El amor secreto de don José Osorio y Silva, duque de Sesto, por Francisca de Guzmán y Portocarrero, duquesa de Alba, fue el motivo último del intento de suicidio de la hermana de la duquesa, Eugenia de Montijo, quien estaba enamorada del duque y, al saberse no correspondida, intentó matarse ingiriendo una cocción de fósforo. Antes de llegar a este momento cronológico, conviene tener en cuenta otros detalles.
La casa de Beauharnais, originaria de Orleans, se remonta a Guillermo de Beauharnais, señor de Miramion y de la Chaussée, en 1398. Uno de sus descendientes, el general Alejandro, vizconde de Beauharnais, presidente de la Asamblea Nacional, fue muerto en la guillotina en 1794, durante la revolución francesa. Dejó viuda a Marie-Josèphe Rose Tascher de la Pagerie, con quien se había casado en 1780 y que se había separado de él en 1783. Marie-Josèphe, más conocida como Josefina, se casaría en 1796 con Napoleón I y sería Emperatriz de los franceses. Procedía también de una familia originaria de Orleans. Sus antepasados habían sido en 1309 señores de Garges y se convirtieron primero en condes y después en duques de Tascher de la Pagerie, por nombramientos del primer Imperio de los Bonaparte. Alejandro y Josefina habían tenido dos hijos, Eugenio y Hortensia.
Hortense de Beauharnais
Hortensia de Beauharnais y Tascher de la Pagerie, nacida el 10 de abril de 1783, fue duquesa de Saint Leu. Se casó con el príncipe Luis Bonaparte y Ramolino, hermano de Napoleón I, y fueron reyes de Holanda. Su hijo, Napoleón III, casó con la noble española ya mencionada, doña María Eugenia de Guzmán Portocarrero y Kirkpatrick, marquesa de Ardales, Osera y Moya, condesa de Baños, Teba, Ablitas, Mora y Santa Cruz de la Sierra, vizcondesa de la Calzada, varias veces Grande de España, hija de los condes de Montijo. Napoleón III y Eugenia tuvieron un único hijo, el príncipe Eugenio Luis, que se alistó en el ejército inglés que partía para la Zululandia, donde encontró la muerte, cuando sólo contaba 23 años de edad.
La hija de Josefina y abuela de Eugenio Luis, Hortensia de Beauharnais, tras quedarse viuda, tuvo un hijo con el general Augusto Carlos de Morny, conde de Flahaut, quien pasa por ser el más destacado de los hijos naturales de Charles Maurice de Talleyrand, célebre estadista autor del artículo VI de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano: La ley es la expresión de la voluntad general. [...] Debe ser la misma para todos, sean quienes la protegen, sean quienes ella castiga[....]. Ese hijo de Augusto Carlos y Hortensia, Carlos Augusto (medio hermano por tanto de Napoleón III), fue nombrado duque de Morny por real despacho de 9 de julio de 1862 y destacó durante el segundo Imperio, en cuya administración fue ministro del Interior, presidente del Cuerpo Colegislador y embajador de Francia en San Petersburgo. Allí conoció a la opulenta princesa rusa Sofía de Trubetzkoy, hija del príncipe Sergio de Trubetzkoy, aunque la murmuración cortesana achacaba tal paternidad al zar Nicolás, no a su hijo Alejandro II (1818-1881), por razones de edad, aunque éste sí fuera todo un don Juan. Se casó con ella el 7 de enero de 1857.
Sofia Trubetzkaia
La familia de los príncipes de Trubetzkoy descendía de Demetrius I Starshiy, hijo de Algirdas de Lituania, señor de las ciudades de Bryansk y Starodun. El ilustre antepasado murió junto con sus hijos mayores en la batalla perdida en el Río Vorskla. Sus descendientes gobernaron la ciudad de Trubetzk hasta los años en torno a 1530. En ese momento fueron conminados a convertirse al catolicismo o dejarlo todo y afincarse en Moscú. Escogieron permanecer en el cristianismo ortodoxo y fueron recibidos con gran pompa por el rey Basilio III de Rusia. De esta estirpe salieron algunos de los más distinguidos generales y políticos del Imperio de los zares, con gran influencia en el desarrollo de la francmasonería en Rusia. De una rama de la familia descendía Sofía, de la otra interesa destacar al que fue, años después, el gran lingüista Nicolás Sergueievich Trubetzkoy, quien desarrolló la parte más importante de su trabajo en Viena, entre 1922 y 1938, con incidencia directa en la formación del llamado Círculo de Praga y la creación del estructuralismo. Es el fundador de la moderna Fonología o ciencia de los fonemas.
Nicolás S. Trubetzkoy
Los fonemas son las unidades menores de la expresión, que sirven para distinguir; pero carecen de significado. Hoy sabemos que pera se distingue de pesa gracias a la diferencia entre el fonema /r/ de la primera, frente al fonema /s/ de la segunda. Otro Trubetzkoy, por cierto, Paul, coetáneo del príncipe Nicolás, es el autor del retrato esculpido en bronce a la cera fundida de Matías Errázuriz Ortúzar, que se conserva en el Museo de Artes Decorativas de Buenos Aires, en el palacio Errázuriz, donde también se hallan al menos un par de tapices de la colección de los Duques de Sesto. En el mismo edificio se encuentra la Academia Argentina de Letras.
Sofía de Trubetzkoy, que había enviudado del duque de Morny en 1865, se casó en 1868 con el duque de Sesto. Ella tenía treinta años y cuatro hijos, Charlotte, Auguste, Serge y Mathilde; él tenía ya cumplidos los cuarenta. Se la consideraba entonces una de las damas más bellas y elegantes de Europa.
