Tuesday, February 19, 2019

Herencia y modelos: ¿Pero hubo alguna vez una lengua pluricéntrica?


Me preocupa, tengo que confesar, como hablante nativo de español y, también, como ciudadano norteamericano, el desconocimiento que muchos de quienes escriben sobre el español de los Estados Unidos tienen no sólo de lo que habla la gente de la calle, sino de lo que realmente piensa y siente. Esa gente se debate entre quienes les aconsejan que sus hijos olviden el español y no lo estudien en la escuela y quienes les hablamos del bilingüismo y sus ventajas. Esa gente va a la iglesia y se encuentra con la división entre quienes quieren el culto en inglés y quienes lo quieren en español. Esa gente va al hospital y no se maneja bien en ninguna de las dos lenguas y no se entera de cómo tiene que tomar los medicamentos y seguir las instrucciones del médico. Maneja el auto o se desplaza en transporte público y vive inmersa en un cúmulo de normas e instrucciones que en inglés tratan de estar en plain language; pero en español distan mucho del lenguaje llano. Esos conciudadanos míos no entienden bien los textos que el gobierno norteamericano les prepara, de acuerdo con las leyes, en traducciones que son, muchas veces, cacofónicas e incomprensibles. También me preocupa por qué esa gente no lee y por qué sufre lo peor de una enseñanza pública que, en sus barrios, carece por completo de nivel, o recibe sus noticias o su visión del mundo de unos medios de comunicación mugrientos. Por eso me ha parecido oportuno plantear este cuaderno desde una separación metodológica de lo social y lo lingüístico, antes de llegar a una síntesis. Muchos años de trabajo con uno de los grandes sociólogos españoles, Amando de Miguel, me han convencido de que lo mejor que un lingüista puede hacer es escribir sobre lo que debe saber y no sobre lo que quiere creer que sabe. Confundir la realidad con los propios deseos suele conducir al error.
Eugenio Coseriu comenzaba su libro El hombre y su lenguaje (1991) con una afirmación que conviene tener en cuenta: «Sobre el lenguaje se ha dicho, en realidad, casi todo lo que había que decir. Pero también se han dicho y se siguen diciendo muchas cosas –demasiadas— que hubiera sido mejor que no se dijeran».  No me gustaría caer en esa segunda categoría y por ello trataré de evitar perderme en las amplias soluciones divisorias, como, por ejemplo, la de pluricentrismo. Es decir, cuando una lengua de amplia extensión tiene los naturales problemas de coordinación entre sus productos culturales, que se originan en centros distintos, aunque esa lengua esté perfectamente organizada y con las instituciones pertinentes bien coordinadas, se habla, sobre todo desde luigares donde ese problema no se plantea, en la lengua propia, de una pluralidad de centros que fijen el modelo lingüístico: de pluricenbtrismo. Para empezar buscaré apoyo en el inicio de otro trabajo de 2012, en este caso de Bernhard Pöll (“Situaciones pluricéntricas en comparación: el español frente a otras lenguas pluricéntricas”), para quien: «El concepto de pluricentrismo, en tanto que se refiere a un abordaje descriptivo de determinadas situaciones macro-sociolingüísticas, exige aclaraciones en función de la comunidad lingüística a la que se aplica». 
Otro punto que exige precisión es la terminología. Hay dos posibles definiciones de lengua pluricéntrica. La definición fuerte diría que se trata de una lengua en la cual las decisiones sobre el estándar o la norma se toman desde diversos centros y pueden discrepar. En ese sentido, el inglés y el portugués serían lenguas pluricéntricas, porque sus estándares son distintos en el Reino Unido y los Estados Unidos o en Portugal y Brasil, por ejemplo, en la Ortografía. La definición más usual, por lo que se puede advertir al repasar la bibliografía, es la definición relativa: aunque exista una institución normativa o estandarizadora reconocida, diversos centros y medios culturales ofrecen soluciones diversas que se reflejan en algunos medios de comunicación y constituyen variantes. Esos medios culturales y de comunicación están inmersos en la lucha por el poder que caracteriza a las sociedades humanas, lo que puede ocasionar que alguno de ellos trate de imponer sus estándares. El español dispone de esa institución, la ASALE, visible para el público sobre todo a través del portal de la Real Academia Española (una confusión que no carece de importancia) y también se enfrenta a las tensiones de poder; pero sería, en todo caso, una lengua sólo relativamente pluricéntrica. Y como las cifras importan, conviene recordar que, en un mes, en agosto de 2016, las consultas por internet al portal de la RAE ascendieron a setenta y tres millones, muy por delante de cualquier otro centro académico de consulta.


