“En esta casa
de barro y agua / mi corazón se desperdicia sin ti”. Estos versos del Diván
grande o Los trabajos de Shams Tabrizi, de Jalal al-Din al-Rumi
inician y resumen esta novela, This House of Clay and Water, de la
escritora pakistaní Faiqa Mansab. Es amplia la nómina de escritores y,
especialmente, escritoras, que expresan su creación literaria en lenguas
occidentales, en todo el mundo islámico. Muchas de ellas han recibido una doble
educación y así es en el caso de nuestra autora. En Pakistán obtuvo un máster
en Literatura Inglesa de la Government College University Lahore, que amplió
con otro, un MFA en Escritura Creativa, en la Kingston University de Londres.
Vive en Lahore con su marido e hijos y enseña o da conferencias en diversas
instituciones.
La novela se
publicó en mayo de 2017 y ha tenido un gran éxito. Esto podría limitarla a
decir que tuvo mucha más relevancia sociológica que literaria, lo cual, en su
contexto, es de especial importancia, porque muestra que existe un gran público
que esperaba el mensaje que este libro le ofrece. Limitarla así sería sumamente
injusto, porque el resultado no es una crítica social bien escrita, sino una
novela fascinante, de caracteres y situaciones bella y claramente descritos. El
análisis de este tipo de obras requiere, en consecuencia, conjuntar reacciones
de diverso tipo: estéticas, por supuesto, ya que se trata de literatura, en el
más hondo sentido del término; pero con enorme fuerza junto a ella se sitúan la
religión y la sociedad.
Faiqa Mansab es
una autora islámica que escribe en un país en el que, como ella misma declaró con
humor en una entrevista, “todo tío con barba tiene una fatwa en la manga”. Una
fatwa, recordemos, es una sentencia, una orden ejecutiva que impone una condena
que puede llegar a la muerte, basada en la interpretación religiosa del que la
promulga. Escribe en un país, como ella también ha dicho, en el que, “en cuanto
te pasas, o eres hereje o eres de la CIA”. Escribir así no es fácil y, desde
luego, requiere mucho más que la calidad literaria que, a este libro, le sobra.
La novela recoge varias historias entrelazadas, si bien el eje central es el
desarrollo de la atracción amorosa entre Nida, una mujer de la clase alta, una begún,
y Bhanggi, un hermafrodita, un hijra, un deshecho social y sexual.
Nida, como ha
confesado la propia autora, es el punto de arranque. Con una gran capacidad de
penetración en la psicología de sus personajes, Faiqa va poco a poco haciendo
ver a los lectores cómo el mundo interior de sus tres mujeres protagonistas y
el de Bhanggi va creciendo, en un entorno que, simplemente, recibe esos cambios
sin capacidad de asimilación, por su inmutable tendencia a la continuidad. El
amor, el sexo, la adolescencia y el matrimonio, en una sociedad que, para el
lector occidental, resulta ciertamente extraña, van cruzándose en caminos
complicados, definidos en cada capítulo por el nombre del personaje de quien se
habla. Dos de ellos son mujeres casadas, Nida, ya lo sabemos, pertenece a la alta
sociedad, a la clase política, no tiene problemas económicos, padece la soledad
desde el éxito social aparente. Su marido es un político inmerso en esa
compleja vida, miembro de una familia que se hace profundamente antipática y sinceramente
unido a su esposa por un sentimiento amoroso que no logra establecer la
comunicación que habría resuelto felizmente las vidas de ambos.
Sasha es el
personaje que sufrirá la involución. Utiliza el sexo para procurarse los
recursos que su matrimonio no le permite y se venga también así de quien
desprecia, en un camino erróneo para el encuentro con el amor. Su relación con
Nida está marcada por ese rasgo común, las dos se consideran dignas de ser
amadas y fracasadas en ese campo; pero mientras que Nida va yendo poco a poco a
la búsqueda de lo esencial, Sasha está permanentemente envuelta en las redes
que ella misma teje, de signo opuesto entre el principio y el final de la
novela, que desembocan en lo accesorio. Hay personas, parece decirnos la
autora, que no saben hacer el bien cuando quieren y que, en cambio, no son tan
malas cuando lo parecen.