José Osorio y de Silva
Don José Osorio y de Silva, hijo de Nicolás de Osorio y Zayas y de Inés de Silva, hija de los marqueses de Santa Cruz, heredó, al morir su padre, además de una cuantiosa fortuna, los títulos de Duque de Alburquerque, de Algete y de Sesto y los marquesados de los Balbases, de Leganés y de Alcañices. Utilizó siempre el título de duque de Sesto y el marquesado de Alcañices quedó unido a su nombre, de modo que en Madrid se le conoció como Pepe Alcañices. A los 28 años había sido Alcalde de Madrid, también fue Gobernador de la provincia. Cambió la ciudad y los pueblos con muchas obras públicas. Sólo en 1863 cabe mencionar la habilitación del edificio destinado a educación correccional, la adquisición de los terrenos necesarios para el ensanche del Paseo de Recoletos y de la Fuente Castellana así como para las obras de reparación y mejora del matadero de la Puerta de Toledo.
Siendo alcalde de Madrid hizo publicar un bando por el que se prohibía hacer aguas menores bajo multa de dos pesetas, cifra de cierta importancia en la época. Con ello pretendía extirpar tan fea costumbre que, desgraciadamente, se ha vuelto a extender por nuestra ciudad en estos días que vivimos. Con dicha orden fueron puestas placas en las calles que duraron mucho tiempo. Todavía recuerdo una, quizás en la plaza de las Comendadoras, cerca de la calle de Amaniel. Rezaban:
"Prohibido hacer aguas menores bajo multa de dos pesetas".
El pueblo madrileño sacó pronto la copla:
“Dos pesetas por mear,
¡carajo!, ¡qué caro es esto!,
¿qué pedirá por cagar,
el señor Duque de Sesto?”
El duque había sido, como ya se dijo, el gran amor de Eugenia de Montijo, es decir, de la nuera de Hortensia de Beauharnais, madre del primer marido de su esposa. Todo ello, por supuesto, había ocurrido antes del traslado de Eugenia a París y los acontecimientos que la llevaron a convertirse en Emperatriz.
Sofía de Trubetzkoy, al llegar a España como duquesa de Sesto, deslumbró en la Corte madrileña, a la que puso al tanto de muchas novedades en materia de modas y de juegos de salón. La esposa de José Osorio fue además la introductora en España de un elemento decorativo que haría furor en las fiestas navideñas: el árbol, tan popular en otros países europeos y que se vio por primera vez en Madrid en la Navidad de 1870 en la residencia de los duques.
Mi maestro Alonso Zamora Vicente decía que: "En España tenemos el mismo número de tontos que en los demás países; pero la diferencia es que nosotros los enseñamos". Ese mostrar a los tontos, efectivamente, parece un rasgo hispánico común, del que otras culturas, más hipócritas -o más prudentes- se abstienen. La concentración de estulticia suele alcanzar cotas máximas en torno al doce de octubre, porque la ignorancia es muy atrevida y porque nada hay más apropiado que un tonto para ensalzar a otro.
En el mundo hispánico, que presume de no ser racista (dime de qué presumes...) se practican diversos tipos de racismo, incluido, naturalmente, el lingüístico. Se fundamenta en "el hecho diferencial". No es exclusivo de los españoles, lo practicaban los romanos con los acentos de los provincianos, de Italia, Hispania o África, lo practicaron los árabes de Alandalús y el Magreb contra los bereberes y lo practica, en mi país adoptivo, los Estados Unidos de América, casi todo el mundo. El hecho diferencial, por lo tanto, no es diferencial, sino bastante común. Ya se sabe, nihil nouum sub sole, que se puede traducir como 'la tontería es universal' rindiendo homenaje, con variación, a un célebre verso de la versión paródica de El Danubio Azul: El Duero es Marrón.
La expresión lingüística del hecho diferencial puede ser incluso metalingüística. Hace años pude señalar en una nota en el diario español ABC cómo el señor Mas no sólo hablaba con acento, sino que incluso oía con acento, lo cual es realmente notable y contradice lo que sabíamos de la Fonética.
El proceso lingüístico se apoya en una selección léxica que quisiera ser cuidadosa; pero que, al ser generalmente obra de tontos, no suele pasar de estúpida. En la vieja piel de toro (quizás sólo los de cierta edad seguimos llamándola así), la expresión lingüística del hecho diferencial se basa en la mitificación, por ignorancia, de una etapa histórica.
Antolín Faraldo tiene su busto,
para que las palomas hagan su gusto. (Copla popular)
Como ya ha habido ocasión de referirse a mitos como el del vascuence como lengua prerromana o al de los apellidos vascos, entre otros, parece oportuno ir ahora a otras regiones españolas, empezando por el noroeste, Galicia. El hecho diferencial gallego se expresa adscribiéndose a la etnia celta y también a la etnia sueva. El caso es ser distinto de los demás habitantes de la sufrida Península Ibérica, cueste lo que cueste. Es dudoso que los celtas fueran los primeros pobladores de ese Finisterre, porque la Península recibió ya inmigrantes antes de los indoeuropeos (los celtas son indoeuropeos, lingüísticamente cercanos a los itálicos, de manera que hay semejanzas entre el celta antiguo y el latín). Además, se quiera o no, los análisis de ADN, tan mitificados ellos mismos, no son nada diferenciales. Los celtas, además, los pobres, siempre pierden, contra César, contra los anglosajones, contra los ingleses, o contra el Atleti. Por eso hay que buscar una identificación etnolingüística más fuerte. Nada mejor que un pueblo bien bárbaro, un invasor germánico, ario además, y aparecen los suevos. Cuando se produjo la exaltación de los suevos se ignoraba que la fecha de entrada de estos en la Gallaecia (411) era muy anterior a la de los vascófonos en Navarra y País Vasco. Si se hubiera sabido, la reivindicación hubiera alcanzado cotas incendarias. Con todo, basta un botón. En su libro sobre El reino suevo (411-585), Pablo de la Cruz Díaz Martínez recoge una proclama del 15 de abril de 1846, redactada por el periodista Antolín Faraldo Asorey, en la que, entre otras perlas, se encuentran las siguientes:
El rey suevo Teodomiro. Nótese la continuidad del gesto
del dedo en el de cierto general gallego del siglo XX.
