba átona y una tónica es similar. En esta época se inicia en los monasterios y centros de conocimiento (clerecía) el mester de clerecía, cuyas composiciones se caracterizan por el isosilabismo: el verso característico es el alejandrino, de catorce sílabas, del que el poeta se enorgullece así en el Libro de Alexandre, cuya primera redacción he propuesto fechar h. 1207. Los manuscritos y fragmentos de esa obra que se conservan son copias muy posteriores. La cuaderna vía a la que se refiere el texto es la estrofa de cuatro versos alejandrinos con la misma rima:

2.         Mester traygo fermoso non es de  ioglaria

mester es sin pecado que es de clerezia

            fablar curso rimado por la quaderna uia

            a silauas contadas que es grant maestría

(Traigo un oficio hermoso, no es de juglaría; es oficio sin faltas, porque es de clerecía medir versos rimados de la cuaderna vía con sílabas contadas, que es gran maestría).

La métrica de la nueva poesía, erudita, de clerecía, se adecua las características de la sílaba, a la nueva tipología de los sonidos estructurados del castellano y da testimonio de ella. Pero ¿qué ocurre con la vida tras el cambio climático? Se ha insistido en que la gran ventaja del período cálido medieval se hallaba en que el clima era predecible. Algunos años podían ser malos; pero eso era lo anormal. Lo normal era que se pudieran organizar las provisiones de agricultura y ganadería, de las que dependía la vida de la mayoría de la población, según las previsiones meteorológicas, con gran probabilidad de acierto. A partir de 1303, 1304, todo eso cambió y el clima dejó de ser previsible. Largos y duros inviernos, largos períodos de lluvias, largas sequías, las siembras se volvieron inseguras, lo que afectó a hombres y ganados, porque es preciso sembrar para que el ganado coma en el invierno. Inviernos largos, estabulaciones largas que requieren provisión de forraje. La población se debilitó, las enfermedades se incrementaron y todo culminó con la gran peste del siglo XIV que provocó la muerte de entre el 30% y el 60% de la población de Europa.

La inseguridad afectó de modo notable a los monasterios, que adquirieron mayor importancia y peso económico. La situación de los habitantes de los monasterios, los monjes, era mejor que la de la mayoría de los campesinos. Las causas eran diversas. Entre ellas se puede señalar una mejor organización del trabajo y un reparto más provechoso de los beneficios, aunque fueran escasos, con una seguridad mínima de las rentas. El monasterio de la Santa Espina, en Valladolid, por poner un ejemplo claro, tuvo que dejar de usar su refectorio original, porque se quedó pequeño por el extraordinario crecimiento de monjes a lo largo del siglo XIII. De unos veinte monjes pasó a más de sesenta. Por supuesto, en cuestiones espirituales no se puede descartar un incremento vocacional; pero sigue existiendo una correlación: cambio climático que endurece las condiciones de vida generales, aumento del número de monjes, que supone también un incremento de la mano de obra, los monjes rezan y trabajan, cambio cultural con su expresión en el cambio literario. Se impone la clerecía, que se expresa en versos con sílabas de una lengua isosilábica, que cuenta igual la átona y la tónica. Mientras tanto la juglaría, en palabras del Marqués de Santillana, en el siglo XV, va quedando relegada a funciones de baja y servil condición.

Thursday, October 10, 2024

Han Kang, primer Premio Nobel de Literatura de Corea

Esta autora surcoreana, nacida en 1970 en Gwangju, Corea del Sur e hija de Han Seung-won, novelista, pasó por una infancia de pocos recursos, pero donde obtuvo una educación, en sus propias palabras, “difícil para una niña, pero buena porque estaba rodeada de libros”. La familia se trasladó a Seúl, la capital coreana, en 1979. Por la pobreza de sus padres tuvo que cambiar a menudo de vivienda y de escuela, lo que hizo de los libros su principal amigo y soporte. Estudió en la universidad Yonsei, en Corea. Fue profesora de Literatura Creativa en el Instituto de las Artes de Seúl hasta 2018. Desde pequeña estuvo informada o fue testigo de sangrientos enfrentamientos políticos, que se exponen en sus libros: “enfrenta traumas humanos” se escribe en la justificación del Nobel. Ello propició una noción de los humanos como seres violentos que permanece en su obra, especialmente visible en la novela Actos humanos, pero clara en todo el resto. En su escritura se halla un espacio constante para el dolor, manifestado expresamente en el color del luto, el blanco, título de una colección de relatos novelados. Al español se han traducido, en 2017 La vegetariana (2007), en 2014 Actos humanos (2014), en 2020 Blanco (2016) y en 2023 La clase de griego (2011).


Esa obra no se inició con la novela, sino con la poesía. Quizás esa circunstancia haya influido en la valoración de su escritura como “una prosa intensamente poética”. En 1994 ganó el concurso de novela Seúl Shinmun e inició su carrera como novelista, en 1998, con la novela que se tradujo al inglés como Black Deer. Ha obtenido valiosos premios, como el Manhae de Literatura de Corea, el Malaparte de Italia o el  Man Booker International en 2016, entre otros varios.


