El fenómeno
social conocido como Tabarnia es en buena medida un fenómeno lingüístico. Es,
ciertamente, el resultado de la necesidad de superar una serie de conflictos,
buena parte de los cuales se basa en información sesgada y manipulada, es
decir, alterada por una actividad que ha llevado a tratar de convertir las
palabras en obras, en beneficio de un sector de la sociedad catalana y contra
otro sector, catalán y español, una actividad propia de la Pragmática. Podría
decirse, en cierto modo, que Tabarnia es el resultado de la lucha de la
Lingüística contra la Pragmática. Tabarnia representaría a la primera, mientras
que los secesionistas representarían a la segunda. Ambas actitudes están unidas
porque, detrás de las dos, lo que hay son palabras. Para los lingüistas, las
palabras se estudian como signos lingüísticos, mientras que los pragmáticos se
preocupan de cómo hacer cosas con ellas mucho más que de su carácter simbólico.
Tampoco vacilan en emplear el término “simbólico” cuando les conviene
usarlo.
En política, la
expresión de la palabra es el voto y, ya desde este fundamento de la expresión
popular del signo político, se produce una falta de correspondencia entre el
significante y el significado. La papeleta (el significante) no tiene el mismo
significado en todas partes, depende de lo que decida una norma de uso, la ley
electoral, la norma que decide qué significa un voto en función de dónde se
emite. Se trata, evidentemente, de lo que ya desde Ferdinand de Saussure, en el
primer cuarto del siglo XX, se conoce como el valor del signo.
Como Cataluña
carece todavía de ley electoral propia, usa la ley electoral española, copia el
sistema electoral del Congreso de los Diputados, adaptado a unos distritos cuya
configuración está recogida en su Estatuto de Autonomía. El número de votos necesario
para conseguir un escaño es desigual, depende del distrito. Es decir, el valor
del voto varía en función de circunstancias externas. Este hecho rompe uno de los
postulados básicos de la Lingüística: un signo debe tener siempre el mismo
valor. El sistema origina una desigualdad. El sesgo que favorecía a CiU antes y
a los secesionistas ahora tiene el mismo origen y similar comportamiento que el
que se refleja también en las elecciones generales españolas. Los partidos
conservadores (como UCD y PP) durante décadas y los partidos tradicionales
(como PP y PSOE) desde 2015 se han beneficiado del sesgo que genera la
variabilidad en el número de escaños que se eligen en las circunscripciones,
desde el único en Ceuta y Melilla hasta los más de treinta en Madrid y
Barcelona. La desnaturalización de los resultados electorales y la perplejidad consiguiente
de los votantes aconsejarían recuperar el valor del voto, mediante la reforma
del sistema electoral.
Tomo la palabra “desnaturalización”
literalmente de la noticia de prensa en la que me baso, porque es significativa: se
ha alterado el signo, se ha alterado la relación natural entre el voto y el
votante: “un hombre, un voto” era la vieja forma, que hay que sustituir por “una
persona, un porcentaje de voto, según el distrito”, ese “según” es claramente
pragmático, altera y produce la perplejidad de los votantes, cuando ven los
resultados de su voto y se dan cuenta de que hay una desigualdad que no se
justifica lingüísticamente. ¿Por qué se da esa perplejidad de los votantes?
Pues por las mismas razones que un signo puede tener una interpretación favorable
o desfavorable, en función del uso que se haga de él, o sea, por la Pragmática.
Se altera el
signo lingüístico; pero no el numérico, los números, se sabe, son exactos
generalmente. La Disposición Transitoria 4.ª del Estatuto de Autonomía de
Cataluña establece que la circunscripción de Barcelona elige un escaño por cada
50.000 habitantes, con un máximo de 85, y que las de Gerona, Lérida y Tarragona
eligen un mínimo de 6 escaños, más uno adicional por cada 40.000 habitantes. En
las elecciones del 21 de diciembre de 2017, Barcelona eligió 85 escaños (uno
por cada 50.062 electores); Gerona, 17 (uno por cada 31.051); Lérida, 15 (uno
por cada 20.926), y Tarragona, 18 (uno por cada 31.462). Es decir, el voto de
un elector en Gerona, Lérida y Tarragona vale en términos de representación
parlamentaria 1,6, 2,4 y 1,6 veces más que el voto de un elector en Barcelona,
respectivamente. El valor numérico no se altera, 1 es siempre 1 y 2,4 es 2,4;
pero el lingüístico sí, en Lérida 1 es ‘uno’, mientras que en Barcelona 2,4 es ‘uno’
(en escaños, se entiende). En el pasado los partidos conservadores, como CiU,
conseguían mejores resultados y lo mismo ocurre ahora con los secesionistas,
como ERC. Esos resultados son mejores porque se consiguen en las tres
circunscripciones más pequeñas que en Barcelona: el valor de sus escaños (su
costo en votos) es menor que el de sus principales rivales, PSC y Ciudadanos, quienes
logran sus mejores resultados en Barcelona, donde el valor del voto es menor.
Se trata, en
otros aspectos, siempre de contraposiciones de Lingüística y Pragmática: sólo desde
la perspectiva de la Pragmática se puede decir que una declaración de
independencia es “simbólica”, que no ha habido alteración de la ley, porque lo
que se quiere decir es que, si no se usa la independencia, se limita a ser un
signo lingüístico. Pero eso es una falacia, porque ese signo lingüístico se ha
querido usar para provocar una alteración de la realidad y eso es lo que se
persigue, no la palabra. Otro aspecto en el que se evidencia la necesidad de
contraponer Lingüística y Pragmática es el del nombre del objeto. En el ámbito
de la Pragmática es esencial el uso que se haga de la palabra y “Tabarnia” se
ha convertido en una fuente de temor para los secesionistas, que, naturalmente,
han reaccionado buscando una palabra que neutralizara lo que Tabarnia
significa: esa palabra es “Catabarnia”, un significante poco afortunado, desde
luego, con proximidad, seguramente no buscada, a “contubernio”. Se trata de hacer ver que Tabarnia también
tiene sus secesionistas, es decir, los pragmatistas no han podido evitar hacer
uso de la palabra “Tabarnia”, en lugar de tomarla como un signo lingüístico.
Carentes del sentido del humor, le han dado una interpretación real.
Lo que se produce
es un proceso de uso de las palabras en un constante movimiento de secesión, es
decir, de corte, que es lo que “secesión” significa etimológicamente. Nótese
como en el ámbito de la Pragmática se busca todo lo que tenga que ver con
actos, con acciones. Que la Lingüística funciona de otra manera es claro en el
himno de Tabarnia, en el que no se trata de hacer cosas con palabras, sino de
dar a las palabras su valor auténtico, en cualquier idioma. En un mundo crispado
y en un país tan negado para el humor, que un grupo de ciudadanos presente las
contradicciones de la Pragmática en clave humorística, merece, para este
lingüista, el mayor aplauso: ¡Que visca Tabarnia!
La terminología y los fundamentos teóricos de este artículo se pueden relacionar con:
Mitología de las lenguas en general: el mito biologicista
y sus circunstancias con:
Reflejos léxicos de los acontecimientos catalanes
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