Tuesday, August 18, 2020

La lengua española: de imperio a emporio

 

 

 Los mitos sobre la lengua española son muchos y algunos están firmemente establecidos en la conciencia de hablantes de diversos grados de cultura. El más extendido es que en algunos sitios se habla mejor que en otros, hay ciudades con ese prestigio gratuito, como Valladolid, en España, o Bogotá, en América. No hay ninguna razón para ello. En realidad con lo de que “se habla bien”, la gente quiere decir que se tiene un acento, una fonética, que se considera prestigioso. La percepción normal que el hablante tiene de su lengua es predominantemente fonética y léxica. Mucha gente se sorprende cuando se le dice que todos, sin excepción, tenemos acento. Hablar bien una lengua es manejar bien sus estructuras, su fonología, su gramática y su léxico. El español es una lengua muy estable, pese a los más de quinientos años transcurridos desde su presencia como lengua intercontinental, desde 1492, llegada de los españoles a lo que durante siglos se llamó “las Indias” y posteriormente, “América”. Antes del siglo XVIII la palabra “América” se usaba para los territorios que no eran españoles o portugueses, por eso los norteamericanos se refieren a su país como “America” (sin acento gráfico).

Otro mito es que la expansión del castellano y su conversión en la lengua española común se produjeron por opresión política y militar o por intransigencia religiosa. No hay nada de eso: fue sobre todo por comodidad. El castellano era una lengua integradora, en la que cabían las variantes de los dialectos románicos hispanos y que tomaba del vasco, del árabe, del catalán o del gallego con la misma liberalidad que del francés o el occitano. Distintos hablantes se sentían a gusto y la lengua se fue consolidando en un proceso que duró al menos quinientos años, a lo largo de la Edad Media. En 1492 era una lengua bastante estable y entonces se encontró con enormes posibilidades de expansión en Europa, África y un continente nuevo, América, desconocido hasta entonces para los europeos, que lo confundieron con Asia y lo llamaron las Indias. 

También hay que deshacer el mito de la opresión contrarreformista católica, en lo que concierne a la lengua, porque la expansión político-cultural de la lengua española fue por caminos separados de la actividad religiosa. La Contrarreforma incrementó esa tendencia al limitar las traducciones de la Biblia y mantener el latín como lengua litúrgica. En América la religión cristiana, católica, se difundió en latín y en las lenguas indígenas, según un esquema fundamentalmente paulista. Cuando se produjo la independencia de los territorios americanos, sólo un tercio de su población hablaba español. Fueron los regímenes nacidos de la independencia los que impusieron el español y persiguieron a los indígenas, que habían dejado de estar protegidos por las Leyes de Indias. En países como Argentina se llegó a su casi total exterminio; pero en otros muchos se promulgaron leyes muy restrictivas contra las lenguas indígenas, para favorecer la escolarización en español, siguiendo el modelo de la Revolución Francesa. Desde finales del siglo XX y en el siglo XXI esa tendencia ha quedado muy reducida y en algunos países hay interés y se trabaja sobre esas lenguas. Un fenómeno muy particular de la supervivencia de las lenguas indígenas hispanas (no de las norteamericanas) se da en los Estados Unidos, donde existen algunas comunidades de inmigrantes “hispanos” que usan su lengua indígena y el inglés y no el español.

La estructura política en América, como lo había hecho en la Península Ibérica en la Reconquista, siguió el esquema romano clásico, separado de lo religioso: reparto de tierras, creación de ciudades, un ejército fuerte. Tierra, ciudad, ejército serán los tres pilares del poder, de la capacidad de mando, que es lo que significa imperio. El español americano era la lengua de los nuevos señores de la tierra, de los que manejaban el comercio y el intercambio en las ciudades y también la lengua de los soldados, la lengua militar. Los indígenas seguían hablando sus lenguas, que eran también las lenguas usadas por los eclesiásticos en su relación con ellos. Todo sacerdote, para poder ser nombrado párroco, es decir, jefe espiritual de una comunidad católica, tenía que pasar un examen de la lengua de los indígenas. La Universidad era también de fundación eclesiástica y la lengua universitaria era igualmente el latín, al menos en teoría. En la época virreinal se fundaron en la América española veintitrés universidades y se graduaron más de ciento cincuenta mil estudiantes. Las más antiguas con funcionamiento efectivo fueron la Real y Pontificia Universidad de San Marcos, Lima, Perú, por Real Provisión del 12 de mayo de 1551 y la Real y Pontificia Universidad de México, creada por Real Cédula de 21 de septiembre de 1551. En cambio, en lo que luego fueron los Estados Unidos, la Universidad de Harvard, fundada como College en 1636, no fue University hasta 1780; The College of William and Mary se fundó en 1693.

América no se conquistó toda simultáneamente, ni tuvo una estructura igual en todo el territorio. España no tuvo colonias en América, como equivocadamente se dice, calcando el término de la colonización inglesa o francesa. El territorio se organizó en virreinatos, es decir, con la estructura de los reinos de la Península Ibérica, regidos por un virrey, representante del Rey, coordinados por un Consejo de Indias y con su comercio controlado desde la Casa de Contratación, situada primero en Sevilla y luego en Cádiz. Los territorios conquistados más tarde, como el Río de la Plata, se constituyeron como Capitanías Generales.

Con la independencia, en la vieja España y en las nuevas naciones la estructura militar quedó separada; pero siguió teniendo el español como lengua común en cada país. Los dueños de la tierra y los gestores del comercio seguían siendo hispanohablantes. La independencia no fue una revolución campesina, sino de propietarios. Movida por los ideales de la Ilustración, Libertad, Fraternidad y, especialmente, Igualdad, construyó un modelo de educación igual para todos los ciudadanos, en el que se partía de una lengua única. A lo largo del XVIII se había incrementado la presión por el español; pero, en el momento de la independencia, como se dijo, no más de un tercio de los hispanoamericanos eran hispanohablantes. Durante el XIX la situación se invirtió y en el XX se consolidó el predominio del español. En ese mismo siglo XX se produjo también un cambio en el poder. Las redes del poder militar, que llevaron a dictaduras que no podían consolidarse, cedieron terreno, progresivamente, a las redes comerciales. La red comercial se basa en la libertad, por lo que se desarrolla mejor en democracia. También se sustenta en el equilibro de la distribución económica, para el cual el uso de la misma lengua es garantía de igualdad. A una red comercial fuerte le interesa una lengua unida, que abarata costos. Recuérdese que un viejo principio comercial es que se vende en la lengua del comprador. El cambio de modelo, el paso del centro del poder de lo militar a lo comercial es viejo conocido de la Historia, es, frente al modelo latino de imperio, el modelo griego de emporía, la alianza de centros comerciales, que da origen al término emporio.