"Despertando el poderoso sentimiento de provincialismo, y encaminando a un solo fin todos los talentos y todos los esfuerzos, llegará a conquistar Galicia la influencia de que es merecedora, colocándose en el alto lugar a que está llamado el antiguo reino de los suevos".
Quizás convenga recordar que, originariamente, los suevos ocuparon la zona interior de la Lusitania romana, mientras que una de las dos ramas de los vándalos, los asdingos, fueron los que recibieron las tierras de la costa gallega; pero la exactitud histórica no es la principal preocupación del nacionalismo. Lo que cuenta, como se ha visto, es "el poderoso sentimiento de provincialismo". Pero sigamos con los suevos, cuya capital, por cierto, estaba en Braga, hoy en Portugal: "los estudios sobre la índole y las costumbres de la actual sociedad gallega revelan aún ese tipo providencial, distintivo de nuestros compatriotas e impreso por los habitantes e instituciones suevas, que aún no han borrado los siglos".
El provincialismo providencial no es exclusivo de ninguna parte o provincia. Es compartido por cuantos buscan una justificación a su pretendida superioridad sobre el resto. Muchos ejemplos siguen a las muestras aducidas; mas parece preferible pasar a otra región.
Andalucía, pasando por todas sus riquezas y vicisitudes históricas, discute su gentilicio y nombre de variante lingüística, andaluz, porque eso parece de los hermanos Álvarez Quintero, fácil populismo al servicio del malvado centralista. A su presunto idioma los diferenciales lo llaman arjamí, una palabra árabe que no saben lo que significa, porque, deshaciendo la adaptación fonética peculiar, remontaría a la palabra árabe que se aplica a la lengua extranjera o lo extranjero en general. (Es el étimo de la palabra aljamiado, que significa precisamente eso). La correcta traducción del cartel educativo "er arjamí a la ehcuela" sería, por tanto, 'la lengua extranjera a la escuela'; pero se trataría de una variante local unificada, un arjamí batua, no se dice cuál, porque no hay una sola variante del andaluz, sino varias, en dos grandes grupos, si se quiere, oriental o granadino y occidental o del Guadalquivir, también llamado hispalense, gracias quizás a que muchos no saben que esa es la designación latina de la ciudad de Sevilla, cuyo nombre moderno es el resultado de un estupendo proceso de adaptación al árabe y luego al castellano: Hispalis > isbalia > isbilia > sbilia > Sevilla. De todos modos, la visión irónica sobre este arjamí, no es nueva, ya Cervantes habla de Cidi Hamete Benengeli y su obra literaria.
Con sentido común, el entusiasmo suevo de ciertos galleguistas no ha ido acompañado del vandálico por los andaluces diferenciales. Lo de Vandalucía no ha tenido mucho éxito. Lo que se ha preferido ha sido Alandalús. No importa que la palabra tenga una relación con Atlántico o que, si se sigue la propuesta etimológica de Federico Corriente, proceda de una palabra del copto (de Egipto) para designar el occidente. Los andaluces no pueden ser los andalusíes, porque la Reconquista llevó a que se instalaran en ella gentes procedentes de otras regiones, leoneses en el valle bajo del Guadalquivir, la Andalucía real, y aragoneses en el Reino de Granada, como bien estudiaron Manuel Alvar, Diego Catalán o Gregorio Salvador, entre otros. Pero a los diferenciales esas minucias no les importan. La selección lingüística pasa de la ignorancia a lo patético. Se propone una lengua, que no se llama ni siquera andaluz, sino que se le inventa un nombre que significa lo contrario de lo que se pretende, arjamí. Como se ignora, no importa.
Granada, ciudad donde, por cierto, murió Antolín Faraldo, el gallego-suevo, tampoco podía conformarse con un nombre étnico racional y explicable y, en plena fiebre andalusí, elige el nazarí. Parece que los provincialistas providencialistas tienen tendencia a elegir nombres de pueblos derrotados, tal vez los psicólogos puedan explicarlo. Lo peor es que el error histórico demográfico (no quedó un nazarí en Granada tras la marcha de Boabdil y los suyos en enero de 1492), gracias al futbol, se ha generalizado. Los locutores "latinos" de los programas deportivos de los Estados Unidos se han sumado a la herida de los oídos sin sentido histórico aceptando las referencias al equipo granadino como "el equipo nazarí". Afectado por la maldición de la Etnolingüística, el Granada también pierde más que gana, lo que personalmente lamento. Claro que el vecino equipo de Córdoba, al que le va peor, es nada menos que el "equipo califal". La solución, me temo, no será lingüística. Habrá que señalar (¿como hipotética causa providencial?) que no es precisamente muy árabe preparar los pinchos morunos con carne de cerdo, como recordó hace años Serafín Fanjul.
El equipo azteca. Ya no se sacrifica al capitán del
equipo ganador, como en el antiguo juego de pelota.
América se integra en esta selección, aunque quizás haya que buscar en este continente una asociación con la fuerza. Es el caso de azteca, para referirse a los mexicanos, la mayor parte de los cuales no descienden de los aztecas que, en todo caso, fueron los que tiranizaron a sus antepasados, además de haber formado parte de la Historia de México desde época muy reciente y posterior a las grandes civilizaciones. Por esos misterios de la mitificación lingüística, todo mexicano acepta que (sigamos con el fútbol), la selección de México sea "el equipo azteca" y no el maya, otomí y, no se diga, tlaxcalteca. Como en toda América se mantienen estas asociaciones, posiblemente valga la pena volver a los mitos americanos en otro momento. Mezclan indigenismo, criollismo, que ha impuesto su interpretación de la historia, y revolución, "que todo cambie para que todo siga igual", con sus correspondientes expresiones lingüísticas.
