Me preocupa, tengo que confesar, como hablante nativo
de español y, también, como ciudadano norteamericano, el desconocimiento
que muchos de quienes escriben sobre el español de los Estados Unidos tienen no
sólo de lo que habla la gente de la calle, sino de lo que realmente piensa y
siente. Esa gente se debate entre quienes les aconsejan que sus hijos olviden
el español y no lo estudien en la escuela y quienes les hablamos del
bilingüismo y sus ventajas. Esa gente va a la iglesia y se encuentra con la
división entre quienes quieren el culto en inglés y quienes lo quieren en
español. Esa gente va al hospital y no se maneja bien en ninguna de las dos
lenguas y no se entera de cómo tiene que tomar los medicamentos y seguir las
instrucciones del médico. Maneja el auto o se desplaza en transporte público y
vive inmersa en un cúmulo de normas e instrucciones que en inglés tratan de
estar en plain language; pero en español
distan mucho del lenguaje llano. Esos conciudadanos míos no entienden
bien los textos que el gobierno norteamericano les prepara, de acuerdo con las leyes, en traducciones que son, muchas
veces, cacofónicas e incomprensibles. También me preocupa por qué esa gente no
lee y por qué sufre lo peor de una enseñanza pública que, en sus barrios,
carece por completo de nivel, o recibe sus noticias o su visión del mundo de
unos medios de comunicación mugrientos. Por eso me ha parecido oportuno
plantear este cuaderno desde una separación metodológica de lo social y lo lingüístico,
antes de llegar a una síntesis. Muchos años de trabajo con uno de
los grandes sociólogos españoles, Amando de Miguel, me han convencido de que lo
mejor que un lingüista puede hacer es escribir sobre lo que debe saber y no sobre
lo que quiere creer que sabe. Confundir la realidad con los propios deseos suele conducir al error.
Eugenio Coseriu comenzaba su libro El hombre y su lenguaje (1991)
con una afirmación que conviene tener en cuenta: «Sobre el lenguaje se ha
dicho, en realidad, casi todo lo que había que decir. Pero también se han dicho
y se siguen diciendo muchas cosas –demasiadas— que hubiera sido mejor que no se
dijeran». No me gustaría caer en esa
segunda categoría y por ello trataré de evitar perderme en las amplias soluciones divisorias, como, por ejemplo, la de pluricentrismo. Es decir, cuando una lengua de amplia extensión tiene los naturales problemas de coordinación entre sus productos culturales, que se originan en centros distintos, aunque esa lengua esté perfectamente organizada y con las instituciones pertinentes bien coordinadas, se habla, sobre todo desde luigares donde ese problema no se plantea, en la lengua propia, de una pluralidad de centros que fijen el modelo lingüístico: de pluricenbtrismo. Para empezar buscaré apoyo en el inicio de otro trabajo de 2012, en
este caso de Bernhard Pöll (“Situaciones pluricéntricas en comparación: el
español frente a otras lenguas pluricéntricas”), para quien: «El concepto de pluricentrismo,
en tanto que se refiere a un abordaje descriptivo de determinadas
situaciones macro-sociolingüísticas, exige aclaraciones en función de la
comunidad lingüística a la que se aplica».
Otro punto que exige precisión es la terminología. Hay dos posibles
definiciones de lengua pluricéntrica. La definición fuerte diría
que se trata de una lengua en la cual las decisiones sobre el estándar o la
norma se toman desde diversos centros y pueden discrepar. En ese sentido, el
inglés y el portugués serían lenguas pluricéntricas, porque sus estándares son
distintos en el Reino Unido y los Estados Unidos o en Portugal y Brasil, por
ejemplo, en la Ortografía. La definición más usual,
por lo que se puede advertir al repasar la bibliografía, es la definición relativa:
aunque exista una institución normativa o estandarizadora reconocida, diversos
centros y medios culturales ofrecen soluciones diversas que se reflejan en
algunos medios de comunicación y constituyen variantes. Esos medios culturales
y de comunicación están inmersos en la lucha por el poder que caracteriza a las
sociedades humanas, lo que puede ocasionar que alguno de ellos trate de imponer
sus estándares. El español dispone de esa institución, la ASALE, visible para
el público sobre todo a través del portal de la Real Academia Española (una
confusión que no carece de importancia) y también se enfrenta a las tensiones
de poder; pero sería, en todo caso, una lengua sólo relativamente
pluricéntrica. Y como las cifras importan, conviene recordar que, en un mes, en
agosto de 2016, las consultas por internet al portal de la RAE ascendieron a
setenta y tres millones, muy por delante de cualquier otro centro académico de
consulta.
