“Por mi raza hablará el espíritu”. Desde 1920, en plena efervescencia de la
revolución mexicana, éste es el lema de la UNAM, la Universidad Nacional
Autónoma de México, creado por quien era entonces su rector, José Vasconcelos,
quien explicó su significación en estos términos: “la convicción de que la raza nuestra elaborará una
cultura de tendencias nuevas, de esencia espiritual y libérrima”. La idea de raza del
ejemplo anterior no coincide con la acepción primera del diccionario académico
de 1914, el entonces vigente: “Casta o calidad del origen o linaje. Hablando de
los hombres, se suele tomar en mala parte”. En 1927 el segundo componente de
esa primera acepción cambió a “Hablando de los hombres, se toma a veces en mala
parte”, que pervivió tal cual, hasta la edición de 1956, que lo suprimió. Esa
“mala parte” correspondía a la referencia a la sangre judía, es decir, a la
condición de “cristiano nuevo”. La edición de 1956 reflejaba ya lo que ha sido
desde entonces la línea permanente del trabajo académico, la interrelación
entre todos los países hispanófonos, en la que se trataba de hacer patente lo
que fuera común y marcar o suprimir lo que no fuera relevante en todo el
dominio de la lengua española.
En 1920 el lema de la UNAM correspondía a una significación de raza
distinta de lo que definía la Academia: lo que, para los latinoamericanos,
especialmente entre México y el Paraguay, recibe el nombre de raza. En la Argentina no suele tener ese
valor y tampoco en Chile, como no lo tiene en España ni en Guinea Ecuatorial. Se
trata de un sustantivo que designa una percepción antropológica-cultural de la
realidad, más que una diferencia étnica; pero que tampoco está totalmente
exento de algunas implicaciones étnicas. Por ejemplo, en los Estados Unidos, entre
1929 y 1941, año de su entrada en la segunda guerra mundial, se produjo un
cierre laboral de la frontera que se invirtió en 1941, cuando la guerra obligó
a contratar mexicanos para trabajos que antes desempeñaban los ahora soldados.
Una de sus secuelas fue la aparición del movimiento chicano. Además de las consecuencias culturales, como el Teatro Campesino, su repercusión en la
música, el cine y los movimientos de reivindicaciones obreristas, en los que
destaca el nombre de César Chávez, debe recordarse que no se trata de un
movimiento reivindicativo de la lengua española, sino de ese concepto peculiar
de raza. Los hispanos aceptan su no pertenencia al grupo white y reservan ese nombre
(generalmente en inglés) para los anglosajones en particular y europeos en
general: hispanics es una cosa y whites otra. Es más, el tercer grupo, black o, en la preciosa ridiculez de la
“corrección política”, African-American,
tampoco entran los negros hispanos, tan africanos y americanos, por lo menos,
como los hablantes de Black-English.
Los Luceros, NM. |
Armando L. Trujillo, en su libro
Chicano Empowerment and Bilingual Education, de 2011, definió la raza,
en su glosario, en dos sentidos. El primero, restringido, es el uso chicano, en
que se trata de una distinción de base étnica con el sentido de “uno de los
nuestros”, subrayando la pertenencia a un grupo autodelimitado. En un segundo
uso, más amplio, se trata de “todos los pueblos de las Américas con algunas
raíces culturales españolas” (el texto dice Spanish,
lo que hace pensar si no sería mejor traducirlo, en este caso, por hispanas). En los Estados Unidos los
chicanos vinculan la raza a la
reclamación de Aztlán, el mítico
territorio indio, ligado a los aztecas, que, por supuesto, nunca estuvieron, a
lo largo de su historia, en la mayor parte de él. También hay que tener en
cuenta, para explicar cómo la distinción se ha conservado después de más de
ciento cincuenta años, que el grupo chicano se mantiene como un grupo
étnicamente diferente porque los contactos con los anglos han tenido lugar a
través de las líneas de clase: en un lado estaban los chicanos, como
representantes del proletariado, y en el otro los anglos, como representantes
de la clase media. Hay también una jerarquía en el trabajo, en la que los
chicanos han ocupado tradicionalmente el nivel más bajo. Son factores propios
de las sociedades en las que existen lo que se llama colonias internas y, como es natural, es una de las razones que
explican por qué se puede encontrar una gran oposición, en ciertos padres, a
que sus hijos reciban una educación bilingüe: quieren deshacerse del español,
para que sus hijos, monolingües en inglés, puedan salir de la clase a la que se
han visto reducidos los padres.