Pueder ser oportuno, aunque difícil, incluir una referencia a la lucha de intereses en el mercado de las lenguas, con el ruego de que se espere, para juzgarla, al final del apartado. El concepto de pluricentrismo ha sido difundido y apoyado, sobre todo, desde instituciones alemanas. En efecto, una de las constantes de la Filología Románica en Alemania en los últimos cincuenta años es la consideración del español como una lengua pluricéntrica. Los factores que han llevado a esa conclusión son diversos: la comparación de actitudes oficiales y capacidad normativa de las instituciones españolas y las francesas (en una Romanística en la que el francés ha sido la lengua dominante), trabajos constantes y valiosos sobre el español fuera de España, con un extraordinario avance de la Lexicografía en especial, atención a voces de los llamados sociolingüistas (en realidad, políticos del lenguaje) sobre ciertas visiones de la realidad extra-europea, ecos de la vieja polémica sobre los idiomas nacionales y, también, ambiciones y egos personales que han buscado rodearse de la aureola de lo novedoso, lo cual puede ser legítimo, sin medir las consecuencias sociales. En un marco más externo, también ha influido la necesidad para Alemania de contar con el mercado latinoamericano, tanto para la importación de materias primas (una necesidad permanente de la economía alemana) como para la exportación industrial. Para no exponer desde una perspectiva subjetiva criticable, lo haré desde la síntesis de lo expuesto sobre la política exterior alemana desde los últimos años de la era Bismarck hasta el comienzo de la política mundial wilhelmínica (1883-1899) por Nils Havemann en su libro sobre la historia de la política exterior alemana de 1997, Spanien im Kalküll der deutschen Auβenpolitik von der letzten Jahren der Ära Bismarck bis zum Beginn der Wilhelminischen Weltpolitik (1883-1899). Alemania contribuyó con su política exterior al aislamiento de España en el año crucial de 1898. Por ello, “no concedió la menor importancia a la contención de la revolución en los países romances meridionales de Europa Occidental, no sólo durante la crisis entre España y los Estados Unidos, sino ya bajo Bismarck, algo que convirtió en vanos los intentos de España, reconocibles desde 1883, hacia una firme integración en la Triple Alianza”.  Bismarck, para reanimar la solidaridad monárquica entre los tres poderes imperiales, no dudó en promover la revolución en los países románicos del Mediterráneo occidental. El acercamiento de Alemania a Inglaterra se llevó a cabo mediante un aislamiento sistemático de España, hasta el punto de que Alemania llegó a plantearse la ocupación de las colonias españolas. Por otro lado, el principal competidor de Alemania, siempre según Havemann, en el reparto de los restos de la quiebra española eran los Estados Unidos, puesto que lo que verdaderamente ambicionaba Alemania era la mayor herencia posible del imperio español: “se había perdido el sentimiento de la necesidad de una solidaridad monárquica”.
Conversaciones para un acuerdo de libre comercio
En la era actual, la penetración de Alemania en América Latina es más sutil. Se ha cuidado el desarrollo de programas de cooperación bien gestionados, que han permitido muchos intercambios e investigaciones de campo. Todo ello, para un humboldtiano como este autor, tiene mucho de positivo, si bien es preciso estar ojo avizor para detectar las posibles desviaciones de la investigación. La visión de una lengua desde fuera de ella es necesariamente diferente de la visión desde dentro. Por estrechos que puedan ser los lazos afectivos, como son los míos con Alemania y los del público con Hispanoamérica, hay consideraciones culturales, sobre todo de carácter político y económico, que marcan esas distancias. Es natural que Alemania invierta en intercambios científicos y culturales con vistas a la creación de una imagen que favorezca la economía alemana.