Su escritura es también una búsqueda de estructuras, temáticas, icónicas y lingüísticas, en un proceso que puede ser muy lento. Por ejemplo, en una entrevista con Inés Martín Rodrigo en ABC Cultural, en 2017, explicó la evolución que llevó desde un relato de 1997, “El fruto de mi mujer”, hasta La vegetariana, en 2007. En el primer relato un marido coloca en un tiesto una planta que es el resultado de la metamorfosis de su esposa. La cuida con esmero y así se mantiene hasta el otoño. Se seca entonces y el marido tiene que enfrentarse a la duda de si la planta-esposa renacerá en la primavera siguiente. La trama de La vegetariana es mucho más compleja, aunque se trata de una novela de poca extensión, unas doscientas páginas; pero el tema central es la transformación en vegetal de la protagonista, Yeonghye, una madre de familia que comienza por vaciar la nevera de la carne que había en ella y anunciar a su familia que renuncia a los alimentos de origen animal y que termina por no ingerir alimento alguno y convertirse en árbol. El componente social es la rebelión contra la violencia en la sociedad. Formalmente La vegetariana se estructura como una combinación de tres voces y los sueños de la protagonista, que sólo así tiene una presencia paradójicamente activa. La voz de la primera parte es la del marido, que pasa a ser consciente de la existencia de una mujer que hasta entonces simplemente había estado ahí. La segunda parte corresponde al cuñado artista y sus obsesiones, la tercera tiene como protagonista a la hermana mayor, sobrecargada de trabajo y que se encarga de una tienda de cosméticos. Del monólogo a una situación de uso lingüístico pasado, lengua en desaparición, a veces simplemente sustituida por la imágenes, incluida la de la propia metamorfosis.


En Actos humanos la estructura formal es una narración en segunda persona, lo cual puede dejar a veces una leve sensación de desajuste. El fondo es el de mayor dureza externa de su obra, puesto que se trata de la represión sangrienta de la protesta pacífica de unos dos millares de estudiantes y civiles, en favor de la democracia y contra la dictadura militar de Chun Doo-hwan, en la ciudad natal de la autora, Gwangju. Dong-ho, un quinceañero, acude a buscar el cuerpo de su mejor amigo en el depósito de cadáveres instalado en un polideportivo municipal tras la masacre. Para un ser humano normal es imposible comprender una carnicería semejante y expresarla por una sola persona. Por ello intervienen seis personajes que van narrando cómo fueron afectados por la crueldad durante un largo período, cuarenta años. Empieza, como es natural, hablando sobre y desde el cadáver, el espíritu de su joven amigo. Se pasa a continuación a 1985 y la lucha de una editora contra la censura, Desde allí a las torturas padecidas en 1990 y 2002 por dos prisioneros, con minucioso detalle sobre el daño infligido a la mujer, con detallado contenido sexual. El regreso al mundo contemporáneo se hace mediante la madre del niño cuyo cadáver buscaba Dong-ho y culmina con la inclusión en la novela de la propia escritora, que analiza su motivación y participación en la escritura y sus consecuencias.


En La clase de griego una mujer asiste a clases de griego clásico. La razón es la pérdida del habla y la esperanza de recuperarla mediante el aprendizaje de una lengua que ya no se hable. Es una difícil situación creada por la muerte de su madre y la pérdida de la custodia de su hijo de ocho años. Cuando tiene que leer un texto griego en voz alta, en clase, no es capaz. El silencio es el aislamiento y la voz el contacto. Ese contacto puede ser imperfecto, como le sucede al profesor, que ha regresado a Corea después de años en Alemania y que se encuentra con que ya no posee ninguna de las dos lenguas sobre las que construyó su trabajo y su vida. A ello se añade, en el caso del profesor, la progresiva pérdida de la vista. Es ahora la oscuridad la que significa el aislamiento. En su desesperación las voces se intercalan y el lector busca y espera el paso a la palabra para salvarse del silencio y la oscuridad.

Ha sido un triunfo difícil, porque son muchas las transformaciones que provoca su lectura. Tardó en ser admitida en Corea, donde presentaba temas y tratamientos muy ajenos a la cultura dominante y donde el trasfondo político era complicado de aceptar. Fue traducida tarde al inglés, en 2016, sólo un año antes que al español y publicada por un editor británico, no estadounidense, lo cual también es significativo. Ha mantenido con bastante sosiego su actividad en verso y prosa. Recibe ahora un reconocimiento que hace también una llamada a la pregunta constante de qué es el ser humano y a su respuesta desde la voz y la luz.

Me gustaría terminar con una reflexión sobre el trabajo de Sunme Yoon, traductora de La Vegetariana, Actos humanos, Blanco y La clase de griego. Tengo que aclarar que mi ignorancia del coreano sólo me permite trabajar de modo comparativo con versiones a las lenguas que conozco, es decir, una reflexión sobre la traducción comparada. Esta comparación me ha llevado a apreciar la dificultad que tiene verter unos libros que se caracterizan, en parte, por la destrucción del lenguaje, tantas veces subordinado a la imagen, lo icónico o visual, o limitado por las propias peripecias metamórficas de los protagonistas. Esta búsqueda de las transformaciones, que nos lleva entre los modernos a Kafka, naturalmente, tiene ecos indoeuropeos que pasan por el iraní Sadegh Hedayat y El búho ciego (1937) y llegan hasta los clásicos como Ovidio y Platón, cuyo mito de la caverna parece hacer que estos personajes se nos muestren como sombras sobre un fondo de luz imprecisa.