Monday, February 21, 2022

"España musulmana", anacronismo o mito


¿Cómo se puede adaptar nuestra visión del mundo a la realidad de los siglos entre el V o el VI y el IX o el X, cuando el entorno social e histórico del Mediterráneo experimentó un cambio que lo alteró completamente? Para ello es necesario tener el cuenta que el Norte de África estaba plenamente integrado en el universo romano, cuya dimensión se proyectaba hasta el Atlas y se extendía por el valle del Nilo. Toda la franja costera africana y buena parte del interior, cuando la geografía lo permitía y los intereses económicos lo imponían, era romana.

Diocesis Hispaniarum
Siguiendo la cronología, lo primero que habría que señalar es que, hasta el siglo V y, con más restricciones, hasta mediados del siglo VII, un ciudadano romano podía viajar entre Siria y Marruecos o las Islas Británicas bajo la protección de sus leyes y de su gobierno. En Oriente se manejaría en griego mejor que en latín; pero con esas dos lenguas se movía con facilidad por todo ese, para la época, inmenso territorio. En el siglo I San Pablo, ciudadano romano, es un perfecto ejemplo de las ventajas de tener esa ciudadania, que le permitió viajar, desde Jerusalén, por todo el Imperio. El norte de África, desde Trípoli hacia el Este, era de lengua griega y hacia el Oeste de lengua latina. En el siglo V y el VI las invasiones de suevos, vándalos, alanos, godos y francos fueron movimientos de pueblos que llevaban ya siglos dentro del Imperio y que hablaban latín. La unidad política pudo sufrir; pero la lingüística se mantuvo. La única excepción fue la invasión de los hablantes de euskera, a fines del siglo V, principios del VI, que pasaron a llamarse vascones, nombre del pueblo celta con el que se fundieron, en el territorio del País Vasco y Navarra actuales. Se desplazaron desde Aquitania, en el sur de Francia, empujados, como los godos, por los francos, dominantes en la antigua Galia desde el 411. En la organización política del emperador romano Diocleciano, en el 314, la diocesis Hispaniarum estaba compuesta de seis provincias, una de ellas, la Mauretania Tingitana, estaba en el norte de África con Tánger como su centro principal.  El Estrecho no servía de frontera.

Cuando el 711 se inició la conquista musulmana de Hispania, la mayor parte de los invasores eran bereberes que hablaban bereber y más o menos latín. Muy pocos podían hablar árabe, sólo los de origen oriental y algunos norteafricanos arabizados temprano. Ceuta, la ciudad del conde don Julián, era parte del imperio romano de Oriente y en ella el latín era la lengua de la administración. Tánger, sin duda, sería, como ha sido siempre, o casi, una ciudad bilingüe. Entre 711 y 1492 una parte del territorio de la Península Ibérica y las Islas Baleares estuvieron bajo dominio musulmán. Ese territorio fue progresivamente reduciéndose, a medida que los reinos cristianos se extendían hacia el sur o recuperaban las Islas, en un proceso que tradicionalmente se ha llamado "Reconquista". La palabra árabe para designar ese territorio era al-Andalús, aceptando la acentuación defendida por el gran arabista Federico Corriente.  A partir de una fecha que se podría situar en 780 la lengua dominante, la lengua del poder en ese territorio, fue la lengua árabe. Esta lengua se mantuvo en algunas áreas incluso después de la conquista de Granada por los Reyes Católicos en 1492. Las variantes romances y el latín fueron desapareciendo del territorio musulmán en un proceso liquidado verosímilmente en el siglo XI. Puede decirse que entre 711 y 780 se produjo un cambio profundo en al-Andalús. En esos años se hizo posible que, durante casi ocho siglos, esa parte de Hispania pasara de ser cristiana a ser musulmana y de pertenecer al área lingüística latino-románica a la semítica-árabe. Fueron cambios sustanciales y por ello afectaron, más allá del término geográfico, al concepto mismo. El proceso en su conjunto abarcó sin duda muchos más años de los comprendidos entre 711 y 780; pero en esa última fecha ya se puede situar una tercera generación andalusí plenamente arabizada, quizás también mayoritariamente musulmana y dentro de un modelo político musulmán, oriental, sirio, el emirato Omeya de Córdoba. 

Batalla de las Navas de Tolosa. Francisco van Halen
Hasta mediados del siglo XX y más tarde, entre los arabistas españoles se utilizaba el término de "España musulmana" para referirse a al-Andalús e incluso se intentaban defender unas diferencias grandes en el modo de ser musulmán en esa "España" y se hablaba de un "islam cristianizado". Ese arabismo merece respeto y aprecio; aunque hoy no sea posible mantener esas teorías. Ya Américo Castro había señalado que los visigodos no eran españoles y que tampoco lo eran los cristianos hispanos hasta que se produjo la unificación con los Reyes Católicos, es decir, hasta finales del siglo XV y principio del XVI, con la unión del reino de Navarra, el 18 de febrero de 1513. Incluso el término "español", como enseñó don Américo, siguiendo a Paul Aebischer, es una "palabra extranjera", una palabra de origen provenzal, utilizada para referirse a los habitantes de la antigua Hispania romana. Los andalusíes no podían ser españoles, porque no podían verse a sí mismos como tales, dentro de un proyecto de construcción de una unidad de convivencia española. Se veían dentro de un mundo religioso y cultural muy diferente, con modelos distintos de los modelos cristianos del norte. Eran parte de la cultura árabe. Los cristianos, en el norte, se identificaban más por su afiliación religiosa que por la política y cuando, en un ejemplo claro de visión comunitaria, Alfonso VIII se dirige a los cristianos hispanos antes de la batalla de las Navas de Tolosa, en 1212 y les dice "todos nos somos españoles", lo que está señalando es una comunidad geográfica que los diferencia de los otros cristianos, ultrapirenaicos, franceses o provenzales, participantes en la batalla. Además, esa frase se conserva por el testimonio de la Historia de España dirigida por Alfonso X, medio siglo más tarde.

El término "España musulmana" es por ello anacrónico, porque no existía una entidad, ni política ni vital, que pudiera considerarse como España. Sí había una entidad geográfica, cuyo nombre, derivado del latín Hispania, era España; pero esa entidad geográfica, a la que ya se había dirigido el conocido elogio de San Isidoro (h. 560-636), en el tiempo de los godos, no es homologable con el concepto de España que se fijó y desarrolló a partir de la época de Isabel y Fernando y que, con ciertas adaptaciones y modificaciones, es el que seguimos teniendo los españoles actuales. Es necesario tener esto en cuenta para poder entender lo ocurrido en la Península Ibérica durante el larguísimo período de constitución de la España moderna. En torno a ese anacronismo se ha forjado un mito, el de que al-Andalús era España, esa supuesta "España musulmana" y que los reinos cristianos pretendían recuperar una España preexistente, una España romana e incluso prerromana, cuyas características se habrían mantenido y defendido desde el origen de su población. Nada de eso, con nuestros conocimientos actuales, es sostenible.