El desamor y
sus consecuencias marcan la vida de Zoya, la adolescente encerrada en la red de
celos por su hermana mayor, una sombra que cruza la obra. Zoya se desmadeja en busca del amor de
su madre, Sasha y es presa oportuna para los caminos errados de los falsos
afectos. Ni Sasha ni Zoya serán capaces de entender la dimensión íntima de la
felicidad, ni la relación profunda amorosa entre Dios y estos seres humanos.
Porque Dios es un personaje de la novela que no aparece directamente; pero que
está implícito en el desarrollo de toda ella. Ese modelo de islam oriental, tan
cercano a prácticas budistas e hinduistas, con sus santuarios y sus santones,
sus profetas y sus santos, transmite una visión espiritual más profunda e
incluso atractiva que el mundo regulado e hipócrita del islam oficial. La vieja
lucha entre el Amor y la Ley se vive página tras página.
Nida es el
personaje de arranque de la novela, en efecto; pero Bhanggi es, sin duda, el
personaje que arrastra al lector. Marginal en su físico, con los rasgos
externos del hermafrodita, marginal en lo social, con su pobreza extrema, en lo
amoroso, como un objeto de usar y tirar, en lo sexual, como un ejemplo de degeneración,
es sin embargo el personaje que va recogiendo amor en el libro. Amor en
sentidos muy extraños y marginales a veces, rituales y casi litúrgicos en
otros, hasta la sublimación de esa casa de barro y agua que es su cuerpo; pero
de modo que no desaparece esa triste materialidad del sujeto. Bhanggi resulta
ser al final un personaje mucho más masculino, en el sentido positivo del
término, que los varios hombres que circulan por la novela como sombras, bien
en persecución de sus caprichos, bien aprovechando las oportunidades escasas
que la vida les ofrece o, sencillamente, sin enterarse de nada.
En Lahore, abril de 2019 |
Si para un
lector occidental, por familiarizado que pueda estar con la cultura
árabo-islámica, este libro resulta a veces testimonio durísimo de denuncia, hay
que suponer lo que supone en una sociedad tan patriarcal, legalizada e
hipócrita como la que retrata. La extraordinaria delicadeza con la que la
novela está escrita, sin rehuir nada de la crueldad de situaciones y personas y
sin hacer de la maldad humana un anzuelo para ciertos lectores, logra que la
lectura vaya introduciendo al público en ese recorrido que la autora quiere
compartir y que provoca una serie creciente de preguntas, desde las inútiles
iniciales de los porqués, hasta las comprometidas finales de “qué puedo hacer”.
El espejo que Faiqa Mansab pasa por
dimensiones múltiples de su sociedad refleja un continuo exuberante, en el que
las mayores depravaciones conviven, sin que a nadie parezca importarle, con las
más profundas devociones.
Esta novela no
se escribió para satisfacer a ningún tipo de público o de estamento social o de
opinión. A veces pienso que ni siquiera para satisfacer a la propia escritora.
Me parece que en algunos momentos ella también hubiera preferido que las cosas
pasaran de otra manera. Es el resultado de un modo de contar que recoge varias
tradiciones culturales y las une en un desarrollo tan formalmente simple como
interiormente complejo. Para hacerlo es preciso partir de unos conceptos firmes
que den fortaleza a la escritura. En una de las entrevistas que le hicieron
como consecuencia del éxito del libro, se le pidió que describiera su filosofía
de vida en una frase. Ésta fue la respuesta:
Habo na’Allah
Ho vana’mal vaqeel.
Allah me basta.
¡Qué excelente Guardián es!