Sunday, May 4, 2014

Carmen Marín de Marcos (1918-2014)

Los últimos dos meses han estado marcados por una situación excepcional y dolorosa. No he sido capaz de escribir y, todavía ahora, prefiero reposar en los recuerdos amigos. Es la segunda vez que me salgo del propósito casi profesional de este cuaderno de bitácora. Hoy es el Día de la Madre en España. Sé que estoy en mi derecho y agradezco a Verónica Zumárraga que me haya proporcionado este texto, que tan bien resume muchas cosas. Gracias.

No olvidaré a tu madre, porque a lo largo de los años he reunido muchos recuerdos y he registrado todos sus cuentos. Éste es mi favorito: tus padres paseaban por la calle y tu madre miraba escaparates. En eso algo le llama particularmente la atención, suelta el brazo de tu padre y detiene su marcha. Cuando la retoma, toma el brazo de tu padre, pero sigue mirando escaparates unos cuantos pasos, hasta que levanta la vista y ve a tu padre, muerto de risa, unos pasos más adelante. Distraídamente había tomado el brazo de otro hombre, que por gentileza no había dicho nada. Y tu padre, advirtiendo el error, tampoco. Según Carmen, no le perdonó ese silencio por varios días. Sé que conoces el cuento mejor que yo, pero permíteme que lo evoque porque describe muy bien a sus protagonistas.
No olvidaré a tu madre. Su belleza (que hereda tu hija Elvira), su sonrisa, su fe en la educación, su amor por su marido, su orgullo por sus hijos, nietos y bisnietos. No olvidaré su breve y contundente bendición antes de comer: “El que nació en Belén bendiga esta mesa. Amén”. No olvidaré un solo rincón de su casa, donde me recibió con tanta hospitalidad, ni el retrato de la sala, pintado por su hermano, lo que me trae a la memoria toda la serie de cuentos relacionados con su infancia, adolescencia y juventud vascas. No olvidaré las historias de la guerra, ni la bota del miliciano. El último recuerdo me lo aporta Sole al describirme la manera admirable en que tu madre transitó su último mes de vida.
Nuestras madres han muerto mayores. Pertenecieron a una generación fuerte. Fueron grandes dadoras de vida y, quizás por eso, les costó morir. Construyeron sus familias según el modelo de las fuertes familias de las que provenían. Y fueron grandes defensoras de esa construcción, con una fe en la institución familiar que hoy parece ausente. Mujeres convencidas de que su gran obra eran sus cinco hijos.  
Toda esa generación ha muerto. Cuando se vaya Laura Monti, la ultimísima de mis mayores, sentiré un vacío enorme. El vacío de los que me protegieron, de los que admiré, de los que me estimularon con su ejemplo. Y no sé si mi generación sabrá dejar un legado tan claro.
No olvidaré a tu madre y me alegro mucho de haberla conocido.