Fuera ya del marco alemán y al margen del objetivo primordial de esta página, cabe preguntarse por qué, tanto en algunos sectores españoles como de otros países, la inversión de España en programas culturales o de investigación no es vista del mismo modo, es decir, por qué no se considera legítimo que la inversion en lengua y cultura españolas tenga un reflejo positivo en la relación económica de España y otros países. Hay toda una subliteratura especializada en denigrar la relación entre la actividad cultural de España y los presuntos beneficios de empresas españolas. Se olvida que son los contribuyentes españoles los que sufragan estas actividades o se benefician de las mejoras económicas que supongan.

Recordando el título de una célebre obra que empezó a escribir en 1930 el español Enrique Jardiel Poncela, podría uno preguntarse: Pero ¿hubo alguna vez una lengua pluricéntrica? De la respuesta depende la consideración o no del pluricentrismo lingüístico como un mito. De ser así, cabría ponerlo en relación inmediata con dos mitos muy extendidos entre los lingüistas. El primero es el mito biologicista, es decir, la creencia de que la metáfora biologicista es real y las lenguas se comportan como organismos vivos, perdiéndose así la noción de que son constructos mentales, conjuntos con una operación y alterando el planeta con desconcertantes temores sobre la vida o la muerte de uno o muchos de esos constructos. Coseriu nos recuerda, claro está, que (1991: 90): «No se pueden dar razones de los movimientos caprichosos e insospechables de la fantasía humana creadora. Lo que sí se puede indicar son las razones de la mayor o menor aceptabilidad de una invención en una comunidad determinada». En la comunidad lingüística pesa siempre la idea de que nuestra ciencia no tiene el valor de una de las llamadas exactas, físicas o naturales y, por ello, se tiende a aceptar lo que venga de estas últimas sin la reflexión necesaria sobre sus consecuencias, de ahí la irreflexiva aceptación del biologicismo.
El segundo mito es el de la preponderancia de la lengua hablada sobre la lengua escrita que, todo hay que decirlo, arranca de una pobre consideración de la lengua escrita, estimada simplemente como un sistema de representación. La realidad contemporánea, así como el mejor conocimiento de la historia de las lenguas de gran expansión cultural, ponen de manifiesto que la lengua escrita, tanto la que va a ser leída individualmente, como la que va a ser vocalizada para su emisión oral, tiene una penetración y un alcance superiores a la lengua hablada. Esta última se refugia en un limitado léxico activo, levemente ampliado, en la mayoría de los casos, por el léxico pasivo. La lengua escrita, en cambio, exige una disposición constante a la ampliación del léxico pasivo, como testimonia claramente el análisis de los problemas de la traducción. Teniendo en cuenta que la mayor parte de la información práctica y vital que recibe un hablante norteamericano de español procede de traducciones o sea, de dos lenguas escritas, se trata de una cuestión palpitante.
Desde un contexto concreto, el de la realidad del español junto o frente al inglés en Norteamérica, el análisis de los problemas de la traducción es una exigencia diaria, porque los ciudadanos escribientes de ambas lenguas en los Estados Unidos de América nos vemos constantemente sometidos a la exigencia de la selección del vocablo más adecuado y, en consecuencia, a la pregunta permanente por una norma que permita responder satisfactoriamente a las demandas del público. Estas demandas tienen implicaciones directas en la vida de las personas, porque traducir bien no significa necesariamente comunicar bien. En el ejercicio de la traducción nos encontramos constantemente con la necesidad de comunicar “bien”, aunque ello signifique traducir “peor”. Mientras que es fácil definir que comunicar bien es sencillamente ser entendido de manera que el público comprenda lo que tiene que hacer o lo que se espera de él, es mucho más difícil definir qué significa traducir peor, porque esa consideración minusvalorativa está necesariamente ligada a la definición de una norma. Y ahí justamente, es donde se plantea la duda sobre la posibilidad (y conveniencia) de una norma pluricéntrica.