Pueder ser oportuno, aunque difícil, incluir una
referencia a la lucha de intereses en el mercado de las lenguas, con el ruego de que se espere,
para juzgarla, al final del apartado. El concepto de pluricentrismo ha sido difundido y apoyado, sobre todo, desde instituciones alemanas. En efecto, una de las constantes de la Filología
Románica en Alemania en los últimos cincuenta años es la consideración del
español como una lengua pluricéntrica. Los factores que han llevado a esa
conclusión son diversos: la comparación de actitudes oficiales y capacidad
normativa de las instituciones españolas y las francesas (en una Romanística en
la que el francés ha sido la lengua dominante), trabajos constantes y valiosos
sobre el español fuera de España, con un extraordinario avance de la
Lexicografía en especial, atención a voces de los llamados sociolingüistas (en
realidad, políticos del lenguaje) sobre ciertas visiones de la realidad
extra-europea, ecos de la vieja polémica sobre los idiomas nacionales y,
también, ambiciones y egos personales que han buscado rodearse de la aureola de
lo novedoso, lo cual puede ser legítimo, sin medir las consecuencias sociales.
En un marco más externo, también ha influido la necesidad para Alemania de
contar con el mercado latinoamericano, tanto para la importación de materias
primas (una necesidad permanente de la economía alemana) como para la
exportación industrial. Para no exponer desde una perspectiva subjetiva
criticable, lo haré desde la síntesis de lo expuesto sobre la política exterior
alemana desde los últimos años de la era Bismarck hasta el comienzo de la
política mundial wilhelmínica (1883-1899) por Nils Havemann en su libro sobre la historia de la política exterior alemana de 1997, Spanien im Kalküll der deutschen Auβenpolitik
von der letzten Jahren der Ära Bismarck bis zum Beginn der Wilhelminischen Weltpolitik
(1883-1899). Alemania
contribuyó con su política exterior al aislamiento de España en el año crucial
de 1898. Por ello, “no concedió la menor importancia a la contención de la
revolución en los países romances meridionales de Europa Occidental, no sólo
durante la crisis entre España y los Estados Unidos, sino ya bajo Bismarck,
algo que convirtió en vanos los intentos de España, reconocibles desde 1883,
hacia una firme integración en la Triple Alianza”. Bismarck, para reanimar la solidaridad
monárquica entre los tres poderes imperiales, no dudó en promover la revolución
en los países románicos del Mediterráneo occidental. El acercamiento de
Alemania a Inglaterra se llevó a cabo mediante un aislamiento sistemático de
España, hasta el punto de que Alemania llegó a plantearse la ocupación de las
colonias españolas. Por otro lado, el principal competidor de Alemania, siempre
según Havemann, en el reparto de los restos de la quiebra española eran los
Estados Unidos, puesto que lo que verdaderamente ambicionaba Alemania era la
mayor herencia posible del imperio español: “se había perdido el sentimiento de
la necesidad de una solidaridad monárquica”.