Es una verdad universalmente aceptada que los nacionalistas carecen de sentido del humor. Por eso es un síntoma muy positivo el éxito de Ocho apellidos vascos (Emilio Martínez Lázaro, 2014), una película española que ocupó durante muchas semanas el primer puesto de taquilla en España y el duodécimo en el mundo, hasta convertirse en la película española más taquillera de la historia. Como se puede ver en el tráiler adjunto, una de las exigencias del novio de la muchacha vasca protagonista (Clara Lago) es que tenga ocho apellidos vascos, es decir, la línea completa paterna y materna. El protagonista masculino, un sevillano que se está haciendo pasar por vasco (Dani Rovira), sale bien del paso hasta el último, Clemente, apropiadamente seleccionado por su vinculación con el Athletic de Bilbao (un club en el que sólo juegan futbolistas vascos) y el amplio mundo del futbol.
El estudio de los nombres de persona (técnicamente, antropónimos) y, como parte de él, el de los apellidos, permite establecer interesantes relaciones lingüísticas. Muchos apellidos derivan de antropónimos, para indicar la filiación, otros corresponden a características del individuo o su familia, profesionales o físicas. Las bases de datos contribuyen a erradicar prejuicios y el análisis etimológico ayuda siempre a poner las palabras en su adecuada perspectiva histórica.
Atrio del Monasterio de Suso, La Rioja.. A la derecha las tumbas de las tres reinas de Navarra (Toda, Ximena y Elvira) y a la izquierda las de losSiete infantes de Lara.
Euskaltzaindia, la Academia de la Lengua Vasca, publica, también en internet, Euskal deiturak, el índice de los apellidos vascos. A lo largo de los años se van introduciendo modificaciones, Es útil comenzar por una de las supresiones, el apellido Aznar, que corresponde, en la historia vasca, a personajes históricos como el conde de Aragón Aznar Galíndez (s. IX), que da origen a toda una dinastía, la de los Aznares, a la que perteneció la reina Toda o Tota de Navarra (ss. IX-X). Se documenta en Guipúzcoa en 1025 y, en época moderna, correspondió a Manuel (Imanol) Aznar Zubigarai, uno de los fundadores del Partido Nacionalista Vasco y abuelo del que fue presidente del gobierno español, el político del Partido Popular, José María Aznar. Don Manuel hubiera reconducido antes su entusiasmo juvenil por el nacionalismo vasco, si hubiera sabido que el apellido Aznar, tenido por vasco hasta época muy reciente, es en realidad un latinismo. Procede en efecto del latín asinarius, el nombre dado al recuero de asnos, a la persona que dirigía las caravanas de estos animales en las operaciones comerciales de transporte. Sería, por tanto, un apellido del tipo profesional. Es posiblemente un apellido antiguo en el mundo vasco, que se puede relacionar con la comunicación entre los vascohablantes del lado hoy francés de los Pirineos y el latín, puede que gálico, puede que ibérico. Su documentación temprana en Aragón parece apoyar la tesis de los contactos entre el latín hispano y el vascuence. La fecha es imprecisa, quizás correspondiera a los contactos entre vascohablantes y latinohablantes en el momento de la migración vasca a Hispania en el siglo VI JC, porque en ese momento las caravanas de asnos tendrían cierta importancia; pero eso sólo son conjeturas.
Euskaltzaindia, que tiene un criterio algo impreciso en el mantenimiento de apellidos, sí mantiene otros apellidos de origen latino, de los que ahora se tratarán dos, cuyo origen latino es más claro y conocido incluso que el de Aznar < asinarius. En orden alfabético el primero de ellos es Gaztelu, que corresponde al latín castellu(m, es decir 'castillo'. Los generalogistas sitúan el origen de este apellido en Guipúzcoa o Navarra; en sus escudos de armas predominan el rojo y gualda, lo que llevaría a una relación con Aragón y la fecha es relativamente tardía. La palabra gaztelu ofrece la peculiaridad lingüística vasca de la sonorización [g] del sonido de la [k] latina inicial de castellum (escrita con c).
Industria salazonera en Baelo Claudia (Cádiz, España. FMM)
Ese mismo rasgo lingüístico aparece en otro apellido vasco-latino, que es también un nombre de lugar o topónimo: Guetaria. El étimo de Guetaria es un helenismo del latín, donde la palabra cetaria, se usa, como en español, para el estanque o vivero para la cría y conservación de peces destinados a la salazón, una actividad muy bien documentada arqueológicamente en Hispania. La forma vasca ofrece, además de la G- inicial en vez de la C- latina, la peculiaridad de haber conservado la consonante -T- entre vocales. Este hecho indica que la forma era conocida en época antigua, porque la evolución moderna hubiera sido a -D-, como testimonia el portugués acederas 'redes para la pesca de la sardina', derivado de cetarias, con una a- inicial que puede explicarse quizás por la relación con el artículo árabe (que es as- y no al- ante la s- procedente de c+e latina), por una falsa etimología o asociación, o simplemente por la unión del artículo portugués al sustantivo: as cederas > acederas. La forma moderna española cetaria es un préstamo del latín.
Esta pequeña muestra sirve para probar la importancia de la aceptación del otro, históricamente, en la sociedad vasca, así como en la sociedad hispana que integró a los vascos tras su migración medieval. Esta integración llegó hasta el punto de que la lengua vasca se estableció en el vasto territorio de la parte alta del Ebro, y llegó por el norte hasta el mar, hasta las cetarias latinas y por el sur hasta la Bureba, norte de Burgos. También corrobora la falsedad del mito de la pureza sanguínea.
Apellidos más frecuentes en España
La estadística, por su parte, aporta datos que contribuyen mucho más, si cabe, a esa idea de la general extensión y confraternización. Los ocho apellidos más frecuentes en el País Vasco, según el Instituto Nacional de Estadística de España, son, por ese orden, García, González, Fernández, Rodríguez, Pérez, López, Martínez y Sánchez. Sólo el primero de ellos es etimológicamente vasco. Pero, además, García es, estadísticamente, el apellido más frecuente entre todos los españoles: lo llevan 1.482.036 personas. Está también ampliamente extendido en América. En Cuba, por ejemplo, es el segundo. En la República Argentina, según el censo de 2010, es el noveno más frecuente y lo llevan 290.621 personas. En los Estados Unidos de América, donde el más corriente es Smith, ocupa una nada desdeñable octava posición.
