Thomas Jefferson, antes de convertirse en el tercer presidente, se propuso, como uno de los objetivos de su vida (1743-1826), la expansión de los EUA hacia el Oeste. Tenía ante sí un espacio tan inmenso como deshabitado y complejo. Son muchos los kilómetros cuadrados que se fueron incorporando y que constituyen hoy la mayor parte del país. En todas esas áreas hay habitantes que descienden de las familias que estaban allí cuando Jefferson meditaba sus planes. También está probado que la mayor parte de los pobladores de esos territorios descienden de familias instaladas más recientemente y que los descendientes de los hablantes de español del siglo XVIII en lo que hoy son los Estados Unidos hablan actualmente inglés, con levísimas excepciones, discutibles por otra parte. La tradición del español escrito se ha mantenido desde las crónicas y poemas de los primeros exploradores, ha vivido en el folclore, ha adquirido dimensiones muy particulares en Nuevo México y pasa por los diarios y revistas del XIX o el centro editorial y cultural de Nueva York, reforzado con los exilios cubano y español y la presencia de intelectuales españoles y latinoamericanos, la constante de Puerto Rico o Florida, con el segundo exilio cubano, más reciente y el desarrollo de nuevos centros de comunicaciones en español, como Washington o, especialmente, Atlanta. Hay que tener en cuenta la extraordinaria importancia que tienen las emisiones radiofónicas. Por último, debe añadirse la publicidad para hispanos, un fenómeno decisivo.
¿Cuál es la herencia lingüística? La respuesta es diferente para la
lengua oral y la escrita. La oral se define por variantes conformadas fuera de
los EUA y traídas en ondas sucesivas de inmigrantes. Alguien señalará la
continuidad del español en el nordeste de Nuevo México o sur de Colorado, o los
isleños de Luisiana, dispersados por el huracán Katrina en 2005, o los
hablantes de los Adaes, frontera con Tejas; pero no es un dialecto completo el
que se conserva en estas áreas, sólo vestigios que ni siquiera lo son de un
antiguo dialecto común. También son vestigios los restos del español en el
folclore o la toponimia norteamericana, en los nombres propios o en los
préstamos a las lenguas indoamericanas o al inglés.
La herencia escrita, en cambio, es mucho más compleja, porque se ha
escrito en español en el actual territorio de los EUA desde 1512-13, primera
expedición a la Florida. Muy pronto hubo escritores en español nacidos en
América. Quizás el primer literato criollo de Norteamérica sea Gaspar Pérez de
Villagrá (c.1555-1620); pero ese detalle es anecdótico. El término se usa aquí
en sentido genérico e incluye tanto las cartas o las historias familiares para
uso doméstico, tan frecuentes en el Suroeste, como los escritos jurídicos, la
publicidad y anuncios y las obras literarias. En el campo literario es donde la
alternancia con el inglés es más notable. Son muchos, aunque no todos, los
autores hispanos que escriben en inglés. La literatura chicana es sobre
todo una literatura en inglés. Por eso tienen relieve la prensa y las revistas
literarias, porque en ellas se puede dar salida a textos breves, en español, de
autores que no hubieran tenido fácil el camino editorial como obras exentas.
Aunque, en general, la escuela haya sido un medio de asimilación al
inglés, hasta época relativamente cercana, no hay que perder de vista que, en
algunos territorios, como el norte de Nuevo México, la escuela fue en español
hasta bien entrado el siglo XX, por el carácter hispanohablante exclusivo de la
población del área. El papel del libro escolar, en consecuencia, es reciente.
Históricamente, la prensa escrita ha tenido importancia en el uso del español
de los Estados Unidos y ha contribuido a mantenerlo dentro de la norma
académica, tradicionalmente. Se encuentran enlaces en http://www.prensaescrita.com/america/usa.php, en http://periodicos.servidor-alicante.com/?pais_id=77&idioma=es
o en http://www.prensa-hispana.com/.
Conviene, como siempre en los medios digitales, buscar por metadatos.
El primer periódico en español en los EUA fue El Misisipí,
bilingüe y anti-napoleónico, publicado en Nueva Orleans a partir de 1808. Era un periódico de cuatro páginas, redactado
en español y en inglés, para comunicar noticias de la lucha contra el
bonapartismo en España. Duró dos años. En 1855, El Clamor Público de Los
Ángeles defendía a los latinos tras la incorporación del noroeste de México. El
Diario La Prensa de Nueva York se inició en 1913 como La Prensa. La
Opinión, en Los Ángeles, hizo gemir los tórculos en 1926.
Las revistas literarias formaron parte de los periódicos, inicialmente,
para ir ganando su espacio propio después. El periódico del siglo XIX y buena
parte del XX se concebía con la inclusión de un espacio cultural. El
Habanero, 1824, era un periódico literario que promovía la independencia
cubana. En 1892 José Martí fundó el semanario La Patria en Nueva York. El
despertar (1891-1912), Cultura obrera (1911-1927) y Cultura
proletaria (1910-1959, discontinuo) representan los movimientos obreristas.
Nombres como el de Pedro Henríquez Ureña avalaron revistas modernistas como Las
Novedades. Entre 1927 y 1931 los puertorriqueños se apoyaron en Gráfico,
Semanario Defensa de la Raza Hispánica. La línea de pensamiento y
literatura sigue en Ventana abierta, de Luis Leal y Víctor Fuentes, en
Santa Bárbara, California. Súmense revistas electrónicas como Labrapalabra
de Santiago Daydí-Tolson en San Antonio, Tejas, y se advertirá la prolongación
en el espacio virtual.
El Newseum de Washington (http://www.newseum.org/) permite
al investigador y al simple curioso darse cuenta de la dimensión que la prensa
en lenguas distintas del inglés ha tenido y tiene en los Estados Unidos. Un
sencillo dato numérico, contiene 35 000 portadas de periódicos o sus
antecesores, lo que permite remontarse casi quinientos años.
Los medios de comunicación norteamericanos en español estaban
compuestos, en 2010, de más de cuatrocientos periódicos (no sólo diarios,
también semanarios o bisemanales), cuatro grandes cadenas emisoras, casi
ochenta redes de cable y centenares de emisoras de radio y televisión.
Por tradición, ciertamente, pero también por peso propio y enorme
incidencia económica actual, la prensa transmite la imagen de la lengua. Por
ello es imprescindible preguntarse por las opciones de una lengua histórica,
como el español, y por el modelo lingüístico que debe resultar de ello. Propongo seguir estas reflexiones en páginas posteriores de este cuaderno.