En 711, en efecto, un grupo de norteafricanos, junto con un pequeño grupo de musulmanes orientales, desembarcaron en la Península, derrotaron al ejército godo que se les opuso y se extendieron por casi todo el territorio peninsular, generalmente por pactos con los moradores previos, que pudieron mantener su religión y sus estructuras jurídicas y municipales a cambio de un tipo específico de tributo, reservado a los no musulmanes. Luego habrá que volver sobre esto; pero previamente conviene repasar un poco cuál era la situación en torno a ese año 711.
La historia, más que decir que la Península Ibérica es la extremidad de Europa que está separada de África por el estrecho de Gibraltar, como dice la geografía, parece que dice que ambos continentes están unidos por ese estrecho, que no parece haber sido nunca obstáculo suficiente para movimientos de población en uno u otro sentido. Hay que partir por ello del hecho cierto de que al norte y al sur del Estrecho existían la misma cultura y la misma civilización, la latina, ya evolucionada a románica. Desde principios de este siglo XXI, las investigaciones sobre el latín han ido reforzando la idea de que esta lengua no era tan monolítica ni tan reacia a la fragmentación dialectal durante el Imperio, como el espejismo de la lengua literaria y epigráfica había hecho creer. Roma ocupó la parte noroccidental de África tras derrotar a Cartago; pero esa conquista, que impuso el latín, no eliminó ni el púnico (fenicio) de los cartagineses y los restos de sus colonias hispánicas, ni el bereber afroasiático de sus habitantes no asimilados a Cartago o que invadieron el territorio en movimientos posteriores. Ni los vándalos ni los bizantinos alteraron esa situación, porque en ambos casos hablaban latín, como se documenta textualmente; pero la guerra de Bizanzio contra los vándalos nos dejó un testimonio escrito en latín, un poema épico del norteafricano Flavio Cresconio Corippo (h.550), la Johanida. Este poema versa sobre las hazañas del magister militum Juan Troglita y su victoria sobre los vándalos. Contiene también muy valiosa información sobre los bereberes y la etnografía de ese período. Los musulmanes que llegaron a Cartago a finales del siglo VII y necesitaron tres intentos para conquistar la ciudad, posiblemente ya no encontraron hablantes de púnico; pero los bereberes norteafricanos mantuvieron su resistencia tiempo después.
Lingüísticamente, por tanto, lo más de acuerdo con los conocimientos actuales es suponer que el árabe se fue imponiendo en el noroeste de África sobre una población que se manejaba, en mayor o menor grado, en un continuo latino-bereber, en el que el latín era la lengua administrativa, en sentido amplio. El bereber o amazigue mantiene su uso en buena parte de ese territorio norteafricano hoy y poco a poco ha ido ganando estatuto oficial. El latín desapareció; pero no lo hizo de golpe, sino en un lento proceso que llegó, muy posiblemente, hasta el siglo XI. Los norteafricanos que entraron en la Bética el 711 y años posteriores, como los que habían llegado en diversos momentos anteriores, hablaban el suficiente latín para intercambiar información en esa lengua con los hispanorromanos. No hicieron falta cursos intensivos de árabe para poder comunicarse. Los cambios generacionales, como se sabe, contribuyen al triunfo del idioma del poder. La lengua es una de las superestructuras que cambiaron en el proceso de construcción de Al-Andalús, de manera que es razonable suponer que hacia el 780 d.J.C. el árabe fuera la lengua dominante; pero no antes. Las variantes del latín, el romance andalusí, se hablaron cada vez más limitadamente por cristianos, musulmanes y judíos, hasta su desaparición.
Otro elemento constitutivo que se fue modificando fue la religión. Las invasiones bereberes posteriores, especialmente almorávides y almohades, tuvieron mucho que ver con ello, hasta terminar con los cristianos andalusíes, los llamados mozárabes. Como se dijo anteriormente, los no musulmanes tolerados por el islam deben pagar un impuesto especial, cuyo nombre se ha castellanizado como la chizía. Es prudente pensar que los musulmanes que se fueron estableciendo en territorio hispano a partir del 711 no tuvieran ningún interés especial en la conversión al islam de los aborígenes, porque eso les suponía perder ese impuesto y perder impuestos no es algo que el poder lleve con gracia. Mas suponer que el 711 el islam era ya algo establecido y decidido es mucho suponer. En primer lugar, hay que tener en cuenta que el islam no es algo que realmente nazca a partir del 622, fecha que marca el inicio del calendario islámico, huída de Mahoma de la Meca a Medina. Para un creyente, el islam es sencillamente la religión, es decir, el lazo de justicia que une al hombre con Dios desde la Creación. Mahoma no inventa el islam, sólo transmite un mensaje, para los musulmanes dictado por Dios de un libro cuyo arquetipo está en el Cielo. Los musulmanes se llaman a sí mismos "creyentes". Pero ese libro no existía físicamente como un volumen a la muerte de Mahoma y exigió un esfuerzo de recogida y compilación de textos conservados en la tradición (no es ortodoxo decir redacción, porque el texto es inmutable). El 711 existían muy pocos ejemplares del Alcorán y no es razonable suponer que hubiera una gran concentración de ellos en Hispania. Y si esto vale para el lado musulmán, habría que decir, en el lado cristiano, que, junto a la doctrina católica trinitaria unificadora, defendida por la superestructura eclesiástica, la población, sin grandes conocimientos ni preocupaciones teológicas, había vivido entre el arrianismo y el catolicismo, el donatismo, el priscilianismo y otras sectas y tenía como base textual magistral a San Agustín, en quien hay que tener en cuenta la disputa con el maniqueísmo que había defendido durante una parte de la primera mitad de su vida. Además, si todavía hoy perviven ceremonias, supersticiones y rituales de clara influencia pagana, mucho más hay que suponer que se daría entre los siglos IV y X. Recuérdese que la cristianización de Hispania se originó desde África y que la relación entre la iglesia hispana y la africana (con centro en Cartago) fue muy fuerte.
La estructura político-militar goda quedaba alterada por su progresiva sustitución por la islámica, que se iba formando lentamente, porque tampoco llegaba constituida, formalizada. La religión se tambaleaba entre los vaivenes de una fe con afecciones dubitativas o incluso heterodoxas, más las ventajas de una conversión que eliminaba el pago de un tributo. La lengua cambiaba en el proceso de sustitución de las variantes latinas, por un lado y bereberes por el otro, para la progresiva implantación del árabe, en conclusión. El marco inicial de Al-Andalús era el de un mundo convulso, en formación. A ello hay que sumar las hambrunas, sequías, sublevaciones de los bereberes y el incipiente proceso de recuperación del territorio por los cristianos de Norte. Todo bastante alejado de cualquier posible simplificación como la de "llegaron los musulmanes y nos conquistaron". Los musulmanes se fueron haciendo a sí mismos en su versión del islam y su proceso de dominio y constitución de Al-Andalús requirió de décadas. Hubo un Al-Andalús musulmán y de lengua árabe; pero llevó su tiempo.