Este tercer capítulo cierra, de momento, la serie dedicada al euskera y sus mitos. Puede concluirse que la vida es más generosa que las ideologías. Lo que la lengua testimonia es cómo las sociedades se esfuerzan en acoger a quien se une a ellas y cómo quien se une trata de ajustarse a los patrones lingüísticos que percibe como dominantes. En esa percepción intervienen los factores sociales que corresponden a cómo se halla cada uno en la estructura social. Ni todo es igual, ni todo da igual. Sobre ello habrá que volver.
En la serie de los mitos lingüísticos, se dedicó un cuadernillo anterior a exponer las razones que apuntan a una tardía vasquización o euskaldunización de los territorios actuales del País Vasco y Navarra, a partir del siglo VI JC. En los siglos anteriores el territorio estuvo más probablemente ocupado por hablantes de lenguas indoeuropeas, de tipo pre-céltico o céltico, a las que se superpuso el latín, de manera aún por determinar. Sobre esa base se extendió el euskera. La complejidad de la cuestión se resume en esta cita de Francisco Villar Liébana:
"Aunque inmediatamente antes y durante la época romana debió haber infiltración de pequeños grupos, una penetración más numerosa de hablantes de paleo-euskera en Hispania fue un suceso post-romano, en gran medida medieval, que comportó la parcial euskerización secundaria del País Vasco y Navarra, tal como hoy la conocemos". (Indoeuropeos, iberos, vascos y sus parientes, Salamanca, 2014, pág. 268).
Resulta por ello extremadamente interesante investigar qué elementos célticos y latinos se encuentran en la lengua vasca, una lengua no indoeuropea, sometida a un fuerte proceso de indoeuropeización, iniciado posiblemente antes del desplazamiento a Hispania, por el contacto de los euskaldunes o vascohablantes de Aquitania y el norte de los Pirineos con celtas y, de modo seguramente menos intenso, con romanos (en el sentido de 'hablantes de latín'). Téngase en cuenta que se ha llegado a señalar hasta un 50% de indoeuropeización del euskera, un porcentaje que debe manejarse con mucho cuidado, pues no es lo mismo una fuerte presencia en el léxico que en las estructuras gramaticales. Por otra parte, que una lengua conserve su nombre no significa que no haya experimentado grandes cambios. El chino se llama así desde hace cuatro mil años y ningún hablante actual de chino entendería a un hablante de hace mil años o incluso menos.
Toda lengua presenta, frente a unas estructuras que se denominan gramaticales y léxicas, un sistema de denominación de elementos que se expresan lingüísticamente; pero que corresponden a otro orden conceptual: los números. Distintas lenguas expresan con palabras distintos sistemas de numeración. El español usa un sistema de base decimal; pero conserva algunos restos de otros sistemas: cuando se compra una docena de huevos, por ejemplo, se está usando un sistema duodecimal, es decir, de base doce, igual que cuando se divide el día en 12x2 horas. Cuando se dice que una hora tiene sesenta minutos y un minuto sesenta segundos o que la circunferencia tiene 360 (60x6) grados, se está usando un sistema de base sesenta, sexagesimal, que ya usaban los astrónomos y astrólogos babilonios hace miles de años y que también conocieron los mayas y otros pueblos americanos. El francés usa un sistema decimal incompleto, porque 80 se dice "cuatro veinte" y 90 "cuatro veinte diez". Esto significa que tiene un resto de un sistema vigesimal, de base veinte. Ese sistema vigesimal era el sistema del celta y sobre él se impuso, aunque no completamente, el latino. También en el euskera el sistema vigesimal de numeración es de origen celta, aunque originariamente lo más probable es que fuera un sistema quinario, es decir, de base cinco.
Partida de mus en Oñate
Los juegos ofrecen un testimonio histórico indirecto de sistemas de numeración.El mus, el juego de cartas tradicional español más popular, de origen francés (mouche, H. Schuhardt, anejo a la ZrPh, VI, 7) y,en todo caso, muy vinculado al País Vasco y su entorno, exige llevar una contabilidad de los juegos parciales que se realiza mediante las llamadas «piedras,» que pueden ser objetos de cualquier clase, como judías, garbanzos, botones, fichas o piedras auténticas. Cuando una pareja de jugadores (en la variedad de dos parejas, la más corriente) llega a ganar cinco piedras, el jugador que tenía las «piedras» delante habitualmente las deja en el montón,
salvo una, que entrega a su compañero y que, colocada ante éste, vale cinco.
Desde ese momento ya no es una «piedra» y pasa a llamarse amarraco, amarreco
en Álava (Tovar: 1958). Su etimología está relacionada con el vasco (h)amar, que en la lengua vasca tal como se conoce significa 'diez'. Este valor del término vasco era conocido desde antiguo porque una
relación fantástica de la palabra castellana, de posible origen neerlandés, amarras,
con (h)amar aparece en el Tesoro Lexicográfico (1611) de
Sebastián de Covarrubias: «persona que sabe la lengua lipuzcuana (sic)
dize ser término vizcaíno, y que es tanto amarrar como atar con diez, y
entenderáse atar fuertemente con las dos manos, o con maroma torcida de diez
sogas o ramales». Holgado es decir que no existe esa relación que se apunta en
el Tesoro entre (h)amar y amarras; de amarraco nada
se dice.
