D. Américo en su casa de la calle del Segre, Madrid, 1968 |
Hace cuarenta y
cuatro años, casi a la hora
en que se escriben estas líneas, un 25 de julio, día de Santiago, en una
conversación con Revista de Occidente, a propósito de una publicación
que ahora no recuerdo, me llegó, de golpe, la noticia de la muerte de don
Américo Castro. Los años transcurridos no han restado nada a la sensación de
dolor y pérdida, quizás al contrario: se echan mucho de menos en el mundo
actual figuras de esa talla y esa gallardía. Durante cuatro años, del 68 al 72,
aprendí de él directamente, puesto que, para un discípulo de Domínguez Ortiz, Orozco
y Lapesa, el aprendizaje indirecto, por lecturas de su obra, era algo familiar desde mi
Bachillerato granadino (donde disfruté la enseñanza de los dos primeros en el Padre
Suárez) y los años de la Complutense. Durante todos estos años posteriores he
tenido la sensación de que lo que Don Américo quería decirnos no era lo que sus
corifeos proclamaban ni lo que sus detractores criticaban. Esa conciencia
también me impide pretender ser el intérprete correcto de su pensamiento. Evitaré
el error de querer meter un mar tan vasto en un recipiente tan chico. Sólo quisiera
transmitir hoy algunas ideas sobre cómo veo Al-Andalus, gracias a él y a otros
maestros y compañeros, tras más de cincuenta años de estudio y en qué me parece
que conviene ser más ecuánime cuando se habla de España, porque “España” no es
un término que haya tenido siempre la misma denotación, ni el mismo sentido.
Estas ideas no serían las mismas sin esos cuatro años de trabajo constante con
Don Américo, porque, como es natural, lo que había extraído de sus lecturas
palidecía al contrastarlo con lo que resultaba de sus conversaciones o de sus
cartas.
Hispania, siglo VI JC |
Si, en beneficio
del lector, se procede a ordenar el
contenido cronológicamente, lo primero que habría que registrar es la
importancia del concepto de que “los visigodos no eran españoles”. Hoy día, los
mayores conocimientos arqueológicos e históricos informan de que, en efecto,
hasta después de la derrota de Vouillé a manos de los Francos, en 507, los
visigodos no tuvieron ningún interés especial por trasladarse a Hispania.
Estaban felizmente instalados en Tolosa (hoy Toulouse) y hasta el 517 no
sintieron realmente que debían moverse al sur, si querían mantener su reino y
posición. Hasta entonces, habían entrado en la Península Ibérica especialmente como aliados de los romanos, en lo que todavía era un resto del Imperio, habían
luchado contra suevos, alanos y, sobre todo, vándalos, a los que expulsaron a
África y habían tenido especial cuidado de no instalarse en Tarraco, la capital
de la Tarraconense, sino en la mucho más pequeña y secundaria Barcino. Su
proyecto de vida, su vividura, en uno de los términos castrianos claves,
no era la construcción de “España”, sino el reino de los godos. Conviene retener
este concepto, porque será uno de los fundamentales de los cristianos cuando
inicien la Reconquista. Cuando se trasladan a Hispania ponen su capital en
Toledo y siguen peleando contra los suevos en la Gallaecia y los bizantinos de
la Sureste y parte de la Bética. Sólo unificarán el territorio en época de
Suintila (624 JC). Es decir, la Hispania visigoda unificada no alcanzó los cien
años de edad.
La conversión de Recaredo |
A diferencia de
los francos, que cambiaron el nombre de la Gallia en Francia y alteraron con su
lingua theotisca o germánica la latina, hasta llevarla al francés, los
visigodos habían realizado un largo recorrido por el imperio y eran hablantes
de latín. Su uso de la lengua gótica, si existía, sería puramente residual,
reflejado en topónimos o nombres de lugar y antropónimos o nombres de persona, y quizás, litúrgico arriano. Porque otra
diferencia importante es que los francos eran católicos y los visigodos
arrianos, frente a los hispano-romanos, católicos, al menos hasta que en 587,
con la conversión del rey Recaredo, se decretó el catolicismo como religión
oficial. Estas cuestiones hoy día parecen secundarias para los occidentales;
pero no lo eran en una época en la que la religión del rey era la religión del
pueblo. Entenderlo así ayudará sin duda a comprender el cambio religioso que se
produjo en el siglo VIII.
Mapa genético de Europa |
La victoria de
los francos tuvo también consecuencias al oeste de los Pirineos: empujaron
desde Aquitania a Hispania a un pueblo hablante de euskera o vasco, que en su
desplazamiento hacia el sur en el siglo VI invadió la tierra de los vascones y
otros pueblos celtíberos, e impuso su lengua, el vasco. Puede dudarse de qué
eran étnicamente, estos hablantes de vasco o euskaldunes; pero de lo que no se
duda ya seriamente es de que el vascuence o euskera se instaló en la península
en el siglo VI JC y no es, por tanto, una lengua prerromana. Estos movimientos
de pueblos en el norte provocaron las consiguientes respuestas en Toledo,
parece que el último rey visigodo, Rodrigo, se encontraba involucrado en esas
acciones cuando se produjo la invasión musulmana.