San Francisco de la Espada, San Antonio, TX |
En un primer momento la raza
estaba vinculada también a la religión católica; pero este aspecto ha cambiado,
incluso podría decirse, al menos para ciudades como San Antonio, Tejas, que los
reducidos grupos que se pueden englobar como protestantes de confesiones menores pueden ser más activos en
términos de la raza que los
católicos, seguramente porque los católicos de San Antonio tienen también
fuertes comunidades no hispanas (siro-libaneses maronitas, griegos, filipinos,
italianos, germanos, ingleses e irlandeses) situadas predominantemente en el
norte de la ciudad, es decir, en la zona tradicionalmente menos hispana. Esta
localización también está cambiando en ésta y en otras ciudades, porque los nuevos
inmigrantes mexicanos, de familias ricas y niveles culturales más elevados, se
establecen en barrios nuevos, de rentas más altas e influyen, lingüísticamente,
en el español de las escuelas, la exigencia de una educación bilingüe de mejor
calidad y el refuerzo del español en las actividades de sus parroquias
católicas. Estos nuevos inmigrantes no se consideran chicanos.
Entre 1967 y 1979, dentro del amplio movimiento social, especialmente
estudiantil, se originaron repercusiones serias del movimiento chicano en el
ámbito educativo. El incremento de la inmigración requería programas de
enseñanza que tuviesen en cuenta a los hijos de esos inmigrantes. El programa Becas para Aztlán, diseñado para que estudiantes chicanos pudieran
seguir estudios en México. Se creó como consecuencia de la preocupación de los
líderes del Raza Unida Party (el Partido Raza Unida o, simplemente, el Partido)
por tener especialmente médicos, investigadores y profesionales de las ciencias
sociales en las crecientes comunidades hispanas; pero también y contó con
financiación del gobierno de México.
El principal
interés del partido se centró en
conseguir el control de los municipios con suficientes votantes hispanos y de
los distritos escolares, con el objetivo de desarrollar programas bilingües y
biculturales. La idea del bilingüismo debe entenderse claramente en el sentido
de que se pudiera utilizar el español, sin ningún tipo de pretensión cultural o
normativa, sino como una medida de presión y diferenciación. Conviene no
olvidarlo, porque explica el conocimiento insuficiente de muchos de los
profesores de español en las escuelas de Tejas (y otros lugares, sobre todo del
Suroeste) en la actualidad y el apoyo que recibe la idea del español de herencia, es decir, una
variante lingüística limitada por su ámbito doméstico y sin fondo cultural más
amplio. Naturalmente, la recuperación de ese español que es todavía parte de la
vida familiar, generalmente de dos generaciones anteriores, sería un trabajo
valioso; pero la pretensión de que tener una abuelita hispanohablante, per se, implica unas mejores condiciones
para aprender el español no cuenta con ningún fundamento científico y, lo que
es peor, puede llevar a posturas de rechazo de todo lo que se salga del propio
pegujal. Esto tampoco quiere decir que todo sea desaprovechable. Si la
abuelita, con su uso lingüístico de una lengua L, hace que el nieto adquiera
una buena base fonológica en la lengua L (y no sucede así de modo regular), el
nieto tendrá una ventaja en el aprendizaje de esa lengua L. Para ello han de
darse unas ciertas condiciones de contacto, no es una condición metafísica. Si
además se dan otros intercambios lingüísticos, en morfología, sintaxis o léxico,
ya no se tratará de hablantes de
herencia, sino de un bilingüismo limitado, de un tipo de variación. En la realidad, se está
ampliando el uso del término español de
herencia también a ese bilingüismo parcial, por razones diversas de
carácter más social que lingüístico, de manera que acaba significando algo tan
vago como “estudiante de español alguno de cuyos ascendientes directos habla
español en casa”.
Este texto forma parte de la serie dedicada a la Lingüística y sus mitos, que consta ya de:
Mitología de las lenguas en general, el mito biologicista,
Un mito etnolingüístico: la palabra moro,
El latín africano y el mito del beréber irredento,
El mito del vascuence o euskera como lengua prerromana en Hispania,
Un juego, números y el mito vasco de pureza lingüística.
Los apellidos vascos, realidad y mito.
Expresiones lingüísticas de los mitos étnicos
Algunas realidades del español de los Estados Unidos de América y el mito del spanglish.
Mitos de la escritura de la Administración a los contribuyentes
Mitología de las lenguas en general, el mito biologicista,
Un mito etnolingüístico: la palabra moro,
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El mito del vascuence o euskera como lengua prerromana en Hispania,
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Mitos de la escritura de la Administración a los contribuyentes
a los que se podrían añadir:
¿Desciende la curva de los estudios de español en los EUA? (sobre algunos mitos del español de los Estados Unidos),
Lingüística y Pragmática,
Etimologías populares,
e incluso
Identidades árabes y musulmanas en la obra de Miguel de Cervantes.
¿Desciende la curva de los estudios de español en los EUA? (sobre algunos mitos del español de los Estados Unidos),
Lingüística y Pragmática,
Etimologías populares,
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Identidades árabes y musulmanas en la obra de Miguel de Cervantes.