Resurrección María de Azkue Aberasturi, 1919-1921
El Diccionario Vasco-Español-Francés de don Resurrección María de Azkue, recoge amarreko como «un tanto que en el juego del MUS vale cinco unidades», también como «misterio, decena del Rosario» y como «antigua pieza de ocho duros, de oro». Recoge también amastarrika «juego de niñas que se hace con cinco piedras». Como se ve, hay una alternancia entre el valor 5 y el valor 10 y, quizás, con el valor de "fin de la cuenta, cantidad máxima" en el caso de la moneda. El valor 10 corresponde al uso moderno. El que la palabra, en grafía reformada hamarreko, haya pasado a tener el sentido de 'decena', no debe desviarnos de la interpretación lógica, «fin de la cuenta» y, de ahí, «paso a un sistema de orden superior». Si relacionamos amarraco, amastarrika y (h)amar con otra palabra vasca, amai, 'fin, término', la conclusión natural es que (h)amar se habría especializado primero en este sentido de 'fin de cuenta' en los numerales. Esto quiere decir que se contaba hasta cinco y que la palabra correspondiente a 5 servía también para indicar que, a partir de esa cifra, no se especificaba la cantidad. Claro que, si hace falta, los sistemas quinarios pueden expresar 6 (mediante la perífrasis 'uno cinco' o 'cinco uno') y así sucesivamente. Al adoptarse el sistema numeral romano, decimal, el fin de la serie coincide con el de la primera decena y da paso a la unidad de decena, 'diez', sentido que adquiere entonces la palabra (h)amar. Se trataría en ese caso, en consecuencia, de un calco semántico del latín decem. El sistema vigesimal del vasco que conocemos hoy sería de tipo céltico, lo que se refuerza con la etimología indoeuropea verosímil del vasco ogei 'veinte', emparentado con el latín uiginti y con lenguas célticas como el bretón ugent, el córnico ugens o el galés ugain. Al ser el vasco actual tipológicamente una lengua vigesimal (evolución frecuentemente apoyada en un sistema primitivo quinario), pero adaptada al entorno decimal latino, se ha producido una reubicación de las designaciones de «fin de cuenta, unidad superior». (H)amar ha pasado a valer 'diez'. No nos atreveríamos a decir que su sentido originario, en cambio, fuera literalmente 'cinco', sino, más probablemente, algo así como 'fin de la posibilidad de contar o el interés por hacerlo'. El juego del mus es lo que nos indica que el sistema de numeración implícito era quinario, porque el cambio de valor a amarrako se produce al llegar al cinco. La continuación de la historia apunta a que el contacto con los celtas hizo ampliar la necesidad de contar y dio paso al sistema vigesimal, mientras que el influjo latino, decimal, llevó a la evolución semántica del término (h)amar,que en el vasco histórico ya significa 'diez'; pero con el que se designaba simplemente el fin de la cuenta, el límite de los nombres de números disponibles, nuestro «sin cuento» o, quizá mejor, «incontables, que no se puede o se quiere contar». En relación con los sistemas quinario y decimal, respectivamente, (h)amarequivaldría conceptualmente a «más de cuatro» (quinario, del vasco antiguo, precéltico, y del mus), «más de nueve» (decimal, del vasco moderno, posromano.)
El análisis del paisaje lingüístico medieval puede añadir luz sobre algunas
cuestiones enrevesadas de los filólogos. Una de ellas es la de la migración de
los vascos hacia el actual territorio de la Comunidad Autónoma Vasca o Euskadi,
al oeste de los Pirineos, en época medieval. El término utilizado es vasconización
tardía. Se trata de
un conjunto de hipótesis en las que se sostiene que a fines de la Edad Antigua
o comienzo de la Edad Media se habría producido un desplazamiento de los vascones
hacia el oeste. Los territorios ocupados fueron los correspondientes a várdulos
y caristios, quienes habitaban la mayor parte de la actual Comunidad
Autónoma del País Vasco en época prerromana y romana. Ni está probado que
várdulos y caristios hablaran euskera, ni que hubiera vascohablantes al
suroeste de los Pirineos en época romana. También habría que distinguir vasconización (ocupación de un territorio por los vascones) de euskaldunización (extensión del euskera a un territorio), porque ha aumentado el número de autores que
sostienen que los váscones o vascones no hablaran euskera originalmente y que
lo aprendieran como consecuencia de la penetración de pueblos euskéricos al sur
de los Pirineos a principios de la Edad Media. Desde la más antigua referencia,
en el historiador romano Plinio el Viejo, está clara la diferente distribución
socio-política de várdulos, caristios y vascones para la administración romana.
Cromlech de Adiko Soro, Eugi, Navarra
Se sabe, desde antes del siglo XVIII, que lo que se hablaba en la mayor parte
del actual territorio vasco-español eran lenguas indoeuropeas, hoy se puede
añadir que precélticas, sobre todo, con presencia celta posterior. Francisco
Villar y Blanca María Prósper (Vascos, celtas e indoeuropeos: genes y
lenguas, Salamanca: Universidad de Salamanca, 2005: 511) dejan claro que el
64% de la toponimia del País Vasco y Navarra corresponde a su sustrato
lingüístico más antiguo y que este sustrato corresponde a una lengua
indoeuropea “bastante más arcaica” que el celta. Pertenecen a este estrato, difícil de
analizar en capas, los nombres de los ríos Aturia,
Sauga, Saunium, Menosca, Nerva. En cuanto al río Deva, “es probablemente celta.
No hay ningún nombre de río ni ibero ni euskera”. El paisaje lingüístico
está claramente configurado en este caso por la toponimia y desde 1965 se puede
vincular, para el celta, con el mapa antroponímico de Untermann, todo ello bien
documentado por Martín Almagro Gorbea (“Etnogénesis del País Vasco: de los
antiguos mitos a la investigación
actual”, MUNIBE (Antropologia –
Arkeologia) 57, Homenaje a Jesús
Altuna, 2005, 345-364; y Los orígenes
de los vascos. Lección de ingreso como amigo de número leída el día 24 de junio
de 2008, Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, Madrid, 2008).
