Hace ya bastantes años un joven profesor se encontraba por primera vez en Buenos Aires, promocionando su Aproximación a la Gramática Española y conociendo a quienes trabajaban en la entonces célebre editorial Kapelusz, que la había editado a través de Cincel-Kapelusz, su filial española. Eran, como se ve, otros tiempos: había espacio para investigadores jóvenes y las empresas argentinas tenían filiales en España.
La conversación derivó hacia los profesionales argentinos de la Lingüística, las instituciones y recayó, como era natural, en Ana María Barrenechea, la gran maestra: "¿Le gustaría tener una entrevista con la Dra. Barrenechea?". La respuesta afirmativa fue instantánea. Lo que ya no fue tan instantáneo fue organizar el traslado. La proyección internacional de la Argentina no se equiparaba al ya visible deterioro interno: el subte era un medio de transporte muy poco fiable, los colectivos circulaban cuando Dios quería y la voluntad divina no iba normalmente con el viajero apresurado; un taxi podía tardar un tiempo imprevisible, según los atascos, más previsibles que el tiempo, sin duda. Al final, un auto de la editorial transportó al visitante y el encuentro tuvo lugar. La imagen que permanece es la de una mujer muy delgada, extraordinariamente amable una vez establecida la filiación directa con Rafael Lapesa y Alonso Zamora Vicente, los maestros de los dos, y entusiasta, como don Alonso y el visitante, de la zarzuela española. En posteriores visitas tuve ocasión de comprobarlo e incluso de participar lo mejor que pude (nunca tan bien como don Alonso, desde luego) en actividades zarzuelísticas.
Supongo, tras el tiempo transcurrido, que la gran novedad para mí fue encontrarme con una persona para quien Amado Alonso, fallecido en Estados Unidos hacía ya años, seguía vivo. Mis maestros españoles no transmitían, pese a su enorme cariño y admirado recuerdo, esa idea. A partir de entonces Amado Alonso fue una compañía constante en mis muchas visitas y largas estancias en Buenos Aires. Para algunas de mis amigas mayores (las madres de mis amigas, en realidad) el maestro era "Amadito" e incluso me decían que iban a mis conferencias para encontar un eco de aquella gran voz, eco débil, inevitablemente; pero nunca totalmente decepcionante, así que volvían.
He relatado en otros lugares la célebre anécdota de los dos Alonsos, sin parentesco mutuo, Dámaso y Amado, en un college de señoritas de la costa Este de los Estados Unidos. Me la contó Dámaso, con medio suspiro, porque el pasado se embellece fácilmente:
- I had a class with Alonso. ('Tuve clase con Alonso')
- Which Alonso? The handsome one, or the other? ('¿Qué Alonso? ¿El guapo o el otro?')
- Yo era 'the other', concluía Dámaso, sin evitar un brillo pícaro en los ojillos.
Tuvimos nuevas ocasiones de encontrarnos, nuestra zarzuela no fue "La canción del olvido"; pero raras veces pude disfrutar de una conversación tan larga y tan agradable. Cuando nos conocimos ella ya no ejercía la docencia en la Argentina y en algunos de mis viajes y estadías porteñas estaba en Estados Unidos, donde siguió ejerciendo y donde a veces nos cruzamos. No fui invitado a participar en ninguno de sus dos homenajes (sí he podido hacerlo en los de otros colegas argentinos) y tampoco pertenezco al grupo de los que siempre están enterados de todo y se apuntan a un bombardeo, si pueden sacar algo, así que la noticia me llegó tarde. Quiero aclararlo, porque le hubiera ofrecido mi homenaje entonces, como hago ahora. Además, en estos asuntos, me gusta recordar a otro de mis grandes maestros (he sido muy afortunado), don Jacob Malkiel, cuando decía: "Prefiero que pregunten ¿por qué no se le hace un homenaje a Malkiel? a que la pregunta sea ¿por qué se le hace un homenaje a Malkiel?". En este caso, de las dos preguntas posibles, prefiero que sea ¿por qué no participó FMM en este homenaje a Ana María Barrenechea? Ahora la respuesta está escrita.
Además de su obra de investigación propia, cuyas referencias se encuentran fácilmente en los homenajes citados y en las bibliografías, ejerció esa influencia magistral que sólo se consigue cuando hay un discípulo que la acepte y que exige del maestro un esfuerzo constante y un permanente intelletto d'amore. Como había bebido en buenas fuentes, su propio manantial fue caudaloso. Pese a las vicisitudes de la triste política argentina, a su separación, más o menos forzosa, del suelo patrio, a la dura lucha por la vida de los 80 y los 90, que sigue, su nombre permanece, no en el recuerdo, sino en la actividad. Es un nombre que acompaña y lo hace, como ella hubiera querido, junto al de Amado Alonso.
Anita Barrenechea falleció el día de San Francisco de 2010, el 4 de octubre. Fue la primera mujer presidente de la Asociación Internacional de Hispanistas. Hasta el 28 de marzo de 2012 la Asociación no se dio por enterada de este hecho. ¿Pigmeos a hombros de gigantes? Esta pregunta no me hará amigos; pero es lo que siento.