Saturday, September 28, 2019

Medicina en español en los Estados Unidos

Tratar a un hispano en un centro médico de los Estados Unidos puede costar sesenta veces más que tratar a un anglo que padezca la misma enfermedad. La razón es fundamentalmente lingüística: los hispanos van al hospital e inician su tratamiento mucho más tarde, cuando la enfermedad está muy avanzada y su tratamiento es mucho más costoso. ¿Por qué? Sencillamente porque les da vergüenza (les da "pena" como dicen los mexicanos) ir al médico por su pobre conocimiento del inglés y porque no perciben que exista comunicación entre ellos y los profesionales que los atienden.  Es cierto que la legislación protege a los ciudadanos y residentes que hablan otras lenguas. Cualquier institución que reciba ayuda federal tiene la obligación de proporcionar un intérprete.
La solución no es tan sencilla. La labor de interpretación requiere un conocimiento técnico que no es fácil conseguir. En muchas ocasiones las familias recurren a los más jóvenes de sus miembros, que van a la escuela y son, en teoría, bilingües. Exactamente igual que hacen las familias arabófonas en España u otros países europeos. Eso supone echar sobre la espalda de una niña (es más frecuente que sean niñas las encargadas de esa tarea) la responsabilidad de comprender conceptos médicos que sobrepasan su nivel de conocimiento del mundo y de su correspondiente expresión lingüística. Una niña hispana de diez años, aunque hable el inglés correspondiente a su nivel escolar igual que sus compañeras anglos, no está capacitada para comprender el léxico médico-hospitalario y puede cometer errores graves, con la mejor intención del mundo. Su experiencia de la vida y de las enfermedades es insuficiente.
A ello hay que añadir la complejidad de las instituciones y servicios hospitalarios. El tamaño del hospital, por ejemplo, es ya una barrera psicológica que disuade a muchos de acudir al médico. Moverse por el interior del edificio tampoco es sencillo. Hay pacientes que no han visto nunca un ascensor, por ejemplo, salvo en el cine o la televisión y lo mismo ocurre con las escaleras mecánicas. Esos artilugios producen a veces un rechazo temeroso y a veces, sobre todo en los más pequeños, una atracción que les hace subir y bajar varias veces, como un juego.
Es creciente la preocupación por capacitar a médicos y enfermeras, muchos de los cuales son de origen hispano y tienen un conocimiento mayor o menor de la lengua española; pero eso supone una responsabilidad adicional que requiere un tipo de control, para asegurar una comunicación efectiva.
Cuando la comunicación no se produce, de nada sirve que se preparen instrucciones para que los pacientes sigan su tratamiento, porque, al no comprenderlas y chocar con usos tradicionales y maneras distintas de entender la cultura médica, esas instrucciones no se seguirán o se seguirán mal y el paciente empeorará, con el consiguiente incremento de los costos. Las explicaciones escritas son incomprensibles para muchos y las orales, aunque puedan dar otra impresión, tampoco se comprenden, cuando los pacientes no tienen el nivel léxico y conceptual que les permita asimilar y cumplir con lo que se les está diciendo en español. Además, puede que el español del personal sanitario incluya términos de variantes del español que no sean familiares al enfermo y viceversa.
Las instituciones y el personal sanitario son conscientes de que esta situación sólo es mejorable mediante una formación en español dentro de los estudios médico-sanitarios, para todo el que desee estar capacitado para ejercer una medicina bilingüe. Para ello es preciso trabajar para una normalización o estandarización del español médico en los Estados Unidos.
En marzo de 2018 la National Hispanic Health Foundation y la Facultad de Medicina de la Universidad de Illinois (Chicago) convocaron en Maryland, cerca de Washington DF, un panel interdisciplinar para establecer los caminos que definieran ese estándar y recomendaran las medidas educativas pertinentes.  Por razones climatológicas (una gran tormenta de nieve que impidió llegar a otros compañeros) me convertí en el único representante de RIUSS, el Research Institute of United States Spanish, lo que me hizo estar presente en todas las reuniones y actividades que me permitió el horario y tener por ello una visión clara de los problemas y las propuestas de soluciones. La situación, como puede suponerse, es compleja; pero el número de personas implicadas, más de cincuenta mil, sólo de médicos, justifica todos los esfuerzos.
Para la definición de los estándares educativos se creó la Medical Spanish Taskforce. En esta línea es evidente desde el principio que se debe llegar a un consenso entre las muchas y variadas instituciones que ofrecen cursos de español médico, para garantizar una formación completa y equilibrada. En relación con esto está el problemas de los exámenes y las certificaciones. Hay que lograr soluciones homogéneas y para ello se requiere unificar los criterios que definen el núcleo de competencias. Sobre ese núcleo se montarán los programas educativos que cada vez se ven más necesarios. Las facultades de Medicina que ofrezcan cursos de español médico deben basarse en una fuerte estrategia de educación médica en la que deben participar otros profesionales, porque la población hispanohablante crece y debe dársele la atención sanitaria precisa.
El estudio de las necesidades lingüísticas de la medicina en español exige coordinación, las investigaciones pertinentes, con apoyo económico del gobierno federal y de los estatales, deben lograr una normalización con currículos homogéneos, estrategias homogéneas de aprendizaje e investigaciones dirigidas a un conocimiento de las necesidades lingüísticas para la Medicina en español. Las informaciones procedentes de la relación médico-paciente han de corresponder a un patrón normalizado. La finalidad de todo este esfuerzo es sanitaria: la mejora de las condiciones de salud de la población hispanohablante en los Estados Unidos. El aspecto médico debe primar sobre el lingüístico: no se trata de imponer una terminología supuestamente normalizada o académica. Se trata de extraer información lingüística de la relación médico-paciente y aplicarla para que se aprovechen completamente los recursos y esfuerzos sanitarios, gracias a una sensible mejora en la comunicación. Es fundamental que exista un consenso y que la Medical Spanish Taskforce vaya avanzando en el camino de la investigación lingüística básica aplicada a la Medicina y, muy especialmente, a los programas educativos, sus resultados y certificaciones. No se debe olvidar que lo importante no es el estudio lingüístico, un medio para lograr el fin, sino la mejora y normalización de los programas educativos y, al final, de la comunicación con los pacientes.
Las personas interesadas por el español de los Estados Unidos se sorprenden muchas veces por el baile de cifras, que muchas veces no corresponde a la realidad, sino a los intereses de las instituciones que las manejan. Por eso a veces son más representativas las consideraciones parciales, no la suma global. Entre 1990 y 2015, según la American Community Survey, los residentes hispano-latinos hispanohablantes crecieron un 131,2%. 17,2 millones de ellos son hablantes monolingües de español. Desde el punto de vista del cuidado de la población, se trata de una cifra muy considerable, que requiere todos los esfuerzos para garantizar su bienestar y eso sólo se puede conseguir con la mejora de la comunicación entre paciente y personal sanitario. Parece más importante garantizar la atención médica a los hispanohablantes en Norteamérica que discutir cuál es el país con mayor número de hispanohablantes del mundo. Además, la repercusión económica es enorme, a mayor atención lingüística, con mejora sustancial de la comunicación, mayor ahorro en el gasto sanitario. Ese ahorro, sin duda, será superior a lo que cuesten las investigaciones y los programas educativos. El apoyo de la National Hispanic Health Foundation y de los profesionales de la salud de los Estados Unidos ofrece todas las garantías.