Sunday, January 28, 2018

El signo y Tabarnia: la lucha de la Lingüística y la Pragmática


El fenómeno social conocido como Tabarnia es en buena medida un fenómeno lingüístico. Es, ciertamente, el resultado de la necesidad de superar una serie de conflictos, buena parte de los cuales se basa en información sesgada y manipulada, es decir, alterada por una actividad que ha llevado a tratar de convertir las palabras en obras, en beneficio de un sector de la sociedad catalana y contra otro sector, catalán y español, una actividad propia de la Pragmática. Podría decirse, en cierto modo, que Tabarnia es el resultado de la lucha de la Lingüística contra la Pragmática. Tabarnia representaría a la primera, mientras que los secesionistas representarían a la segunda. Ambas actitudes están unidas porque, detrás de las dos, lo que hay son palabras. Para los lingüistas, las palabras se estudian como signos lingüísticos, mientras que los pragmáticos se preocupan de cómo hacer cosas con ellas mucho más que de su carácter simbólico. Tampoco vacilan en emplear el término “simbólico” cuando les conviene usarlo.

En política, la expresión de la palabra es el voto y, ya desde este fundamento de la expresión popular del signo político, se produce una falta de correspondencia entre el significante y el significado. La papeleta (el significante) no tiene el mismo significado en todas partes, depende de lo que decida una norma de uso, la ley electoral, la norma que decide qué significa un voto en función de dónde se emite. Se trata, evidentemente, de lo que ya desde Ferdinand de Saussure, en el primer cuarto del siglo XX, se conoce como el valor del signo.

Como Cataluña carece todavía de ley electoral propia, usa la ley electoral española, copia el sistema electoral del Congreso de los Diputados, adaptado a unos distritos cuya configuración está recogida en su Estatuto de Autonomía. El número de votos necesario para conseguir un escaño es desigual, depende del distrito. Es decir, el valor del voto varía en función de circunstancias externas. Este hecho rompe uno de los postulados básicos de la Lingüística: un signo debe tener siempre el mismo valor. El sistema origina una desigualdad. El sesgo que favorecía a CiU antes y a los secesionistas ahora tiene el mismo origen y similar comportamiento que el que se refleja también en las elecciones generales españolas. Los partidos conservadores (como UCD y PP) durante décadas y los partidos tradicionales (como PP y PSOE) desde 2015 se han beneficiado del sesgo que genera la variabilidad en el número de escaños que se eligen en las circunscripciones, desde el único en Ceuta y Melilla hasta los más de treinta en Madrid y Barcelona. La desnaturalización de los resultados electorales y la perplejidad consiguiente de los votantes aconsejarían recuperar el valor del voto, mediante la reforma del sistema electoral.

Tomo la palabra “desnaturalización” literalmente de la noticia de prensa en la que me baso, porque es significativa: se ha alterado el signo, se ha alterado la relación natural entre el voto y el votante: “un hombre, un voto” era la vieja forma, que hay que sustituir por “una persona, un porcentaje de voto, según el distrito”, ese “según” es claramente pragmático, altera y produce la perplejidad de los votantes, cuando ven los resultados de su voto y se dan cuenta de que hay una desigualdad que no se justifica lingüísticamente. ¿Por qué se da esa perplejidad de los votantes? Pues por las mismas razones que un signo puede tener una interpretación favorable o desfavorable, en función del uso que se haga de él, o sea, por la Pragmática.

Se altera el signo lingüístico; pero no el numérico, los números, se sabe, son exactos generalmente. La Disposición Transitoria 4.ª del Estatuto de Autonomía de Cataluña establece que la circunscripción de Barcelona elige un escaño por cada 50.000 habitantes, con un máximo de 85, y que las de Gerona, Lérida y Tarragona eligen un mínimo de 6 escaños, más uno adicional por cada 40.000 habitantes. En las elecciones del 21 de diciembre de 2017, Barcelona eligió 85 escaños (uno por cada 50.062 electores); Gerona, 17 (uno por cada 31.051); Lérida, 15 (uno por cada 20.926), y Tarragona, 18 (uno por cada 31.462). Es decir, el voto de un elector en Gerona, Lérida y Tarragona vale en términos de representación parlamentaria 1,6, 2,4 y 1,6 veces más que el voto de un elector en Barcelona, respectivamente. El valor numérico no se altera, 1 es siempre 1 y 2,4 es 2,4; pero el lingüístico sí, en Lérida 1 es ‘uno’, mientras que en Barcelona 2,4 es ‘uno’ (en escaños, se entiende). En el pasado los partidos conservadores, como CiU, conseguían mejores resultados y lo mismo ocurre ahora con los secesionistas, como ERC. Esos resultados son mejores porque se consiguen en las tres circunscripciones más pequeñas que en Barcelona: el valor de sus escaños (su costo en votos) es menor que el de sus principales rivales, PSC y Ciudadanos, quienes logran sus mejores resultados en Barcelona, donde el valor del voto es menor.

Se trata, en otros aspectos, siempre de contraposiciones de Lingüística y Pragmática: sólo desde la perspectiva de la Pragmática se puede decir que una declaración de independencia es “simbólica”, que no ha habido alteración de la ley, porque lo que se quiere decir es que, si no se usa la independencia, se limita a ser un signo lingüístico. Pero eso es una falacia, porque ese signo lingüístico se ha querido usar para provocar una alteración de la realidad y eso es lo que se persigue, no la palabra. Otro aspecto en el que se evidencia la necesidad de contraponer Lingüística y Pragmática es el del nombre del objeto. En el ámbito de la Pragmática es esencial el uso que se haga de la palabra y “Tabarnia” se ha convertido en una fuente de temor para los secesionistas, que, naturalmente, han reaccionado buscando una palabra que neutralizara lo que Tabarnia significa: esa palabra es “Catabarnia”, un significante poco afortunado, desde luego, con proximidad, seguramente no buscada, a “contubernio”.  Se trata de hacer ver que Tabarnia también tiene sus secesionistas, es decir, los pragmatistas no han podido evitar hacer uso de la palabra “Tabarnia”, en lugar de tomarla como un signo lingüístico. Carentes del sentido del humor, le han dado una interpretación real.

Lo que se produce es un proceso de uso de las palabras en un constante movimiento de secesión, es decir, de corte, que es lo que “secesión” significa etimológicamente. Nótese como en el ámbito de la Pragmática se busca todo lo que tenga que ver con actos, con acciones. Que la Lingüística funciona de otra manera es claro en el himno de Tabarnia, en el que no se trata de hacer cosas con palabras, sino de dar a las palabras su valor auténtico, en cualquier idioma. En un mundo crispado y en un país tan negado para el humor, que un grupo de ciudadanos presente las contradicciones de la Pragmática en clave humorística, merece, para este lingüista, el mayor aplauso: ¡Que visca Tabarnia!

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