La mitología sobre las lenguas se ofrece
en una amplia variedad de formas, en todas las cuales hay un componente que
muchos hablantes perciben como mágico y que condiciona comportamientos. En una entrega anterior se analizó el mito biologicista, la consideración de las
lenguas como seres vivos. El ejemplo de hoy sigue otra línea biológica, la de la
etnia, la asociación de pueblos y lenguas con caracteres supuestamente perennes
e inmutables, los cuales pueden servir y han servido de justificación para
intervenir sobre los hablantes.
Africa romana |
El marco geográfico de esta nota es
norteafricano: abarca desde Libia hacia el oeste hasta el Atlas, en el Sur de
Marruecos, y, desde allí al norte, al-Andalus y, luego, España. El objeto lingüístico
será un término que tiene continuidad en las dos orillas del Estrecho desde hace
unos tres mil años: el que sirve para designar a los habitantes del Noroeste de
África desde entonces y quizás desde mucho antes, siempre teniendo en cuenta su
evolución formal.
En el norte de África, las lenguas
afroasiáticas del grupo camita, llamadas líbico y beréber, son las que han
dejado los testimonios más antiguos. El líbico era posiblemente la lengua
hablada por los invasores de Egipto rechazados en 1227 a.J.C. Está atestiguado en inscripciones y
desarrolló un alfabeto propio, con una variante oriental y otra occidental, que
llegó hasta las Islas Canarias. Esas lenguas afroasiáticas incluyen grupos que
se designan según los nombres de los hijos de Noé: Cam y Sem. Las lenguas
camitas fueron las propiamente norteafricanas e incluyen también el egipcio
antiguo. Las lenguas semitas son originariamente las del Oriente Medio, Mesopotamia,
Arabia y Etiopía. Desde la primera mitad del siglo IX a. JC se sabe que se
hablaban también lenguas semitas (el fenicio-púnico) en el occidente de África
septentrional, luego se sumaron el hebreo y, especialmente, el árabe, lengua mayoritaria
hoy en el territorio. El término tradicional en español, como en latín o en
griego, para designar a los habitantes de esa región es moros. Es un término
que ha sufrido un proceso de degradación semántica que hace que sea rechazado,
injustificamente, por muchos hablantes. Ese rechazo tiene una base sociológica,
de asociación con un modelo de sociedad que, progresivamente, se ha ido considerando
inferior. Sin embargo no hay nada en el vocablo en sí que autorice esa
interpretación peyorativa, que, como tantas veces, se apoya en la ignorancia de
la historia y significado de la palabra.
Un
etnólogo prusiano, Max Quedenfeldt, en1888, basado en la Geografía de Strabon y la Historia
Natural de Gayo Plinio Segundo, llamado “el Viejo”, precisó que el nombre Mauri era el que se daban a sí mismos
los nativos y lo relacionó con la forma semítica Ma'urim, emparentada con el árabe el-garbaua, con el significado de ‘gente del oeste’, es decir, el
mismo sentido que tiene hoy el nombre árabe del territorio, al-Magrib, ‘el Occidente’. Strabon, realmente, lo que dice es que los
griegos los llamaban Maurousioi y los
romanos Mauroi, mientras que Plinio
habla de Maurorum, “a los que muchos
llamaron Maurusios”. Otro
investigador alemán, Max Wagner, en 1936, a partir de Quedenfeldt, relacionó el
étimo semítico con el hebreo mauharim (מוחרים), “los occidentales”. La explicación más
aceptable es que la forma semítica que dio origen a este gentilicio tuvo que
llegar del fenicio-púnico; pero también pudiera pensarse en la posibilidad de
una raíz afroasiática previa, común a las hablas líbico-bereberes y las semíticas.
De los acusativos Mauru(m sg. y Mauros pl. derivan, respectivamente, moro y moros. Los términos son, por lo tanto,
en principio, gentilicios que no tienen ningún componente negativo y que, a la
vista de su posición en la historia del español, estaban totalmente
establecidos en 711, cuando se produjo la conquista musulmana, con un ejército
que estaba, en buena medida, compuesto de moros, lo que hace pensar que así se llamaron a sí mismos esos Mauri que habían conquistado Hispania. Tras la conquista y la islamización el término pasó a referirse a los
musulmanes, en general, especialmente los andalusíes y los antiguos Mauri, los norteafricanos, Un examen léxico histórico más detenido
de la palabra moro y derivados podría
contribuir a aclarar nuevos aspectos de esta interacción entre el significado gentilicio originario y el religioso posterior, poco o nada explorada
hasta ahora desde el punto de vista lingüístico románico. Valga como muestra
meramente cuantitativa que, hasta 1492, en la gran base de datos léxicos del
español histórico de la Real Academia, CORDE, se recogen 5690 ejemplos de moro,
mora, moras, que pueden ser polisémicos, y nada menos que 18362 de moros,
en unos ochocientos documentos. 8580 de los ejemplos de moros (casi
el 47%) aparecen en la frase moros y cristianos, que significaba lo que
hoy se expresa por “todo el mundo”. Así era. El mundo
conocido y con influencia en la vida cotidiana estaba compuesto por moros y
cristianos, como grupos de poder.
