Tuesday, April 23, 2019

Esta casa de barro y agua


“En esta casa de barro y agua / mi corazón se desperdicia sin ti”. Estos versos del Diván grande o Los trabajos de Shams Tabrizi, de Jalal al-Din al-Rumi inician y resumen esta novela, This House of Clay and Water, de la escritora pakistaní Faiqa Mansab. Es amplia la nómina de escritores y, especialmente, escritoras, que expresan su creación literaria en lenguas occidentales, en todo el mundo islámico. Muchas de ellas han recibido una doble educación y así es en el caso de nuestra autora. En Pakistán obtuvo un máster en Literatura Inglesa de la Government College University Lahore, que amplió con otro, un MFA en Escritura Creativa, en la Kingston University de Londres. Vive en Lahore con su marido e hijos y enseña o da conferencias en diversas instituciones.
La novela se publicó en mayo de 2017 y ha tenido un gran éxito. Esto podría limitarla a decir que tuvo mucha más relevancia sociológica que literaria, lo cual, en su contexto, es de especial importancia, porque muestra que existe un gran público que esperaba el mensaje que este libro le ofrece. Limitarla así sería sumamente injusto, porque el resultado no es una crítica social bien escrita, sino una novela fascinante, de caracteres y situaciones bella y claramente descritos. El análisis de este tipo de obras requiere, en consecuencia, conjuntar reacciones de diverso tipo: estéticas, por supuesto, ya que se trata de literatura, en el más hondo sentido del término; pero con enorme fuerza junto a ella se sitúan la religión y la sociedad.
Faiqa Mansab es una autora islámica que escribe en un país en el que, como ella misma declaró con humor en una entrevista, “todo tío con barba tiene una fatwa en la manga”. Una fatwa, recordemos, es una sentencia, una orden ejecutiva que impone una condena que puede llegar a la muerte, basada en la interpretación religiosa del que la promulga. Escribe en un país, como ella también ha dicho, en el que, “en cuanto te pasas, o eres hereje o eres de la CIA”. Escribir así no es fácil y, desde luego, requiere mucho más que la calidad literaria que, a este libro, le sobra. La novela recoge varias historias entrelazadas, si bien el eje central es el desarrollo de la atracción amorosa entre Nida, una mujer de la clase alta, una begún, y Bhanggi, un hermafrodita, un hijra, un deshecho social y sexual.
Nida, como ha confesado la propia autora, es el punto de arranque. Con una gran capacidad de penetración en la psicología de sus personajes, Faiqa va poco a poco haciendo ver a los lectores cómo el mundo interior de sus tres mujeres protagonistas y el de Bhanggi va creciendo, en un entorno que, simplemente, recibe esos cambios sin capacidad de asimilación, por su inmutable tendencia a la continuidad. El amor, el sexo, la adolescencia y el matrimonio, en una sociedad que, para el lector occidental, resulta ciertamente extraña, van cruzándose en caminos complicados, definidos en cada capítulo por el nombre del personaje de quien se habla. Dos de ellos son mujeres casadas, Nida, ya lo sabemos, pertenece a la alta sociedad, a la clase política, no tiene problemas económicos, padece la soledad desde el éxito social aparente. Su marido es un político inmerso en esa compleja vida, miembro de una familia que se hace profundamente antipática y sinceramente unido a su esposa por un sentimiento amoroso que no logra establecer la comunicación que habría resuelto felizmente las vidas de ambos.
Sasha es el personaje que sufrirá la involución. Utiliza el sexo para procurarse los recursos que su matrimonio no le permite y se venga también así de quien desprecia, en un camino erróneo para el encuentro con el amor. Su relación con Nida está marcada por ese rasgo común, las dos se consideran dignas de ser amadas y fracasadas en ese campo; pero mientras que Nida va yendo poco a poco a la búsqueda de lo esencial, Sasha está permanentemente envuelta en las redes que ella misma teje, de signo opuesto entre el principio y el final de la novela, que desembocan en lo accesorio. Hay personas, parece decirnos la autora, que no saben hacer el bien cuando quieren y que, en cambio, no son tan malas cuando lo parecen.
El desamor y sus consecuencias marcan la vida de Zoya, la adolescente encerrada en la red de celos por su hermana mayor, una sombra que cruza la obra. Zoya se desmadeja en busca del amor de su madre, Sasha y es presa oportuna para los caminos errados de los falsos afectos. Ni Sasha ni Zoya serán capaces de entender la dimensión íntima de la felicidad, ni la relación profunda amorosa entre Dios y estos seres humanos. Porque Dios es un personaje de la novela que no aparece directamente; pero que está implícito en el desarrollo de toda ella. Ese modelo de islam oriental, tan cercano a prácticas budistas e hinduistas, con sus santuarios y sus santones, sus profetas y sus santos, transmite una visión espiritual más profunda e incluso atractiva que el mundo regulado e hipócrita del islam oficial. La vieja lucha entre el Amor y la Ley se vive página tras página.
Nida es el personaje de arranque de la novela, en efecto; pero Bhanggi es, sin duda, el personaje que arrastra al lector. Marginal en su físico, con los rasgos externos del hermafrodita, marginal en lo social, con su pobreza extrema, en lo amoroso, como un objeto de usar y tirar, en lo sexual, como un ejemplo de degeneración, es sin embargo el personaje que va recogiendo amor en el libro. Amor en sentidos muy extraños y marginales a veces, rituales y casi litúrgicos en otros, hasta la sublimación de esa casa de barro y agua que es su cuerpo; pero de modo que no desaparece esa triste materialidad del sujeto. Bhanggi resulta ser al final un personaje mucho más masculino, en el sentido positivo del término, que los varios hombres que circulan por la novela como sombras, bien en persecución de sus caprichos, bien aprovechando las oportunidades escasas que la vida les ofrece o, sencillamente, sin enterarse de nada.
En Lahore, abril de 2019
Si para un lector occidental, por familiarizado que pueda estar con la cultura árabo-islámica, este libro resulta a veces testimonio durísimo de denuncia, hay que suponer lo que supone en una sociedad tan patriarcal, legalizada e hipócrita como la que retrata. La extraordinaria delicadeza con la que la novela está escrita, sin rehuir nada de la crueldad de situaciones y personas y sin hacer de la maldad humana un anzuelo para ciertos lectores, logra que la lectura vaya introduciendo al público en ese recorrido que la autora quiere compartir y que provoca una serie creciente de preguntas, desde las inútiles iniciales de los porqués, hasta las comprometidas finales de “qué puedo hacer”.  El espejo que Faiqa Mansab pasa por dimensiones múltiples de su sociedad refleja un continuo exuberante, en el que las mayores depravaciones conviven, sin que a nadie parezca importarle, con las más profundas devociones.
Esta novela no se escribió para satisfacer a ningún tipo de público o de estamento social o de opinión. A veces pienso que ni siquiera para satisfacer a la propia escritora. Me parece que en algunos momentos ella también hubiera preferido que las cosas pasaran de otra manera. Es el resultado de un modo de contar que recoge varias tradiciones culturales y las une en un desarrollo tan formalmente simple como interiormente complejo. Para hacerlo es preciso partir de unos conceptos firmes que den fortaleza a la escritura. En una de las entrevistas que le hicieron como consecuencia del éxito del libro, se le pidió que describiera su filosofía de vida en una frase. Ésta fue la respuesta:
Habo na’Allah Ho vana’mal vaqeel.
Allah me basta. ¡Qué excelente Guardián es!