Monday, February 16, 2015

Philip Levine (Detroit, 1928 – Fresno, 2015)

Philip Levine en Nueva York, 2006. Photo: Wikimedia Commons

A los 87 años ha muerto Philip Levine (pronúnciese [levín]), uno de los grandes poetas sociales norteamericanos y uno de los grandes introductores de la cultura en español en Norteamérica. Hijo de inmigrantes judeo-rusos, poeta de los trabajadores de Detroit, premio Pulitzer en 1995, profundo conocedor del español, lengua de la que tradujo al inglés a Neruda, Huidobro, Vallejo y Gloria Fuertes. Vivió también en España, en Castelldefels, atraído y muy marcado por su juventud de ideas anarquistas, que le llevó a dedicar su poemario The Names of the Lost  a Buenaventura Durruti. Aunque ha sido caracterizado por una visión pesimista del mundo, también se le ha considerado como un amplio e irónico Walt Whitman del corazón industrial de los EUA. Como ejemplo de su poetización de lo cotidiano, cultivada por poetas españoles de la talla de Leopoldo de Luis, entre otros, podemos ofrecer, con el enlace a la lectura que hizo él mismo, su versión de la Oda a la sal de Pablo Neruda, tras el texto original del poeta chileno.

Esta sal
del salero
yo la vi en los salares,
sé que no van a creerme,
pero canta,
canta la sal, la piel
de los salares,
canta
con una boca ahogada
por la tierra.
Me estremecí en aquellas
soledades
cuando escuché
la voz
de la sal
en el desierto.
Cerca de Antofagasta
toda
la pampa salitrosa
suena:
es una
voz
quebrada,
un lastimero
canto.
Luego en sus cavidades
la sal gema, montaña
de una luz enterrada,
catedral transparente,
cristal del mar, olvido
de las olas.
Y luego en cada mesa
de este mundo,
sal,
tu substancia
ágil
espolvoreando
la luz vital
sobre
los alimentos.
Preservadora
de las antiguas
bodegas del navío,
descubridora
fuiste
en el océano,
materia
adelantada
en los desconocidos entreabiertos
senderos de la espuma
polvo del mar, la lengua
de ti recibe un beso
de la noche marina:
el gusto funde en cada
sazonado manjar tu oceanía
y así la mínima,
la minúscula
ola del salero
nos enseña
no sólo su doméstica blancura,
sino el sabor central del infinito.

 In the salt mines I saw the salt in this shaker.
 I know you won't believe me. But there it sings.
 The salt sings.
 The skin of the salt mines sings with a mouth choking on dirt.
 Alone, when I heard the voice of salt, I trembled in the empty desert near Antofagasta.
 The whole salted plain shouts out in its cracked voice a pitiful song.
 Then in its caverns, jewels of rock salt, a mountain of light buried under earth, transparent cathedral, crystal of the sea, oblivion of the waves.
 And now, on each table of the world, your agile essence, salt, spreading a vital luster on our food.
Preserver of the ancient stores in the holds of ships.
 You were the explorer of the seas, matter foretold in the secret half-open trails of foam.
 Dust of water, the tongue receives through you a kiss from the marine night.
 Taste melds your oceanity into each rich morsel.
 And thus the least wave of the salt shaker teaches us
 not merely domestic purity,
 but also the essential flavor of the infinite.