Esta referencia lingüística se complementa arqueológicamente con el oppidum celta de Iruña Veleia y con los crómlechs (primer
milenio a. C., Edad del Hierro). Un crómlech es una estructura lítica formada
por un círculo delimitado por piedras (en número y tamaño variables) clavadas
en el suelo, se relaciona también con estructuras arqueológicas indoeuropeas. La
penetración de francos en el territorio en los siglos VI y VII está bien
documentada histórica y arqueológicamente, al igual que los contactos con
Aquitania y la zona norpirenaica desde donde se habría producido esa
euskaldunización tardía.
La posición tradicional de los historiadores del español ha sido
situar la lengua vasca entre las lenguas prerromanas, sin excepciones. La
cuestión, sin embargo, está muy lejos de ser resuelta y, como se señala en un
reciente estudio que resume y matiza las diferentes posturas previas (Abaitua Odriozola, Joseba y
Mikel Unzueta Portilla,2011: «Ponderación bibliográfica en historiografía lingüística. El caso de la “vasconización tardía”», Oihenart, 26, 2011,
5-26: 6), “los expertos que podemos denominar “externos” (o alógenos) apoyan
sin ambages y de manera unánime la teoría de que los territorios actuales de
Álava (con Treviño), Vizcaya y Guipúzcoa fueron vasconizados en época
tardoantigua. Contrariamente, los autores que denominamos “internos” (o locales)
se dividen entre quienes optan por una matizada discrepancia y quienes se
refugian en la ambigüedad o el silencio”.
Naciones hispanas según Gómez Moreno
Por la
importancia que tiene el cambio de perspectiva, conviene precisar dos términos.
El primero de ellos es el de vascones, que, aunque conocido desde la
Antigüedad (Estrabón, Livio, Plinio y otros), “solo comenzó a asociarse con la
lengua vasca en época altomedieval (siglos VI-VIII)” (ibid.). Los
testimonios anteriores de los vascones “exhibían de manera predominante rasgos lingüísticos
de tipo celtibérico (y solo exiguos indicios de vasquidad)”. El segundo es el
de vasconización (ibid.), “aunque con rigor habría que hablar de aquitanización
o euskerización (o también vasquización)”. No se trata de
algo nuevo, pues ya Manuel Gómez-Moreno había advertido del carácter celtíbero
de supuestos términos vascos y precisado («Sobre
los iberos y su lengua», Homenaje
a Menéndez Pidal, III. Hernando, Madrid, 1925, 475-499: 477):
“Las
modernas provincias Vascongadas, con el distrito de Estella en Navarra, no
varían de sus colindantes occidentales por el aspecto de las estelas votivas y
funerarias, símbolos, nombres, etc., en cuanto mantienen caracteres de su
modalidad indígena. Sobre todo la nomenclatura personal admite comparaciones de
valor definitivo, probatorias de que allí vivían gentes de raza cántabro-astur,
sin el más leve rastro de vasquismo perceptible”.
La Bureba
“No
cabe relacionar, por tanto, a los pueblos prerromanos (vascones, várdulos o caristios)
con los dialectos del euskera ya que ambas realidades están separadas, al
menos, por seiscientos años de Historia (Abaitua y Unzueta, 2011: 22-23)”. El
proceso, en síntesis muy escueta, habría sido el siguiente: la lengua vasca es una
lengua pre-indoeuropea que estaba en uso desde la Edad de Bronce (antes de 1200
a JC) en su territorio de procedencia. Este territorio era relativamente amplio
y se situaba al norte de los Pirineos. A principios del siglo VI se había
producido ya un desplazamiento de parte de esa población hacia el área de
Pamplona, de donde se extendió hacia Vitoria y, desde allí, hacia el norte y el
sur. Los préstamos de las hablas romances se presentan en todos los dialectos,
lo que indica que se produjeron en el período medieval, a partir del siglo VI,
y que el proceso de diferenciación dialectal del vascuence fue posterior. “El
proceso de expansión es relativamente corto, acotable entre los siglos VI al
XII, y en el que pueden concurrir diferentes dinámicas y acontecimientos que
propiciaran movimientos de población (y de su lengua asociada); no debiéndose a
un solo motivo histórico. Hechos como el repliegue visigodo a las tierras
peninsulares tras la derrota de Vouillé (507), que tuvo que suponer el traslado
de otros contingentes humanos asociados; las incursiones merovingias, francas y
visigodas; la acción de la Iglesia; los levantamientos vascones, el origen y consolidación
del reino de Pamplona; las políticas de repoblación medieval y otras fueron
probablemente la causa múltiple del desplazamiento” (Abaitua y Unzueta, 2011: 24
y Figura 3). Es posible que, en 711, el rey visigodo Rodrigo estuviera luchando
en el área de Pamplona contra estos nuevos pobladores, o contra los francos que
los empujaban, cuando se produjo la conquista musulmana. En todo caso, los
bereberes, hablantes de variedades del latín africano o afrorrománico, que se instalaron en la zona de la Bureba a partir del siglo VIII, se encontraron con el
avance hacia el sur de esta emigración euskérica, lo que tuvo consecuencias
mayores de lo supuesto hasta ahora en el romance de la zona y, por ende,
en los orígenes del español. Este texto forma parte de la serie dedicada a la Lingüística y sus mitos, que consta ya de: Un juego, números y el mito vasco de pureza lingüística. Los apellidos vascos: realidad y mito. Expresiones lingüísticas de los mitos étnicos. Mitología de las lenguas en general, el mito biologicista, Un mito etnolingüístico: la palabra moro, El latín africano y el mito del beréber irredento, a los que se podrían añadir: ¿Desciende la curva de los estudios de español en los EUA? (sobre algunos mitos del español de los Estados Unidos), Lingüística y Pragmática, Etimologías populares, e incluso
Los días 5 y 6 de junio de 2015 se celebraron en Alcalá la Real (Jaén, España), los 10 Estudios de Frontera, en homenaje a Pedro Martínez Montávez. Presento aquí el resumen de mi contribución, "Las fronteras del latín africano", que será publicada, en su momento, en las Actas. La revista Hesperia, Culturas del Mediterráneo, que dirige María Jesús Viguera,incluye en su número 19, 2015 un artículo previo, tituladoNotas sobre los bereberes, el afrorrománico y el romance andalusí.
