Tuesday, February 2, 2016

Mitos de la escritura de la Administración a los contribuyentes



La relación entre la Administración y los ciudadanos se realiza, sobre todo, por escrito. Cuando se aceptaba que la población era en su mayoría analfabeta, existían unos funcionarios especiales, los pregoneros, encargados de ir leyendo por calles y plazas las leyes, bandos y ordenanzas de necesario conocimiento y obligado cumplimiento. No hace tantos años, en el bar del pueblo, siempre había una persona que se encargaba de leer el periódico en voz alta. El cura, el médico y el boticario ayudaban al maestro a explicar los términos y vericuetos legales menos claros, se convertían de alguna manera en traductores a la lengua del “hombre de la calle”, algo necesario en materia impositiva o en lo relacionado con el servicio militar obligatorio, especialmente.
En los países de lengua alemana, se da por sabido que existe un alemán administrativo (Amt Deutsch), que sólo entienden las personas especializadas, que un Kraftfahrzeug es un Auto, por ejemplo, y así sucesivamente. En otros, como el mundo árabe, donde se vive una situación en la que conviven la lengua A o culta, de la escritura y la lengua B o doméstica, que no se escribe (lo que los lingüistas llaman diglosia), el único modo de salir de la situación es mediante el aprendizaje de ese modelo de lengua A, que es además (con detalles en los que no hay que entrar aquí) el del texto religioso musulmán, el Alcorán.
Como en tantos otros puntos, los políticos, en lugar de resolver el problema de fondo, la educación y desarrollo personal de los ciudadanos, se han preocupado de encontrar soluciones que dejen su responsabilidad (la de los políticos) a salvo. Si el ciudadano no entiende el texto en el que se le dan instrucciones para votar, pagar los impuestos, ir al médico, usar los transportes públicos o cómo tomar los medicamentos, etcétera, la solución más barata es simplificar la lengua en la que todo eso se le dice de manera que –se supone- le sea fácil entenderlo. Esa decisión no se basa en ningún estudio científico y comprobado de qué entienden los ciudadanos y cómo se debe escribir para que todos lo entiendan, sino en una especie de consenso en el cual cuentan, especialmente, las opiniones de los semicultos, casta a la que suelen pertenecer los políticos, al menos en su mayoría, así como buena parte de las personas que consideran que hablar una lengua autoriza a pontificar sobre ella, sin haber hecho ningún estudio específico. Nadie se subiría a un avión pilotado por un aficionado sin estudios ni experiencia, ni se dejaría operar por un profesor de lingüística que no fuera médico (algunos hay); pero todo el mundo se atreve a interpretar, generalmente mal, las cuestiones lingüísticas y a proponer soluciones que ni tienen en cuenta la historia de la lengua, ni su estructura ni nada de lo que los técnicos puedan considerar serio. El pensamiento subyacente parece ser: “si yo no lo entiendo, no está bien”. Nadie propone algo tan sencillo como “si no se entiende, explíquese”.

