Nabucodonosor, el rey babilonio, nos cuenta
el libro de Daniel, fue castigado por Yahvé con una locura que lo llevó a comer
hierba, tirado en el suelo. En el año diecinueve de su reinado, Nebuzardán, su
siervo, vino a Jerusalén. Incendió el templo de Yahvé, el palacio real y todas
las casas. Las tropas caldeas demolieron las murallas y deportaron al resto de
la población. Quedó una parte de los más pobres del pueblo del país para
cultivar las viñas y los campos. La Escritura es particularmente extensa en lo
que se refiere a esta destrucción del templo y destierro. La moderna escritura
también se ha ocupado externamente de la destrucción de la comunidad judía de
Europa Central. Víctor Klemperer, privado de su cátedra universitaria por ser
judío y salvado del campo de concentración por estar casado con una aria, fue
escribiendo, anotando y recordando cómo la lengua alemana se fue modificando
durante la época nazi y cómo los hablantes, poco a poco, fueron introduciendo
en su habla cotidiana las expresiones aparentemente corrientes que los
dirigentes nacional-socialistas y los voceros de la nueva era iban modificando
a través de prensa, radio y propaganda. Todo ello quedó plasmado en un libro, LTI. La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo. La versión española, en traducción de Adan Kovacsics, se publicó en 2001. Recordar ese libro en 2017 puede parecer raro; pero quizás los lectores perciban que los acercamientos al lenguaje pueden ser similares en épocas aparentemente muy diversas.
Hace falta la sensibilidad de un filólogo
para percibir lo que escapa al hablante normal, que se pregunta, seguramente,
cómo puede dedicarse un extenso volumen a los cambios internos de una lengua de
cultura, como el alemán de la primera mitad del siglo XX. Las modificaciones
llamativas son siempre las novedades, que no son tantas. Más profundas son las
alteraciones de los significados conocidos, que pasan a recubrirse de valores
nuevos, que trasmiten una nueva relación con sus referidos. La Patria tiene que ser grande, tiene que estar por encima de todas las demás ("über alles"). Conceptos como el
de héroe, se limitan a una particular concepción de heroísmo, que se
vincula con un tipo humano especial, rubio, germánico, sobre cuya base se
diferencia a los otros, carentes de ese valor, inferiores, judíos, a quienes se
impide el acceso a los libros, salvo a los de su propia cultura y, finalmente, se impedirá el acceso a la vida, tras los muros de los campos de concentración..
El signo escrito es diferenciador para
Israel, que sabe cómo las formas gráficas pueden transmitir incluso por sus
rasgos mismos. En el nuevo Holocausto también las grafías desempeñaron un papel
esencial. La forma angulosa de las letras SS (para la que las máquinas de
escribir del Reich tenían una tecla
especial) no es casual, corresponde a una de las runas germánicas primitivas,
al signo escrito de la victoria (Sieg). Transmite la imagen del rayo, que se encuentra
también en otra letra cara a los nazis, la K. Fueron varias las runas utilizadas en una semiología de poder.
La Lengua del Tercer Imperio (LTI) recurre a
toda la oferta de la Lingüística para cambiar las relaciones entre los signos y
sus referidos, sin que los hablantes lleguen a ser conscientes. La grafía es el
primero y en él la K, el rayo, tiene un lugar predominante. Como abreviatura
aparece en formas como Knif!, por Kommt nicht in Frage
(imposible) o, más fuerte, Kakfif!, por Kommt auf keinen Fall in
Frage (totalmente imposible). Me recuerda mi colega Nancy Mémbrez que la triple K correspondía al eslogan destinado a las mujeres, para retrotraerlas al ámbito doméstico: Kinder, Küche, Kirche ('niños, cocina, iglesia'), tendencia característica de regímenes pre-dictatoriales, aunque la última palabra tropezó pronto con el inconveniente de la oposición de las iglesias al régimen nazi. Se extiende para la germanización de los
nombres propios, Christa pasa a escribirse Krista. Éstos y las
abreviaturas inciden en la representación de lo solemne, que da vía a la pasión
y de ahí al fanatismo, cuyo significado se deforma convenientemente. Esta deformación del significado, que abunda en hipérboles y llega hasta el oxímoron, otra característica de regímenes dictatoriales, está bien documentada, La realidad se oculta tras la apariencia interesada de la realidad o lo que se define o redefine como tal. Goebbels, en 1944, llegó a hablar de “un fanatismo feroz”. Es el resultado de
la creación de un lenguaje específico, que se apoya en la frecuencia, elevada a
reiteración. Más que de un lenguaje innovador, se trata del incremento y la interacción
sobre lo existente: “grande, histórico, singular, eterno” son palabras corrientes, pero
se reiteran de tal modo que se cargan de un sentido propio del Imperio, alteran
el modo de percibir la realidad. Se amontonan los tópicos, se multiplican en
los anuncios de acontecimientos familiares, lo personal y lo representativo del Führer (guía), como institución, confluyen: lo referido al guía y su círculo se confunde con lo referido al Estado, que toma el sentido que el poder quiere, "lo del Estado" toma un valor
sustitutivo de "lo religioso". En cualquiera de las grandes ceremonias típicas de estos regímenes se aprecia el valor de su liturgia propia.