El 711, después
de algunas expediciones previas de saqueo, se produjo la entrada de los
musulmanes en la Península Ibérica, la conquista y, progresivamente, la islamización
de Al-Andalus. Muy poco después se inició el movimiento de oposición cristiana
en el norte, con el ideal del reino de los godos, puesto que España <
Hispania era un concepto sobre todo geográfico, que ha recibido el nombre
tradicional de Reconquista. Los nombres denotan, gusten más o menos a
los políticamente correctos o a los profesionales del rencor.
Los contactos
entre las provincias romanas del norte de África: Mauretania Tingitana (Tánger,
ár. Tingis y norte y centro de Marruecos), Mauretania Caesariensis
(Argelia), Numidia (Argelia) y Africa (Túnez) habían sido constantes,
especialmente desde finales del s. II a. JC, cuando todos esos territorios
pasaron a depender del Imperio Romano y Cartago se fue constituyendo en el gran
centro económico y cultural del occidente del Mediterráneo. La breve
interrupción del reino vándalo de Cartago (429-534) no supuso una gran
alteración lingüística, el latín siguió siendo la lengua de comunicación,
enseñanza y cultura. Los bizantinos, que derrotaron a los vándalos en 534 y
ocuparon parte del territorio occidental e Hispania, eran también hablantes de
latín. Ceuta, de donde partió la invasión del 711, era una ciudad latina.
Además del latín se hablaban otras lenguas, como el bereber; pero eso no es
óbice para la consideración fundamental de que la lengua de contacto entre los
musulmanes que invadieron Hispania el 711 y los hispanorromanos e hispanogodos que
vivían en ella tuvo que ser el latín. Un latín ya tardío, con variantes
afrorrománicas e iberorrománicas, por supuesto, pero fácilmente comprensible.
Los bereberes llevaron este latín hasta la zona de la Bureba, al norte de
Burgos, donde se encontraron con la frontera trazada por los invasores
euskaldunes al norte y los hispanorromanos musulmanes de Zaragoza, los Banu
Qasi, es decir Casii, descendientes del hispanorromano Casius. El único camino que
les quedaba era el del oeste, el valle del Duero, y por allí se dirigieron
hacia el Atlántico. En ese camino su afrorrománico se fue mezclando con el
iberorrománico de sus vecinos del norte, su bereber y el árabe de las
generaciones siguientes.
Piratas: fresco de Pompeya |
Las expediciones
de ayuda o de saqueo entre el norte y el sur del Estrecho de Gibraltar están
bien atestiguadas desde épocas anteriores a la presencia romana y mucho más
desde ese momento. Los restos epigráficos permiten tener la certeza de que se
trataba de un trasiego constante. Es más, Tánger y el norte del Marruecos
actual se unieron a la Bética en la administración del tardo Imperio, como una diócesis,
es decir, una provincia. Cualquiera que haya cruzado esos escasos quince kms de
mar en un día claro, de poniente o ábrego (el viento africano < africum)
sabe que puede hacerse casi nadando.
Vat.Lat.12900 S. Pablo a los Gálatas, f. s. IX |
Ni la instalación
de los musulmanes, ni la unificación política de Al-Andalus, como se denominó, ni
la arabización fueron tareas fáciles ni inmediatas. Los bereberes protagonizaron
tantas revueltas que, el final, la conquista se completó con contingentes árabes,
favorecidos por la instalación de los Omeyas, que habían sido derrotados por
los Abasíes en Damasco. Hasta el siglo IX no se produjo una unificación de
Al-Andalus suficientemente controlada y uniforme. Ese nuevo estado sólo puede
comprenderse dentro de los parámetros del islam. La sociedad sostenida por el
emirato y el califato omeya e inmediatamente después por los primeros reinos de
Taifas, fue una sociedad musulmana y arabófona, como las de Marruecos, Egipto o
Bagdad. En esta sociedad existía una minoría hispano-romana que mantuvo sus
hablas latinas, su iberorrománico o romance andalusí, durante cierto tiempo,
sobre todo hasta el siglo XI y quizás hasta el XII, como los afrorrománicos
mantuvieron sus variantes de latín afrorrománico, en el norte de África. Parte
de esa sociedad, en Hispania o África, siguió siendo cristiana, los llamados mozárabes,
término confuso; pero eso no hace de esos territorios ni un islam cristianizado
ni una España musulmana. Al-Andalus fue Dar-al-Islam, territorio cultural, social,
política y económicamente musulmán, en la frontera con unos reinos cristianos
cuya aspiración era someterlo y recobrar la tierra, como acabaron haciendo.
En qué medida la
relación entre los reinos cristianos del norte, Al-Andalus y el resto de la
cristiandad y el islam permitió ciertas fases de convivencia y hubiera podido
dar lugar, como don Américo hubiera querido, a una España diferente, en la que
no se impusiera finalmente una casta, la cristiana, es algo que queda para otro
artículo de este cuaderno. Lo que concluye el de hoy es que Al-Andalus no se
puede considerar una continuación, con un barniz árabe y musulmán, de la
Hispania romana y gótica. El cambio fue mucho más profundo y, además, afectó
también a los reinos y territorios cristianos del norte.