La cosa se complica además, en un mundo tan dependiente del inglés, con las traducciones o adaptaciones de los términos en ese idioma. Esa jerga mostrenca que se supone al alcance de cualquiera y en la que se recomienda escribir al ciudadano se llama en inglés, plain language. El inglés, como se sabe, es el resultado de más de mil años de intentar hablar francés y en pocos lugares se ve con tanta claridad como en esa frase (o sintagma). Language es una palabra latina, a través del francés, como demuestra su terminación en –age (fr. langage) y plain es otro latinismo, procede del latín planum, igualmente introducido a través del francés, lengua que los normandos llevaron a Inglaterra tras la conquista posterior a la batalla de Hastings (14 de octubre de 1066), con el limitado éxito que la historia del inglés muestra. Ese plain, como se ha dicho, procede de planum, de donde el español obtiene dos soluciones, el préstamo latino directo, plano, y la evolución regular del grupo PL- inicial latino, llano, lo mismo que ocurre, por ejemplo, en plenum, pleno y lleno. En el año 1942, en su Historia de la lengua española, el maestro Rafael Lapesa utilizó tres veces habla llana para referirse a la “regida por el juicio prudente”. En 1589, Juan de Pineda, en sus Dialogos familiares de la agricultura cristiana, había usado lenguaje llano, que también usó entre 1604 y 1621 Bartolomé Jiménez Patón, en su Elocuencia española en arte. Esa expresión se recoge en autores del siglo XIX como José María de Pereda o Pérez Galdós, en España, o Fernández y Medina y  Carlos Federico Mora en América, a los que se puede unir Marco Fidel Suárez en 1911, siempre referida a la forma sencilla e inteligible de hablar el español. También Lapesa usa esa frase, como otros muchos autores. Expresión llana también está atestiguada en el siglo XIX. No hay ejemplos de habla plana o lenguaje plano, como era de esperar. Lenguaje llano, en ese sentido preciso de comprensible o inteligible, es frecuente en la prensa de España y América en el siglo XX.
Hubiera sido en consecuencia muy fácil que los políticos, a la hora de asignar un término a esta nueva exigencia de la lengua administrativa, recurrieran a una consulta a la historia y la tradición lingüísticas; pero eso es pasarse de optimistas. Es posible incluso que a alguno de esos famosos indocumentados se le ocurriera que traducir plain language por lenguaje llano o habla llana era un anglicismo (la ignorancia es muy atrevida). El resultado es que, en lugar de emplear la forma existente, tradicional y difundida en todo el territorio del español, han ido contribuyendo a la ceremonia de la confusión con soluciones que son, sin duda, mucho menos precisas.  Lenguaje ordinario, por ejemplo, es ambiguo, puesto que se puede usar también para referirse al uso de capas sociales del nivel sociolingüístico inferior. Lenguaje claro es la otra forma, que se va imponiendo incluso en países, como México, que tienen en otras ocasiones un mayor cuidado y que en este caso han caído víctimas de la ignorancia y la prepotencia.
Porque claro y llano no son equiparables ni igualmente precisos para expresar el concepto que se pretende, es decir, el lenguaje sencillo, comprensible, cercano al ciudadano contribuyente. Sea el ejemplo x=4, y=3 => x + y = 7. Es un ejemplo perfectamente claro; pero los lectores pueden hacer la prueba y comprobar cómo resulta de asequible en su entorno, puesto que, sin duda, ellos lo entendieron inmediatamente. En cualquier caso, en lenguaje llano, la fórmula sería: “si  equis vale cuatro y ye vale tres, entonces equis más ye vale siete”. Obviamente, en los distintos países los hablantes leerán y como ye o como y griega o simplemente y; pero eso no cambia la inmediata comprensión del texto, es decir, su llaneza, sólo cambia la expresión.
Una observación como la anterior puede aclarar que los sentidos de llano y claro son diferentes y que llano, por su origen, su etimología latina, tiene una correspondencia perfecta con el inglés plain, como derivados que son ambos del latín planum. No resuelve, sin embargo, la cuestión principal: cómo se determina el español llano en el que se deben escribir leyes, instrucciones y normas para que todos las entiendan. Para ello, guste o no guste a los políticos y a quienes aceptan soluciones basadas en sus escasos e incompletos conocimientos de la lengua, es preciso realizar investigaciones lingüísticas, partir de corpus que registren los usos y de técnicas de determinación de comprensión de los textos. Es una labor compleja que, seguramente, sería mucho más fácil si, en lugar de prestar atención a la suficiencia lingüística de cada uno, se prestara a la educación. ¿Cuánto es aceptable reducir lenguas de cultura como el español o el inglés, con un amplísimo léxico y una tradición de escritura valiosa? ¿Realmente se puede pensar que la solución es limitar los escritos administrativos a trescientas palabras o a novecientas o a mil? Porque ése es el caudal léxico de los olvidados.
Efectivamente, si limitamos el contexto a los Estados Unidos de América, también se puede elegir una solución que haga realidad situaciones lingüísticas como la siguiente, que dejo en su versión original, con alguna corrección de la ortografía, si bien el seseo es imprescindible. Se supone que, para un mexicano, al menos, es un texto claro; pero quizás para nadie sea un texto en español llano (ni, en la versión inglesa del español, un texto en plain language):

Un mexicano estaba en una esquina queriendo cruzar la calle en Estados Unidos, del otro lado un matrimonio también quería atravesar la vialidad. En eso pasa un carro muy rápido y con la llanta pisa una piedra. La piedra salta y le pega al marido en la cabeza. El señor se desmaya y la señora, histérica, trata de despertarlo sin éxito.
En eso llega un policía y como el mexicano era testigo de los eventos, el oficial lo abordó y le preguntó:
-           - Did you see what happened here?
-           - Yes, contestó.
-           - Name? Dijo el policía, sacando al mismo tiempo una libreta para apuntar todos los detalles.
El hombre contestó en inglés, idioma aprendido con un curso relámpago y un diccionario de primaria:
-           - My name is “Almost-can-see Fountains Dove-houses” (Casimiro Fuentes Palomares)
El oficial observó al testigo algo confundido:
-           - What happened here? Preguntó el policía
Y el señor contestó:
  - I was stop there. (Yo estaba parado ahí). The car came made the mother. (El carro iba hecho la madre). The wheel gave a mega-gay to the stone. (La llanta le dio un putazo a la piedra). The stone flew made the mother. (La piedra voló hecha la madre). And hit the man in the one hundred. (Y le pegó al señor en la sien). The woman put a very kitchen helper shout in the heaven. (La mujer puso un grito bastante pinche en el cielo). And the woman said: old, old, old… do not suck. (Viejo, viejo, viejo,… no mames). Up! Up! Don’t whistle yourself, big goat! (¡Levántate, levántate! ¡No te chifles, cabrón!). And the bull never came back in yes again. (Y el buey nunca volvió en sí otra vez).
Todo destanteado el policía le preguntó:
-          - And where is the car?
A lo que el mexicano contestó:
-           - It peeled rooster! (Peló gallo).