En la era
actual, la penetración de Alemania en América Latina es más sutil. Se ha
cuidado el desarrollo de programas de cooperación bien gestionados, que han
permitido muchos intercambios e investigaciones de campo. Todo ello, para un
humboldtiano como este autor, tiene mucho de positivo, si bien es preciso estar
ojo avizor para detectar las posibles desviaciones de la investigación. La
visión de una lengua desde fuera de ella es necesariamente diferente de la
visión desde dentro. Por estrechos que puedan ser los lazos afectivos, como son
los míos con Alemania y los del público con Hispanoamérica, hay consideraciones
culturales, sobre todo de carácter político y económico, que marcan esas
distancias. Es natural que Alemania invierta en intercambios científicos y
culturales con vistas a la creación de una imagen que favorezca la economía
alemana.
Fuera ya del marco alemán y al margen del objetivo primordial de esta página, cabe preguntarse por qué, tanto en algunos sectores españoles como de otros países, la inversión de España en programas culturales o de investigación no es vista del mismo modo, es decir, por qué no se considera legítimo que la inversion en lengua y cultura españolas tenga un reflejo positivo en la relación económica de España y otros países. Hay toda una subliteratura especializada en denigrar la relación entre la actividad cultural de España y los presuntos beneficios de empresas españolas. Se olvida que son los contribuyentes españoles los que sufragan estas actividades o se benefician de las mejoras económicas que supongan.
Conversaciones para un acuerdo de libre comercio |
Fuera ya del marco alemán y al margen del objetivo primordial de esta página, cabe preguntarse por qué, tanto en algunos sectores españoles como de otros países, la inversión de España en programas culturales o de investigación no es vista del mismo modo, es decir, por qué no se considera legítimo que la inversion en lengua y cultura españolas tenga un reflejo positivo en la relación económica de España y otros países. Hay toda una subliteratura especializada en denigrar la relación entre la actividad cultural de España y los presuntos beneficios de empresas españolas. Se olvida que son los contribuyentes españoles los que sufragan estas actividades o se benefician de las mejoras económicas que supongan.
El segundo mito es el de la preponderancia de la lengua hablada sobre la
lengua escrita que, todo hay que decirlo, arranca de una pobre consideración de
la lengua escrita, estimada simplemente como un sistema de representación. La
realidad contemporánea, así como el mejor conocimiento de la historia de las
lenguas de gran expansión cultural, ponen de manifiesto que la lengua escrita,
tanto la que va a ser leída individualmente, como la que va a ser vocalizada
para su emisión oral, tiene una penetración y un alcance superiores a la lengua
hablada. Esta última se refugia en un limitado léxico activo, levemente
ampliado, en la mayoría de los casos, por el léxico pasivo. La lengua escrita,
en cambio, exige una disposición constante a la ampliación del léxico pasivo,
como testimonia claramente el análisis de los problemas de la traducción.
Teniendo en cuenta que la mayor parte de la información práctica y vital que
recibe un hablante norteamericano de español procede de traducciones o sea, de
dos lenguas escritas, se trata de una cuestión palpitante.
Desde un contexto concreto, el de la realidad del español junto o frente
al inglés en Norteamérica, el análisis de los problemas de la traducción es una
exigencia diaria, porque los ciudadanos escribientes de ambas lenguas en los
Estados Unidos de América nos vemos constantemente sometidos a la exigencia de
la selección del vocablo más adecuado y, en consecuencia, a la pregunta permanente
por una norma que permita responder satisfactoriamente a las demandas del
público. Estas demandas tienen implicaciones directas en la vida de las
personas, porque traducir bien no significa necesariamente comunicar bien. En
el ejercicio de la traducción nos encontramos constantemente con la necesidad
de comunicar “bien”, aunque ello signifique traducir “peor”. Mientras que es
fácil definir que comunicar bien es sencillamente ser entendido de
manera que el público comprenda lo que tiene que hacer o lo que se espera de
él, es mucho más difícil definir qué significa traducir peor, porque esa
consideración minusvalorativa está necesariamente ligada a la definición de una
norma. Y ahí justamente, es donde se plantea la duda sobre la posibilidad (y
conveniencia) de una norma pluricéntrica.