Entre las personas a las que debo gratitud en vida
ocupa un lugar especial Pedro Martínez Montávez. Y cuando digo un lugar
especial no lo digo como tópico, sino por una razón objetiva: porque estoy
seguro de que tengo que darle las gracias por cosas que yo ni sé; pero que él
sabe bien. Y conste que ya no quiero saberlas. Me basta con agradecerlas. He venido
para decirlo y para ofrecerle una versión parcial de mi estudio sobre la parte
meridional de la frontera del latín de Occidente. Lo empecé, posiblemente
también sin saberlo, en el curso en el que tuve la oportunidad de asistir a sus
clases prácticas de árabe, 1964-65, en la Complutense, el primero de los varios cursos suyos que seguí, incluido el magnífico de doctorado sobre "Poesía árabe contemporánea". También tengo que agradecerle su ayuda en varias de mis primeras publicaciones, especialmente sobre Nizar Qabbani, el gran poeta sirio, a quien ambos admiramos y con quien él tuvo una gran amistad.
Reconstrucción virtual de Cartago
A partir de las sucesivas derrotas de Cartago, Roma
y su lengua, el latín, se fueron imponiendo en el Mediterráneo suroccidental, territorio
que abarca Sicilia, Cerdeña, Hispania y el Magreb. Sólo en la última de estas
cuatro partes se perdió su continuidad, que duró, de acuerdo con los
testimonios epigráficos, unos catorce siglos. En lo que concierne a la parte
africana, la novedad de este estudio, especialmente para los romanistas y
arabistas, es transmitir la convicción de que se puede probar la continuidad
del latín norteafricano hasta bastante más acá del célebre 711 y que en el
complejo continuum de lenguas traído a Hispania por los conquistadores
musulmanes correspondió a las hablas afrorrománicas un espacio propio. El desarrollo
de esa parte queda fuera de esta ponencia.
Es la parte meridional la que nos ocupa hoy y en
ella trato de cómo se situó el latín en relación con el líbico-beréber y el
púnico. Marco mi distancia del mito colonial del beréber irredento y me empeño
en devolver a los Mauri, nuestros moros, su lugar en la romanización y su
pervivencia. Tengo mucho que agradecer a Yves Modéran y Juan Zozaya en esto;
pero la expansión romanística es puramente mía y asumo sus consecuencias. Por
supuesto mi gratitud se extiende a muchos más autores, debidamente citados en
el texto completo. Aporto datos suficientes (no meras hipótesis) para demostrar
que en 711 en el norte de África la generalidad de los hablantes usaba un
continuo bereber-latino, que contaba con muchos siglos de antigüedad y en el
que, como en todas las estructuras de ese tipo, la oscilación hacia el beréber
o hacia el latín dependía de las condiciones diglósicas, del conocimiento de
las lenguas por los hablantes, del contexto sociolingüístico y otros factores
conocidos que regulan la conmutación de códigos. Algunos, todos o casi todos
varones, hablaban árabe, la lengua introducida por los nuevos conquistadores.
Ese latín o afrorrománico del continuo, con el apoyo del cristianismo y en
parte de bizantinos e hispanorromanos, había sobrevivido a los vándalos y se
había mantenido en los Mauri, incluso en territorios militarmente abandonados
por Roma, como la Mauretania Tingitana. Abandonados por Roma, pero no por la
Romania.
Texto en ostracón
Cuando, tras un difícil final del siglo VII marcado
por las conquistas, pérdidas y reconquistas de Cartago, el nuevo poder musulmán
se hubo consolidado en el Magreb y, en 711, se inició la conquista de Hispania,
era lingüísticamente imposible que se
hubiera producido la arabización de lo que habría de formar el grueso del
ejercito de conquista. Distintos autores, incluido quien firma, habían apuntado, sobre todo por
sentido común, que en un ejército compuesto por Mauri, tenía que haber un lugar
para el latín. Hoy sabemos que tenía que ser mucho más de un lugar. El latín
(en sus variantes afrorrománicas, naturalmente) era la lengua habitual de
muchos de ellos, tras muchos siglos de uso. No se trata simplemente de
elementos latinos en sus hablas bereberes, se trata de latín y romance.
Los datos aportados proceden de cuatro tipos de
fuentes, la Arqueología, en primer lugar, porque es el mejor conocimiento y el
hallazgo de nuevos datos el que nos permite dar este paso, la Historia, porque
también esta ciencia ofrece nuevos datos y nuevas interpretaciones, la
Lingüística, porque se habla de lenguas, cuyas estructuras, gramática y léxico,
hay que estudiar, y la Antropología, como Etnología, porque se estudia todo
ello en pueblos que han ido evolucionando y de los que conviene recobrar lo que
han conservado de su pasado, sin cometer el error tradicional de creer que ese
pasado se tiene que mantener sin modificaciones. El papel que esta Romania sumergida
bajo las lenguas que fueron ocupando el lugar del latín, esta Romania
Submersa , pudo tener en el origen de las hablas iberorrománicas se basa en
la aceptación y desarrollo de esta tesis, que mi aportación contribuye a
probar. Gracias por permitirme ofrecerla a quien merece mucho más. Este texto forma parte de la serie dedicada a la Lingüística y sus mitos, que consta ya de: Mitología de las lenguas en general, el mito biologicista, Un mito etnolingüístico: la palabra moro, a los que se podrían añadir: ¿Desciende la curva de los estudios de español en los EUA? (sobre algunos mitos del español de los Estados Unidos), Lingüística y Pragmática, Etimologías populares, e incluso Identidades árabes y musulmanas en la obra de Miguel de Cervantes.