Kahina |
También llama la atención el hecho de que el término que fue adquiriendo un sentido meliorativo, por ennoblecimiento semántico, fue bereber, una palabra en principìo burlesca (como el barbaros del griego), que se mofaba de sus peculiaridades lingüísticas. ¿Qué ha causado ese progresivo envilecimiento, para
algunos, del término moro? En primer lugar habría que dar la respuesta antropológica,
a partir del mito de la resistencia a la romanización de África. A los Mauri
se atribuye la primera resistencia, a los musulmanes la continuidad de la
interrupción y a las potencias coloniales la “feliz” restauración de la
romanidad. Éste fue el papel de Francia, sobre todo en Argelia, pero también en
Túnez y Marruecos. Un investigador francés, Christian Courtois, resumió en un
libro célebre la idea generalmente aceptada entonces: el beréber (o sea, el moro)
era el responsable del “fracaso” de Roma en África, por (1) su barbarie y perfidia, (2) la permanencia beréber, su inmutabilidad a
lo largo de tres mil años, (3) el Iugurta
eterno, “raza indomable y nunca sometida”, (4) desde Courtois, el paradigma
repetido sin más análisis, el de los dos tipos de moros que, según él, tuvieron
el papel decisivo en el fin de la romanización: los montañeses del interior y
los nómadas camelleros que culminaron en el siglo VI la migración que habían
iniciado tres siglos antes y (5) l’esprit
de soff, “una tendencia irresistible a la desunión”.
Yves Modéran |
Gracias sobre todo a otro investigador
francés, Yves Modéran, se ha desmontado el entramado ficticio sobre el que se sostenía la
supuesta desaparición de la latinidad de África, antes de los árabes, por lo
que la investigación actual se sitúa ante la cuestión del África romana con una
disposición muy distinta y mucho más positiva. A partir del siglo IV, momento de apogeo de la
romanización, con el apoyo del cristianismo, la situación tuvo que cambiar. Mauretania y África oriental se opusieron
cada vez de manera más precisa y surgieron núcleos moros más o menos
independientes con distintas relaciones con el poder bizantino y entre sí. En
esta compleja situación, en la segunda mitad del siglo VII, se produjo la
llegada de los árabes.
Nicolás Fernández de Moratín |
Una segunda respuesta, puramente lingüística,
para explicar ese crecimiento de la consideración negativa (y su percepción y
consiguiente rechazo por los moros) obedece a una razón de
fonosimbolismo, es decir, la asociación de ciertos sonidos con ciertos
significados. En español, la cadena de sonidos bisílabos con esquema xÓxO está
asociada históricamente (menos hoy) a sentidos negativos, de defecto físico (cojo),
mental (loco, bobo), inmadurez (ñoño) y similares. Es una
tendencia que empezó a romperse en el siglo XVII, cuando la palabra rojo,
antes asociada al diablo y muy poco usada, sustituyó a bermejo y colorado;
pero que todavía se percibe hoy. Además es uno de los casos de interpretación
peyorativa del masculino, menor en el femenino, donde puede estar ausente (rorro,
no hay *rorra) o mayor, pero semánticamente diferente y fuera ya del
esquema fonosimbólico (zorro-zorra). Posiblemente no es la respuesta
principal a la pregunta sobre por qué moro está sufriendo un proceso de
envilecimiento; pero puede contribuir. Nada de ello se observa en la famosa
primera quintilla de don Nicolás Fernández de Moratín, tan a propósito para las
fiestas que Madrid celebra y que debería servir para recuperar una palabra con
tanta tradición y tan cómoda:
Que al rey
moro alivia el miedo,
Arde en
fiestas en su coso,
Por ser el
natal dichoso
De Alimenón
de Toledo.