El lenguaje de la creencia se intensifica a
partir de esta disposición fanática: “Yo creo en Hitler. No, Dios no lo
abandonará. Yo creo en Hitler”. Se trata de una profesión de fe. Pese al
combate contra el catolicismo, la influencia del lenguaje católico en la LTI es
muy clara a veces y, a través de ella, como una inevitable paradoja cultural,
el eco bíblico. El Führer aparece como un nuevo Moisés: “¡Él nos ha conducido
de vuelta a casa!”. La base de estas construcciones es la amplificación del
discurso, que tiende a ser, por necesidad, comprensible para todos, más
popular, cruzando la frontera hacia la demagogia o la seducción. Mas la
seguridad en sí mismo, la armonía con uno mismo y su comunidad, que Klemperer
ve en el Duce, no se aprecia en los espasmos hitlerianos, en sus distorsiones,
en sus latigazos. Con todo, hasta se citan testimonios de judíos que confiesan
un influjo tremendo de su oratoria: “Nadie puede resistírsele. Yo tampoco. No
hay manera de resistírsele”.
Así se fue sembrando la semilla lingüística
que trató de justificar todo, la ambición, la victoria, la injusticia, el
Holocausto. Pero el nuevo destructor de la comunidad judía, hasta dimensiones
terribles que Klemperer retrata, a la vez que ofrece un panorama de degradación
social, también sufría de ataques que se acercaban a la locura: en sus accesos
de ira mordía pañuelos, almohadas, los flecos de las alfombras, por lo que las
gentes sencillas que tenían acceso a estos paroxismos lo llamaron “el devorador
de alfombras”: se arrojaba al suelo y mordía, como Nabucodonosor.
En esa hora se cumplió la palabra en Nabucodonosor y fue separado de los hombres y comió hierba como los bueyes y su cuerpo se humedeció con el rocío del cielo hasta que le crecieron los cabellos como [plumas de] águila y las uñas como [garras de] ave.
4:33 Daniel
AT Hebreo: Westminster Leningrad Codex
בַּהּ־שַׁעֲתָ֗א מִלְּתָא֮ סָ֣פַת עַל־נְבוּכַדְנֶצַּר֒ וּמִן־אֲנָשָׁ֣א טְרִ֔יד וְעִשְׂבָּ֤א כְתֹורִין֙ יֵאכֻ֔ל וּמִטַּ֥ל שְׁמַיָּ֖א גִּשְׁמֵ֣הּ יִצְטַבַּ֑ע עַ֣ד דִּ֥י שַׂעְרֵ֛הּ כְּנִשְׁרִ֥ין רְבָ֖ה וְטִפְרֹ֥והִי כְצִפְּרִֽין׃
בַּהּ־שַׁעֲתָ֗א מִלְּתָא֮ סָ֣פַת עַל־נְבוּכַדְנֶצַּר֒ וּמִן־אֲנָשָׁ֣א טְרִ֔יד וְעִשְׂבָּ֤א כְתֹורִין֙ יֵאכֻ֔ל וּמִטַּ֥ל שְׁמַיָּ֖א גִּשְׁמֵ֣הּ יִצְטַבַּ֑ע עַ֣ד דִּ֥י שַׂעְרֵ֛הּ כְּנִשְׁרִ֥ין רְבָ֖ה וְטִפְרֹ֥והִי כְצִפְּרִֽין׃